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Apuntes sobre José Antonio Gabriel y Galán (1940-1993)

Gabriel y Galán, Transición, Extremadura

Fuentes: Rebelión

[Nota: este texto sirve de presentación a cuatro artículos de temática extremeña del escritor extremeño J. A. Gabriel y Galán (Plasencia 1940-1993), publicados en el diario madrileño El País entre 1980 y 1983. Puede descargarse el cuadernillo completo con esta presentación y aquellos artículos en el sitio web http://es.scribd.com/ExtremaduraNoSeVende]   Nada hay tan sobrecogedor como […]


[Nota: este texto sirve de presentación a cuatro artículos de temática extremeña del escritor extremeño J. A. Gabriel y Galán (Plasencia 1940-1993), publicados en el diario madrileño El País entre 1980 y 1983. Puede descargarse el cuadernillo completo con esta presentación y aquellos artículos en el sitio web http://es.scribd.com/ExtremaduraNoSeVende]

 

Nada hay tan sobrecogedor como la incertidumbre: estar cierto de que va a pasar algo pero ignorar cómo, con qué intensidad y, sobre todo, cuándo. Cuándo se va a producir el golpe, la oscuridad, el silencio; cuándo se va a repetir el golpe, la oscuridad, el silencio. Y también el grito, la evocación y vuelta a empezar.

J. A. Gabriel y Galán, Muchos años después

 

Pregunta Marciano Rivero a José Antonio Gabriel y Galán, en entrevista realizada en Madrid en septiembre de 1980, por su compromiso con Extremadura. El escritor responde: «Mi compromiso no podrá llegar nunca más allá de los niveles intelectuales. No soy un político práctico, y por ello no me queda más remedio que conformarme con ser un extremeño alejado de su tierra que trata de conectar en la medida de sus posibilidades con los problemas que la afectan para dar testimonio de ello. No puedo hacerme más ilusiones al respecto«i. Los cuatro textos reproducidos a continuación de esta introducción, extraídos de la hemeroteca digital del diario El Paísii, son prueba de esa conexión y ese testimonio.

Gabriel y Galán nace en Plasencia en 1940 y vive su infancia y juventud entre Extremadura y Madrid. Allí estudia Derecho, y luego Periodismo en París. A su vuelta a España, se desempeña como periodista en la agencia EFE, Actualidad Española o Cuadernos para el diálogo, traductor literario, adaptador teatral, editor, director de la revista cultural El Urogallo, crítico teatral en Fotogramas y columnista de El País, entre otros tantos menesteres en el mundo de la cultura, en paralelo a una carrera de fondo literaria marcada por una elevada autoexigencia, un notorio desprecio por las normas del mercadeo cultural y unas circunstancias vitales adversas: «Ciertamente he perdido mucho tiempo, quizás porque he tenido que luchar mucho contra mí mismo, contra mi pereza y contra una serie de circunstancias que me han hecho pasarlas putas durante bastante tiempo«.

Políticamente, Gabriel y Galán se identifica como «inequívocamente de izquierdas«, pero acota: no como «producto de una serie de reflexiones, lecturas o estudios sobre marxismo. No, surge más bien como una toma de conciencia sentimental ante la situación de opresión e injusticia que propició la dictadura. Así las cosas, la rebelión contra el sistema nos hacía inequívocamente izquierdistas«. Los modos, circunstancias y consecuencias de la Transición de la dictadura franquista a la monarquía constitucional, revisadas desde una perspectiva cada vez más amargamente crítica, ocupan un lugar preferente en su tarea periodística:

Pero que nadie piense que una vez iniciado el reinado de la Constitución las cosas van a cambiar sustancialmente y los partidos de izquierda van a poder aplicar su ideología: tenemos «período constituyente» para rato; es decir, período de expectativa, de construcción de la «normalidad», de asentamiento, etcétera. En cierto modo, las más esperanzadoras etapas de la historia de España siempre han sido simplemente constituyentes, y no han pasado de ahí. El margen sigue siendo el mismo, la imposibilidad práctica sigue siendo la misma. ¿Podrían, cada cual según sus métodos, el PSOE y el PCE, luchar ya cotidianamente por transformar la sociedad, por conseguir una sociedad socialista? ¿Podrían el PCE y el PSOE iniciar en el Parlamento el combate por la socialización de los medios de producción? El solo planteamiento de la cuestión, en la atmósfera actual, suena a estrafalario […]. De alguna manera, la sociedad española limita, por un lado, con quienes desearían perpetuar el pasado, y, por otro, con quienes se sienten frustrados por la inexistencia de una ruptura revolucionaria productora de entusiasmos históricos. En medio, la mayoría, suspicaz, simplemente se conforma con esta situación porque la considera inevitable. («Teoría del entusiasmo popular», El País, 4 de enero de 1979).

