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Controversias sobre la transversalidad

Fuentes: Rebelión

La palabra transversalidad (y transversal) adquirió una nueva relevancia en el ámbito político, en particular entre representantes de Podemos y las fuerzas del cambio para definir uno de sus ejes estratégicos.

Ahora, se ha vuelto a poner de actualidad en torno al nuevo proyecto de frente amplio propuesto por Yolanda Díaz, tal como expongo en el artículo “Contexto y debates sobre el frente amplio”. Está enmarcado en la renovación de las fuerzas del cambio, cuyos ejes y marco sociopolítico explico en mi último libro: “Perspectivas del cambio progresista”.

Su sentido no siempre queda claro, además de los matices y diferencias entre algunos de sus principales dirigentes sobre su importancia y significado. Pero, además, se ha ido utilizando por todo tipo de actores políticos y socioculturales con distintos contenidos. Se trata de clarificar y avanzar en un debate que debe ser riguroso y constructivo para fortalecer un proyecto de cambio.

El significado lingüístico de transversal es “que se halla o extiende atravesado de un lado a otro” (Diccionario de la RAE) o “que afecta o pertenece a varios ámbitos” (Diccionario María Moliner). Es decir, tiene que ver más con una pertenencia ambivalente, doble o mixta, que con una posición intermedia o centrista.

Detrás de esa palabra existen diferentes significados, se trata de clarificarlos. Avanzo mi valoración para desechar una idea unilateral, bastante común en el ámbito mediático: transversalidad no es consenso entre derechas e izquierdas, ni centrismo liberal o populismo centrista.

Transversal es el sentido del diálogo social y la negociación colectiva como proceso cooperativo para conseguir beneficios para todas las partes implicadas, aunque haya dinámicas contrapuestas en otros aspectos, incluido el modelo social y laboral a implementar en el futuro. Es el actual acuerdo tripartito para la reforma laboral que, aun con concesiones mutuas, supone un avance en los derechos de la gente trabajadora y la capacidad contractual de los sindicatos para reducir la precariedad laboral. Y la patronal ha preferido limitar algo su alcance transformador y no descolgarse ni seguir la estrategia de confrontación de las derechas. Sabía que las fuerzas progresistas tienen la prioridad de avanzar en la justicia social y democrática y que su transversalidad siempre debe estar orientada hacia la igualdad, objetivo conseguido.

Así, este acuerdo amplio o transversal es un paso relevante ya que supone una mejora sustantiva para los derechos sociolaborales, un cambio de la tendencia regresiva y, además, facilita su durabilidad. El pacto tripartito no supone la conformidad con todo el marco actual de precariedad y subordinación del trabajo, cada parte sigue teniendo unos intereses y una posición diferente o contrapuesta sobre el tipo de mercado de trabajo y de relaciones laborales a desarrollar, sino que el acuerdo es una reforma parcial y progresiva del mismo que es lo que hay que valorar en este contexto y con el actual equilibrio de fuerzas sociales y políticas. No es meramente cosmético; es un avance limitado pero sustancial y positivo para las capas trabajadoras y el sindicalismo.

Tras este ejemplo transversal, de máxima actualidad y debate, explico los fundamentos y las controversias sobre la transversalidad. En primer lugar, analizo la diversidad de sus interpretaciones, a veces contrapuestas en su sentido político y su desarrollo histórico. Diferencio dos tipos básicos. Una, la centrista o liberal; otra, la transversalidad popular e igualitaria. En segundo lugar, expongo sus principales características y su función como identificación política en el debate actual, y profundizo en su combinación con otra idea fuerza, la igualdad, para valorar su fundamentación teórica.

Dos planos: composición sociodemográfica y posición político-ideológica

Aquí me interesa distinguir dos planos que afectan a la transversalidad o a una estrategia transversal: composición sociodemográfica y posición político-ideológica. En el primero se debe responder a cuál es la base social de una fuerza política o social, a quién y con qué prioridades se pretende defender, articular o representar. Tiene que ver con una composición interclasista y representativa de las distintas categorías sociales (de condición socioeconómica, género y edad, étnicas-nacionales, culturales…). El segundo, normativo, define qué orientación sociopolítica y cultural, qué carácter o significado tienen los intereses, demandas y proyectos, más o menos universalistas o particularistas, así como más o menos ambiguos o definidos.

