Análisis que no se han plegado a las presiones de la ideología dominante y de los poderosos medios a su servicio han venido caracterizando la «crisis» actual del capitalismo como parte de una nueva fase de la acumulación de capital de alcance planetario. Algunos hacen remontar sus orígenes a las últimas décadas del siglo pasado, […]
Análisis que no se han plegado a las presiones de la ideología dominante y de los poderosos medios a su servicio han venido caracterizando la «crisis» actual del capitalismo como parte de una nueva fase de la acumulación de capital de alcance planetario. Algunos hacen remontar sus orígenes a las últimas décadas del siglo pasado, entre los años 70 y los 90. Con especial gravedad en los países del Sur de Europa, sus consecuencias a día de hoy han supuesto agresiones y una degradación sin precedentes, desde hace más de seis décadas, de los derechos sociales y de la realidad de las condiciones de existencia de amplísimas clases y capas de la sociedad. «Conservadores» o «socialistas», los gobiernos se muestran cada vez más nítidamente como meros subordinados ejecutores de la dictadura económica del capital contra los trabajadores y los pueblos, sin reparar en adaptaciones restrictivas de la legislación ni en acciones represivas. Deslocalizaciones, liquidación de derechos laborales y precarización incesante del trabajo, hundimiento de los salarios (y, pronto, de las pensiones), extensión inaudita de situaciones de pobreza y de miseria, desmantelamiento de servicios públicos de primera necesidad y, con ellos, de conquistas sociales progresivas que llevó muchas décadas arrancar, desahucios y expulsión de miles de familias de sus viviendas que se acumulan en manos del capital financiero que ha provocado la crisis: estos son algunos de los signos y de los mecanismos de lo que, con razón, se ha calificado como un proceso de expropiación, de proporciones gigantescas y que sigue su curso acelerado, contra los trabajadores y el conjunto de las capas que constituyen las grandes mayorías sociales. Como si fuera una fatalidad, el gran capital y los ejecutores de sus dictados imponen masivamente un presente de empobrecimiento y, para muchos, de grandes privaciones, y un horizonte de futuro sin verdadera esperanza, que es especialmente grave para millones de jóvenes.
Paralelamente, el imperialismo norteamericano y sus aliados, en particular europeos, intensifican y multiplican las agresiones militares y todo tipo de operaciones desestabilizadoras en Oriente Medio, África y América Latina, invocando cínicamente los «derechos humanos» de los pueblos a los que masacran, al tiempo que acercan el peligro de conflagraciones y catástrofes todavía mayores: países enteros hoy arrasados, sus recursos expoliados, muertos que se cuentan por centenares de miles y desarraigados por millones, sociedades en precario; sin olvidar los asesinatos cotidianos, la tortura sistemáticamente organizada a escala internacional, las provocaciones a legítimos gobiernos de carácter progresista y a sus máximos mandatarios, el espionaje masivo a gobiernos y a millones de ciudadanos en todo el mundo… Todo ello con la cobertura cómplice o la colaboración servil de los gobiernos de la UE y la OTAN −entre ellos los españoles (el del PP ahora, como antes el del PSOE)−, poniendo de manifiesto que estas estructuras forman parte del engranaje de dominación imperialista al servicio de los intereses del gran capital.
A pesar del clamor de las movilizaciones sociales y de la masividad y firmeza de las respuestas, sobre todo sectoriales, que han venido produciéndose, es ostensible la desproporción que sigue habiendo entre la gravedad de los programas antipopulares que están siendo aplicados y la resistencia social que hasta ahora han encontrado. Hacer frente eficazmente a unas agresiones que no se explican solo por el programa o el talante de este o aquel partido (o dirigente) del sistema que ostente el gobierno de turno, sino por la naturaleza y dinámica actual del capitalismo, exige análisis y orientación política inequívocamente encaminados a luchar por otra sociedad y, desde luego, la organización indispensable para afrontar los desafíos gigantescos que ello plantea. A pesar de la desorientación y el desconcierto que el contexto propicia, no son pocos, seguramente, quienes hoy ven esta necesidad de organización para impulsar la resistencia social, reconstruir y extender conciencia sobre la naturaleza depredadora del capitalismo y acumular energías de transformación hacia una sociedad socialista. Comunistas con muchos años de combate militante y jóvenes luchadores que no tuvieron conocimiento directo de la enorme aportación de los comunistas, en España y en muchos otros países, a las mayores luchas populares del siglo XX −en defensa de la clase obrera, contra el fascismo, el colonialismo y el imperialismo−, sienten la urgencia de trabajar por la unidad de los comunistas españoles, por la recuperación del más poderoso instrumento de combate del que dispusieron los trabajadores y las capas populares contra la dictadura franquista, como un paso necesario para responder a los desafíos del momento.
