La caída de los precios del petróleo hasta niveles negativos certifica la entrada de una crisis global que llega a todos los niveles. En el horizonte se desdibuja el camino hacia la sostenibilidad económica, aunque, en mitad del caos, existen alternativas difíciles y alejadas del modelo expansivo actual.
El sol brilla a través del vapor que sale de las chimeneas de una planta de energía. REUTERS / Maxim Shemetov
El oro negro ya no brilla como antes. El precio del petróleo continúa desplomándose ante la crisis económica originada por la pandemia del coronavirus. Tanto, que el pasado 20 de abril se registró una caída sin precedentes del crudo de West Texas Intermediate (WTI), cuyos barriles se cotizaron en cifras negativas. Algo parecido le está ocurriendo al petróleo europeo de Brent, cuya cotización no para de descender. La economía, que subordina su crecimiento expansivo al uso de combustibles fósiles, se ha visto paralizada de forma abrupta por la emergencia sanitaria y uno de sus pilares centrales, el petróleo, ha quedado dañado por completo.
La caída de los precios se debe al deterioro de la economía global que, fruto de la pandemia, ha entrado en una recesión abrupta y sin precedentes. A ello, se debe sumar un problema de costes y de espacio para el almacenaje del petróleo, que debido al parón económico no se está consumiendo. En esta situación, lo que se está desplomando son los precios de los futuros que expiraban ya, es decir, los propietarios de esos barriles se quedaban sin tiempo, con lo que se han visto obligados a vender los contratos de almacenaje o llevarse el petróleo. Así, las empresas propietarias se han visto en la obligación de tener que pagar por deshacerse del petróleo, lo que explica que, en el caso de EE UU, los precios hayan sido negativos.
«Se trata de una caída muy específica y muy vinculada al contexto de pandemia. Cuando esto se termine, el sector volverá a tener su actividad normal»
La parálisis económica equivale a una ingente cantidad de vehículos –privados y comerciales– que ven enfriar sus motores y, por consiguiente, no paran a repostar como era habitual. Esto, según el informe de la Agencia Internacional de la Energía (IEA), supondrá que la demanda mundial de petróleo disminuya en 9,3 millones de barriles por día respecto a las cifras de 2019. Sin embargo, el freno en seco del consumo no ha venido acompañado de un descenso similar en la producción de barriles, de modo que las infraestructuras de almacenamiento han quedado al límite de sus capacidades, según los datos de la IEA.
El descenso histórico de los precios, no obstante, no supone el fin de una era económica vinculada a los combustibles fósiles, aunque si una buena oportunidad para encontrar miradas alternativas a la economía actual. «Se trata de una caída muy específica y muy vinculada al contexto de pandemia. Cuando esto se termine, el sector volverá a tener su actividad normal», señala Giorgos Kallis, economista e investigador de la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (ICREA).
Esta crisis del petróleo abre una disyuntiva difícil de resolver, si se tiene en cuenta que la economía global tiene una gran dependencia respecto a los combustibles fósiles. En otras palabras, ¿rescatar el capitalismo del petróleo o aprovechar la inercia de la economía para realizar una escalada basada en criterios de sostenibilidad?
En torno a esta pregunta aparecen sectores como la industria del automóvil, que guarda una estrecha dependencia con el modelo económico basado en los combustibles fósiles, al mismo tiempo que tiene un alto valor para la economía española, ya que representa en torno al 10% de su Producto Interior Bruto (PIB) y emplea al 9% de la población activa del Estado. Dado su valor, desde la Asociación Española de Fabricantes de Automóviles y Camiones (Anfac) han pedido al Gobierno de coalición un impulso para reactivar unas ventas que han caído a mínimos históricos, al pasar de los 94.618 vehículos vendidos en febrero a los 37.644 durante el mes de marzo. Es decir, una caída mensual del 60,2%.
Desde Anfac, reclaman al Gobierno incentivos económicos para reactivar las ventas de cara al escenario de desescalada. Algo similar ocurre con el sector de la aviación que en los últimos días ha pedido a la Unión Europea un rescate de 12.800 millones de euros, según una investigación de Transport & Environment. Sin embargo, ¿tiene sentido apostar por estas industrias, en vista del escenario negativo en el que se adentra el petróleo y, sobre todo, con el escenario de crisis climática de fondo? ¿Es el momento de apostar por un escenario económico diferente, donde el crecimiento respete los límites de la tierra? Para Kallis, esta es una buena oportunidad para que «el dinero de esos rescates vayan destinados a apoyar una industria limpia y hacia una transición energética».
