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Invasores y ocupantes imperialistas en Euskal Herria

Fuentes: Rebelión

Hace unos días se daba a la luz en «Rebelión» un artículo firmado por Carlos Aznárez, director de «Resumen Latinoamericano», titulado «Frente al inmovilismo de los invasores, la esperanza está en las calles», artículo aparecido también en el periódico de su dirección y en alguna que otra página «web» informativa. Comentar, matizar, rebatir y desmentir […]

Hace unos días se daba a la luz en «Rebelión» un artículo firmado por Carlos Aznárez, director de «Resumen Latinoamericano», titulado «Frente al inmovilismo de los invasores, la esperanza está en las calles», artículo aparecido también en el periódico de su dirección y en alguna que otra página «web» informativa. Comentar, matizar, rebatir y desmentir algunas de las afirmaciones que en él se vierten es el objeto de esta nota.

Desde luego, el artículo del señor Aznárez es de todo menos sibilino u oscuro; ya en el mismo título nos da una idea clara de por dónde se dirige su pensamiento al utilizar una palabra de resonancias rotundas: invasores. Uno, en su ignorancia, se puede llegar a preguntar legítimamente, ¿quiénes serán esos invasores?, ¿quiénes los invadidos?, ¿cuándo se produjo la tal invasión?, y lo más importante ¿cómo es que nadie lo había advertido salvo el señor Aznárez? Las dos primeras preguntas son rápidamente contestadas, ahora sí un poco menos directamente, por el propio texto: los invasores son España y Francia y los invadidos, los vascos y las vascas, es decir lo que él llama Euskal Herria. La respuesta a la tercera cuestión, no obstante, no aparece por ningún lado pero es seguro que el señor Aznárez, como responsable de una ya veterana publicación periódica, poseerá los medios necesarios para proceder a su averiguación y darnos noticias exactas de tan fabulosa exclusiva, resolviendo así de paso el misterio de la cuarta incógnita. Pero el señor Aznárez no se ha quedado en la mera invasión, sino que añade que Francia y España ocupan, y a la manera imperialista, Euskal Herria, la cual sufre, siguiendo la rica y novedosa terminología del autor, el yugo español y francés, no dejando claro si dicho apero es compartido entre ambos invasores o cada uno de ellos ha uncido su respectiva porción de vascos (y vascas, por supuesto) de manera autónoma. A pesar de todo ello, no queda demasiado explicitado cuál es la precisa naturaleza de esa ocupación, ni mucho menos en qué consiste el imperialismo franco-español, pero lo que sí parece es que esa actividad dominadora hispanogala, sí que ocupa, si no a Euskal Herria, sí al menos al señor Aznárez en redactar soflamas calenturientas más propias de la Argelia de los años cincuenta o de la Italia decimonónica que de las provincias vasco navarras de principios del siglo XXI. Todas estas ideas, si se pueden llamar así, sobre los supuestos imperialismos español y francés en estos territorios no deberían llamar demasiado la atención si no fuera porque no es la primera vez que en foros como éste y otros similares son emitidas, y porque en un sector no pequeño de la izquierda «abertzale» son crecientemente atendidas, sobre todo desde el último y enésimo viraje ideológico de este movimiento político que ha supuesto un nuevo alejamiento del socialismo y un afianzamiento de las posiciones más puramente nacionalistas.

Para el lector interesado en mis ideas al respecto, contrarias por supuesto a las del señor Aznárez, me remitiré a un artículo del que firma éste que están leyendo, titulado «Euskal Herria ante su pasado», y publicado hace unos meses en «Kaos en la red» en contestación a otro de Iñaki Gil de San Vicente en que expresaba las mismas teorías de manera un tanto más extensa [1].

