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En respuesta al artículo publicado por Francisco del Río

La Renta Básica y la alienación

Fuentes: Rebelión

De entre un número inabarcable de artículos sobre la cuestión, el de Francisco del Río me ha parecido muy interesante, pues eleva la discusión al terreno de nuestros imaginarios y a la referencia de nuestra filosofía política y económica. Me interesa sobre todo porque sus citas nos llevan a plantearnos cuestiones que en el debate […]


De entre un número inabarcable de artículos sobre la cuestión, el de Francisco del Río me ha parecido muy interesante, pues eleva la discusión al terreno de nuestros imaginarios y a la referencia de nuestra filosofía política y económica.

Me interesa sobre todo porque sus citas nos llevan a plantearnos cuestiones que en el debate técnico sobre la RB nunca aparecen, y a ese respecto debo confesar que se ha sintetizado de forma eficaz la cuestión de la enajenación del trabajo asalariado, lo que me permite ahora ahondar en la cuestión.

El viejo barbudo de Marx inició con su obra una crítica demoledora a la organización del trabajo asalariado. Para Marx la desposesión del fruto del trabajo propio deshumaniza al trabajador al convertirlo en mero capital humano. Otros autores como Harry Braverman continuaron la senda marxista para explicar esta enajenación. En su libro «Trabajo y capital monopolista: La degradación del trabajo en siglo XX» relata cómo el taylorismo había desposeído el proceso del trabajo de cualquier rasgo de incertidumbre mediante la mecanización del mismo, cada movimiento había sido milimetrado y cronometrado. En la fábrica del siglo XX el operario era un apéndice de la máquina y hasta sus más mínimos movimientos se sucedían bajo la atenta mirada de los dispositivos de control de la patronal, haciendo el trabajo aún más alienante si cabe. Este proceso esconde una descerebralización del empleado, lo que supone un agravamiento de su deshumanización. Los empresarios habían conseguido esto restándole al trabajador capacidad de decisión en el proceso del trabajo, su voluntad quedaba centrada únicamente en la atención del regular funcionamiento de la máquina, lo que aumentaba la eficiencia de ésta, pero llevaba la explotación a límites casi psicológicos.

En las últimas décadas hemos podido observar cómo esta subyugación a la máquina se expandía por el conjunto del territorio global e inundaba espacios sociales donde antaño residían fuertes culturas tradicionales y populares. Marx fue incapaz de vislumbrar este hecho. Hoy en día los ritmos escolares, las infraestructuras de transporte, la mercantilización del tiempo libre, el bombardeo publicitario al que estamos sometidos día y noche… son la prueba evidente de que la Máquina (entendida como una supeditación de lo social a lo económico) lo abarca todo, y que por lo tanto su enajenación ha saltado del espacio de la fábrica a la vida del trabajador. Su comienzo no es el primer día de trabajo, es el primer día de escuela, y su final no es el final de la jornada laboral, es el final de nuestra vida. El capitalismo de consumo precisa, para seguir existiendo que las finalidades de la población sean acordes con sus propias finalidades, ¿cómo sino iba a lograr que el consumo interno se convirtiese en el motor fundamental de la economía de los países desarrollados? En esto se han afanado miles de publicistas, economistas, sociólogxs, educadorxs sociales, antropólogxs… durante décadas.

Por otra parte es cierto que, como nos apuntaba el viejo, son concebibles formas de desalienalición en el proceso productivo por medio del trabajo libre y cooperativo. La añeja llamada a construir un modelo económico donde cada uno reciba según sus necesidades y ofrezca según sus cualidades. Con simpleza los socialistas del S. XIX (tanto marxistas como libertarixs) sintetizaban un marco general de donde naciese una nueva sociedad. Pero para que este principio se pudiese dar era necesario de la cooperación entre iguales. La economía política socialista pone en el centro de la cuestión a la comunidad como garantía de supervivencia y fuerza de producción, gestión y consumo, debido a que el trabajo con la materia era considerada el aspecto fundamental para el nacimiento de cualquier cultura. Por ello, modificando la estrategia de produción lograríamos cambiar la superestructura de la sociedad.