Además, hay que hacer referencia realista al actual marco de relaciones desiguales o de dominio/subordinación en las estructuras socioeconómicas y político-institucionales, es decir, a la existencia de un bloque de poder dominante y una mayoría popular subalterna. Igualmente, hay que concretar su significado en relación con las dos grandes dinámicas sociopolíticas contrapuestas: continuismo (regresivo y autoritario) o cambio (progresivo y democrático).

Por otra parte, hay que combinarlo con otras polarizaciones sociopolíticas o culturales. Por ejemplo, entre machismo y feminismo. Podemos decir que el feminismo como el machismo son transversales a nivel interno de cada cual en cuanto clase social o composición étnico-nacional (no tanto por sexo, donde existe un sesgo patriarcal). Pero, qué es ser transversal entre las dos tendencias: ¿intermedio, neutral, indefinido? Así decimos que el feminismo o el movimiento feminista es transversal respecto de su composición sociodemográfica, incluso de sexo y de género ya que aunque predominan las mujeres también participan algunos varones y personas transexuales y no binarias; pero, al mismo tiempo, se enfrenta al machismo y a la dominación patriarcal a los que pretende combatir para establecer unas relaciones igualitarias.

En ese sentido, lo transversal como intermedio o neutral entre los dos polos ideológicos y relacionales no es transformador, sino que facilita el continuismo de los privilegios patriarcales frente a la emancipación de las mujeres o, en general, de las personas discriminadas por la jerarquización de los géneros y su opción sexual, basadas en la lógica de los derechos humanos universales.

El resultado es una relación compleja. Se debe combinar la representación y defensa de las capas populares, la mayoría social, en oposición a las élites dominantes, con el interés general definido por el camino hacia mayor bienestar individual y colectivo o bien común.

Igualmente, interesa su vinculación con una ética universalista que ampara la igualdad y la libertad de los seres humanos, sin privilegios o discriminación por cualquier condición social o cultural. La pugna por la interpretación y la articulación práctica de esos objetivos generales está servida. Es la lucha por la hegemonía político-cultural.

Transversalidad pluridimensional y multitemática

Lo transversal se opone, por una parte, al reduccionismo de clase de algunas corrientes marxistas, más rígidas y economicistas, y por otra parte, al fundamentalismo identitario, el exclusivismo nacionalista y la fragmentación particularista postmoderna. Al mismo tiempo, desde un enfoque popular e igualitario, hay que diferenciarlo del consenso o centrismo liberal.

Por tanto, transversalidad se asocia a una posición político-ideológica que comparte, media o supera los dos polos clásicos en que se ha dividido durante los dos últimos siglos la principal (junto con las tensiones entre nacionalismos/imperialismos) polarización política: izquierda/derecha. La pérdida de vigencia de esta última, en su versión institucional, al haberse ampliado el consenso bipartidista (PP/PSOE) de muchas políticas en anteriores etapas, y la confusión interpretativa que genera, es lo que actualiza un debate ya antiguo, aunque con nuevas formulaciones y modelos de polarización: como oligarquía y autoritarismo frente a igualdad y democracia, o bien, posiciones liberal-conservadoras frente a opciones progresistas, que expresa el actual bibloquismo.

Esta expresión de transversal se utiliza como alternativa, orientación o principio para ampliar la base social de una fuerza política y ganar representatividad, legitimidad y apoyos electorales. Como decía, alude a dos aspectos diferentes aunque complementarios: el significado político o dimensión ética-ideológica, y la composición social o alcance representativo. Tiene sentidos distintos, es decir, es polisémica y ambigua, en la medida que hace referencia a atravesar o compartir con otras partes no definidas, partícipes de diversos planos (o tableros) y cuya función no queda clara, si no se detalla explícitamente. Más motivo para la clarificación de su sentido discursivo y su función política.

