Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda del Gobierno progresista de coalición, representa y coordina en el Ejecutivo a Unidas Podemos y sus confluencias (Catalunya en Comú Podem y Galicia en común, de la cual es diputada). Ha sido propuesta por esas formaciones para encabezar la candidatura compartida para las próximas elecciones generales, a través de un frente amplio.
Tenemos, por tanto, la perspectiva de una renovada plataforma política y la conformación de nuevos liderazgos, aunque ella solo está dando los primeros pasos y no ha comunicado su compromiso definitivo.
He tenido ocasión de analizar el abandono de la política institucional de Pablo Iglesias, anterior líder de Podemos y representante del espacio político confederal de Unidas Podemos y sus aliados, así como la tarea de conformar nuevos liderazgos en el marco más general explicado en el libro “Perspectivas del cambio progresista”. Retomando ese diagnóstico sintetizo aquí las aportaciones e insuficiencias de la controvertida gestión política y organizativa del liderazgo anterior para exponer algunos ejes a tener en cuenta en la nueva etapa política que comienza.
Se trata de explicar los elementos de continuidad, de renovación y de adecuación a la nueva problemática socioeconómica y política y, particularmente, con vistas al impulso del espacio del cambio de progreso. Discernir y combinar las tres tareas y su contenido es, a veces, complejo y tiene impacto para la orientación, en este caso, de las fuerzas del cambio. No entro en los matices de su denominación, llámese frente amplio, izquierda del PSOE, espacio alternativo o violeta, verde y rojo, plataforma de progreso, bloque histórico…
Queda un camino democrático, de consulta y participación, para la elaboración programática y del perfil del proyecto de país, así como para la articulación política, plural y democrática, con la negociación de los distintos niveles organizativos y su papel y composición, partiendo de la realidad representativa y la experiencia reciente: los liderazgos (llámense representación político-institucional, coordinación confederal, núcleo dirigente o rector…), la vertebración partidaria y personal con sus reequilibrios y la consolidación y ensanchamiento de una amplia base sociopolítica y electoral.
Me voy a referir, sobre todo, a dos aspectos interrelacionados que la propia Yolanda Díaz, desde su propia tradición política, ya ha avanzado como dificultades a superar: evitar el ‘ruido’ en la acción política, y desechar los ‘egos’ en la vertebración organizativa. Veamos, de forma más profunda y desde la sociología política crítica, el sentido y la dimensión de esos dos problemas internos para encauzar su tratamiento más adecuado y colectivo.
Una experiencia positiva, con dificultades e insuficiencias
En primer lugar, hay que destacar que, junto con su formación política, el liderazgo anterior representado por Pablo Iglesias se ha atrevido a impugnar el poder establecido y plantear una profunda transformación social y democrática, representando los intereses y demandas de las clases populares, una democratización del sistema político e institucional y una articulación confederal de la plurinacionalidad del Estado. Y ello, con firmeza y honestidad.
Ha sido un símbolo que ha expresado la crisis del bipartidismo gobernante y la configuración de un nuevo sistema político más abierto y plural, con el reconocimiento de las fuerzas del cambio de progreso. Ha representado la apuesta de una dinámica progresista transformadora, iniciada hace más de una década por un amplio campo sociopolítico indignado ante la gestión regresiva y autoritaria de las élites dominantes del bipartidismo anterior.
Todo ello ha sido imperdonable para los diferentes grupos del poder establecido y sus diferentes agencias terminales, desde las cloacas policiales-mediáticas hasta los grupos de poder institucionales y económicos. La relación de fuerzas ha sido desigual y con enormes desventajas. Las medidas de acoso personal y mediático y de aislamiento político han sido sistemáticas y manipuladoras. Han dejado entrever la poca calidad democrática y de respeto al pluralismo existentes, no solo en las derechas, sino también en distintas instituciones poderosas e influyentes, incluida la connivencia o la “puesta de perfil” de muchos sectores políticos, esperando conseguir ventajas diferenciales en la pugna partidista, desde un corporativismo cortoplacista y en detrimento de la defensa compartida de la democracia y el pluralismo político y expresivo.
Desde el nacimiento del conglomerado político de las fuerzas del cambio (2014/15), expresión de un amplio y profundo proceso de indignación social y democrática del lustro anterior, y su inicial liderazgo de Podemos como fuerza articuladora principal, el poder establecido lo ha interpretado como adversario a batir y ha porfiado en la liquidación de esta dinámica transformadora y crítica, de su expresión político-institucional como fuerza influyente y su liderazgo representativo.
