Estudiante de doctorado en el departamento de castellano de la Universidad de Yale, militante del sindicato de estudiantes de doctorado GESO, Luis Martín-Cabrera no pudo permanecer en Yale por su actividad sindical y por sus afinidades marxistas, y tuvo que finalizar su tesis en la Universidad de Michigan, donde, por supuesto, siguió siendo militante del […]
Estudiante de doctorado en el departamento de castellano de la Universidad de Yale, militante del sindicato de estudiantes de doctorado GESO, Luis Martín-Cabrera no pudo permanecer en Yale por su actividad sindical y por sus afinidades marxistas, y tuvo que finalizar su tesis en la Universidad de Michigan, donde, por supuesto, siguió siendo militante del sindicato de estudiantes, GEO, y del de profesores contratados, LEO.
Actualmente es profesor del departamento de Literatura la Universidad de California, San Diego, uno de los pocos focos de marxismo vivo en el país de Zinn. Como él mismo suele señalar, Martín-Cabrera tiene el inmenso privilegio de que allí, donde ahora trabaja, le hayan precedido Herbert Marcuse, Carlos Blanco Aguinaga o Angela Davis. Mejor atalaya para su visión crítica y libre no es concebible.
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Cuando fallece Derrida el 10 de octubre del 2004, señalabas, el New York Times publica un obituario muy agresivo plagado de lugares comunes, irónico y realmente fuera de lugar: el muerto no se podía defender. Por qué hace esto el New York Times, me preguntabas. ¿Por qué lo hace te pregunto yo?
Yo creo que hay por lo menos dos razones: una por anti-intelectualismo, Estados Unidos es un país profundamente anti-intelectual, y la crítica al estilo de Derrida cae en un suelo fértil, incluso cuando lo hace el New York Times, porque en el fondo hay un culto a la transparencia y la simplificación de conceptos complicados y complejos. Derrida era una herida permanente en el ego de cierta intelectualidad anglosajona acostumbrada a glorificar la efectividad de la comunicación sobre la complejidad de los conceptos filosóficos. Y lo segundo tiene que ver con el objeto de la crítica derrideana, la metafísica occidental. No voy a intentar resumir aquí, porque no me siento capaz, el proyecto filosófico de Derrida, el desmontaje de lo que el llama el falogocentrismo occidental, cierta jerarquía de significados y de poder que se manifiesta dentro del lenguaje a través de la «differance» como imposibilidad de clausurar el significado de un texto, pero sí hay que señalar que esa crítica inspiró muchas cosas buenas en el feminismo anglosajón, en la crítica queer y en el pensamiento anti-colonial del Tercer Mundo y eso hizo daño a la aristocracia intelectual gringa. Por ejemplo, en «¿Puede el subalterno hablar?» Gayatri Spivak reconoce en Derrida, más que en Foucault, el fundamento filosófico de su crítica a la representación de sujetos subalternos en la historiografía occidental sobre la India.
Pero había que seguir dándole palos al muerto para que se muriera del todo y por eso, Yale que finalmente era la institución responsable de haber introducido a Derrida en la academia norteamericana se aprestó a pedirle a uno de sus chicos, un ex estudiante de doctorado, David Mikics que escribiera la primera biografía del intelectual francés, Who was Jacques Derrida?. Ahí se ve bien la trayectoria intelectual de Derrida en Estados Unidos. Mikics básicamente explica que Derrida fue creíble en Yale mientras fue recibido como un filósofo escéptico, cuando la deconstrucción se entendía como una filosofía que apoyaba el final de las ideologías porque, en su entendimiento más superficial y simplificado, proponía que el lenguaje no permitía alcanzar verdades absolutas. Ahora bien, cuando Derrida viaja a Sudáfrica y vuelve diciendo que no todo es deconstruible, que la «Justicia» es y debe permanecer como el afuera absoluto de la deconstrucción misma, lo único no deconstruible, ahí se acaba el romance de amor con Yale. Me consta que en los años noventa el Departamento de francés de Yale escribía en sus cartas de aceptación para estudiantes de doctorado «si estás interesado en la deconstrucción y el postestructuralismo no vengas a este departamento».
La ruptura ya es total cuando Derrida escribe Espectros de Marx y afirma contra Fukuyama y los defensores del final de la historia que no puede haber futuro sin Marx, sin un cierto Marx. Como marxistas podemos no estar de acuerdo con la lectura de Derrida, pero todos deberíamos leer y tomar en serio «Marx e hijos» la respuesta de Derrida en Demarcaciones espectrales a las críticas de los marxistas a su texto. Ahí Derrida nos propone a quienes nos seguimos identificando como marxistas que rompamos el vínculo paterno-filial con Marx, en nombre de otra herencia de su pensamiento.