No es culpa de nadie si pensaron que la muerte de Franco supondría la purificación nacional, la levitación, la entrada automática en el paraíso. Convendría no olvidar que el franquismo ha dejado, como herencia, un país con mucho veneno dentro […]. La clase dominante y el Gobierno que la representa tenían bien claros los pasos que habían de dar para cubrir el período constituyente que nos acercara a las democracias occidentales. Pero esa misma clase y su Gobierno no están ya dispuestos a llenar la etapa siguiente, que es la transformación de esta sociedad desde el punto de vista socioeconómico y cultural («La manipulación del pesimismo», El País, 8 de diciembre de 1979).

El abandono de una dictadura de casi medio siglo, la entrada en una democracia pelona, un atentado político casi diario, un paro que podría provocar cualquier desbordamiento social, una recesión económica que hace al ciudadano cada vez un poco más pobre, una cultura que vegeta ante la indiferencia de la población, un vacilante proceso de integración/humillación con respecto a Europa, un intento de atarnos al carro nuclear atlántico, unos poderes fácticos que no acaban de entrar por el aro… ¿Quién dice que aquí no ocurre nada? […]. El hermoso edificio que Suárez y los demás nos prometieron está resultando ser apenas una chabola, poco habitable, rodeada de peligros, trampas y minas («¿Aquí no ocurre nada?», El País, 5 de agosto de 1980).

Los golpistas son tranquilamente magnificados en cierta Prensa, en ciertas declaraciones públicas y en no pocos círculos privados. A juzgar por las pintadas que se ven estos días, ¿de quién es la calle? ¿Cuándo empezarán los enardecidos derrotados a acusar de antipatria a los demócratas? Golpea, que algo queda. Ciertamente, aunque haya fracasado el golpe, sus promotores han logrado sembrar la inquietud en el país. El nudo gordiano de esta memoria colectiva maltrecha reside en el temor, la premonición o el convencimiento, un poco por doquier, de que el tercer golpe es posible y que, de producirse, sería el definitivo, Esa sensación desencadena antiguos reflejos condicionados en los demócratas y contribuye a elevar la moral de los sediciosos («La memoria cautiva», El País, 11 de marzo de 1981).

No obstante la libertad de expresión, todos parecían de acuerdo en que aún no era prudente mentar la bicha […]. El caudillo ya no era el caudillo, sino el general; la dictadura ya no era la dictadura, sino el régimen anterior […]. Mi impresión es que el inconsciente colectivo del pueblo español […] ha iniciado el proceso de revisión de Franco y de la dictadura. Una especie de versión light se está apoderando de esta historia, que, lenta pero segura, camina hacia la adulteración […]. ¿Así que pasen 15 años se podrá seguir diciendo, sin que te saquen los colores, que aquello fue una dictadura, y él, un dictador? Lejos de mí invocar odio alguno ni revanchas a estas alturas. Sólo me preocupa una cosa (y es historia): si el dictador llega a convertirse en prócer benéfico, ¿qué sentido tiene que Simón Sánchez Montero, por poner un ejemplo, resistiera la tortura casi hasta el límite de sus fuerzas? («El pacto de silencio», El País, 20 de febrero de 1988).

Entroncando con una larga tradición de ilustrados progresistas españoles -y anticipando en un cuarto de siglo elementos clave de la entonces excéntrica y hoy extendida crítica a la «Cultura de la Transición»iii-, Gabriel y Galán reivindica la necesidad de una profunda transformación intelectual y cultural del país, y denuncia su reiterado postergamiento por falta de voluntad política y en beneficio de expresiones culturales de escaso rango e intenciones dudosas:

Los mezquinos programas culturales de los partidos, hechos más por obligación que por convicción, carecen de fuerza global, están plagados de tópicos, vaguedades doctrinales y aburridas promesas electoreras. Por eso, en el fondo se parecen tanto los unos a los otros. En la presente campaña estamos viendo el peso específico que los partidos conceden a la cultura. Es un pegote, un añadido cómodo, habida cuenta de que las centrales sindicales no van a convocar manifestaciones exigiendo cultura («Subcultura para todos», El País, 25 de febrero de 1979).