Dejo al margen otros usos en variados campos con significados similares pero ligados a una experiencia y una trayectoria particular y un sentido específico. Por ejemplo, la transversalidad de género, la acción transversal en materia educativa o el carácter interclasista de distintos movimientos nacionales, sociales (feministas, ecologistas, sindicales…) u organizaciones cívicas.

Solo hay que añadir que, históricamente, el nacionalismo se ha presentado como transversal a las clases sociales y en competencia con otras naciones y que los movimientos obreros o socialistas se han definido (a efectos discursivos tradicionales) como transversales respecto de la nacionalidad, es decir, internacionalistas solidarios aunque en oposición al poder socioeconómico.

Me centro en el plano político y en algunas referencias teóricas más generales. Así distingo transversalidad como consenso liberal o centrismo político, y transversalidad como temática común, composición popular interclasista o diversidad ideológica dentro de un amplio espacio democrático-progresista.

La transversalidad centrista

Dos hechos relevantes han incrementado la importancia de este concepto y la necesidad de precisarlo para clarificar una estrategia de cambio: su vinculación con el centrismo (y la prevalencia de las clases medias y el continuismo del poder neoliberal), o con un progresismo popular multidimensional y el engarce con la renovación de las izquierdas.

Primero, aunque hay otros precedentes, el discurso y la política centrista transversal cobra gran relevancia con la estrategia de tercera vía o nuevo centro de la socialdemocracia (británica y alemana) de los años noventa. Se presenta como alternativa a la izquierda socialdemócrata y la superación de la izquierda y la derecha, pero ha sufrido un fuerte desgaste electoral por su gestión neoliberal de la crisis.

En particular, aparte de las inclinaciones del felipismo, lo más destacado en España, con la crisis de 2008, fue el giro hacia el socioliberalismo del PSOE y la emergencia de Ciudadanos, con su pacto político de continuismo centrista del año 2016, presentado como transversal pero opuesto a una posible alternativa progresista de izquierdas, prefigurada ya en las elecciones generales de 2015, que finalmente se produjo con el Gobierno de coalición progresista, a principios de 2020 y después de tres elecciones generales. Esa transversalidad centrista frente a un cambio sustantivo fracasó, no sin generar tensiones y confusiones estratégicas.

Se conforman dos bloques polarizados, el progresista (incluido los nacionalismos periféricos) frente a liberal-conservadores, o, bien, de izquierdas frente a derechas. Permanece cierto centrismo sociológico en disputa representativa de ambos bloques. Lo significativo es que apenas hay transversalidad política entre los dos campos, ni siquiera pactos de Estado o intereses nacionales comunes; no hay hueco en la representación parlamentaria para el centrismo político, solo para cierto diálogo social, el valor en el que destaca Yolanda Díaz y que se asocia a la transversalidad entre patronal y sindicatos.

No obstante cabe resaltar, aparte del gran consenso socioliberal europeo entre la derecha moderada, el centro liberal y la socialdemocracia, un nuevo renacer en varios países de cierto centrismo populista o liberal, con acuerdos transversales entre fuerzas moderadas (de derecha, centro e izquierda socialdemócrata e incluido los verdes), en este caso opuestas a las dinámicas autoritarias y nacionalistas de las ultraderechas y con el aislamiento de la izquierda transformadora.

Es decir, se vuelve al clásico discurso del liberalismo como superación de la izquierda reformadora y la derecha autoritaria, con nuevas versiones centristas liberales o populistas para la regeneración de las descreditadas élites gobernantes con dinámicas y discursos parcialmente renovadores como las del francés Macrón o el italiano Movimiento cinco Estrellas, o, bien, las estrategias transversales de centro izquierda de los nuevos Gobiernos alemán e italiano.