Estas palabras todavía resuenan en alguno de nosotros. Personalmente en mi libro Radical Justice traté de recoger ese guante y pensar en los desaparecidos de España y el Cono Sur como una experiencia espectral de la historia que exige otra justicia por-venir. Lo digo no por autopublicitarme, sino para mostrar que, de repente, Derrida y las madres de la Plaza de Mayo están más cerca de lo que parecen.
Está muy bien esto que señalas. En su momento, Francisco Fernández Buey, nada derridiano como es sabido, también me habló positivamente de Espectros de Marx como libro valiente y contracorriente.
Derrida inspiro, de hecho, muchas cosas disímiles, unas más radicales otras más aristocráticas, pero de lo que no hay duda es de que su filosofía es mucho más que el culto a un modo de escritura opaco. Y para utilizar a Derrida con y contra él, tratarlo de seguir matando después de muerto es un síntoma que generará el retorno incesante de su espectro y su filosofía.
En la prensa de España, no en la alternativa, concretamente en El País, se suele o solía hablar con frecuencia de Harold Bloom. Era, es un autor muy respetado, Anagrama ha traducido gran parte de su obra. ¿Cuál es tu opinión?
En mi opinión, Harold Bloom representa desde hace tiempo lo más reaccionario y patriarcal de los estudios literarios en Estados Unidos. Su obra además es un fraude intelectual de dimensiones masivas. En 1973 Bloom publicó un libro vagamente interesante La angustia de las influencias para explicar la evolución de la poesía romántica. Adhiriéndose a un freudianismo ciertamente simplificado Bloom explicaba la evolución de la poesía romántica como un problema de separación entre padres e hijos con mecanismos de defensa y deseos parricidas incluidos que después se manifestaban en distintas estrategias retóricas y tropos literarios. Lo interesante es ver como esta línea heteropatriarcal e imbuida de cierto espíritu cabalístico desemboca en El Canon occidental, el libro que le lanza a la fama internacional y el que provoca que El País y Anagrama se apliquen a promocionarlo.
En La literatura en la construcción de la ciudad democrática Vázquez Montalbán decía que Bloom y otros cruzados del canon actúan como si la literatura fuera una pobre virgen indefensa acosada por los apetitos lascivos de marxistas, lesbianas, gays, feministas e intelectuales de color. Las resonancias heteropatriarcales del juicio de Vázquez Montalbán vienen muy al caso, porque la tesis fundamental del libro de Bloom es que la literatura sólo puede ser buena o mala y que, el hecho de que la mayoría de los autores sean varones blancos angloeuropeos es simplemente una casualidad. Esto es teóricamente insostenible, primero porque niega desde una posición puramente autoritaria las relaciones entre literatura y política, por un lado, y literatura y poder, por otro, ¿cómo va a ser la literatura un discurso protegido y aislado de las operaciones de poder? Habría que escribir en una probeta, a lo Margaret Thacher, sin sociedad, para que eso fuera así. Y por otro lado, el libro de Bloom actúa como si las nociones de «calidad literaria» y «originalidad» fueran eternas e inmutables cuando en realidad son históricas y tienen su origen en la modernidad literaria en general y en el romanticismo en particular. En este sentido, no es una casualidad que Bloom sea un estudioso del romanticismo británico, aunque parece no poder pensarlo históricamente.
Por eso, me parece que Bloom representa la reacción frente a la llegada de los sujetos marginales a la literatura y a la crítica literaria, como si los bárbaros estuvieran a las puertas de la polis. El éxito que tiene en España y otras partes tiene que ver, para usar a Bloom contra sí mismo, con la ansiedad que produce en ciertos hombrecitos de letras ser cuestionados y tener que ceder parte de su autoridad frente a la llegada de esos «bárbaros».
Y además de todo esto la construcción de Bloom como crítico es un fraude. En las entrevistas que se le hacían en El País y otros medios Bloom siempre aparecía como un intelectual de gran autoridad, un lector voraz y multilingüe capaz de juzgar y jerarquizar todas las literaturas del mundo, un genio. Sin embargo, una profesora de Yale me contó que andaba con una libreta por el Departamento de Español, apuntando nombres de novelas y autores y que, muy probablemente, leía después, si leía, en traducción. En la parte dedicada a literatura latinoamericana, si no recuerdo mal, dice que Borges, García Márquez y Neruda son la columna vertebral del sistema literario latinoamericano, pero que con el tiempo el escritor que se impondrá a todos ellos es Alejo Carpentier. Curiosamente Roberto González Echevarría, un colega de Bloom en el Departamento de Español, es especialista y ha hecho su carrera promoviendo y estudiando la obra de… Alejo Carpentier. Una coincidencia, una coincidencia nada más.
