A lo largo de 2022 en España, desde algunos sectores ecologistas o cercanos al ecologismo se han lanzado fuertes críticas contra lo que llaman “colapsismo”: una ofensiva intelectual (o quizá más política que intelectual) que ejemplifica, entre otros textos, el artículo conjunto de Emilio Santiago Muíño, Jaime Vindel y César Rendueles en la nueva revista Corriente cálida (lanzada en el otoño de 2022).[1] He ido respondiendo a este “anticolapsismo” con un par de textos en mi blog (Tratar de comprender, tratar de ayudar) que ahora reescribo, unifico y actualizo en las páginas que siguen.[2]
Creo que si se dejara fuera de juego al sector ahora bautizado como “colapsista”, responsable de buena parte de los análisis más realistas sobre la crisis de civilización que atravesamos,[3] se privaría a los movimientos sociales de algunos de sus mejores órganos sensoriales y analíticos. Y eso no puede conducir a buenos resultados en términos de cambio ecosocial.[4]
“Éste no es un debate que busque que nadie abandone nada, sino que busca compensar, contrapesar y diversificar”, escribe mi amigo Emilio Santiago Muíño en un trabajo extenso publicado en la web de Contra el Diluvio (“No tenemos derecho al colapsismo”, que en lo que sigue abreviaré NTDC).[5] Pero el mismo título de su texto desmiente aquella declaración de intenciones: si heterodefinimos al otro equipo como “colapsista” y, a continuación, insistimos en que “no tenemos derecho al colapsismo”, está bastante claro a quién se trata de callarle la boca.
¿Matar
al mensajero pesimista?
Los movimientos ecologistas hemos sido acusados de pesimismo y catastrofismo,
de manera casi rutinaria, a lo largo de seis decenios, desde posiciones tanto
de izquierda como de derecha política. Matar al mensajero portador
de malas noticias (o por lo menos lapidarlo un poco) es una reacción frecuente
entre los animales humanos.
A medida que la crisis ecosocial objetivamente se agrava, nuestras perspectivas de futuro se ensombrecen, y las consecuencias de esa crisis multidimensional afectan a más facetas de la vida cotidiana de la gente incluso en los países centrales del sistema, arrecian las campañas contra el pesimismo. Las tenemos en los medios orgánicos con este sistema de dominación, como El País, que nos invita a entregarnos a los “nuevos optimistas” como Steven Pinker, Matt Ridley o Johan Norberg;[6] las tenemos en nuevas (y viejas) derechas “sin complejos”, como Isabel Díaz Ayuso, quien nos alecciona con edificantes discursos: “Todas las generaciones tienen sus propios desafíos, sus propios problemas. No hay que caer en la desesperanza como buscan normalmente los totalitarios para dirigir, para entristecer y por tanto para dirigir”.[7] Ah, ¿qué se creían ustedes, que sólo las izquierdas spinozistas podían denunciar las pasiones tristes?
Hablar de “catastrofismo” como si fuese una especie de subgénero literario, en vez de atender en detalle a qué está pasando con el clima, la energía, la trama de la vida en el planeta Tierra, es de una frivolidad que corta el aliento; pero así está funcionando casi toda la vida cultural de esta sociedad. Cierto “anticolapsismo” da a entender que Antonio Turiel o Carlos de Castro deberían ganarse la vida como guionistas de Netflix, en vez de ser lo que son: investigadores que tratan de comprender el mundo real con las mejores herramientas teóricas a su alcance.
Ya he contado alguna vez aquel encuentro en un pasillo de la Universidad de Barcelona, hacia 1991. Dos de mis estudiantes charlaban, animados entre sí, sin darse cuenta de que yo estaba al lado, y al final se despidieron: “Bueno, vamos a la clase de catastrofismo del profesor Riechmann”. Catastrofismo era entonces ⸺entonces, cuando aún era posible, quizá, evitar la catástrofe⸺ explicarles The Limits to Growth, el primero de los informes al Club de Roma (1972), y darles algunas herramientas para entender el mundo en que vivían (incluyendo historia del feminismo, en aquel curso sobre crisis de civilización).
