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Gamonal: entre la izquierda y la identificación colectiva

Fuentes: Rebelión

Hace unos años, una serie de grupos y organizaciones antifascistas, anarquistas y socialistas, tanto ingleses como escoceses, decidieron confluir para formar un partido político estable. A todos ellos les unía su oposición al capitalismo y la vía del New Labour, y, más allá de la retórica habitual de la izquierda anticapitalista, su principal preocupación era […]

Hace unos años, una serie de grupos y organizaciones antifascistas, anarquistas y socialistas, tanto ingleses como escoceses, decidieron confluir para formar un partido político estable. A todos ellos les unía su oposición al capitalismo y la vía del New Labour, y, más allá de la retórica habitual de la izquierda anticapitalista, su principal preocupación era poner las cuestiones que atañían a la clase obrera en el foco de la acción política. La Independent Working Class Association (IWCA) lleva desde el inicio de sus días intentando canalizar las demandas de los trabajadores de los council estates (proyectos públicos de vivienda de carácter más o menos uniforme destinados a alojar a familias de renta baja) británicos, enfrentándose cara a cara a la ultraderecha que intenta pescar votos de trabajadores blancos en las aguas revueltas de las barriadas con altas tasas de desempleo, y denunciando el falso dilema de tener que elegir entre los conservadores o el New Labour.

Quizás su análisis de la sumisión inconsciente de buena parte de la izquierda al discurso thatcherista de fragmentación feudal de la sociedad y de la espiral descendente provocada por las identity politics que acaba en destinos reaccionarios, sea el más interesante dentro de todos los partidos radicales británicos, Socialist Worker Party o coalición RESPECT incluidos. Para ejemplificar su actitud de intentar hacer que fuesen los propios habitantes de los estates los que ejerciesen el poder político en los mismos, la IWCA adoptó un eslogan conciso y contundente: «Working-class rule for working-class areas» o «Gobierno de la clase obrera en áreas de clase obrera». Es de suponer que los fundadores de la IWCA estarían muy satisfechos de haber sabido que, casi veinte años después, los habitantes de un barrio a miles de kilómetros de los estates que ellos querían representar, pero en condiciones no tan diferentes, llevarían a la práctica su eslogan.

Porque ésa ha sido la historia de Gamonal que ha saltado a los medios. Un barrio que se nutrió en los años 60 de inmigración proveniente del éxodo rural, afligido por el paro, gobernado por un consistorio que es incapaz de adaptarlo al paso del tiempo, por desidia o desinterés, y que hace unos meses empezó a protestar contra el proyecto de construcción de un bulevar que lo atravesaría y mutilaría. Un bulevar con un coste de más de 8 millones de euros, que dejaría a la mayoría de vecinos incapaces de aparcar (de la forma precaria a la que ya se ven obligados a hacerlo). La historia la cuenta con detalle Ignacio Escolar, haciendo hincapié en el combo de abandono del gobierno municipal hacia el barrio y corrupción inmobiliaria rampante en Burgos (Escolar 2013)⁠. Cuenta con un protagonista interesante: el mismísimo promotor de la obra del bulevar con aparcamiento privado es un empresario de la construcción condenado por corrupción urbanística a siete años y tres meses de prisión, de los cuales, misteriosamente, sólo llegó a cumplir nueve meses. Tiene una alta influencia en la política municipal y autonómica, y es propietario de un grupo de comunicación con varios periódicos.

Tras meses de protesta pacífica, estallaron finalmente los disturbios en el barrio al empezar las obras. La narrativa en los medios era curiosa: en Antena 3 Noticias, por ejemplo, se hablaba de «violencia en una protesta vecinal contra unas obras» pero se tranquilizaba al espectador al afirmar que las mismas continuarían una vez pasados los enfrentamientos. Daba la casualidad de que el conflicto coincidió con choques entre la policía y jóvenes de otro barrio trabajador, éste en Melilla. En este caso sí que se mencionó la alta tasa de desempleo, mientras que en el caso de Gamonal la sensación que le quedaba a uno tras ver el informativo era que unos cuantos gamberros se habían dedicado a reventar una protesta vecinal. Vándalos por un lado, y cuatro vecinos que se habían quejado un poco, pero ningún problema, porque en breve las obras continuarían y se terminarían. Como se ha sabido después, eso no ha sido así, y tras enfrentamientos prolongados entre la policía y los vecinos, el ayuntamiento ha dado marcha atrás en el proyecto, al menos por ahora, y el bulevar ha quedado sin construir.