El peligro viene de los pequeños mandarines de la cultura, escritores que confían bien poco en su obra y que se lanzan sibilinos hacia el poder con objeto de apuntalar la calidad de sus escritos, hacer que resuenen más, lograr prestigio por el camino de la presión y la componenda. La política cultural es el trampolín perfecto. Siempre abundaron en España estos ejemplares de lamprea multicolor […]. Cada cual se aferra bravamente a su parcelilla y administra el poder con avaricia, rodeándose de amigos que devolverán favor por favor, propiciando el resurgir de la propia obra gracias a cantos glorificadores pactados oportunamente. La culturilla va haciendo así su camino («Los pequeños mandarines de la cultura», El País, 26 de julio de 1982).

Miseria política de la Transición, miseria cultural de la Transición y, finalmente, miseria social de la Transición: si por un lado el escritor dedica afiladas diatribas contra el poder político y cultural que se instituye con el cambio pactado, por el otro regala, insistiendo en su afán de testimonio, pequeños espacios de homenaje a sus victimizados, a sus vigilados, a sus marginales absolutos, muy lejos de la estricta analítica marxista, pero muy cerca de ese humanismo dickensiano que el mismo Marx elogiase. Habla de los parados de la primera gran reconversión industrial, sacrificados en el altar de la convergencia europea: «Cuando el parado penetra en su túnel aparece en él un síndrome peligroso: la taciturnidad. Su rostro adquiere un tono macilento, su andar se hace arrastrado, decae el apetito y, por las noches, se debate en un desasosiego invencible: así es como el insomnio se convierte en una carrera contra el tiempo de la que obviamente saldrá derrotado cada mañana» («El túnel del parado», El País, 16 de abril de 1980). De los detenidos preventivos, aviso de lo que irá viniendo en endurecimiento penal y arbitrariedad securitaria («¿Qué le puede usted decir, señor, al preventivo que espera juicio en unas condiciones que usted conoce perfectamente por la lectura de los periódicos y por otros diversos informes? Déle unas cuantas razones convincentes que aplaquen su ira, su impotencia, esa sensación de que el mundo -usted- se le viene encima. Inocúlele un poco de paciencia. Dígale que ya es cuestión de poco tiempo, que todo está en trance de arreglarse, sobre todo si se observa desde una perspectiva histórica«, «Dígaselo al preventivo, señor», El País, 2 de octubre de 1982). De las mujeres que viajan a Londres a abortar, y de la industria del aborto privado que agita rosarios con una mano y hace caja con la otra: «Cien mujeres a 70.000 multiplicado por 24 viajes al año hacían un total de 168 millones de pesetas. El delegado de la organización que había preparado el vuelo charter a Londres sonrió levemente mientras daba un sorbo al vaso de whisky […]. En los rostros se reflejaba una tristeza expectante. Aquello no era una excursión turística, pero él ya estaba acostumbrado a la tensión ambiental, a las sonrisas forzadas, a algún tímido tartamudeo» («Viaje a Londres», El País, 25 de abril de 1985). Incluso de los alucinados del Palmar de Troya, recibidos a pedrada limpia por una turba violenta, apostólica y romana en Alba de Tormes: «Un linchamiento religioso a estas alturas no deja de ser una atracción exótica de cara a los Mundiales de Fútbol. Nos vamos pareciendo demasiado a Europa: los mismos ordenadores, los mismos coches, las mismas siderúrgicas: sólo acontecimientos como el 23-F o el intento de linchamiento de herejes a manos del pueblo vigilante mantienen viva esa imagen que nos acredita como país aún capaz de sorprender al visitante» («Goya y Buñuel, en Alba de Tormes», El País, 25 de mayo de 1982).

A «El Jaro», malogrado delincuente juvenil de cierta notoriedad en la época, dedica sendas piezas en 1979 y 1986, trasladando al diario de cabecera de la oligarquía transicional el mensaje de la descarnada épica de la clase desterrada de la Transición, del sonido caño roto y el cine transiploxtation (El pico, Perros callejeros, Fanny Pelopaja,…):

Los bienpensantes que inundan este país pueden seguir diciendo que quien la hace la paga, la sociedad puede seguir repartiéndose sus dividendos, los jueces pueden seguir cumpliendo con su deber, los policías con el suyo y también los padres, los reformatorios, los políticos… Que todos cumplan intachablemente sus deberes […]. Ahora que «El Jaro» ha muerto, las aguas vuelven a su cauce y aquí no ha pasado nada. El equilibrio ha sido restablecido. La gente de orden se siente aliviada cada vez que muere un bandido adolescente. Piensan que ganan tranquilidad, que se reanuda la filosofía de poder ir al cine por la noche. No se percatan de que el miedo lo llevan ellos dentro, y la desconfianza y la ruina («Víctimas y verdugos», El País, 8 de marzo de 1979).