Sin
desesperanza, pero sin autoengaño
Quienes desde sectores próximos al ecologismo están desarrollando, en 2022, una
constante campaña contra el pesimismo son en buena medida compañeros integrados
en el proyecto político de Más Madrid/ Más País (o muy cercanos al mismo). En
mi opinión, lo que está aquí en juego es mucho más una disputa política que
teórica.[8] En
la forma clásica que ya plasmó Maquiavelo en cierto paso de sus Discorsi (compuestos entre 1513 y 1520): antes
de la batalla de Aquilonia (contra los samnitas), un cónsul y general romano
llamado Papirio consultó a los augures para saber por dónde podían ir las
cosas. Preguntó en particular a sus pullarii: éstos
eran adivinos que, viendo si los pollos sagrados comían con apetito o se
negaban a hacerlo, pronosticaban victoria en el primer caso, pero
desaconsejaban el combate en el segundo. Pues bien, aunque los pollos sagrados
no dieron buenas noticias aquel día, el cónsul transmitió a sus tropas el
mensaje contrario, pues ¡hay que entrar en combate confiando en la victoria![9]
Este método adivinatorio no tenía otro fin que hacer que los soldados confiasen en la victoria, y de esta confianza casi siempre nace la victoria”:[10] algún general hubo que, cuando los pollos no aconsejaban la acción apetecida, los tiraba directamente al mar manifestando que, pues no querían comer, ¡que por lo menos bebieran! Maquiavelo lo tenía claro: “Si se quiere que un ejército gane una batalla, es preciso hacerle confiar, de modo que crea que deben vencer de cualquier manera.[11]
El largo artículo de Emilio antes mencionado (NTDC) puede resumirse en una frase: los pesimistas estorban. Vale, parece que también lo dijo Churchill: “Soy optimista, pues no parece muy útil ser otra cosa” (lo cita así Rosa Montero, alguna vez). Está bien, pero yo rogaría que por favor no confundamos las arengas a nuestras tropas con los resultados del examen racional de las circunstancias. El tiempo se acaba, nos dice el PNUMA (es decir, NN.UU. sintetizando una enorme cantidad de información científica),[12] pero el “anticolapsismo” insiste: no me angustie usted a la gente… Hemos interrogado a los pollos sagrados y ¡tenemos bastante tiempo por delante!
La desesperanza es un lujo que no podemos permitirnos” es una buena consigna, pero a mí sólo me sirve si va de la mano con esta otra: “y el autoengaño tampoco.
Determinismo
“anticolapsista”
Asevera Héctor Tejero: “No hay ningún colapso asegurado o muy probable en el
horizonte, ni a corto ni a largo plazo”.[13] Sostiene
Andreu Escrivá: “No nos vamos a extinguir (y menos por el cambio climático)”.[14] A
mí me llama la atención el determinismo con que se exhiben estas certezas,
¡especialmente cuando uno de los reproches que habitualmente se han dirigido a
los “colapsistas” es su tendencia a un determinismo fuera de lugar! Vaya,
resulta que al final sí tenemos bola de cristal para predecir el futuro, y está
en manos de estos “anticolapsistas”…
Afirmar con total certidumbre que nuestra sociedad va a colapsar resulta tan absurdo como negarlo taxativamente (¡futuro abierto, sistemas complejos, realimentaciones, incertidumbre!). Sí, el futuro está abierto: pero sería necio negarse a tomar en serio las tendencias sistémicas y los riesgos mayores, sobre todo cuando lo que está en juego son asuntos de vida o muerte.
Sostener categóricamente que no habrá colapso tiende a convertir las “transiciones ecológicas” en un juego de todo o nada. Incita a nuestras sociedades a seguir adelante por la vía fatal donde ya se encuentran: la huida hacia adelante del solucionismo tecnológico. Y tiende a desactivar por completo el principio de precaución.
Optimismo,
pesimismo y políticas prudentes
El “colapsismo” se rechaza de antemano, y así construimos interpretaciones de
la realidad voluntariamente ciegas ante los aspectos más desazonadores de ésta
–lo cual, a la postre, es uno de los factores (y no de los menos importantes)
que empujan con fuerza hacia el colapso.