«No podemos salir de la crisis peor de como entramos en cuanto a medio ambiente»
Para Gonzalo Escribano, responsable de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano y profesor de Economía de la UNED, la situación de futuro es difícil de predecir, ya que intervienen factores diversos como el miedo al transporte público, que podría generar un aumento de las ventas de coches –algo que ya está ocurriendo en China– o la implementación del teletrabajo, que, por contra, reduciría el número de viajes diarios. A corto plazo, no se va dar una buena situación para reconvertir la industria y potenciar la venta de vehículos eléctricos. «Es complicado decirle a cualquier individuo que deje su coche y se compre uno cero emisiones cuando el precio del diésel o de la gasolina es tan bajo», expone. «Pero tampoco es el momento de que los Gobiernos cedan ante las presiones de la industria para rebajar los criterios de emisiones«, advierte, en relación a los reclamos del lobby del automóvil. «No podemos salir de la crisis peor de como entramos en cuanto a medio ambiente».
Para Luis González Reyes, doctor en Químicas y experto en transiciones ecosociales de la Fundación Fuhem, la salida no debe plantearse en los parámetros tradicionales de la transición energética, donde en ocasiones se peca de tecno-optimismo, sino que se debe replantear el modelo industrial por completo para alejarlo de los combustibles fósiles, pero también del crecimiento expansivo.
«España tiene una capacidad limitada para reconvertir su industria del automóvil porque es subsidiaria de la industria alemana o francesa, ya que no hay empresas propias. Cuando hablamos de industria española, hablamos de Renault, Citroën o Volkswagen. La clave sería limitar al máximo los niveles de dependencia de flujos externos… Necesitamos una economía radicada en lo local y sin depender tanto del exterior. Esto, obviamente, no se hace en dos días. Pero hay ejemplos históricos de políticas que han diversificado el tejido productivo local, sin quedar atados de pies y manos», agrega el experto, en referencia a los países no alineados que en las décadas del los 60 y 70 del siglo XX se enmarcaron en un proceso de autonomía que, precisamente, se vio truncado cuando su deuda externa se convirtió en «un elemento de coacción».
No se trata de una vuelta a un modelo proteccionista, sino a un sistema diferente donde la economía deje de estar deslocalizada y cada país pueda tener unas cotas altas de autosuficiencia. «Podemos tener colaboraciones a nivel internacional y compartir el conocimiento con otros Estados, sin necesidad imponer aranceles, pero con una producción propia. Para llegar a ese punto necesitas tener una industria propia y autosuficiencia local», señala el economista de ICREA.
La caída del petróleo, ¿un peligro para las renovables?
Por otro lado, la realidad de las crisis del petróleo y de la covid-19 podría suponer un problema para las nuevas formas de energía renovable, ya que la caída de precios de los combustibles fósiles se convierte, según Escribano, en un «peligro para la competitividad» de las energías limpias, las cuales estaban experimentando un gran crecimiento en Europa y se presentaban como uno de los pilares centrales del Pacto Verde Europeo. No en vano, algunos sectores europeos, entre los que se encuentra España, apuestan por las políticas de sostenibilidad como una de las palancas de cambio que permitan salir de la emergencia del coronavirus en todos los niveles. Tanto es así, que el potencial de las renovables, según un informe reciente de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), podría generar 100 millones de nuevos empleos en todo el mundo en los próximos 30 años y aumentar el PIB mundial un 2,4%.
La desafección hacia las renovables provocada por la bajada de precios del petróleo y la crisis global del coronavirus se podría sortear, no obstante, con viejos mecanismos que incentiven a corto y largo plazo la transición energética. Impulsar el famoso impuesto al carbón y al uso de combustibles fósiles, según Kallis, puede hacer que las nuevas fuentes de energía no se vean tan afectadas. «Ahora puede ser el momento idóneo, ya que con el precio del petróleo tan bajo, no se va a notar tanto el impuesto. Cuando en unos años se recupere y el precio sea más caro, las renovables tendrán un coste más barato. En cualquier caso esto debe ser un impuesto verde europeo, no vale con que lo haga un sólo país«, argumenta.
«Hay una correlación lineal entre el consumo energético y el crecimiento de la economía»
La crisis del petróleo, en cualquier caso, es el reflejo de la crisis económica en la que se adentra el mundo entero. «Ahora mismo hay que tener en cuenta que la caída del PIB es inevitable. Lo es porque se está demostrando que hay una correlación lineal entre el consumo energético y el crecimiento de la economía», expone González Reyes, que no considera que apostar por un crecimiento verde sea una solución definitiva. «El debate es si se debe utilizar la creación de dinero, algo que ya está haciendo EE UU o el Banco de Inglaterra, para seguir apostando por lo mismo o para reconvertir la economía a través de medidas de reparto de riqueza que permitan que la población más vulnerable no pague las consecuencias de esta crisis», opina, en referencia a la renta básica.
«La caída del PIB, pensando desde el poscrecimiento, debería no suponer más desigualdad. Para ello se necesitan gobiernos fuertes que apuesten por una economía mucho más planificada y coordinada desde los Estados», añade Kallis, quien señala la idoneidad de avanza hacia esa «renta de cuidados» que otorgue equilibrio a la ingente cantidad de personas que quedarán paradas por la caída de la economía mundial. El futuro, en cualquier caso, es una incertidumbre difícil de sortear. El tiempo dirá cómo escapó la humanidad de una crisis sin precedentes.