Esta Reflexión compartida por los firmantes, comunistas españoles, es un enunciado de posiciones sobre algunas de las cuestiones que a nuestro juicio no debieran dejar de lado los procesos de reagrupamiento que están en marcha para que tengan el éxito que deseamos y se profundicen y extiendan sin demora. Ni aborda todas las cuestiones centrales ni, obviamente, desarrolla el análisis que propone sobre aquellas que sí toca.
* * *
1. Importancia del método para un verdadero reagrupamiento de los comunistas españoles
El proceso hacia la unidad de los comunistas españoles requiere tener muy presentes dos condiciones que, a nuestro juicio, son fundamentales para acercarnos a este objetivo:
1) La profundidad de la dispersión en la que hoy nos encontramos, en diferentes organizaciones y, gran parte de nosotros, fuera actualmente de cualquier organización. Esta situación, como se sabe, no data de ayer, se ha venido fraguando desde hace cuatro décadas, muy agravada a lo largo de las tres últimas. Es un hecho incuestionable que una amplia base de comunistas del Estado español se encuentra ahora fuera de cualquier estructura partidaria: muchos son veteranos que dejaron de militar en una organización hace años, otros son jóvenes que se sienten próximos a las ideas comunistas y que hasta ahora no se han integrado en una organización. Sin duda, todos comparten inquietudes ante las durísimas consecuencias de la dinámica del capitalismo para los trabajadores y el conjunto de las clases y capas populares, y muchos de ellos no querrán quedar al margen de un proceso cuyo objetivo no debe ser otro que poner en pie un PCE cada vez más fuerte para combatir contra ellas y por el socialismo. El combate por la unidad debe ser el de todos los comunistas.
2) La urgencia de la tarea por la unidad no debe conducir a precipitaciones voluntaristas, cierres en falso o acuerdos meramente superficiales. No debemos desconocer las diferencias de posiciones, sobre cuestiones de fondo, que nos han separado. Comprender suficientemente nuestra historia es condición imprescindible para conocer realmente la situación en que nos encontramos y poder orientar la actuación del PCE como partido de los comunistas españoles: como marxistas, el método a seguir no puede ser otro. Lo que planteamos no tiene nada que ver con abrir un plazo de reproches para lavar viejos agravios personales, sino con el análisis necesario de los factores internos y externos que redujeron drásticamente la presencia y visibilidad logradas por la organización comunista en las difíciles condiciones de la dictadura franquista. ¿Cómo y por qué hemos llegado a esta situación? Sin ningún perjuicio de la indispensable convergencia en la acción, ese análisis debe entenderse como la herramienta más segura para hacer avanzar de manera firme el proyecto unitario de levantar el partido de los comunistas españoles. Oponer análisis y urgencias de la acción sería encomendarse a un pragmatismo inconsistente, con grave riesgo de reincidir en el oportunismo, como sabemos por experiencia.