No es momento de hacer un balance detallado de esta etapa fundamental para el cambio político en España, que he explicado en el libro citado. En todo caso, con motivo de la construcción de los nuevos liderazgos es oportuno hacer una reflexión autocrítica para mejorar ese papel representativo y simbólico y corregir limitaciones, deficiencias y errores de los anteriores liderazgos. Algunos de ellos ya los analicé en torno a la segunda Asamblea Ciudadana de Podemos, a primeros de 2017 (Vistalegre II), donde se confirmó su brecha política y orgánica: “Dilemas estratégicos de Podemos” y “Podemos: aprender de los errores”. Una valoración más extensa de las debilidades de sus fundamentos teóricos la explico en el libro “El populismo a debate”.
Solamente, sin ánimo de ser exhaustivos, cabe citar dos insuficiencias que tienen trascendencia para el futuro inmediato: el voluntarismo político, que asocio al ‘ruido’, y la capacidad integradora desde el respeto al pluralismo, que relaciono con los ‘egos’. En otro momento, analizaré otros debates como el de la transversalidad y el tipo y la configuración de la nueva formación política.
El voluntarismo político
El primer defecto, el voluntarismo político, está combinado con sus muchas virtudes: iniciativa política, flexibilidad táctica, firmeza transformadora, perspicacia analítica, resistencia propositiva frente a la adaptación posibilista… Tiene que ver con insuficiencias sobre el sentido de la realidad, la infravaloración de las relaciones de fuerzas sociales y políticas, la prevalencia de la acción discursiva o la comunicación para construir dinámicas sociopolíticas, la prioridad por la acción institucional sin vertebrar una amplia articulación social. Está relacionado con otro debate histórico todavía irresuelto: la inadecuación de un modelo de Partido, como aparato electoral y soporte de la acción institucional, infravalorando el arraigo social, la activación popular y los vínculos fuertes, con la debida autonomía y respeto, con las dinámicas asociativas del campo social, más allá de intentar su representación en la acción político-institucional.
Son insuficiencias no solo personales, sino que afectan, en mayor o menor medida, al núcleo dirigente inicial (incluido a Íñigo Errejón y su máquina -centralizadora- de guerra electoral y su núcleo ‘irradiador’) y a la mayoría de las direcciones partidarias de las izquierdas transformadoras y radicales de estas décadas. Tienen que ver con prejuicios teóricos y limitaciones prácticas derivadas de las inercias ideológicas y los intereses corporativos de las élites respectivas, la dificultad de un debate constructivo y una buena cultura democrática, ética y participativa, así como de la insuficiente inserción social y de activación cívica de base entre las capas populares de la mayoría de los responsables orgánicos.
El modelo de partido-movimiento, prácticamente, no ha existido. Han dejado mucho que desear un pensamiento crítico realista y una deliberación colectiva profunda y sistemática. Las tareas urgentes, particularmente de campañas electorales y gestión institucional, han dejado de lado las tareas importantes: definir un perfil transformador unitario, garantizar mayor cohesión política dentro de la diversidad y favorecer una mejor conexión con la ciudadanía crítica y su activación.
En resumen, la combinación compleja de dos ejes, el realismo analítico y la voluntad transformadora, todavía debe mejorar sustancialmente. Realismo no es sinónimo de moderación o simple posibilismo adaptativo, y voluntad transformadora no ha de identificarse con irrealismo discursivo sino con firme acción práctica con fuertes convicciones y valores de cambio de progreso. Parece que Yolanda Díaz y el equipo que le apoya quieren transitar desde la difícil interacción de ese doble componente para articular una estrategia política y un proyecto de país alternativos a los del poder establecido y diferenciados de la socialdemocracia tradicional para renovar un nuevo espacio político electoral que he definido como progresismo de izquierdas o violeta, verde y rojo.
La articulación unitaria y plural
La segunda insuficiencia de los anteriores liderazgos de Unidas Podemos y sus confluencias y aliados también está interrelacionada con otras cualidades como la honestidad personal, el compromiso moral o la actitud participativa y democrática, comparativamente mejor que la mayoría de otras élites partidarias. Aquí también hay que separar lo positivo, a consolidar, y lo problemático, a superar. Me refiero a los límites de las capacidades para la articulación unitaria y democrática de representaciones complejas y diversas.
Uno de sus aspectos, el hiperliderazgo, ha sido de los más combatidos y descalificatorios. Su crudeza ha tenido que ver con su función real y simbólica de representar una dinámica transformadora contra el poder establecido y diferentes capas privilegiadas que han reaccionado con especial virulencia. Estilos de liderazgo desmedidos y comportamientos personalistas están generalizados, más en esta época comunicativa y de simbolismos individuales.
No obstante, aparte de su sesgo particular y los avances comparativos respecto de las experiencias partidistas anteriores y de otras fuerzas políticas y sociales, ese liderazgo también refleja los límites organizativos colectivos de esta etapa para formar una coordinación coral y unitaria, que no excluye funciones diferenciadas y de protagonismo representativo y mediático, con sus equilibrios, reconocimientos y contrapesos democráticos y participativos.