El asedio no le impidió vislumbrar que las cosas se le estaban torciendo: los periódicos habían hablado demasiado de él, en su propia banda surgían síntomas de contestación, su figura carismática sufría la erosión de un tiempo que a esas edades resulta devastador y también el vacío de algunas derrotas íntimas. Le habían penetrado extrañas ansias de trascendencia, determinados descendimientos a la sentimentalidad, que, sin duda, eran interpretados como flaquezas: quería tener un hijo a toda costa, rápidamente, antes de que fuera, tarde; se encontraba muy solo, puede que incluso sintiera un miedo que disimulaba con altanería. Cada vez eran más perentorias las premoniciones […]. De ahí que valga la pena recordar a «El Jaro», que murió de un escopetazo a comienzos de 1979 en la calle de Toribio Pollán, de Madrid, cuando tenía 16 años. Dejó un hijo llamado David, que espera su hora correteando por todos los descampados de nuestra sociedad («El hijo de El Jaro», El País, 25 de febrero de 1986).

Gabriel y Galán extiende su activismo intelectual y su visión crítica de la Transición al específico escenario social y político extremeño. En junio de 1979, publica un texto de título provocador, en el que repasa con coraje y crudeza la historia de Extremadura, al mismo tiempo que en algunos pueblos de la región compañeros, hijos y nietos arrebatan al silencio, por propia iniciativa, con las propias manos y sin autorización gubernativa, algunos de los cuerpos enterrados cuarenta años antes en zanjas, cunetas y pozos:

La imagen más idónea es la de los campesinos de Badajoz, que durante la Republica consiguieron la propiedad de la tierra que trabajaban. No tardaría en llegar el General Yagüe al frente de sus columnas moras y, tras fusilar un poco por doquier, en especial y ejemplarizantemente a dos mil pacenses en la plaza de toros, devolvió las tierras a los terratenientes y puso las cosas en su sitio, volviendo así el campesino a su condición natural de bastardo. Hasta que el estado franquista, en un alarde de cinismo y demagogia, los metió en el Plan Badajoz, convirtiéndoles en colonos. Breve había sido su redención. Lo cierto es que desde tiempos inmemoriales la espina dorsal extremeña ha sido cruzada por innumerables generales Yagüe ¿Cómo en estas condiciones no aceptar la piel de bastardo, asumirla, sentir que incluso dentro de ella se pueden tener alegrías, como dar a luz a un hijo o morirse bendecido por el cura del pueblo? («Extremadura, la bastarda», Hoja del Lunes de Madrid, 18 de junio de 1979).

El artículo será contestado días después de su publicación por un hijo del propio general Yagüe, y despertará una virulenta polémica en Extremadura. Algunos meses después, en la entrevista con Marciano Rivero, el escritor detallará sus reflexiones sociopolíticas sobre la coyuntura extremeña, desde una perspectiva cercana a esa relectura en clave regional de la llamada «teoría de la dependencia» latinoamericana, abiertamente anticapitalista y decolonial, planteada por influyentes autores y publicaciones de la izquierda extremeña de la épocaiv en sincronía y sintonía con el movimiento popular contra la central nuclear de Valdecaballeros y por la Autonomía regionalv:

El extremeño aplaudía como movido por un reflejo condicionado a poco que Franco le tocara la campanilla. Y en Extremadura perviven hoy las mismas estructuras y los mismos condicionamientos. El cacique o el político de turno enviado por el poder central toca la campanilla y el extremeño le vota, lo que quiere decir que el explotador continúa beneficiándose del ancestral corsé que aprisiona al pueblo de Extremadura.

Extremadura pasa por ser un país tercermundista dentro del conjunto de España. Pese a encontrarnos ya lejos de la tradicional colonización decimonónica, esta tierra mantiene todavía con la metrópoli madrileña unos lazos de dependencia tan absolutos que hacen prácticamente imposible la existencia de unas relaciones basadas en la más estricta justicia.