2. Necesidad de una perspectiva internacionalista sobre realidades y objetivos
No vamos a descubrir que, durante mucho tiempo, la mención ritual de referencias a la Gran Revolución de Octubre no ha impedido a dirigentes y organizaciones que se decían «comunistas» sucumbir enteramente al oportunismo y al reformismo, abandonando, de hecho, cualquier perspectiva de auténtica transformación social. Yendo al fondo de las cosas, lo que importa es no desconocer el significado de esa revolución ni el alcance de las aportaciones de Lenin. Tanto las «tesis políticas» como las «propuestas organizativas» y la «propuesta de Estatutos» sometidos por el Comité Federal del PCE al XIX Congreso del partido guardan a este respecto el más completo silencio1. ¿Hace esto justicia a una experiencia densa en enseñanzas a lo largo de casi un siglo de historia de la revolución socialista y de los más de 70 años de existencia de la Unión Soviética? Y, sobre todo, de cara a nuestra lucha de hoy y de mañana, ¿podemos permitirnos ignorarla y perseguir el objetivo de una sociedad socialista?
Pensamos, al contrario, que profundizar en el análisis del estancamiento y declive, primero, y de la destrucción, después, de lo que se llamó «socialismo real», y muy especialmente el del proceso que se dio en la Unión Soviética (factores externos de peso y factores internos, como la burocratización y sus gravísimas prácticas y efectos) es tan necesario como no perder de vista todos los hechos de esa enorme experiencia. Lo que comprende, también, desde la organización de uno de los más decisivos instrumentos políticos de combate y transformación social conocidos, a las enormes conquistas sociales impulsadas a través de la planificación económica, pasando por su excepcional capacidad de movilización de fuerza social para hacer frente y derrotar a las sucesivas agresiones de las potencias imperialistas y al nazismo. Estos logros deben tenerse en cuenta como elementos muy destacados del acervo de las fuerzas y movimientos que hoy se oponen a la dictadura mundial del gran capital y aspiran al socialismo.
Necesitamos seguir aclarando las causas de los hechos, sin dejar de atender a sus consecuencias. Es innegable que la destrucción de un proceso revolucionario y la reestructuración social acelerada que conlleva no se hace sin dejar perdedores. De un lado, dentro de los países que constituían la URSS, un empeoramiento trágico de las condiciones de existencia de muchos millones de personas; para ellos, un retroceso de muchas décadas en todos los ámbitos de la vida que se refleja en el hundimiento experimentado por indicadores básicos de «bienestar» social2. Es indudable que mucho han perdido también los pueblos de los países destruidos por la rapiña imperialista, agudizada tras la caída del contrapoder que representaba la Unión Soviética. Y tampoco han quedado indemnes los trabajadores y los pueblos del Mundo que sufren las embestidas de un capitalismo liberado de su pesadilla, que golpea con violencia las condiciones de vida de la mayoría y arrasa apresuradamente derechos. El debilitamiento acelerado del llamado «Estado del Bienestar», el impulso de las privatizaciones, el reforzamiento de la explotación de la fuerza de trabajo, el desamparo creciente al que están abocadas millones de personas en los países de mayor desarrollo capitalista… ¿no tienen, acaso, nada que ver con lo que un ideólogo del sistema, en su exageración, pretendió tomar como anuncio del «fin de la historia» que más molesta a los grandes intereses dominantes?
Si, como señala la 2ª tesis política propuesta al XIX Congreso del PCE3, «la actual situación europea revela, de forma nítida, los verdaderos objetivos del proceso de construcción europea iniciado en los años 50 del siglo pasado y acelerado con el tratado de Maastricht» (de 1992, suscrito por el gobierno de Felipe González), ello tampoco es ajeno al derrumbe de la Unión Soviética y el antiguo bloque socialista. Esos objetivos son los que dictan a las instancias de poder europeas los intereses del gran capital, bajo la hegemonía indiscutible de las grandes corporaciones alemanas. El euro es un instrumento principal de su dictadura, para empobrecer a los trabajadores y someter a los pueblos. Ello no ha sido obstáculo, hasta ahora, para el alineamiento de la UE con el imperialismo norteamericano, cuya supremacía militar en la OTAN no es menos incontestable. UE y OTAN son piezas del engranaje de «carácter imperialista en defensa de los intereses de las grandes transnacionales y de hostilidad hacia los gobiernos populares».