La transversalidad igualitaria

Segundo, la otra tendencia transversal la constituye el carácter democrático, social y progresivo del nuevo movimiento popular en España (y otros países), simbolizado por el 15-M, y cuya referencia político-institucional es Unidas Podemos y el conjunto de las fuerzas del cambio, cuya renovación está ahora en la agenda política. Es un campo sociopolítico y cultural progresista con componentes transversales o interseccionales en su composición popular y su temática pluridimensional.

Su precedente es la actividad y el discurso de los nuevos movimientos sociales desde los años 60 y 70, en el marco de la renovación del nuevo progresismo de izquierdas o popular y la ampliación de sus objetivos (feministas, ecologistas, antirracistas…), más allá de los clásicos sociolaborales, así como la relevancia de estrategias compartidas como la reafirmación democrática frente a los autoritarismos.

Sin olvidar que, históricamente, han sido los procesos nacionales los que más se han equiparado a la transversalidad, tanto de clase social (interclasistas) como ideológico-políticos (izquierda/derecha); en especial, hoy, en los movimientos nacional-populares progresivos latinoamericanos. A lo que habría que añadir, en los últimos tiempos, el ascenso de las ultraderechas que recogiendo la trayectoria populista-nacionalista reaccionaria también se presentan (al igual que los fascismos en su tiempo) como transversales y superadoras de esas dicotomías.

Desde esa experiencia podemos decir que hay dos tipos fundamentales de transversalidad que hay que discernir. Uno sería el consenso liberal centrista. Otro, la transversalidad popular y multitemática progresista como oposición al poder establecido acogiendo la acción igualitaria emancipadora frente a las diversas fuentes de dominación y desigualdad. O sea, tiene más que ver con los grandes valores de igualdad, libertad y solidaridad de la tradición de la izquierda democrática y transformadora.

Falta por definir la nueva transversalidad cuyo significado está ligado a este inicio de la conformación de un frente amplio articulador y de ampliación de las fuerzas del cambio, con un perfil progresivo diferenciado del centrismo liberal. Habrá que volver sobre ello.

Transversalidad no es centrismo

El desarrollo del social-liberalismo del nuevo centro (alemán) o tercera vía (británica), dominante en los partidos socialistas europeos desde mitad de los años noventa, constituye un abandono de las posiciones clásicas de la izquierda socialdemócrata y un giro hacia la adopción de medidas neoliberales y retórica centrista. Este nuevo discurso se presentó como transversal a las ideologías: sustituir la tradición socialdemócrata por el liberalismo, o tener un perfil bajo o ecléctico compatible con la ideología dominante en vez de un pensamiento crítico o unos valores igualitarios. Junto con esa transversalidad política se produce una transversalidad respecto a las clases sociales y el poder: abandonar la prioridad de la defensa de la mayoría ciudadana (las clases populares -trabajadoras y medias-) e incorporar la representación de los intereses del poder económico-financiero y las oligarquías, es decir, diluir el conflicto entre los de arriba y los de abajo, entre los poderosos y la gente subordinada, con apariencia de neutralidad.

Así, se supone que se representa a todas las partes y al conjunto de la sociedad, con la responsabilidad de Estado, el consenso europeo y la garantía de gobernabilidad. Los partidos políticos se convierten en ‘atrapalotodo’. Por un lado, esa posición centrista o consensual pretende ampliar su espectro transversal, que incluye las élites dominantes, con el pretexto de ensanchar su base electoral por el centro, aunque en realidad pierde representatividad – transversalidad- entre la gente joven, progresista y con una cultura de izquierdas. Por otro lado, pone el acento en la moderación, el consenso y el centrismo político para, supuestamente, ampliar su influencia entre el tercio autodefinido como centrista, en disputa, y algo del tercio de capas liberal-conservadoras, representadas por las derechas.

El último ejemplo a gran escala, en España, fue el acuerdo progubernamental del Partido Socialista y Ciudadanos de la pasada legislatura, en el año 2016, presentado como pacto ‘transversal’ entre la (supuesta) izquierda socialista y la derecha (supuestamente) regeneradora y liberal. Había una acepción de transversalidad como centrismo político, con un proyecto continuista (en lo económico, social y territorial) que integraba el poder económico-financiero y una parte de las capas populares e intentaba legitimar una nueva élite gubernamental transversal.