La creación en nuestro país de un Estado Federal habría resuelto los insolubles problemas que estamos viviendo con este carnaval de las autonomías, que solo sirven para crear en las masas falsas ilusiones. Porque ya me dirá usted lo que podrá suponerle a Extremadura un Estatuto de Autonomía, una bandera o una Junta Regional, si los mecanismos de transformación económica, social y cultural siguen inmovilizados. La concesión de una autonomía para Extremadura podrá satisfacer en todo caso a ciertas vanidades ante el nuevo reparto de cargos, pero que nadie piense que se va a convertir en la panacea capaz de elevar nuestro nivel económico, social y cultural.

Si la lucha de clases es un hecho reconocido por las fuerzas de derecha, la lucha de intereses interregionales viene a ser otro hecho, reconocido en esta ocasión por la realidad y por la historia. Por tanto, solo la conciencia de la propia fuerza y una capacidad negociadora son los instrumentos válidos para lograr situaciones de equidad y de justicia.

Gabriel y Galán se alinea abiertamente con el movimiento antinuclear, que considera germen de una posible nueva conciencia regional, y reclama de la izquierda activismo de base y atención específica a la cuestión cultural, como fuerzas motrices del deseado cambio de rumbo histórico en Extremadura:

Da la impresión de que tanto al poder central como los políticos que el poder central envía como pretores a nuestra tierra, saben que fomentar la cultura del pueblo va en contra de sus intereses. De ellos no cabe esperar nada. Tendrán que ser los políticos de izquierda los encargados de poner un especial énfasis en este tema de la cultura. Y es que la política, sobre todo desde la perspectiva de las regiones marginadas, no es sólo la que se hace en el Parlamento. Por eso pienso que una política consecuente de izquierdas en Extremadura debería volcarse en las realidades cotidianas y estructurales del pueblo extremeño, más allá de la pura labor parlamentaria que en Extremadura suena a algo procedente de otra galaxia.

Pese a todo el pesimismo que he puesto de manifiesto a lo largo de esta charla, creo que hay atisbos, muy rudimentarios todavía, eso sí, para que la situación pueda cambiar, en base a ciertos conatos de concienciación regional, como puedan ser los ejemplos del rechazo de Valdecaballeros a la construcción de una central nuclear, la publicación de libros como Extremadura saqueada… Pasos importantes para que el extremeño tome conciencia real del terreno que pisa. Lo que hace falta es que estos primeros movimientos se vayan extendiendo como una gran mancha de aceite.

El escritor placentino, que a pesar de la distancia nunca pierde el hilo que le conecta y devuelve a su tierra de origen, se implica personalmente en estas tareas de agitación cultural, en compañías de inequívoca radicalidad ética y política, aunque sin renunciar a su posición de hombre de letras más cargado de preguntas que de certezas, independiente y fieramente autocrítico:

Hace unos meses se presentaba en una ciudad extremeña un libro sobre la región. En una encopetada cena, algunos de los implicados en el libro dirigimos unas palabras a los comensales. Me precedió el escritor Víctor Chamorro, que se largó una tremenda diatriba revolucionaria. Los ánimos de los presentes parecían irse soliviantando, los cuerpos se removían tensos en los asientos. A continuación intervine yo y dije que iba a hablar de cultura. Nada más oír esta palabra pudo percibirse entre la asistencia una especie de ¡uy! de alivio. Creo recordar que estuve duro, pero ya nada importaba: la palabra cultura era un hechizo que había alejado todos los peligros; los señores recuperaron su olor y las cosas su sitio natural. Incluso recibí parabienes y muchos mostraron su acuerdo con mi exposición. Por eso, hablar de cultura en esta sociedad tiene algo de vergonzante en cuanto uno percibe su efecto relajador, su utilización como coartadaCharme en Cultura, El País, 30 de enero de 1982).

En 1991, su novela Muchos años después obtuvo el premio literario de ámbito hispanoamericano Carranza, cuyo jurado componían los escritores Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Arturo Uslar Pietri y Gonzalo Torrente Ballester, y que le permite cumplir su nunca disimulado sueño de sumar, al prestigio crítico, el interés de públicos lectores más amplios. «He comprometido mi vida en la escritura de este texto […], trabajado formalmente casi hasta la extenuación«, explica en entrevista concedida al mismo diario en que ejerce de columnista (20 de mayo de 1991).