El seguimiento del conflicto en medios de comunicación de izquierda y en redes sociales había sido intenso, apoyando la lucha de los vecinos y vitoreando cada nueva noche de caceroladas y barricadas. Cuando se conoció la paralización de las obras, la alegría fue generalizada. El problema es que el debate se volvió a trasladar al consabido eje rotatorio de «violencia sí-violencia no». En varias ocasiones, las opiniones parecían quedarse en alabanzas a las gónadas de los trabajadores que viven en ese barrio, y a proclamar que, de exhibir ese comportamiento, todo cambiaría y numerosas demandas hasta ahora ignoradas, serían tenidas en cuenta.

Es un problema que el debate en la izquierda tienda a dar vueltas en torno a manifestaciones visibles conflicto y no a los procesos que delimitan los bandos de ese conflicto, desarrollados entre bambalinas, pero en nuestra opinión, mucho más relevantes. En el caso de Gamonal, lo que ha motivado una actuación colectiva ha sido en gran medida la identificación colectiva de los vecinos del barrio como agraviados por dos problemáticas relacionadas y que se retroalimentan: la desigualdad material y el déficit democrático.

Desigualdad material porque en un barrio con una guardería a punto de cerrar por falta de 13.000 euros, el dinero municipal, el de todos los ciudadanos, se iba a destinar a un bulevar que no parecía destinado a resolver las necesidades del barrio, sino que de hecho iba a a acrecentarlas en algunos aspectos (como por ejemplo, la falta de aparcamiento que comentábamos). En un barrio especialmente afectado por el paro derivado de una crisis económica causada por intereses como el del propio impulsor del proyecto, la visión a medio y largo plazo no era de mejoría. Déficit democrático porque, la falta de previsión de mejoría no se podía achacar a la simple falta de recursos, sino a la desviación de los mismos para satisfacer intereses ajenos, no de los vecinos. Es decir, los vecinos pudieron constatar como su representación democrática era prácticamente inexistente. Su voz, su opinión en cómo destinar los recursos de todos, iba a pasar desapercibida, porque la de otro u otros pesaban mucho más. Isidro López compara este desarrollo de frustración participativa con el caso de un diseño urbano que habría intentado cambiar la disposición de las paradas de autobús y que tuvo que tirarse atrás al ver encima del mismo a los jubilados que no querían cambiar su rutina al usar el transporte público. Este plan tenía en cuenta una suerte de participación ciudadana, pero una que la reducía a dejar opinar a los ciudadanos sin que tuviese ningún efecto en el resultado final (López 2014)⁠. Es decir, a oír sin escuchar.

Algo a lo que parece suscribirse Victor Soriano Piqueras, que escribía en el Huffington Post a favor del proyecto, defendiendo la necesidad de «marginalizar el aparcamiento» y mostrando su tristeza porque una «masa social» hubiese tomado la calle para protestar contra la construcción del bulevar. Para Soriano, el proyecto era un paso hacia «ciudades a escala humana, que sirvan para la interrelación social, para el comercio, para el ocio, para el juego de los niños o el paseo de los adultos». De hecho, considera que la participación de los propios ciudadanos en los procesos urbanísticos «ha conducido hasta ahora a resultados indeseados y técnicamente incorrectos». Hay que tener en cuenta que lo que Soriano defiende era un proyecto urbanístico que no iba a «maginalizar el aparcamiento» en pro de una ciudad más sostenible o la potenciación del transporte público. Como explica Ignacio Escolar en el artículo que hemos citado, el proyecto urbanístico consistía en la construcción de un bulevar con aparcamiento privado, con plazas de alto coste que además ni siquiera serían en propiedad, sino en alquiler de 40 años. Eso no es incentivar otras formas de transporte que no sean el coche. Eso sería considerar irrelevantes las necesidades de transporte, de unos vecinos que tienen que desplazarse, sea para el trabajo o para su vida cotidiana. Y eso a Soriano parece no importarle, porque para él lo relevante es un análisis técnico que llega a una conclusión determinada, y si los propios afectados en la misma están en desacuerdo, están equivocados. El razonamiento es altamente incongruente si se tiene en cuenta que según Soriano, el proyecto se inscribía en la dirección de hacer las ciudades «pensadas para la joie de vivre» (sic) (Soriano 2014)⁠.