Además, buscaba el aislamiento de Unidas Podemos y sus confluencias, para neutralizar su acción transformadora así como apropiarse e inutilizar uno de sus discursos para ampliar su legitimidad: la transversalidad popular. Como se sabe, ese plan continuista no fructificó; pero sí creó cierta confusión, por lo que necesita su clarificación.

No obstante, los hechos son los hechos a través de los que se conforma la experiencia y la cultura de la gente. Con ocasión de la crisis socioeconómica de 2010 y la incorporación de los aparatos socialistas a las políticas gubernamentales de austeridad y dinámicas autoritarias, incumpliendo sus compromisos sociales y democráticos, se resquebrajó la función legitimadora de esa deriva centrista, por mucho que se vistiera de transversalidad. Se comprobó la amplia desafección popular, y la socialdemocracia, con su tercera vía, profundizó en su agotamiento político y discursivo.

En contraposición, aparece un nuevo proceso político diferenciado de la lógica de la anterior transversalidad del consenso centrista: el conflicto social y cultural y la polarización sociopolítica en esta década sobre los que se ha consolidado un amplio campo electoral progresista y transformador, una nueva representación política y nuevas capacidades de acción institucional frente al poder establecido: es un espacio transversal popular, igualitario y emancipador, representado por las fuerzas del cambio, que ha condicionado la propia renovación socialista de la mano del sanchismo. La suma de ambos espacios distintos ha configurado una transversalidad progresiva con perfil de izquierdas, no de centro, que ha permitido, según su respectiva representación social y parlamentaria, la garantía de su gobernabilidad compartida frente a las derechas.

La transversalidad popular es emancipadora

Frente a la deriva autoritaria y regresiva de las élites gobernantes en su gestión de la crisis socioeconómica, político-institucional, nacional y europea, se desarrolló un amplio, masivo, democrático y ‘transversal’ movimiento popular progresista en torno a dos ejes principales: más democracia y mayor justicia social. Se reafirmaron los valores cívicos y democráticos, así como los derechos sociales. O sea, se conformó una transversalidad como oposición progresista al poder establecido y su dominación.

En la pugna sociocultural que simboliza el movimiento 15-M, en todo ese ciclo de la protesta social progresiva (2010/2014), se configura una actitud cívica desde la reafirmación progresista en la cultura previa democrática y de justicia social. La mayoría de esas reivindicaciones populares, de carácter social, económico-laboral y cultural, gozan de una amplia legitimidad social, así como las organizaciones cívicas y los movimientos sociales que los articulan. E igualmente, las funciones redistribuidoras y protectoras del Estado de bienestar y los servicios públicos.

Según encuestas de opinión, grandes objetivos transversales recibían y reciben la comprensión y el apoyo persistente de dos tercios de la población. En algunos campos (por ejemplo, en defensa de un empleo decente, una sanidad y educación públicas, la igualdad de género y contra la violencia machista, unas pensiones dignas, …) el apoyo popular se incrementa más; son auténticamente transversales de (casi) toda la ciudadanía… salvo para una minoría ultraconservadora y neoliberal.

Todo ello constituye una transversalidad popular progresiva; no es neutral ni está al margen del conflicto político-ideológico, tiene un perfil más cercano a las izquierdas que a las derechas, mercantilistas y neoliberales. No obstante, esta transversalidad de los apoyos cívicos a una acción social progresista es difícil trasplantarla mecánicamente al campo político-electoral, en el que intervienen otras mediaciones económico-institucionales.

Por tanto, la transversalidad como centralidad progresiva y popular no es centrismo; es ser eje del proceso político a través de la representación y la defensa de la mayoría social con unos valores democrático-igualitarios. No es neutralidad o ambigüedad respecto de las ideas y las prácticas conservadoras, reaccionarias, sexistas o racistas. Es reconocer toda la realidad y pluralidad existentes, conectar con los mejores valores cívicos de la mayoría ciudadana, proyectar un discurso de progreso e impulsar la transformación social y cultural de la sociedad en un sentido (universal) igualitario y solidario.

