Distintas encuestas de opinión expresan unas tendencias electorales claras: el bipartidismo desciende, el PP lo va a tener muy difícil para gobernar y el PSOE también, se quiebra su simple alternancia entre ellos, se incrementa el apoyo a Podemos y se puede constituir un polo alternativo de semejante capacidad representativa. Se configuran tres grandes fuerzas […]
Distintas encuestas de opinión expresan unas tendencias electorales claras: el bipartidismo desciende, el PP lo va a tener muy difícil para gobernar y el PSOE también, se quiebra su simple alternancia entre ellos, se incrementa el apoyo a Podemos y se puede constituir un polo alternativo de semejante capacidad representativa. Se configuran tres grandes fuerzas políticas (PP, PSOE y Podemos-Izquierda Plural…), cuya representatividad en las elecciones generales va a determinar el tipo de Gobierno y si se abre un ciclo progresivo, democratizador, de base popular y con fuerte orientación social.
No podemos saber con certeza la evolución política de la sociedad hasta las elecciones generales de finales del año 2015. Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas serán un test más certero respecto de las expectativas del proceso siguiente. Pero existen suficientes indicios de las tendencias principales y la conformación de esos tres grandes bloques electorales. Por tanto, sí podemos realizar hipótesis complementarias sobre las dinámicas existentes, los posibles escenarios y su influencia para las estrategias, discursos y alianzas de los diferentes partidos políticos.
Además, permanecen otras tres corrientes de menor peso en el ámbito del conjunto aunque a tener en cuenta en las distintas posibilidades de gobernabilidad -centro, derecha nacionalista e izquierda nacionalista-. Son relevantes en Cataluña y País Vasco y, en menor medida, en Galicia, Navarra y Canarias, y pueden configurar todavía mayores y complejos (des)equilibrios en el ámbito municipal y autonómico.
A la luz de los posibles escenarios, veamos las opciones que tienen las principales fuerzas políticas, particularmente el PSOE. Los utilizaremos como referencia orientativa de las tendencias sociales y electorales, con la mirada puesta en las posibilidades de cambio político en los procesos electorales del año 2015 y sus implicaciones estratégicas.
Primera hipótesis y más querida por la dirección socialista: Mayoría relativa del PSOE frente al PP, fuerza hegemónica en la izquierda, suficiente para dirigir la alternancia. Permitiría la legitimación de la nueva élite socialista, su continuismo estratégico y su mayor autonomía para fijar el rumbo de las prioridades políticas y socioeconómicas, con subordinación del resto de fuerzas a su izquierda y la posible colaboración del centro y/o la derecha nacionalista.
Segunda, no querida por el bipartidismo: el descenso del PP, la no superación de la debacle por el PSOE y la emergencia de un polo alternativo, de similar o superior dimensión a la socialdemocracia y que, junto con ella, suman más votos que las derechas; este conglomerado estaría bajo la hegemonía de Podemos, aunque todavía fragmentado y con un peso relevante de la Izquierda Plural. Este escenario señala otra hipótesis gubernamental: la posibilidad de un cambio político e institucional sustantivo en las elecciones generales de finales del año 2015, ya que el voto progresista es superior al conservador. Incluso cabe un mayor respaldo electoral a las fuerzas alternativas respecto del PSOE.
Este escenario es más probable que el primero y hoy tiene tres rasgos. 1) Debilitamiento del PP, con gran apoyo económico y mediático, con estancamiento económico y de empleo y sin credibilidad de su política, pero consiguiendo una mayoría relativa, con un suelo que le permitiría mantener el grueso del voto de centro-derecha, pero sin llegar al 30%. 2) Aun admitiendo cierta recuperación del PSOE es difícil que se cumplan sus previsiones optimistas (30%) y lo más probable es que se pueda quedar en torno al 25%. 3) Y la incógnita mayor es la evolución de las preferencias hacia el resto a la izquierda del partido socialista, que podemos aventurar entre el 25% y el 30%, aunque con importantes implicaciones en su traslación a diputados, derivadas de su fragmentación o su unidad.