Permíteme una vuelta al pasado ahora que hablabas de fraudes intelectuales. Aquellas críticas de Sokal y Bricmont, aquellas denunciadas imposturas intelectuales, ¿te parecieron ajustadas? ¿Te lo siguen pareciendo?
Entiendo la irritación que puede producir la escritura de Derrida o de Lacan, entiendo, hasta cierto punto, la indignación que le producen a Sokal y Bricmont el estilo y la moda que impusieron los postestructuralistas franceses (Derrida, Lacan, Deleuze, etc.) en la academia norteamericana, pero creo que al final terminan por cortar grueso, como dicen en Argentina, por no separar el polvo de la paja.
Está claro que el derrideanismo inspiró todo un séquito de imitadores que copiaban los aspectos más superficiales de su estilo de filosofar y escribir, está claro que en algún momento Social Text y otras revistas académicas sucumbieron a ciertas modas académicas y perdieron un rigor intelectual que nunca debieron haber perdido, pero de ahí a concluir que todo el cuerpo de conocimiento que estamos discutiendo en esta entrevista es un fraude y una impostura intelectual va un trecho muy grande, una distancia insalvable. Para hacer una analogía es como si yo afirmara «en algún momento del siglo XIX la biología sirvió para sustentar conceptualmente al pensamiento eugenésico, por lo tanto la biología no sirve y es toda racista».
Cuando Sokal reveló el engaño mucha gente conservadora y un buen contingente de perezosos intelectuales respiraron tranquilos. «Ya os lo decía yo que todo esto no era más que un fraude, no hay que leer nada». Pero la realidad es más complicada, porque la acusación de escribir opaco era un asalto antiintelectual que, como explicó Judith Butler, ha servido para atacar posiciones feministas, queer, marxistas y otros discursos relacionados con la teoría crítica y los sectores de izquierda en la academia. Social Text cometió un error con Sokal, pero es un Journal de izquierdas con números que tienen un indudable valor político. Por ejemplo, en el 2005 hicieron un número monográfico sobre la huelga de estudiantes de doctorado en New York University.
Lo que quiero decir es que los argumentos de Sokal y Bricmont justifican, consciente o inconscientemente, un racionalismo empírico radical que me parece cuestionable si no peligroso. Al final lo que quieren imponer Bricmont y Sokal son los criterios de evaluación de las ciencias duras a las humanidades y las ciencias sociales. Si hiciéramos eso eliminaríamos de raíz el pensamiento crítico de las universidades norteamericanas. ¿Quién defiende eso en la universidad hoy? Los think thanks de extrema derecha que promueve la cuantificación con criterios empíricos de los aprendizajes en las universidades, y la «racional choice theory» para los que conceptos como el inconsciente son simplemente un estorbo en su pulsión infinita por reducir toda experiencia humana a una serie de ecuaciones matemáticas y silogismos. ¿Cómo cuantificaría yo cuánto aprenden mis estudiantes de poesía de la guerra civil? ¿Cómo podríamos explicar la guerra civil empíricamente como el resultado de decisiones racionales derivadas de datos duros?
Los criterios de las humanidades son diferentes, lo cual no significa -ahí si les doy la razón a Bricmont y Sokal-que no seamos capaces de explicarlos y ejercerlos. Desde afuera los argumentos de Bricmont y Sokal pueden parecer muy convincentes, pero desde dentro abonan la dominación de las ciencias duras sobre las humanidades, la reducción del pensamiento crítico a una ideología cuantitativa y empírica que cuenta además con toda la financiación y el apoyo de los directorios universitarios. Si todo sigue igual nuestros estudiantes de doctorado se van a transformar en ciberesclavos que corrigen empíricamente exámenes de literatura en un computador. Lo de pensar y escribir quedará para los ricos de Stanford o Yale que se puedan permitir el diálogo socrático y el pensamiento crítico. No digo que Sokal y Bricmont justifique esto, digo que sus críticas abonan estas tendencias hegemónicas en la academia.
A mi, que como sabes soy un defensor de muchas críticas de Sokal y Bricmont (ambos, por cierto, son pensadores de izquierdas), no me parecen en absoluto desacertadas estas precisiones que acabas de apuntar. No acabo de ver, eso sí, permíteme la descortesía en un entrevistador, que quieran imponer criterios de evaluación de lo que llamas ciencias duras (o de las ciencias formales asociadas) a las humanidades y ciencias sociales. Cuando Bricmont escribe textos político-sociales no lo hace del mismo modo que cuando publica papers sobre mecánica cuántica.