En definitiva, este proceso sociohistórico nos da pistas de otro contenido de la palabra transversal. No es moderación, equilibrio y mediación entre la derecha y la izquierda gobernantes del anterior bipartidismo, ni el punto medio entre la gente (común) y el poder político-económico. Expresa compartir proyectos, posiciones y composición social plural e integradora pero, sobre todo, con los grandes valores democráticos y dentro del campo ‘popular’, de las capas subordinadas, de los de abajo o subalternos, frente a los de arriba, la oligarquía o las clases dominantes (por supuesto, con excepciones y situaciones intermedias).

Ante situaciones desiguales de estatus o de poder no debe haber neutralidad, sino solidaridad, apoyo mutuo y reequilibrio de condiciones de la gente en desventaja. Y con el criterio universal de articular la igualdad y la libertad. Por tanto, transversalidad (popular y progresista) tiene un significado sustantivo democrático, igualitario y emancipador, en grados diferentes, pero opuesto a posiciones y actitudes autoritarias, regresivas y dominadoras.

La transversalidad como universalidad por la igualdad y la libertad

Transversalidad puede y debe reunir componentes ‘universales’, concepto clásico de la filosofía política, para toda la población. Es la tradición de la ética kantiana que dejó su impronta en la declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero no es una posición intermedia, neutra o ambigua entre esos dos polos del conflicto: igualdad/libertad frente a desigualdad/dominación. Como tampoco lo era ese nuevo código ético universal, todavía de referencia internacional. Se pactó en la ONU (1948) entre EEUU y países europeos y sus aliados del bloque soviético, precisamente, frente a la experiencia del nazi-fascismo, el autoritarismo, el racismo y las dictaduras que asolaron el mundo, previa y durante la Segunda Guerra Mundial.

Pretendía evitar la reproducción del autoritarismo con una nueva hegemonía cultural, democrática y de derecho; y en Europa occidental, además, ‘social’, con el Estado de bienestar. Es la finalidad igualitaria y el consenso democrático -transversal-, que quieren hacer retroceder las fuerzas neoliberales regresivas y el nuevo populismo derechista, autoritario y xenófobo.

Ante la involución social, económica, política y democrática, se revaloriza para la ciudadanía la importancia de una alternativa de progreso, basada en los valores universales (republicanos) y la reafirmación de la cultura popular de la justicia social y la democracia, según detallo en el libro citado.

Lo transversal, desde una mirada progresista y realista, no debe ser una posición neutra o ambigua entre los dos grandes proyectos políticos o dimensiones ideológicas en pugna, basados en la igualdad y la libertad o en la desigualdad y la dominación, y desarrollados en la historia de estos dos últimos siglos. Convenientemente actualizado, debe recoger lo mejor de la experiencia y las tradiciones progresistas o liberadoras: la democracia, la emancipación y la igualdad social frente al autoritarismo, la subordinación y la regresión.

No cabe compartir, mezclar o ser transversal (neutro o equidistante, según la versión liberal y abstracta) entre las dos estrategias y discursos: por un lado, los derechos humanos y sociales y, por otro lado, las posiciones autoritarias, opresivas y antisociales, hoy en auge por la ultraderecha europea y el trumpismo.

En ese plano ético no hay punto intermedio justo. En ese centro discursivo (aristotélico, liberal o confuciano) no está la virtud. La justicia, en una situación de desigualdad y dominación, está en la defensa de la gente común o el pueblo desde un polo del conflicto político-ideológico, los mejores valores ilustrados o republicanos representativos de la modernidad democrática: igualdad, libertad, solidaridad, laicidad, convivencia intercultural… Se trata de remover los obstáculos estructurales y las desventajas de la mayoría ciudadana, frente a los privilegios de las capas dominantes, las élites poderosas.