En el año largo que queda, la acción de cada actor político va a intentar modificar al alza esas previsiones y rebajar las del contrincante. A partir de las medias de los datos actuales en que los tres bloques electorales se sitúan en torno al 25% y dependiendo del nivel y tipo de la abstención, podemos contemplar un margen de variación de diez puntos, cinco por arriba y cinco por abajo en cada uno de ellos (entre el 20% y el 30%). Lo que nos da es la práctica imposibilidad de mayoría absoluta por cada uno por separado, incluido el polo alternativo y, desde luego, de Podemos si va solo. Prácticamente, ese escenario de dificultad para una mayoría absoluta de cada uno de ellos por separado y un relativo equilibrio entre los tres en su respaldo electoral, pendiente de confirmación, es reconocido por las tres fuerzas. Y dirigentes y líderes conservadores y socialistas ya han comenzado a proponer un pacto de Estado entre ellos y lo que dirimen es cuál de los dos sería hegemónico.
En particular, la dirección socialista confía en tener una amplia ventaja respecto del polo alternativo, para emplazarlo a un apoyo subordinado y poco condicionado a su programa y liderazgo para hacerse valer como la alternancia al PP. Dirigentes de Podemos señalan que las opciones de formar Gobierno serían entre Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, echando la responsabilidad hacia Pedro Sánchez de decidir a quién apoya de los dos.
Pero el problema principal a dilucidar sigue abierto. Si la mayoría de la ciudadanía no apoya una mayoría absoluta de las fuerzas alternativas, ¿cómo asegurar un proceso de cambio suficientemente progresivo? Es decir, si la representación alcanzada por Podemos-Izquierda Plural… no puede aplicar totalmente su programa y su completa hegemonía institucional ¿necesariamente se tiene que conformar con pasar a la oposición parlamentaria? ¿Se podría avanzar en la regeneración y democratización del sistema político y la reorientación de las políticas sociales y económicas, de acuerdo con los deseos expresados por una mayoría social progresista, pero con otros ritmos, alcance y equilibrios en la representación institucional, inicialmente proclamados?. O sea, ¿cabría una alianza del PSOE con ese polo alternativo? De momento, no. Las dos partes se oponen. Parece que los consabidos apoyos a ambos partidos gobernantes por el centro de UPyD y/o CIU-PNV-CC, esta vez no son suficientes para garantizar la gobernabilidad, ya sea bajo dirección del PP o del PSOE. ¿Cabe otra opción? Sí, hay otras dos posibilidades aunque tenga el PP mayoría relativa pero haya mayoría electoral progresista. Y volvemos al dilema del PSOE y, en parte también, de las fuerzas alternativas.
Una opción es el apoyo del PSOE a un gobierno del PP. Puede ser en forma de gobierno de gran coalición, estilo alemán, cosa difícil de digerir para el electorado socialista, pero no para su cúpula, o de pacto de legislatura o similar. Lo contrario, del PP al PSOE, también es posible, aunque más improbable con los datos de hoy. Aunque en el caso de mayoría relativa del PSOE, quizá su dirección pudiese contar con el apoyo del PP y, en todo caso, la presión del establishment sería fortísima para que no gire a la izquierda o busque el apoyo alternativo, cosa que en esas circunstancias de continuismo del eje bipartidista sería impensable.
Otra opción es un gobierno alternativo y de progreso, con un peso representativo todavía mayor de las fuerzas alternativas y el apoyo de un nuevo PSOE, más a la izquierda. Este segundo, dada la orientación actual del aparato socialista, también es improbable, aunque debería contemplarse por las fuerzas alternativas como una apuesta por verificar su logro, ya que abriría una dinámica positiva de cambio. Tendría que estar acompañado de un movimiento popular consistente y un ascenso sustancial de esas fuerzas alternativas, sin desventaja política y representativa respecto del PSOE y un fuerte emplazamiento al mismo para su reorientación, cosa hoy dudosa, incluso ante la eventualidad de un proceso de descomposición similar al PASOC griego.