Esperando, en todo caso, noticias de la invasión (o invasiones) saltamos desde el título al cuerpo del artículo y nos topamos con otra rotundidad dialéctica: «Euskal Herria, la nación de todas y todos los vascos«. Es reseñable cómo el nacionalismo vasco de izquierdas se suele arrogar la representación de la opinión de toda la sociedad. Suponiendo, señor Aznárez, y es mucho suponer, que usted pueda darnos una definición satisfactoria, y tan rotunda al menos como son el resto de sus afirmaciones, de lo que significa el concepto «nación», debo recordarle que, en todo caso, Euskal Herria sería la nación de los que creen que Euskal Herria es una nación, los cuales en el conjunto de los territorios que usted, y el nacionalismo, considera como vascos, son una minoría, por mucho que intente convencernos y convencerse de lo contrario.

Pero no todo va a ser discrepar del señor Aznárez. Coincido con él en que a los presos vascos se les debe respetar cuantos derechos la legislación nacional e internacional reconoce. No por el hecho de ser vascos, por cierto, sino por el hecho de ser personas. Y no sólo a los presos que la izquierda abertzale suele llamar «vascos», los que ellos consideran que están encarcelados a causa del conflicto político, sino también a aquellos olvidados por la izquierda «abertzale» cuando utilizan estos términos, que no son sino los vascos y navarros que han tenido la desgracia de caer en manos de la justicia cometiendo un delito sin tener un fin político (al menos en la dirección que al nacionalismo izquierdista le conviene) que al parecer lo justificara. Esos, señor Aznárez, también son presos vascos y navarros. Y he aquí señor Aznárez, una manera torticera de utilizar el lenguaje, otra más, al objeto de presentar al lector una visión distorsionada e incompleta de la realidad, en este caso para identificar, nuevamente, «vasco» con independentista. Pero volviendo al fondo del asunto, dentro de esos derechos, cómo no, está el de cumplir la pena en el centro más cercano posible al domicilio habitual del reo, derecho que les ha de ser reconocido merced a la legislación internacional que el Estado español ha suscrito y aceptado, legislación basada en una cierta ética cuyo eje fundamental gira en torno al respeto a los derechos humanos; derechos, por cierto, que la mayoría de esos «presos vascos» ha violentado gravemente o ha contribuido directa o indirectamente a violentar, cosa que el señor Aznárez y el discurso habitual de la izquierda «abertzale» suelen ocultar interesadamente.

El uso retorcido del lenguaje no se limita sólo a mostrar conscientemente una imagen más que falsa y deformada de la realidad, sino que nos enseña cómo de manera inconsciente se muestra la propia izquierda abertzale ante los demás, desvelando las claves ocultas de su ideología, la cual se ha ido alejando inexorablemente del socialismo, para acercarse a sus raíces añejamente nacionalistas, es decir liberales, y por tanto burguesas. Así, la utilización de alguna expresión nos puede ayudar en ocasiones a conectar esa oculta ideología burguesa con la que ostentan los campeones de la misma, el gobierno de los EE.UU. (estos sí, imperialistas de verdad), maestros e impulsores del actual «lenguaje colateral» [2], cuando leemos en el artículo de marras, y en boca de un familiar de uno de los «presos vascos», que éstos son «luchadores por la libertad«, curiosamente ésta la misma expresión utilizada por aquéllos que apoyaban y armaban a los «freedom fighters» que combatían a las tropas soviéticas y al gobierno socialista de Afganistán, los que luego serían los tristemente célebres talibanes. No se les ocurre decir, por ejemplo, que son combatientes del socialismo, o héroes de la clase trabajadora, o de la hermandad de los pueblos. No, son luchadores de la libertad, el fantasma predilecto del burgués. Yo, por mi parte, no voy a negar que ni unos ni otros fueran y son luchadores de la libertad, pero eso sí, no de la libertad de la sociedad vasca o afgana en general, ni mucho menos de sus clases trabajadoras, sino de la suya particular, en esto caso de los independentistas concretamente. De nuevo el señor Aznárez y los nacionalistas de izquierdas, pretenden presentarse ante todos, pero sobre todo ante sí mismos, como portavoces y representantes de los intereses de toda la comunidad, cuando lo cierto es que no se representan más que a sí mismos. Pero claro, cuando se presupone la existencia de una nación se ha de defender que ésta ha de tener una voluntad propia y única, voluntad interpretada y representada, claro está, por los que han descubierto precisamente esa nación.