Transversalidad frente a la dominación

Transversal hace referencia a una característica ‘interclasista’, mestiza, plural y diversa, en cuanto a condición socioeconómica, étnico-nacional, cultural o de sexo-género, de la base social que se representa o a la que se dirige. Pero, como decía, hay que sobreentender la no equidistancia o la no neutralidad entre poder establecido y mayoría ciudadana, entre, por un lado, agentes dominadores y privilegiados y, por otro lado, personas y grupos dominados o discriminados. No se trata de reproducir o conservar el orden existente; se trata de cambiarlo.

Dicho de otro modo, transversal como necesaria amplitud sociodemográfica, flexibilidad asociativa o apertura de miras no debe priorizar la defensa del poder establecido y las élites dominantes. Solamente representar aquello que son sus derechos ‘universales’, civiles y políticos, incluso en aspectos parciales compartidos. Existe una diferencia sustancial respecto de una posición de dominio y su papel de control y gestión de los recursos productivos, económicos, culturales e institucionales. Así, sus intereses directos y sus demandas inmediatas, con una dinámica predominantemente regresiva y autoritaria, también condicionan el significado de estos aspectos compartidos, y adquieren, en su mayor parte, un carácter antagónico respecto de los de la mayoría popular y ciudadana.

La nueva experiencia, cultura y actitud progresista de amplias capas populares en España, ante la crisis iniciada hace más de una década, agravada por la pandemia, es lo que constituye un factor de cambio, con una nueva representación política e institucional, con el Gobierno de coalición y la mayoría parlamentaria que le apoya.

En la sociedad existe una profunda situación de desigualdad social, económica y de poder, de estructuras opresivas, de falta de garantías públicas para la libertad y el bienestar de la población, particularmente, de las capas más desfavorecidas. Una política progresista debe saber combinar un horizonte universalista (o transversal) en los derechos y garantías para todas las personas y unas medidas reequilibradoras o compensatorias frente a la desigualdad y la discriminación de capas significativas y mayoritarias de la población subalterna. Representatividad popular, composición transversal y firmeza democrática y solidaria frente a los poderosos permiten a las fuerzas de progreso ocupar una mayor centralidad en el proceso político.

Se debe combinar la ciudadanía social universal con el impacto específico y las políticas adecuadas a las distintas ‘necesidades sociales’. Es lo que se aplica en los derechos sociales, como el de la sanidad o la vivienda; o los criterios para defender un plan de emergencia social o el ingreso mínimo vital. Es la lógica del actual acuerdo laboral. O sea, no hay transversalidad centrista sino, sobre todo, refuerzo del campo progresista frente a las derechas. El contenido de los acuerdos transversales depende de la relación de fuerzas, pero visto desde una óptica progresista se justifican por su avance hacia la igualdad.

Desde una perspectiva progresista, el objetivo a conseguir es la mayor igualdad de posiciones, estatus y capacidades (más completa que la de oportunidades), el empoderamiento cívico, la no-dominación. Y ello de forma transversal, sin discriminación de sexo, etnia, condición social u orientación política, sexual o cultural.

En definitiva, la transversalidad es un enfoque positivo y sugerente para la ampliación de la base social y electoral de las fuerzas del cambio, el frente amplio, y sus alianzas sociales e institucionales, así como su desarrollo discursivo y sociopolítico. Se trata de avanzar en un marco unitario y constructivo de debate y definición programática y estratégica y evitar su uso confuso. Pero exige un esfuerzo suplementario para aclarar los malentendidos, huir del fetichismo de la eficacia de su simple enunciación y afinar el análisis de la complejidad de sus diversos componentes y equilibrios relacionales. Entre ellos su adecuada combinación con el otro elemento fundamental para una estrategia progresista: la apuesta por el cambio de progreso, por la oposición a las dinámicas regresivas y autoritarias y en favor de los derechos humanos y sociales, de la democracia y la igualdad.

Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor del libro “Perspectivas del cambio progresista”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.