Es necesario ser consecuentes con nuestros análisis. La UE no es reformable. Es una máquina de guerra contra el poder adquisitivo y los derechos de los asalariados; refuerza la destrucción de los servicios públicos, la explotación y la carrera por el beneficio capitalista con la supresión de las barreras aduaneras en nombre del libre mercado. Todo ello en un contexto mundial de proliferación de guerras, de aniquilación de Estados soberanos, de nuevas carreras de armamentos, de sometimiento creciente a las grandes transnacionales de las necesidades esenciales de la humanidad: la salud, la alimentación, la educación y el medio ambiente.
Alimentar ilusiones de un retorno a «tiempos mejores» dentro de las reglas del capitalismo, invocando políticas «keynessianas», es desconocer la naturaleza de la dinámica en curso, o engañarse sobre ella. Lamentablemente, propuestas imbuidas de estas ilusiones no carecen de predicamento entre componentes muy destacados del «Partido de la Izquierda Europea». Todo lo contrario. Obsesionados por hacerse aceptables para los centros de poder del capitalismo, acaban apareciendo como su carta de reserva, agravando la confusión, la división y las frustraciones en el campo popular.
No es posible hacer una política económica favorable a las grandes mayorías sociales sin soberanía monetaria y financiera, y ésta no puede existir sin salir del euro. No hay hoy soberanía de los pueblos de Europa maniatados por una UE bajo hegemonía alemana que impone la dictadura del capital. La salida del euro no asegura por sí sola la soberanía popular, pero sin ella no hay proyecto progresivo posible de una «Europa de los pueblos». Ocultar esta realidad o admitirla discretísimamente y a modo puramente protocolario para en realidad relegarla al olvido, alegando la dificultad de condiciones de la batalla, es engañarse y engañar a los pueblos. Es, también, en un contexto de severa crisis social, facilitar la explotación demagógica de este abandono por el fascismo, disfrazado de defensor de los intereses «nacionales», con los riesgos que ello conlleva. El camino más seguro para no ganar conciencias y no cambiar correlaciones de fuerzas a favor de los trabajadores es el de renunciar a los objetivos y los combates necesarios.
3. Recuperar plenamente la centralidad irrenunciable de la clase obrera
Los cambios que el desarrollo del capitalismo ha venido produciendo, a lo largo de muchas décadas, en la organización de la producción, la composición de la fuerza de trabajo y la estructura social no invalidan, en absoluto, el papel central de la clase obrera en la elaboración de toda la política del Partido Comunista, ni la atención prioritaria al movimiento obrero y sindical que es consustancial a sus objetivos. Al contrario, los refuerzan. Los documentos presentados al XIX Congreso del PCE no omiten proclamarlo en distintos pasajes4. En la práctica, sin embargo, la línea general de actuación del sindicalismo mayoritario es una demostración de la extrema debilidad del trabajo comunista en los sindicatos, empezando por la falta o profunda insuficiencia de orientación clara, cohesionada y coherente de los comunistas en un frente de lucha tan decisivo como éste. Muchos comunistas constatan y sufren regularmente las consecuencias de esta situación. Entre ellas, la generalización del descrédito de los aparatos sindicales y de un discurso anti-sindical que oculta o no identifica el verdadero origen de los problemas −ni, por consiguiente, las respuestas adecuadas− y que, por ello, solo puede favorecer a los intereses patronales.
En su propuesta de «tesis sindical» los dirigentes del PCE se declaran «conscientes de que pueden existir divergencias con planteamientos que defiende lo que hoy es la mayoría de CC.OO. en temas de cierta importancia» (pág. 38); e igualmente, añaden más adelante, «conscientes de una pérdida de credibilidad generalizada que va más allá de los sindicatos y también ha afectado a la mayoría de la izquierda política» (pág. 39). Pero estas frases aclaran muy poco: para entendernos, ¿»pueden existir» o existen efectivamente «divergencias» con orientaciones que prevalecen en los sindicatos mayoritarios en general y CC.OO. en particular? ¿Cuáles son y hasta dónde llegan esas «divergencias»? ¿De qué «temas de cierta importancia» se está hablando?