Más adelante, Aznárez nos dice que a pesar del aluvión de votos (aluvión en algunos sitios, diría yo, pero esa es otra cuestión), y de cierta legalidad inestable, la paz no está a la vuelta de la esquina. De nuevo la elección de los términos traiciona a Aznárez pues, igual que le ocurre al autor de estas líneas, a muchos lectores probablemente la utilización del término «paz» les retrotraerá a viejas épocas pasadas en que nos querían dar de matute, utilizando esta misma palabra, la idea de victoria, ya que en mi opinión, éste es el concepto que subliminalmente quiere endosarnos el señor Aznárez. Lo que verdaderamente piensa o siente es que la victoria, es decir la independencia, no está a la vuelta de la esquina. Y no es casualidad que los nacionalistas vascos de izquierdas coincidan en esta manera de utilizar el lenguaje (como en otros puntos de su aparataje ideológico) con los nacionalistas españoles de derechas. No en vano el nacionalismo vasco, como el catalán, no es sino un reflejo del nacionalismo español, hijo histórico de la burguesía y, por tanto del capitalismo, pero esa es materia para otro artículo; aquí quede constancia sólo de otra conexión entre izquierda «abertzale» e ideología burguesa.

Pero Aznárez no sólo tergiversa y deforma sino que también engaña (o se engaña, que quizá sea peor, para él, por supuesto) cuando afirma que la ikurriña «como en tiempos del dictador Franco hoy está prohibida por el gobierno local de Unión del Pueblo Navarro (UPN)«. No obstante, como sabe o puede comprobar cualquiera que visite Navarra y su capital, se puede ver ikurriñas en balcones, bares, camisetas, pegatinas, etc. sin que ninguna autoridad moleste a aquellos que las exhiben o las portan; en algunas localidades de la provincia incluso no es raro verla ondear en edificios públicos, sobre todo en algún que otro municipio gobernado por la izquierda «abertzale». Por otro lado, si fuera cierto que estuviera prohibida no serían los gobiernos locales los competentes para llevar a cabo tan radical medida. Pero lo que tiene lugar en Navarra, señor Aznárez, y usted debe o debería saberlo como responsable de un medio de comunicación, no es la prohibición de una bandera, si no otras cosas muy distintas. Y son, por un lado, la reglamentación legal de los símbolos representativos de la Comunidad Foral que deben ser exhibidos en los edificios oficiales, símbolos entre los que no se encuentra la enseña de la Comunidad Autónoma Vasca, por lo que no cabe su izado en este tipo de sedes; y por otro, el rechazo que provoca en buena parte de la población navarra la exhibición de un símbolo que considera no sólo ajeno a ella sino muestra del irrespeto que blanden los nacionalistas vascos hacia los de su región y por tanto hacia su identidad. Aun así, la ikurriña es más que tolerada (y aun respetada) por una gran parte de la sociedad navarra. El señor Aznárez sabe, o por su profesión debería saber, que en la Comunidad Foral rige la Ley de símbolos de Navarra, en cuyo preámbulo, que por cierto destila mayor respeto y comprensión políticos hacia los proyectos contrarios que las soflamas de ciertos propagandistas de la izquierda «abertzale», se dice lo siguiente: «Las regulaciones legales anteriores sobre esta materia en Navarra no han contenido los elementos jurídicos necesarios como para que los poderes públicos pudieran ejercer con eficacia la corrección de las numerosas irregularidades que frente a su fondo doctrinal se han producido y se siguen produciendo en Ayuntamientos donde sólo ondea la bandera oficial de la Comunidad Autónoma del País Vasco, como única enseña, o donde ondea la bandera de la Comunidad Autónoma del País Vasco en unión de las de España y de Navarra, cuando es obvio que Navarra no forma parte de dicha Comunidad Autónoma. La presencia del símbolo autónomo vasco ondeando puede suponer dar una imagen distorsionada de una realidad institucional inexistente«. Distorsión que suele ser uno de los instrumentos predilectos de la izquierda «abertzale», añado yo y repito. La norma citada dice en su artículo 6.2 que «El uso público de la bandera de Navarra como distintivo de edificio o sede administrativa excluye el uso conjunto y simultáneo de cualquier otra con ella, salvo la de España, la de Europa, y la oficial en cada una de las Entidades Locales de Navarra, cuando ello proceda legalmente (…)«. Es decir señor Aznárez, y a riesgo de parecer reiterativo, lo único que dicta la ley es que en los edificios o sedes administrativos no se ha de exhibir la ikurriña, pues no representa a la Comunidad Foral de Navarra. Eso sí, en el artículo 8.3, la ley llega a permitir el uso de cualquier bandera de otra comunidad autónoma, sin excluir de ese uso a la ikurriña por supuesto, cuando extraordinariamente sea un acto de cortesía con autoridades de dicha Comunidad invitadas oficialmente por la autoridad competente del territorio anfitrión o en celebraciones ocasionales de hermanamiento entre entidades locales [3]. En la ley navarra, por tanto, no aparece interdicción alguna del uso de la ikurriña fuera de las sedes administrativas, siendo así la afirmación del señor Aznárez una simple falsedad. Sí es interesante recordar que esta misma ley es reiteradamente incumplida por alguna que otra corporación municipal gobernada por la izquierda «abertzale», sin que parezca que el famoso «yugo» español, aunque en este caso debiera decirse «yugo navarro», haga su aparición por ningún sitio.