Será un triunfo inesperado y tardío a orillas de casi toda una vida en común con el infortunio: efectivamente extenuado por la enfermedad y el esfuerzo, José Antonio Gabriel y Galán fallece en Plasencia el 13 de marzo de 1993, a la edad de 54 años. En las casi dos décadas transcurridas desde entonces, su obra poética y novelística ha sido objeto de distintos homenajes, reediciones y estudios. No así sus piezas periodísticas, de una tensión crítica y cívica quizás excesiva para las instituciones y mercados de la culturilla dominante. No fue, como él mismo se adelantaba a aclarar, un político práctico, pero tampoco un intelectual complaciente, de esos que gustaba y gusta la Cultura de la Transición (y la Cultura de la Transición Extremeña). La actualidad y oportunidad de muchas de sus argumentaciones críticas saltan a la vista, en un tiempo en que, otra vez, calles y plazas -también aquí, en Extremadura- se interrogan, retumban, se estremecen y marchan al grito de «¡abajo el Régimen!».

Jónatham F. Moriche

Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, diciembre de 2012

http://jfmoriche.blogspot.com [email protected] @jfmoriche

Notas:

i Marciano Rivero Braña, Conversaciones en Extremadura, Univérsitas, Badajoz, 1981.

ii http://elpais.com/autor/jose_antonio_gabriel_y_galan/a/

iii «En un momento de transición democrática, en el que, al parecer, prima más la intensificación de la estabilidad que de la democracia, las izquierdas aportan, para poder participar, la desactivación de sus únicas bazas, la movilización social y la cultura. La cultura no sólo queda desproblematizada, sino que adquiere, precisamente, ese rol. Crea cohesión, da razón al Estado y elimina problemáticas. Hasta el punto de que la cohesión social en España no está sustentada en la economía o los derechos, sino en la cultura. En construcciones culturales. Es decir, en propaganda. La CT existe para comerse el conflicto. Es decir, para presentar como conflicto lo que al Estado le parece bien presentar como conflicto y para evitar que nazcan conflictos que no le interesan. El intelectual que quiera recibir honores, subvenciones o, simplemente, existir y seguir trabajando, debe colaborar en su proyecto de cohesión. Dándole la razón o, al menos, no quitándosela», «La cultura de la Transición existe para neutralizar el conflicto», entrevista de Enric Llopis a Guillem Martínez, Rebelión, 12 de noviembre de 2012 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=159021

iv José Manuel Naredo y otros, Extremadura saqueada, Ruedo Ibérico, Barcelona, 1978; Víctor Chamorro, Extremadura afán de miseria, Felmar, Madrid, 1979; Mario Gaviria y otros, El modelo extremeño, Popular, Madrid, 1980. Ver también Colectivo IOE, Extremadura, cuestión pendiente, Cáritas, Plasencia, 1990.

v El 11 de marzo de 1977, una multitud aprovecha la visita de los reyes de España para tomar la Plaza Mayor de Plasencia, abroncar a las autoridades locales y exigir Autonomía y desarrollo, hasta ser violentamente disueltos por la Policía Armada, que causa una treintena de heridos. El 14 de agosto de 1977 en Badajoz (no casualmente, aniversario de la toma y masacre franquista en la ciudad), miles de personas rechazan la nuclearización y reclaman la Autonomía en una marcha que termina con cargas, balas de caucho y bombas de humo, que los manifestantes resisten tras las primeras barricadas populares de la historia contemporánea extremeña. El 1 de septiembre de 1979, entre 30.000 y 50.000 personas acuden al llamamiento de más de un centenar de alcaldes extremeños encerrados y en huelga de hambre en el Ayuntamiento de Villanueva de La Serena (Badajoz) contra Valdecaballeros, marcha gigantesca que la autoridad gubernativa desautoriza pero que la policía franquista-ucedista no logra impedir. Son apenas tres polaroids sueltas de un período convulso, esperanzador y decisivo de la historia extremeña, del que no existe aún una historiografía crítica completa, y que es en consecuencia fácilmente escamoteado o falsificado en las autocelebraciones institucionales y las hagiografías de sus prebostes: la «CTEx», variante autonómica de la CT estatal, ha campado también aquí por sus respetos, generosamente irrigada con fondos públicos a mayor gloria de las camarillas culturales de la región. Pueden consultarse como alternativa algunas fuentes de la época, como los textos extremeños de Pedro Costa Morata, Mario Gaviria y otros autores en la revista Triunfo: http://www.triunfodigital.com/resbcombinada.php?descriptores=Extremadura&inicio=0&paso=10&orden=Titulo