Definir las orientaciones de nuestro trabajo en el movimiento obrero y sindical y preparar a los comunistas para ganar influencia en su seno exige, como condición necesaria, identificar sin ambigüedades las políticas y los métodos sindicales que consideremos perjudiciales para los intereses inmediatos y estratégicos de la clase obrera. ¿Acaso pueden los comunistas confundirse en una práctica sindical que, no solo recientemente sino desde los años de la llamada «Transición», ha sido fundamentalmente de colaboración y gestión (del «factor trabajo»!), de renuncia a toda contestación profunda de la hegemonía patronal y de las políticas que la sirven? «Sin la colaboración, por activa o por pasiva, de las centrales sindicales mayoritarias, una parte importante del cronograma expropiador de la actual fase del capitalismo no sería posible»5. Una de las peores consecuencias de ello, si no la peor, según el análisis citado, es: «La liquidación cotidiana, en el puesto de trabajo, en el corazón de las relaciones sociales y de la lucha de clases, de la autonomía de las clases subalternas. Derrota cotidiana y permanente de la conciencia de clase aplastada por maquinarias burocráticas productoras al por mayor de los valores de resignación y de sumisión». Desgraciadamente, este análisis, radicalmente crítico, es, a nuestro juicio, fundamentalmente certero.
Una situación tan profundamente degradada y a lo largo de tanto tiempo no puede afrontarse con vaguísimas consideraciones sobre posibles «divergencias» y descréditos «generalizados». Antes que nada, no podemos permitirnos ocultar o disimular la naturaleza y el alcance de los problemas. Porque es imprescindible propiciar con urgencia un esfuerzo de clarificación y organización por parte de los comunistas con el objetivo capital de lograr todo el apoyo que se pueda entre los trabajadores para un cambio de rumbo en el movimiento sindical, y −por nuestra historia− particularmente en CC.OO.: por un sindicalismo combativo y movilizador, que impulse las iniciativas de lucha y la democracia obrera, sin más ataduras que las de su vinculación firme y consecuente con la clase obrera, ni más condicionamiento que la defensa permanente de los intereses de ésta.
Esta tarea es de absoluta prioridad para los comunistas y viene a subrayar la necesidad de un tipo de organización partidaria acorde con ella. La misma «tesis sindical» del XIX Congreso del PCE proclama que la constitución de organizaciones de base del Partido «de centros de trabajo o de sectores productivos concretos es una de las tareas prioritarias de las políticas organizativas de este Congreso» (pág. 38). Pero, al margen de una referencia fugaz a «la recuperación de Agrupaciones de sectores de producción y de empresas» como objetivo a perseguir («Tesis organizativas», 6, pág. 75), el documento no hace mención alguna en ninguna de sus partes al hecho de que la desaparición de las células sectoriales y de empresa, su disolución, no fue el efecto de un proceso espontáneo sino la consecuencia de una decisión adoptada e impuesta… desde 1975, al margen de los Estatutos y del Congreso del Partido (el VIII, celebrado en 1972), por la dirección que encabezaba S. Carrillo. Y no sin desacuerdos y, a veces, la oposición de sectores de la militancia. Como ahora, el problema que se planteó entonces no era de nombres: que llamemos «células» o «agrupaciones» a las estructuras de base del Partido no pasa de ser una anécdota. Lo importante de verdad es que con la sustitución de la organización prioritariamente sectorial por otra exclusivamente territorial, se debilitaba y disolvía la capacidad de actuación del Partido allí donde se expresa, en primer término, la contradicción entre capital y trabajo. Esta contradicción fundamental fue desplazada del centro de la política partidaria, quedaron severamente desdibujadas la naturaleza e identidad de clase del Partido y éste fue abocado a la pérdida de su fuente más decisiva de fuerza.