Sería interesante saber cómo determina Soriano mediante la «técnica» Soriano la forma de hacer que los ciudadanos disfruten y gocen de la vida, según la expresión francesa que utiliza, máxime cuando parece considerar que los propios vecinos no tienen voz ni voto en el tema. ¿O es que piensa que la «joie de vivre» que quiere promover el proyecto va a ser la de otros, no la de los vecinos del barrio? ¿Qué sentido tiene hacer ciudades a para la «interrelación social», como dice él, de otras personas que no incluyen ni por asomo a los trabajadores que viven en el propio barrio? ¿Será un proyecto que permitirá a gente con alto nivel adquisitivo pasear por el barrio y contemplar a los vecinos, como si fueran turistas, o como si visitasen un zoo?

Es de esta forma en que creemos que, con la confluencia de la desigualdad material y el déficit en la representación democrática, los vecinos pudieron verse a sí mismos como un sujeto colectivo, receptor de un agravio unitario, y por tanto, responder de forma agregada al mismo. No es tanto el que respondiesen con cacerolas, piedras, gritos o votos, sino el que los que sufren una injusticia se percibiesen a sí mismos como sujeto colectivo afectado por una problemática común y capaz de ejercer una respuesta, dirigida de forma concreta. Por supuesto, a ello ayudan años de una tradición asociativa y de convivencia comunitaria de antiguo pueblo reconvertido en barrio, trato cotidiano y relación interpersonal que parece que se daban en el barrio (Gómez 2014). En comentarios y viñetas posteriores al estallido del conflicto se quería representar a España como un mapa repleto de cerillas, de las cuales, la que estaba encendida y supuestamente iba a desencadenar la llamarada, estaría en Gamonal. Esa imagen convive con las continua indignación de parte de la izquierda sobre la «pasividad» de los trabajadores españoles ante la situación socioeconómica: explicaciones de economía sumergida, «alienación» del ciudadano medio o teorías de la conspiración sobre «cortinas de humo» urdidas por taimados políticos de los que se dice que son capaces de manipular a las masas pero a la vez, perder las elecciones (Miranda 2013)⁠.

El problema es que mientras la izquierda se empeñe en intentar ver los productos finales, como los disturbios y las llamaradas, y no el proceso subyacente que ha llevado a que se articule con esas fronteras de identificación de «nosotros los vecinos de un barrio trabajador versus un ayuntamiento que ni nos escucha ni hace uso de los recursos para resolver nuestros problemas», lo que va a hacer es crear humo. Es por eso que es hasta cómico el leer a algunos insistir en la caricatura del 15-M como únicamente un agitar las manos delante de la policía o extrañas derivaciones supersticiosas de biodanzas u observadores de chemtrails. A riesgo de simplificar, e intentando captar su forma más básica, el 15-M se generó en gran parte por la interacción de los dos ejes de desigualdad material y déficit democrático. De un lado, un elevado paro juvenil y falta del futuro de bienestar material que supuestamente se había acordado de forma implícita entre generaciones. Del otro, un régimen representativo que parecía reducido al turnismo más decimonónico posible, y aquejado de numerosos casos de corrupción.

Saber generar y canalizar este proceso de autoidentificación colectiva ante un agravio, y en especial, la certeza de que es posible responder al mismo de forma agregada, es clave para llevar a cabo un cambio político de envergadura y profundidad. Y aunque pueda parecer algo excepcional o difícil, no se trata de una tarea necesariamente imposible. Al describir el proceso de ascenso al poder de Rafael Correa en Ecuador, Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, Íñigo Errejón observa cómo se trata en todos los casos de figuras que «desplegaban un discurso refundacionalista que reunía a todas las dolencias sociales y las articulaba contra el orden imperante» (Errejón 2013)⁠. El contexto de América Latina y Europa del Sur puede ser diferente, pero no absolutamente incompatible en cuanto a dinámicas sociales.