Como ha observado en alguna ocasión Manuel Casal Lodeiro, la diferencia entre el escenario de “los catastrofistas tenían razón pero no actuamos drásticamente” y el de “los catastrofistas no tenían razón pero nos adelantamos a hacer sociedades poscrecimiento/ posfósiles/ resilientes” es tan brutal que debería llevar a la acción incluso a los más reacios a la radicalidad… Pero no sucede así, claro. Nos falta la mínima racionalidad colectiva como para plantear la cuestión en esos términos.
Esa falta de racionalidad colectiva se podría formalizar mínimamente en una “matriz de pagos” (una tabla de doble entrada) como las que se usan muchas veces en teoría de juegos, de esta forma:
La elección racional nos llevaría a establecer una estrategia “prudentemente pesimista” (Robert Costanza), ya que el coste de equivocarse sería en tal caso moderado (mientras que si no se tiene razón la situación todavía resulta tolerable); y se evitaría la posibilidad de un desastre irreversible. Y es que “nos jugamos tanto si los análisis que apuntan hacia el colapso sistémico son correctos, que creo que es una mala praxis actuar considerando que tenemos más tiempo, margen de maniobra o capacidades de las que puede que tengamos”.[15]
¿A
qué cabe llamar colapso?
Emilio define en ciertos momentos que “el colapsismo es una corriente
ideológica que considera el colapso ecológico de la sociedad industrial como
algo seguro o al menos altamente probable”.[16] Y
afirma también que “la preeminencia del discurso colapsista en el debate
público alimentará, en una proporción cien o mil veces mayor, el nihilismo y el
cinismo de época” (NTDC): pero esa exageración requeriría pruebas que nuestro
amigo nos hurta.
Hay pocas dudas de que estamos asistiendo a un colapso de muchos elementos en la naturaleza ⸺ecosistemas enteros, la criosfera de la Tierra, la estabilidad climática, poblaciones de vertebrados e invertebrados en todo el globo…⸺ y sólo el exencionalismo humano que nos hace imaginarnos separados de la naturaleza y superiores a ella nos permite creer que este effondrement o hundimiento no tendrá consecuencias catastróficas sobre nuestras sociedades. Ecológicamente hablando, señala Josep Mª Mallarach, el colapso comienza cuando el impacto agregado de la humanidad supera la biocapacidad de la Tierra, hacia 1980, sin ser capaces de detener (ni frenar) las principales tendencias de crecimiento exponencial globales.[17] Por ejemplo, las poblaciones de fauna salvaje se han desplomado una media del 69% entre 1970 y 2018 (promedio mundial), según denuncian los informes Living Planet que se publican cada dos años.[18] A un derrumbe así ¿no tiene sentido llamarlo colapso?
Los “colapsólogos” Pablo Servigne y Gauthier Chapelle hablan de colapso como “la destrucción rápida y descontrolada de un sistema complejo, ecológico o social por lo general”.[19] Mucho dependerá aquí de cómo interpretemos el adjetivo “rápido” (enseguida iré a ello).
Creo que lo plantea bien Luis González Reyes: lo fundamental en una sociedad que colapsa es una pérdida de la complejidad social rápida en términos históricos (aunque lenta en plazos vitales). Y esta complejidad se puede medir mediante cuatro indicadores: población (número de personas), interconexión entre las personas, nivel de especialización social (división del trabajo) e información que fluye por la sociedad.[20] Al hablar de colapso de una estructura social, especifica el coautor de En la espiral de la energía,
nos referimos a la disminución drástica de la complejidad a nivel político, económico y social de forma relativamente rápida y de manera que surja una estructura radicalmente distinta de la previa. El colapso no es un cambio de régimen, no es la ocupación de una potencia por otra, tampoco es una crisis. En una sociedad dominadora, el colapso estaría marcado por un descenso en: la estratificación y la diferenciación social, la especialización laboral (tanto de clase, como territorial), la centralización del poder, el control, la inversión en arquitectura monumental y en arte, el intercambio de información, el comercio, y la coordinación social. Como se puede apreciar, no todos los indicadores del colapso de esta civilización son socialmente negativos…[21]
En mi opinión, estarían colapsando sociedades industriales que se adentran en una senda de ecocidio más genocidio, materializados en la eliminación de buena parte de la población humana mundial (aunque en esas sociedades continuase a lo largo de nuestro Siglo de la Gran Prueba cierto nivel de acumulación de capital y cierto grado de dominio de la situación por parte de Estados autoritarios y militarizados).