Si puedo abusar un poco de ti, te pregunto -es la última- por esos criterios que señalabas. Los criterios de las humanidades son diferentes, afirmas. ¿Cuáles son esos criterios entonces? ¿No están totalmente definidos? Un racionalismo empírico radical, afirmas también, te parece cuestionable si no peligroso. ¿Dónde está su peligrosidad?
Parte del problema es este: en el Teorema de Fermat no hay ningún espacio para la subjetividad ni el afecto, si los números se suman y las cuentas salen da igual que el matemático sea de derechas o de izquierdas o que sea un psicópata. Pero para leer «Vientos del Pueblo» de Miguel Hernández hay de partida ya una decisión política que implica estudiar a un autor comunista, abordar o no abordar su comunismo (estudios sobre Miguel Hernández que reducen esto a una nota al pie sobran) y además queda también por definir el afecto como categoría analítica, ¿qué afectos moviliza su poesía en medio de las trincheras? ¿Cómo recibimos esos afectos hoy? ¿Puede haber política y poesía revolucionarias sólo con la razón o hacen falta afectos?
¿Significa esto que no haya ningún criterio de rigor intelectual? No, claro que no. Si tu basas tu interpretación en datos falsos de la historia (i.e. si yo dijera que a Miguel Hernández lo mataron los comunistas) o en darle a las palabras un significado que no tienen, eso no sería aceptable ni riguroso. El problema es que con todos esos criterios objetivos como por ejemplo hacia la crítica genealógica (buscar todas las fuentes de un texto) no se «lee nada», porque leer implica movilizar la imaginación crítica y a la imaginación crítica no se la puede depurar de cierta subjetividad, ni de la política, ni del afecto, porque eso es domesticarla.
¿Cómo juzgar eso, cómo distinguir el polvo de la paja? Tal vez buscando comunidades de lectoras que validen la parte no objetiva de una investigación en las humanidades. El problema es que ese lugar común de un publico lector y evaluador lo ocupan las Universidades, las editoriales académicas y, crecientemente, las fundaciones privadas que financian proyectos y que operan con criterios de mercado y quitan y ponen reyes y reinas, glorifican ciertos libros y no otros. Habría que sacarles el poder de decidir esas cuestiones.
Seguro que Bricmont y Sokal escriben diferente de distintos temas, pero en el fondo están pidiendo criterios de rigor intelectual que se parecen más a los de las ciencias: hipótesis y resultados verificables un leguaje claro, etc. Lo quieran o no este discurso les acerca por ejemplo a la gente más conservadora del «assesment movement». Estos «intelectuales», al servicio de las industrias de la educación y del Partido Republicano, piensan que los profesores de las humanidades somos unos charlatanes que estamos ideologizando a sus hijos con engañifas pseudoacadémicas y que hay que someternos a criterios cuantitativos estrictos que verifiquen exactamente qué enseñamos en las aulas y qué publicamos en las universidades.
Las universidades norteamericanas, con todos sus defectos, son uno de los pocos espacios que no están completamente sometidos a la lógica militar de mercado. Por eso, el «assesment movement» es una manera burda de tratar de someternos definitivamente y de ahogar nuestras voces. Personalmente si mi discurso se pareciera al de esta gente, si yo fuera Bricmont o Sokal, me daría que pensar quiénes son mis aliados y quienes mis antagonistas.
¿Quieres añadir algo más?
Darte las gracias por invitarme a pensar en todas estas cuestiones y recordar el largo camino por ese mundo incierto y paradójico que son las universidades norteamericanas. Es un placer tenerte ahí como compañero y aprender no sólo de todo lo que nos une, que es mucho, sino también de nuestros desacuerdos críticos cuando los hay, porque el camino y la meta son los mismos. Aunque nos acusen de ontologizar el comunismo, creo que el comunismo es uno, pero se dice de muchas maneras y, por eso, lo importante es que sigamos pensando colectivamente y buscando las herramientas para liberarnos de esta cotidianeidad insoportable.
Muchas gracias a ti, por tu esfuerzo, por tu militancia y por tus más que interesantes reflexiones. Piensas (muy bien) con tu propia cabeza como nos aconsejaba el Ché Guevara.
Notas:
[1] http://www.nytimes.com/2004/10/10/obituaries/10derrida.html?pagewanted=1&_r=0
[*] La primera parte de esta entrevista puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=179357. La segunda en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=179681. La tercera en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=180001
Salvador López Arnal es nieto del cenetista asesinado en mayo de 1939 -delito: «rebelión militar»-: José Arnal Cerezuela.
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