La experiencia demostró, en poco tiempo, la falta de proyección y la inoperancia de las nuevas «agrupaciones», incluso a efectos electorales. Las posibilidades reales de una efectiva participación democrática de la militancia en la elaboración de la política del Partido se redujeron a su mínima expresión. La posición del partido se decidía lejos de los centros de la principal contradicción social y tampoco llegaba a ellos. Este tipo de organización era coherente con la metamorfosis de un partido concebido históricamente para impulsar y organizar la lucha en una estructura que renunciaba, de hecho, a toda perspectiva de transformación revolucionaria de la sociedad, con una organización de «afiliados» (en el mejor de los casos), inerte, sin vida política, de mero acompañamiento. Los efectos liquidadores de esta reestructuración impuesta son hoy una realidad innegable que es imposible afrontar sin un análisis que explique fehacientemente de dónde viene.
Como innegable es también la contribución (subordinada y legitimadora) de la dirección del PCE que encabezaba S. Carrillo a la constitución del «régimen» de la «Transición», con las limitaciones y condicionamientos que hoy es común reconocer al desarrollo de la democracia y a la aplicación de todo programa político verdaderamente progresista. La documentación del XIX Congreso anuncia el «fin de ciclo (…) de la superestructura jurídica y política heredada de la Transición» (pág. 28), pero omite toda referencia al proceso constituyente de esta herencia y al papel que en él jugó la dirección del Partido antes, durante y después de 1978. Tanto el golpe de mano a la estructura partidaria como el freno a la formidable movilización obrera que precedió a ese año se dieron, muy precisamente, en ese contexto. Analizarlo sin cortapisas y en todas sus implicaciones es un imperativo para superar las debilidades actuales y recuperar el Partido de los comunistas españoles. No es de ajustar cuentas con el pasado de lo que se trata, sino, justamente, de situarnos a la altura de los combates necesarios de hoy y de mañana.
4. Una política de alianzas no puede ser el sucedáneo del Partido Comunista
«IU como tal −afirman las «tesis organizativas» del XIX Congreso (pág. 69)− es una política de alianzas, una parte organizada del bloque crítico». Los propios documentos del Congreso resaltan, sin embargo, la importancia de hacer «visible» la presencia específica del PCE (págs. 30 y 42). Es indudable que la presencia pública del PCE «como tal» es, desde hace tiempo, muy débil y desdibujada. Aun teniendo en cuenta distorsiones mediáticas para ocultar toda actividad que se reivindique «comunista» −salvo para combatirla−, las razones de esta imagen y esta presencia diluidas del PCE son en gran medida internas.
¿Qué implica, si no, el deber de doble afiliación (al PCE y a IU) que conlleva la adhesión al PCE, elevado a principio estatutario (artículo 119 de la propuesta de Estatutos sobre la que habrá de pronunciarse el XIX Congreso: documentos, pág. 112)? ¿Qué significa la renuncia del PCE a favor de IU, blindada en los mismos Estatutos («expresa cesión…»), a «la concurrencia electoral y la presencia institucional directa» (art. 112.3, pág. 111 de los documentos del Congreso)? Lo que choca en este planteamiento no es el hecho en sí de la presentación habitual de las candidaturas electorales dentro de una estructura de alianzas, ni tampoco la actuación coordinada con los aliados en el seno de las instituciones. Lo que llama la atención es la renuncia expresa a la autonomía del Partido y su inscripción como principio constituyente (estatutario) del PCE. Evidenciando la confusión entre el Partido y su política de alianzas, el artículo 83 de los Estatutos (¡del PCE!) recoge un «protocolo financiero» en los siguientes términos: «En relación con las subvenciones públicas que percibe IU, ésta reconoce el derecho del PCE a percibir una parte de las mismas como contraprestación a su renuncia a presentar candidaturas propias en los procesos electorales» (pág. 103).
Lo que se percibe como una disolución de hecho del Partido en otra estructura nacida de una «política de alianzas» no es, pues, solo una imagen deformada (interesadamente o no) desde fuera de él. Las «funciones del PCE −se dice en las «tesis organizativas» del XIX Congreso− son todas las de un partido político, excepto presentarse a las elecciones» (pág. 69). ¿En qué tipo de partido se está pensando? La confusión entre Partido y alianzas suma consecuencias aparentemente contradictorias: anula casi toda «visibilidad» del PCE, fortalece a las posiciones más alejadas de una práctica «comunista» (que muy a menudo encarnan individualidades que militaron en el PCE) y, a la vez, debilita los lazos de convergencia con aliados que se pueden ver reducidos a la consideración de apéndices.