Hoy en día una mayoría de la población está viendo como sus recursos materiales son reducidos en pro de los intereses de una élite, y las instituciones democráticas que supuestamente deberían servir para canalizar sus reivindicaciones, parecen prestar mucha más atención a la voz de elementos dentro de ese grupo privilegiado, que a la suya. Sería útil que el énfasis de la izquierda, por tanto, se dirigiese a resaltar la existencia, y el crecimiento agigantado de esa desigualdad material y a ofrecer representatividad real y tangible a problemas cotidianos, como de hecho ya están haciendo las distintas Plataformas de Afectados por la Hipoteca, mareas. Sería ésa una forma de redibujar las fronteras de los actores en el escenario político capaz de cohesionar una mayoría social rupturista. Es por eso que es un tanto deprimente y desesperanzador que, semanas después del conflicto en Gamonal, uno de los temas más candentes en los medios de difusión y comunicación de la izquierda, y en sus redes sociales, sean las discusiones acerca de nuevas o viejas candidaturas, a veces en términos muy agrios y acusaciones ya clásicas. Todo ese esfuerzo que se vuelca en acusar a gente que hace propuestas de ruptura con el status quo de «perjudicar a la izquierda» o de «dividirla», es extraño. Parece que la preocupación esté únicamente depositada en el bienestar de ese ente abstracto, esa metáfora que es «la izquierda».

Por volver al análisis que hacían los militantes de la IWCA que mencionábamos anteriormente, resulta interesante recordar una entrevista realizada a uno de sus portavoces en el boletín del Red Action (uno de los partidos que se agrupó para fundar la IWCA, compuesto por militantes del trotskista Socialist Worker Party, que habían sido expulsados del mismo por protagonizar enfrentamientos callejeros violentos con bandas fascistas). En ella, el entrevistado afirmaba:

1, Any agenda must be dominated by what interests the working class rather than what preoccupies the Left. 2, What interests particular working class communities is not likely to bear any resemblance to the issues that occupy the Left, […] (Red Action 1997)⁠.

En Gamonal ya se ha dado, aunque sea de forma parcial, ese «working- class rule for working-class areas» que preconizaba la IWCA. Está por ver si en el resto del estado se va a cumplir lo que sugerían en la entrevista citada: si la agenda política va a estar marcada por aquello que preocupa a la izquierda, o por contra, por lo que preocupa a los trabajadores. Es decir, por los intereses y agravios que han sufrido y continúan sufriendo, y que permitirían trazar una conciencia política mayoritaria con voluntad y, sobre todo, con posibilidades de cambio.

http://rotekeil.com/

Referencias citadas:

Errejón, Í., 2013. Sin manual, pero con pistas: algunas trazas comunes en los procesos constituyentes andinos (Venezuela, Bolivia, Ecuador). Viento Sur. Available at: http://vientosur.info/IMG/pdf/VS128_I_Errejon_Sin_Manual.pdf.

Escolar, I., 2013. Qué está pasando en Burgos. Eldiario.es. Available at: http://www.eldiario.es/escolar/pasando-Burgos_6_217738233.html.

Gómez L. «Gamonal es sinónimo de resistencia.»El Pais [Internet]. Burgos; 2014 Jan 15. Available at: http://politica.elpais.com/politica/2014/01/14/actualidad/1389726363_777780.html

López, I., 2014. Vecinos, ecologistas, tecnócratas. Available at: http://lasarmasdebrixton.wordpress.com/2014/01/16/el-gamonal-vecinos-ecologistas-tecnocratas/.

Miranda, A., 2013. «El debate soberanista en Cataluña no es más que una cortina de humo para evitar que la gente se cuestione el capitalismo.» Larepública.es. Available at: http://www.larepublica.es/2013/12/video-alberto-miranda-el-debate-soberanista-en-cataluna-no-es-mas-que-una-cortina-de-humo-para-evitar-que-la-gente-se-cuestione-el-capitalismo/.

Red Action, 1997. Declaration of independence. Interview with the IWCA. Red Action Bulletin.

Soriano, V., 2014. ¿Ciudad de «pijos», ciudad de «obreros»? Huffington Post. Available at: http://www.huffingtonpost.es/victor-soriano-i-piqueras/ciudad-de-pijos-ciudad-de_b_4590498.html.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.