Sin embargo la RB no alienta la cooperación entre iguales ni pone en el centro la comunidad como garantía de reproducción. Todo lo contrario. Pone en el centro al Estado como distribuidor y garantía, lo que supone en sí mismo perpetuar la desigualdad política que queda inscrita en la forma de Estado, y además mantiene al individuo aislado en su garantía individual de reproducción, al hacerlo dependiente de una superestructura que en sí misma era objeto de crítica para lxs socialistas.

Leo con relativa frecuencia la esperanzadora proclama de que la RB otorgará a la población tiempo para ofrecer sus servicios al Bien Común. Creo sinceramente que esta afirmación supone más una esperanza que una hipótesis real. ¿Por qué iban a hacerlo? Liberar a la población del trabajo asalariado y sus consecuencias no supone, en absoluto, desactivar mecanismo de alienación que hoy tienen más peso en nuestras conciencias que la cruda explotación laboral taylorista que analizaba Braverman. Al contrario, fundar una economía social sobre la premisa de la RB supone supeditar el poder de consumo de la población al desarrollo económico del Estado, supone hacer depender la reproducción social de los/as trabajadores/as de los bandazos de la economía global pues, si no he leído mal, la RB se financiaría por medio de una distribución de impuestos más justa, lo que obliga a garantizar el buen funcionamiento de nuestra balanza de pagos (importaciones – exportaciones) para poder recaudar luego.

Desde mi conocimiento, no veo la posibilidade de defender la RB desde la perspectiva marxista, que siempre jugó sus cartas bajo la idea de la lucha de clases. Es cierto que es «hachazo» que la RB pretende pegarle a las grandes fortunas orienta la propuesta hacia un fin muy loable, pero se olvida de la articulación popular que permita la emancipación, aún incluso incide en la enajenación y dependencia de la población de estructuras ajenas a la democracia.

Sin ser un defensor a ultranza del TG, considero que este permite revisiones mucho más flexibles, y lecturas más próximas al esquema socialista previo replanteamiento bajo perpectivas municipalistas, aunque admito que no hay de momento propuestas trabajadas a este respecto. Entiendo que en un escenario de «toma» de los ayuntamiento por parte de la ciudadanía y de gestión popular y democrática de los presupuestos municipales se podría priorizar o un incluso imponer en exclusividad la contratación del personas en paro inscritas en algún registro o Bolsa de Empleo bajo condiciones dignas y orientación ética, siempre para realizar labores relacionadas con el bienestar de la población.

De esta forma repondríamos a la articulación comunitaria en el centro de la produción y gestión del trabajo, bajo unas condiciones laborales dignas. Reforzaríamos el empoderamiento colectivo al hacerlo condición sine qua non , y ayudariamos a paliar la precariedad laboral y el desempleo, a la vez de emprender el camino de la sostenibilidad.

Se trata de hacer economía y democracia a la vez, desde abajo. ¿Para qué emplear el TG en los Ayuntamientos? Cada Concejo, debería elaborar una tabla de pricipios éticos que alejasen el desarrollo del municipio de la senda del crecimiento constante, pues esta se ha revelado como un camino hacia el colapso de nuestras sociedades en todos los sentidos. En su lugar proponemos una Economía del Bien Común, entendiendo dentro de ella no sólo los paradigmas de la racionalidad de clase, sino también los de género y ecología, en búsqueda de la igualdad y la redución de nuestra huella ecológica, prioritarimente en el consumo energético.

Entendamos el TG desde los Ayuntamientos como un método para retomar la soberanía popular en todos sus sentidos; alimentaria, energética, política… Para esto, tenemos que poner nuestro músculo social a trabajar en pos de nuestra propia soberanía.

Notas:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=191317

– Crítica al programa de Gotha. (Karl Marx)

– El Hombre Unidimensional. (Herbert Marcuse)

– Técnica y Civilización. (Lewis Mumfort)

– Trabajo y Capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX. (Harry Braverman)

– Problemas de legitimación del capitalismo tardío. (Jürgen Habermas)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.