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Placeres de la vida

Fuentes: Areitodigital

Más allá del íntimo placer de compartir con nuestros seres queridos, uno de los fundamentales gozos de la vida, cuando uno está de viaje en Cuba, existen otros placeres que en el caso nuestro como cubanos sentimos profundamente. Unos de estos sentimientos es el poder disfrutar andando y palpando aquello que nos hace pertenecer raigalmente […]

Más allá del íntimo placer de compartir con nuestros seres queridos, uno de los fundamentales gozos de la vida, cuando uno está de viaje en Cuba, existen otros placeres que en el caso nuestro como cubanos sentimos profundamente. Unos de estos sentimientos es el poder disfrutar andando y palpando aquello que nos hace pertenecer raigalmente a esa querida isla nuestra.

Es que para mí, una vez allá, con sólo despertar, al oler ese aire singular; al ver la luz de ese cielo con su azul especial y ver sus rayos cayendo entretejidos entre las ramas de los árboles y de las pencas de las palmas; al caminar con tranquilidad por la casa, el patio y saludar a los vecinos de tantos años, logro felicidad.

Ah, entonces al pasear por las calles de mi Habana, a pie a o en carro, los placeres se multiplican. Uno de los paseos que más disfruto es salir en carro con mi querido perro, Negro. Negro es un stanford, como le dicen en Cuba o los american staffords, fiel, disciplinado y, aunque ya entrado en años, fuerte, siempre feliz de acompañar a donde quiera a uno de los dos jefes, o a los dos, de su pequeña manada.

A veces tomamos por la Quinta Avenida de Miramar y de otros lares. Bulevar de extraordinaria belleza, cuyo paseo central se mantiene limpio y lleno de flores y árboles, algunos mantenidos podados con bellas formas, sin ninguna ramita fuera de lugar. Esta gran avenida es probablemente la de mayor extensión de la ciudad, sino una de las de mayor extensión. Comienza en las orillas del Río Almendares y termina en Santa Fé, viejo pueblo marítimo, ahora convertido en barrio, camino al Mariel, después de cruzar entre otros, los barrios de Miramar, la playa de Marianao, el Náutico, Flores, la Marina Hemingway, y Jaimanitas. No es uniforme en su trazado pero como siempre está acompañada de árboles y palmas, y a veces hasta del mar, siempre es bella y refrescante.

Si enfilamos por la Quinta Avenida rumbo al río, al cruzar el Almendares por el túnel, nos adentramos en el bello barrio de El Vedado. Normalmente optamos por pasear por el incomparable paseo del Malecón, porque a Negro le encanta olfatear el olor del mar y ver el mar, especialmente cuando está picado y sus olas al romper contra el malecón hacen extraordinaria espuma.

El mar ese es el del Golfo de México, por eso el nombre original en un principio de ese gran paseo, Avenida del Golfo, que ahora bordea la costa de la ciudad desde la desembocadura del Río Almendares y su perenne acompañante desde mediados del siglo XVII, la pequeña fortaleza de Santa Dorotea de la Luna de la Chorrera, para llamarla por su nombre bautismal, hasta la entrada de la Bahía de La Habana y su también perenne acompañante desde finales del siglo XVI, el castillo de San Salvador de la Punta, paseo cuya extensión actual es de 8 kilómetros, un poquito más o un poquito menos.

Accidentada y laboriosa fue la construcción de ese gran paseo habanero que lleva el nombre del muro que lo limita en la costa, el más querido y concurrido de todos los paseos habaneros.

Por siglos la ciudad vivió de espaldas al mar. No fue hasta 1901, bajo el primer gobierno interventor estadounidense que se comenzó la obra de la construcción de la gran avenida. Para mayo de 1902, al comenzar el primer gobierno de la república, ésta había sido construida por unos 500 metros, desde la explanada del castillo de la Punta hasta la altura de la Calle Crespo. Poco a poco, se siguió construyendo bajo los diferentes gobiernos republicanos hasta llegar en 1930 hasta la Calle G durante el innoble gobierno de Gerardo Machado. Durante los años 50 se extendió desde la Calle G, primero hasta la Calle Paseo, y después en 1958, se enlazó con la Calle Calzada y eventualmente con el túnel que subterráneamente cruza el Almendares entre esa vieja calzada y la Quinta Avenida.

Mucho he saboreado esta oportunidad de escribir sobre estos placeres que gozo en La Habana. Como también el de tener el placer de poderlos recrear y compartir con ustedes, mis lectores.