El
“efecto Séneca” según Ugo Bardi
Ugo Bardi, teórico de sistemas complejos (aquellos sistemas que exhiben efectos
de realimentación fuertes, define en cierto momento de su libro Antes del colapso),[22] lleva
más de un decenio reflexionando sobre el “efecto Séneca” a partir de una
primera intuición en 2011.[23].
La interconexión fuerte entre los subsistemas de un sistema complejo puede
llevar a que, como resultado del impacto de una perturbación sobre uno o
algunos de esos nodos o subsistemas, la red entera colapse. Así, el desarrollo
de los sistemas complejos responde a menudo a lo que el profesor Bardi
denomina el
modo Séneca: se trata de un proceso asimétrico,
donde el crecimiento es lento y el declive muy acentuado. La catástrofe llega
mucho antes de lo que nuestra intuición esperaría y tiende a pillarnos
desprevenidos. Como dijo Séneca acerca del colapso en una de sus cartas a
Lucilio: “Consuelo sería para nuestra debilidad que las cosas pudiesen
restablecerse tan pronto como quedan destruidas; pero sucede lo contrario: el
desarrollo es lento y rápida la ruina”.[24]
Bardi insiste muchas veces en que el colapso no es un error, sino un rasgo característico de los sistemas complejos en el Universo que habitamos.[25] Si bien no podemos evitar muchos colapsos (y todo sistema complejo colapsará, si transcurre el tiempo suficiente), sí podemos al menos tratar de prepararnos para ellos y colapsar mejor. Before the Collapse (título que sugiere un doble significado: antes del colapso, sí, pero también haciendo frente al colapso) es una buena guía para esa singladura, y se agradecen los frecuentes toques de humor con que el autor desdramatiza su materia de estudio, en sí misma —no hace falta insistir sobre ello— muy dramática. Junto al humor, la contextualización amplia (en última instancia, en un contexto cósmico y de Big History) es otro recurso que ayuda a desdramatizar.
Colapsaremos, pero podríamos colapsar mejor. Bardi esboza una estrategia de Séneca que puede ayudarnos en ello: aceptar que el cambio es necesario y que, en muchos casos, oponernos al mismo lleva a un derrumbe más rápido. Aceptar lo inevitable y dejar ir (aceptar la pérdida) nos permitirá prepararnos para colapsar mejor (y quizá incluso evitar el colapso):
La estrategia Séneca consiste en no oponerse a la tendencia del sistema a ir en una determinada dirección, sino en dirigirlo de tal manera que el colapso no tenga que producirse. La clave de la estrategia es evitar que el sistema acumule tanta tensión que luego se vea obligado a descargarla de forma brusca. Piensa en la historia de la paja que rompió la espalda del camello: el colapso no se habría producido si el dueño del camello hubiera evitado sobrecargar a la pobre bestia con cosas pesadas.[26]
Una
curiosa concepción del colapso
Con ocasión de la pequeña polvareda que levantó el artículo de Clemente Álvarez
“El discurso del colapso divide a los ambientalistas” (El País, 9 de agosto de 2022) pregunté a Emilio Santiago Muíño:
un mundo de apartheid con genocidio ⸺digamos, eliminar a cinco o seis
mil millones de personas en unos pocos decenios⸺, donde la mayor parte del
planeta Tierra fuese ya inhabitable, ¿no lo llamarías colapso? Y me contestó
que no. Que eso sería una pesadilla moral inenarrable, pero semejante mundo
de apartheid ecológico y ecofascismo no sería el colapso, aunque
fuese horrible (y que tal desenlace, por otra parte, le parecía más probable
que un derrumbe).
