La historia económica española tiene en El Corte Inglés un actor emblemático. Esta empresa se ha convertido en un caso de monopolio espacial de libro, tras la absorción, prácticamente sin coste, de su otrora competidor, Galerías Preciados. Ayuntamientos y comunidades autónomas tienden alfombra roja a la empresa con el argumento de que genera abundante empleo […]
La historia económica española tiene en El Corte Inglés un actor emblemático. Esta empresa se ha convertido en un caso de monopolio espacial de libro, tras la absorción, prácticamente sin coste, de su otrora competidor, Galerías Preciados. Ayuntamientos y comunidades autónomas tienden alfombra roja a la empresa con el argumento de que genera abundante empleo y satisface los deseos de los consumidores al abrir, en algunos lugares, 360 días al año.
Este auténtico monstruo de la distribución, al no cotizar en el Ibex, ha navegado -y lo sigue haciendo- en la opacidad, sin que trascienda apenas información sobre su funcionamiento o sobre las condiciones laborales de sus trabajadores. Ningún estamento ha presionado para conseguir esa información, y la mayoría de medios de comunicación siempre ha evitado la difusión de noticias que pudieran resultar negativas para la empresa. El semanario The Economist vinculaba este silencio con el hecho de que El Cortés Inglés lleva décadas siendo uno de los mayores anunciantes de España.
A pesar de su apagón estadístico, este gigante de la distribución ha sido siempre el termómetro del consumo en España. Su sistema de financiación gratuita del consumo -mediante la concesión de tarjeta de compra a sus miles de clientes-, su aparente ausencia de conflictividad laboral y su capacidad para soslayar las huelgas generales constituyen lo que en política industrial se conoce como modelo «líder-seguidor».
Pero algunas cosas pueden estar cambiando. En estos días es usual ver los grandes centros semivacíos, en gran medida por la crisis que está afectando a toda la economía, pero también por una política de precios que una parte de la sociedad, en los años de abundancia, interiorizó con la convicción de estar ascendiendo socialmente.
La primera señal de que se vislumbraban problemas fue la firma, en enero pasado, del Convenio de Grandes Superficies, sector en el que El Corte Inglés, por su volumen de empleo, ejerce un papel de liderazgo. El convenio sectorial incluyó un aumento de las horas de trabajo y la eliminación de los pagos por festivos, lo que ha beneficiado de manera clara a El Corte Inglés, cuyos centros en Madrid abren prácticamente todos los festivos del año. En la negociación fue determinante que los dos sindicatos mayoritarios en El Corte Inglés, Fetico y Fasga, sintonizan con la dirección -a este tipo de sindicatos se les denomina «de franja» o «amarillos»-, mientras que los sindicatos de clase son minoritarios. El PP de Esperanza Aguirre aprobó el convenio con el clásico argumento de que estimularía la creación de empleo. Pero lo que se ha conseguido hasta ahora es que los trabajadores existentes trabajen muchas más horas sin coste adicional para la empresa.
Adicionalmente, El Corte Inglés ha admitido -después de que la agencia norteamericana Bloomberg desvelara la noticia- que se encuentra en un proceso de reestructuración de la deuda, de más de 5.000 millones de euros, ante la reducción drástica de ventas. Para cuadrar el círculo y evitar un ERE, la empresa está invitando a muchos trabajadores a marcharse -algo que contempla el artículo 41 del Estatuto de los Trabajadores- con 20 días de salario y un máximo de nueve meses, resultado de la reforma laboral recientemente aprobada. Acometer un ERE obligaría a la empresa a airear toda la información sobre su funcionamiento, algo que, tradicionalmente, ha preferido evitar. Los sindicatos afines a la dirección comparten, también en este caso, la estrategia de la empresa. A este cuadro se añade la reciente sentencia de la Audiencia Nacional que insta a El Corte Inglés a acabar con la discriminación salarial entre hombres y mujeres.
El Corte Inglés, símbolo supremo del consumo en España, se encuentra en un momento crucial, de fuertes turbulencias. En juego está no solo la suerte de casi 100.000 trabajadores, sino de toda una cultura empresarial que había mostrado hasta ahora eficacia comercial y que ha tenido en la opacidad informativa y en la habilidad para controlar los movimientos sindicales dos de sus pilares fundamentales.
Artículo publicado en elmonopolitico.com