Las eficaces vacunas cubanas contra el covid-19 revuelven estómagos en la Casa Blanca, el Departamento de Estado, la CIA, la “comunidad de inteligencia” y, por supuesto, el reducto contrarrevolucionario de Miami.
Son el símbolo arquetípico hoy de la resistencia contra el imperio del norte, de la independencia, la soberanía y del triunfo de la vida sobre la enfermedad y la muerte.
El enemigo imperialista y la contrarrevolución querían un baño de sangre en Cuba el 15 de noviembre. Sabían que para esa fecha la pandemia en la isla estaría bajo control, los escolares volverían a las escuelas y universidades, los aeropuertos se abrirían al turismo, terminaría la larga noche de la separación de amigos y familiares -residentes en Cuba y en otros países- y tanta angustia y dolor impuestos por dos años casi íntegros de cuarentena. Estallaría la alegría de los reencuentros, cuya metáfora más hermosa y prometedora es el de los estudiantes con sus maestros. Por cierto, ha sido emocionante y festivo. Llegaría también el momento de festejar la hazaña lograda por el robusto sistema de salud y de investigación en biociencias, por sus abnegados y heroicos integrantes, mujeres y hombres, que tantas vidas arrebatan al virus en territorios y hospitales y que con tanto amor y abnegación crearon las vacunas en los centros de investigación y también otros fármacos, de los que se ha hablado menos, muy efectivos en la disminución de la letalidad entre los contagiados. Este indicador es bastante más bajo en Cuba que la media mundial y de las Américas.
El presidente Miguel Díaz-Canel, al referirse al plan desestabilizador de Estados Unidos y la contrarrevolución para el 15 de noviembre, advirtió que no nos iban a aguar la fiesta. Y es que no existía ambiente político que favoreciera la llevada y traída marcha ni disponían de un mínimo de apoyo social para realizarla. El soñado baño de sangre se les convirtió en pesadilla.
La mediática marcha, que llegó a publicitarse como un acto universal contra la “dictadura castrista”, solo existía en la imaginación del grupo que maneja en Washington la política hacia Cuba y sus operadores en Miami y en la isla. Quién sabe qué tonterías le informen al presidente Biden, que no ha manifestado ningún interés en derogar las 243 medidas aplicadas por Trump para recrudecer el bloqueo, pese a haberlo prometido en campaña. Sus voceros dale y dale con la marcha y la amenaza de nuevas “sanciones” si el gobierno cubano la reprimía. La estupidez política de esos personajes rebasa los límites de lo imaginable. Sí ocurrió algo universal: una creciente ola mundial de solidaridad con Cuba.
El evidente control de la pandemia logrado por La Habana significa la neutralización del principal aliado escogido por Washington para, en unión con el bloqueo reforzado, crear una gran tragedia humana en el país caribeño, como parecía perfilarse a mediados de este año. A tal extremo es así que en medio de la contingencia sanitaria adoptaron 60 medidas adicionales de asfixia económica contra Cuba. El control de la pandemia permite el regreso seguro del turismo y significa que vuelve a caminar la locomotora que tira del resto de la economía cubana. Se abre el pequeño espacio económico en el que los cubanos están decididos, pese a las restricciones del bloqueo, a desarrollar, hacer avanzar y expandir la economía del país. Lograrlo exigirá combatir duro al burocratismo y lo mal hecho. No es solo mantener las conquistas sociales históricas de la Revolución -casi siempre en medio de situaciones de escasez y precariedad provocadas por el cerco gringo-, también hacer que el socialismo “próspero y sostenible” se convierta en realidad cotidiana.
Para ello Cuba cuenta con herramientas muy poderosas: la educación, la cultura y la conciencia revolucionaria de su pueblo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología nacionales y su experiencia de impulso constante a la innovación, experimentada desde los años iniciales, al estímulo de Fidel, creador del complejo de centros de investigación surgido en el período revolucionario. Otros recursos verdaderamente estratégicos de la isla, son el poder popular y la democracia participativa y protagónica. Estos, como se aprecia en el plan de atención a los barrios vulnerables, pueden conseguir lo que hasta hace poco podían parecer milagros. La trasformación en sus condiciones de vida material y espiritual, la elevación de su autoestima, la energía creativa que se desprende de esos barrios, anuncia lo que parece ser otra revolución dentro de la revolución, con grandes alcances y posibilidades extraordinarias de extenderse a todas las comunidades del país como método de organización y dirección política de abajo a arriba y viceversa. Lo del barrio ha de decidirse en el barrio y no en otras instancias, repite Díaz-Canel en sus frecuentes visitas y pláticas con sus pobladores de un extremo a otro de la isla.
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