Desarrollar una política de alianzas que influya y aglutine cada vez más al amplio espectro de clases y capas sociales que sufren en sus condiciones de trabajo y de vida la depredación desenfrenada a la que les somete el capitalismo, es una tarea de la máxima necesidad e importancia para los comunistas. Izquierda Unida puede ser un camino para esa convergencia. Pero a esa fuerza alternativa deben sumarse nuevos colectivos y personas que IU no ha sabido atraer hasta ahora, para construir el movimiento político y social, amplio y participativo que se necesita. La movilización contra la agresión incesante del gran capital y sus agentes, en todos sus frentes (por el trabajo y los salarios, las pensiones, la vivienda, contra el desmantelamiento de los servicios públicos, contra las guerras y desestabilizaciones imperialistas…) debe ser el eje para construir esa fuerza y hacia ella debe volcarse el esfuerzo de los comunistas. Nuestra acción institucional no puede disociarse de la movilización y será tanto más eficaz cuanto más se apoye en ella y la estimule. Como se dice en los documentos del XIX Congreso del PCE, es de vital trascendencia «que se evite cualquier posibilidad de aparecer como legitimadores de los recortes frente a los que luchan contra ellos, lo que quebraría el proceso de acumulación de fuerzas y toda nuestra estrategia» (pág. 66). Corresponsabilizarse en la gestión −»por imperativo legal» se ha llegado a decir− del empobrecimiento dictado contra vastas capas de la sociedad puede condenar al alejamiento de sus sectores más combativos y favorecer al mismo tiempo la inconsciencia de clase… y el avance del fascismo. ¡De este calibre son los problemas a los que nos enfrentamos!
* * *
El reagrupamiento de los comunistas en España no puede ser tarea fácil. Se equivocaría quien lo entendiera como un acto voluntarista. Requerirá mucho trabajo de análisis y discusión sincera, de confluencias a todos los niveles, partiendo de la realidad de la dispersión existente, dentro y fuera de estructuras organizadas, y de las realidades en las que la situación actual hunde sus raíces. Deseamos un trabajo fructífero al XIX Congreso y que sea un apoyo para todos los que deseamos seguir avanzando en el camino de la unidad de los comunistas.
Firmantes: Joaquín Sagaseta, Miguel Medina Fernández-Aceytuno, Arturo Borges, Fernando Sena, José María Alfaya, José Manuel Rivero, Arón Cohen, Javier Doreste, Pedro Limiñana, José Ramón Pérez Meléndez, María Victoria Calvo, Alejandro Pérez Peñate, Noemí Santana
Notas:
1 Información del Comité Federal del Partido Comunista de España, nº 49, «XIX Congreso del PCE», http://www.pce.es/descarga/doc_xix_congreso_pce.pdf
2 El periodista francés Henri Alleg, veterano militante anticolonialista y comunista, nos dejó un lúcido y preciso testimonio en El gran salto atrás (Le Grand bond en arrière. Reportage dans une Russie de ruines et d’espérance, publicado en 1997 y, en edición de bolsillo, en 2011, Le Temps des Cerises y Editions Delga).
3 Las citas que siguen están tomadas de las páginas 23 y 24 del documento consultado en línea.
4 Pág. 31 y, especialmente, en la «tesis sindical», págs. 37-40.
5 La frase entrecomillada y las siguientes que también lo están son de Joan Tafalla en Procesos de constitución de clase, procesos constituyentes de fuerzas políticas, procesos constituyentes de nuevos estados, pero… ¿qué opina el pueblo soberano? El trasfondo de un material de discusión que no aspiraba a ser libro; http://acampadamerida.blogspot.com.es/2013/09/la-izquierda-intervencion-de-joan.html. El libro en cuestión es el de J. Miras y el propio J. Tafalla, La izquierda como problema, Ed. El Viejo Topo, 2013.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.