Es curioso. Situado ante uno de los famosos escenarios del informe The Limits to Growth de 1972, que Emilio conoce muy bien y cuya dinámica básica siempre hemos descrito como extralimitación seguida de colapso,[27] uno tiene la impresión de que hoy, para él, mientras siga habiendo ejércitos regulares capaces de combatir, ¡prohibido hablar de colapso! Todo se subordina a (tratar de) alcanzar el gobierno del Estado… Bueno, lo menos que podemos decir es que el concepto de colapso que maneja mi amigo es muy sui generis.
Propone en muchas ocasiones restringir el término “colapso” a los Estados fallidos, lo cual supone una noción extraordinariamente idiosincrásica de colapso. Ya digo: aunque estuviesen masacrándonos los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, mientras la policía patrullase las avenidas principales y los Registros de la Propiedad siguiesen abiertos (aunque fuera ya sólo en precarios asentamientos donde se concentrasen restos de humanidad superviviente cerca del Círculo Polar Ártico o en las desheladas tierras antárticas), para Emilio o para Héctor Tejero no deberíamos hablar de colapso.
Un
comentario revelador sobre The Limits to Growth
Es muy revelador el comentario que ahora dedica Emilio al informe The Limits to Growth de 1972 en NTDC. Dice así:
World 3 es un modelo global que no atiende a diferenciaciones regionales. Cualquier noción de colapso que se emplea en sus escenarios solo puede ser intuitiva, porque es macroscópica, y no se hace cargo del margen de acción de la geopolítica y de la diferente capacidad de reacción de los Estados-nación. ¡Y aquí no podemos confundir el deber ser moral y el ser analítico! Que el correctivo ecológico debiera ser justo, y no reproducir las asimetrías de poder del mundo realmente existente, no significa que podamos hacer buenos análisis de lo que cabe esperar sin considerar las cosas tal y como son. Y las cosas tal y como son parten de constatar que bajo el paraguas de eso que se llama colapso, en nuestras realidades políticas extremadamente desiguales, unas partes del sistema mundo que estudia el World 3 pueden prosperar a costa de que otras colapsen más profundamente. Lo que invalida el término colapso y exige otras categorías (colonialismo climático, apartheid ecológico, ecofascismos, eco-exclusión, exterminismo… categorías todas ellas que movilizan otras disposiciones estratégicas diferentes a la del colapso).
Atención a lo que se está sugiriendo: podemos ciertamente tener colapso a escala mundial (con derrumbe de la producción de alimentos, contaminaciones disparadas, genocidio de miles de millones de seres humanos, etc.), pero mientras algunos Estados-nación logren seguir adelante un tiempo a costa del mundo natural y de la mayoría de la humanidad, ¡prohibido hablar de colapso! Insisto: esta noción de colapso es tan idiosincrásica (y colonial, sobre todo colonial) que haremos bien en rechazarla.
“Rápido” o “lento” son términos relativos a un sistema de referencia.[28] “Para referirse a algo que pueda durar mucho tiempo, podemos hablar de decadencia o de declive”, leemos en NTDC. Parece que a Emilio “mucho tiempo” se le ha convertido en apenas unos pocos decenios (lo cual es un proceso rápido en términos de historia humana, y rapidísimo para la biografía de la Tierra). Este colapso del sentido temporal revela que se está usando el sistema político como referencia[29] ⸺lo cual tiene sin duda sentido si lo principal que se propone uno es ganar elecciones, pero resulta extremadamente reduccionista y antropocéntrico. (Y superar el antropocentrismo extremo de la cultura hoy dominante es necesario, si la humanidad ha de tener algún futuro en la Tierra.)[30]
¿Creyentes
en un derrumbe súbito global e inevitable?