Y en cuanto al supuesto apoyo por parte del público congregado en la plaza del ayuntamiento pamplonés el día del chupinazo al despliegue de la enseña vasca, nadie podrá negar que hubo un grupo de presentes que lo apoyó, así como nadie tampoco podrá negar que hubo otro grupo que manifestó su rechazo, como ocurre, por otra parte, casi todos los años, puesto que todo el que quiso pudo comprobar a través de la televisión cómo se formó una tremenda trifulca en la misma plaza en la que mediante el dialéctico uso de los puños, cada grupo expresó sus puntos de vista. Pero de esto, claro, el director de Resumen Latinoamericano no tuvo noticia, y si la tuvo, se la calla. Cierto que alguien puede pensar que aquellos que protestaron por la exhibición ostentosa de la ikurriña eran invasores imperialistas españoles disfrazados de sanfermineros. Todo podría ser, no lo niego [4].

Y, para ir terminando, más allá del tiempo y energía que uno gasta en intentar desactivar estas triquiñuelas dialécticas, he de expresar mi sorpresa por la acogida acrítica de cierta clase de artículos faltos de cualquier rigor, cuando no resueltamente peregrinos o mentirosos (como es el caso que nos ocupa), si proceden de la izquierda «abertzale», (la cual parece tener una cierta aureola de infalibilidad y carisma con la que fascina y enmudece a buena parte de la izquierda española), y cuyo único, si no objeto sí resultado, es fomentar por un lado la desinformación en general y por otro la desconfianza y el resentimiento entre los pueblos de España. En este sentido Rebelión debería ser algo más exigente a la hora de aceptar ciertos trabajos, por mucho renombre y solera que parezca exhibir el autor de los mismos.

Una precisión filológica para terminar, señor Aznárez: «Aske gunea» no significa en vascuence «muros populares», sino espacio (o territorio, o área) libre. Muros populares se diría «herri hormak» o «herri harresiak», salvo mejor opinión.

Notas:

[1] http://www.kaosenlared.net/especiales/e/asambleas-de-parados/item/49962-euskal-herria-ante-su-pasado.html

[2] Para profundizar en este concepto ver VV.AA.: Lenguaje colateral: claves para justificar una guerra. Páginas de espuma, Madrid, 2003.

[3] Ver Boletín Oficial de Navarra de 11 de abril de 2003 y BOE de 20 de mayo de 2003.

[4] Para ver imágenes del enfrentamiento: http://www.rtve.es/noticias/20130706/despliegue-gran-ikurrina-retrasa-chupinazo-sanfermines-2013/707400.shtml.

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