Más allá del tono particular de cada cual, más suave o más fuerte, constituye una limitación colectiva respecto de la necesaria cultura democrática, de respeto al pluralismo y la capacidad integradora para articular representaciones colectivas unitarias y complementarias en el marco de una agrupación política amplia y diversa, con distintas sensibilidades y corrientes, además de plurinacional.
Son dos aspectos fundamentales que corregir y madurar para la nueva etapa donde la dirección de Podemos y del grupo confederal, incluyendo a Izquierda Unida, En Comú Podem, Galicia en común, junto con otras fuerzas políticas afines y personas representativas, tiene la tarea de ser un factor proactivo en la conformación de un conglomerado más amplio y diverso del espacio del cambio progresista, con nuevas bases de cooperación con Más País, Compromís y otras fuerzas soberanistas y de izquierda, así como personas críticas e influyentes en la sociedad y los grupos sociales y culturales.
Nueva etapa de cooperación del espacio del cambio de progreso
Se abre una nueva etapa, tras las elecciones catalanas y madrileñas, con la recomposición de las fuerzas políticas de las derechas y las izquierdas, la amenaza de involución social y democrática derivada de la presión de las derechas extremas, el reto de la gestión, principalmente del gobierno progresista de coalición, con la respuesta a las fuertes desigualdades sociolaborales, de género, territoriales y medioambientales y el plan de modernización económica y democratización institucional, tras lo peor de la crisis sanitaria por la pandemia; y todo ello, con la perspectiva del próximo ciclo electoral (generales, municipales y autonómicas) del año 2023, si no hay anticipaciones, y las primeras de todo, las andaluzas, como banco de pruebas.
La perspectiva común de las diferentes corrientes a la izquierda del PSOE debería ser fortalecer una dinámica diferenciada de la socialdemocracia clásica y sus dependencias del poder establecido, conformar un campo político compartido y unitario, con unas bases sociales y una identificación configuradas durante esta década de experiencia democratizadora y por la justicia social, que he definido como nuevo progresismo de izquierdas con fuerte componente ecologista y feminista.
Para terminar, voy a mencionar un aspecto particular, la evidencia de divergencias políticas y la diferencia entre un marco de elecciones autonómicas (o locales) y el ámbito estatal de las elecciones generales, con mayores dificultades normativas para acceder a la representación parlamentaria.
En ese sentido, la prioridad por mantener una identidad específica, cuando hay grandes puntos programáticos y de proyecto compartidos, es contraproducente ante la constricción de la distribución electoral, al menos en 44 provincias que no llegan a diez escaños, y salvo en Madrid y Barcelona. Es decir, hay que pretender la efectividad en la representación electoral e institucional, superando esa restricción representativa que penaliza la división en dos (o tres) candidaturas progresistas diferenciadas del PSOE. O sea, el perfil propio o el interés partidista cortoplacista debe ser negociado para garantizar una representación efectiva y equilibrada, de forma coaligada, del conjunto del conglomerado del espacio común del cambio de progreso.
Es la enseñanza principal del periodo anterior para mejorar las capacidades unitarias y de respeto al pluralismo con un liderazgo compartido y un proyecto común, que es el reto mal gestionado en este lustro pasado y que es esencial para conformar un proceso más justo, igualitario, solidario y sostenible medioambientalmente.
Es la moraleja de esta experiencia histórica en defensa de un proyecto común de país. Este ciclo iniciado hace una década, lo quiere clausurar prematuramente el poder establecido, mientras se ha demostrado el 4M en Madrid, que goza de buena salud, superando con ventaja entre ambas formaciones, Unidas Podemos y Más Madrid, al propio Partido Socialista. La competencia por la prevalencia particularista en la orientación política y las posiciones institucionales de cada sensibilidad deben estar subordinadas al interés compartido por consolidar y ensanchar ese espacio y esa representación.
Se puede llamar ‘ego’ o simple interés corporativo de una élite particular, pero lo que se juega es fortalecer (o no) este frente amplio con un reequilibrio entre las fuerzas progresistas que garantice avances transformadores y una nueva legislatura de progreso frente a las derechas y su proyecto reaccionario y regresivo.
Y, además, esa cooperación y ensanchamiento representativo sería favorable para otra dimensión estratégica fundamental de profundo y largo recorrido: ser capaces de conectar y promover los procesos populares de activación cívica, dentro de una dinámica transformadora de progreso, que consoliden y amplíen a largo plazo las propias bases sociales del cambio con un plan social y democrático alternativo de país. Es momento de nuevos liderazgos capaces de afrontar los desafíos venideros, con una formación política más unitaria y plural.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor del libro ‘Perspectivas del cambio progresista’
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