Todos los indicios del proyecto de la actual dirección socialista señalan que podrían inclinarse hacia un pacto de Estado y el acuerdo con el PP. Tendrían más peso los compromisos de su cúpula con los problemas de ‘gobernabilidad’, la ‘responsabilidad de Estado’ y el consenso estratégico de fondo con la actual gestión liberal-conservadora, dominante en la UE y la socialdemocracia europea. Recibirían distintas ventajas corporativas para esa cogestión del gobierno, aunque de forma subordinada. Y valorarían como mayor riesgo para ellos y sus vínculos con el poder el acuerdo con las fuerzas a su izquierda para un gobierno transformador y alternativo, lleno de esperanzas y de incertidumbres.
La consecuencia más importante de ese pacto de Estado es que la estrategia dominante y la situación socioeconómica y política serían de continuismo. Su colaboración con la gobernanza se asentaría, incluso a diferencia de la situación más cómoda en Alemania, en la dinámica regresiva de la gestión de la crisis, con un impacto muy dañino para la población y lejos de su salida justa: estancamiento económico y de empleo, consolidación de la pérdida de derechos sociales y laborales, agravamiento de la cuestión social y territorial. Los pocos aspectos económicos positivos, según el pensamiento liberal dominante, serían utilizados para avalar la consolidación de las reformas regresivas (incluidas las laborales y educativas), y dejarían poco margen para cambios progresistas, incluso limitados. Todo ello les podría traer la pérdida de mayor legitimidad ciudadana y mayor dependencia de la derecha y el poder económico. Es un escenario no querido hoy por la dirección socialista, para lo que pretende un ejecutivo presidido por el PSOE, que pudiese tener otro talante menos reaccionario, echando hacia el PP la responsabilidad de garantizar su gobernabilidad. No obstante, la tendencia hacia el continuismo estratégico en la eurozona, ligeramente modificado, y el pacto mutuo del bipartidismo es significativa.
La cuestión para la ciudadanía indignada y activa y su representación social y política es cómo prevenir y afrontar esa eventualidad de reagrupamiento y acuerdo del bipartidismo para seguir controlando el poder institucional y continuar con la estrategia de austeridad flexible, o corregida solo parcialmente, y una renovación democrática superficial. La apuesta de Podemos y las fuerzas alternativas es intentar conseguir una mayoría relativa, rompiendo su techo inicial del 25% y superando el 30% (cercano ya en la última encuesta de Metroscopia). Pero todavía sería insuficiente. El objetivo de ganar por mayoría absoluta es legítimo pero improbable. ¿Qué hacer? Habrá que retomar la respuesta a estos interrogantes. De momento, la solución pasa por no dar por hecha la inevitabilidad de ese pacto de Estado y el refuerzo institucional y mutuo del bipartidismo gobernante y ampliar la influencia crítica en el grueso del electorado socialista y de centro progresista e incrementar el apoyo electoral entre la ciudadanía indignada.
Por tanto, sería necesaria una labor comunicativa y pedagógica para explicar los riesgos de ese pacto continuista y tratar de impedirlo, convenciendo a esas bases sociales, a la mayoría social, de la necesidad de un giro progresista y democratizador. Y si la cúpula socialista no se aviene a participar en ese cambio histórico, habría que reforzar la exigencia de su renovación, otra vez y a fondo, o profundizar otra fase de desafección hacia ella y su política impopular. En todo caso, la pelota de la responsabilidad política por una probable gran frustración cívica por la ausencia de un cambio sustantivo, cuando hubiera bases sociales para ello, recaería en la dirección del partido socialista.
El fracaso de la idea socialista de obtener mayoría suficiente para ser el eje del nuevo gobierno -posible en algunas instituciones locales y autonómicas-, y una vez constatado el peso relevante, incluso superior, del polo representativo a su izquierda, les somete abiertamente a definirse sobre ese dilema: pacto con la derecha, o colaboración en la formación de un gobierno de progreso, con un programa nuevo y compartido con las fuerzas alternativas, que sea representativo de esa mayoría social, popular y de izquierdas y centro progresista. En ese giro estaría más cómoda la mayoría de su base electoral pero, evidentemente, entrañaría una fuerte brecha de su aparato con los poderosos. Es un reto que deben abordar.
Antonio Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
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