¿Acaso creemos los “colapsistas” ⸺heterodefinidos por Emilio o Héctor Tejero o
César Rendueles⸺ que se va a producir una suerte de derrumbe súbito global de
forma inevitable? No: reléanse mis textos por ejemplo. (Aquí la clave es ese
adjetivo ‘inevitable’, porque también hay posibilidades de derrumbe súbito.
Ellos confían demasiado en las capacidades de los Estados centrales del sistema
para seguir desviando daños y externalidades hacia afuera.) Lo que sí tenemos
garantizado, en el proceso de colapso (y salvo que se abriesen horizontes
revolucionarios hoy nada plausibles), es irnos degradando cada vez más como
sociedad: ante la disyuntiva “o nos empobrecemos o matamos”, optar por
“nosotros no nos empobreceremos” significa irnos convirtiendo en asesinos cada
vez más letales y envilecidos.
En países del Norte global como el nuestro, no sabremos si estamos colapsando sino a posteriori. ¿Se trata de una sucesión de crisis entrelazadas o de un verdadero colapso? Lo dirimirán las y los historiadores del futuro (si en el futuro siguen trabajando profesionales de la historiografía: ojalá sea así). Sabemos que históricamente han colapsado muchas sociedades (ahí está gente como Joseph Tainter y Jared Diamond para recordárnoslo), sabemos que a algunas sociedades las hemos hecho colapsar nosotros (para eso basta con releer a Bartolomé de las Casas) y sabemos que otras están colapsando justo ahora (la trágica situación de Haití o Siria a comienzos del siglo XXI). Se trata de analizar lo mejor que podamos nuestra situación y de actuar para evitar los escenarios peores. El riesgo de un colapso global es obvio (causado por ejemplo por el runaway climate change) y nuestra insensata tecnolatría no nos prepara bien para lo que viene.[31]
Procesos
y acontecimientos puntuales
¿Que el colapso de una sociedad, o de un conjunto de ellas, es más un proceso
que un acontecimiento puntual? Sin duda. Pero por ahí volvemos a las
consideraciones anteriores sobre lo que pueden ser procesos rápidos o lentos, y
sobre lo inadecuado de que la medida de la velocidad la proporcionen ciclos
electorales (o retornos de inversiones industriales o financieras). En el nivel
microsocial, se darán acontecimientos puntuales: cortes de suministro eléctrico
en tal o cual sociedad europea, o muertes masivas por tal ola de calor, o
necesidad de abandonar tal ciudad por la subida del nivel del mar, o una nueva
guerra por recursos críticos escasos. Pero a nivel macrosocial, es cierto, los
colapsos que se ven venir son procesos que pueden durar lustros o decenios.
Sin embargo, si examinamos estos procesos desde la perspectiva de una historiadora del futuro provista de sus herramientas de longue durée ⸺como lo imaginan Naomi Oreskes y Eric Conway en su librito de ficción científica El colapso de la civilización occidental⸺,[32] serían muy probablemente concebidos en términos de colapso (antes que, por ejemplo, una lenta y secular decadencia).
La cuestión no es saber si estos golpes llegarán diez años antes o diez después ⸺algunas sociedades ya están siendo o han sido machacadas⸺, sino qué hacemos frente a ellos. Cómo cambiamos ⸺colectiva y personalmente⸺ en un mundo que ya ha cambiado, que ya no es el mundo de ayer ni volverá a serlo nunca.
Desplazamiento
de impactos
El capitalismo es una máquina de externalizar daños e impactos. Como nos
hallamos en situación de extralimitación ecológica (eso que los anglosajones
llaman overshoot), pero vivimos (aún) en el centro del sistema,
conservamos capacidad para desplazar elementos de colapso hacia las periferias
(y lo hacemos todo el tiempo). Hacia los tres tipos de colonias (en sentido lato) de que suele hablar la pensadora
ecofeminista Maria Mies: la naturaleza, los pueblos del Sur global, las mujeres.
Así, empecinarnos en continuar la trayectoria de “progreso” industrial que
hemos conocido en el pasado reciente (durante un tiempo muy breve en términos
históricos) por esta vía de “externalizar” daños e impactos puede prolongar un
poco nuestra desastrosa trayectoria (lo está haciendo), pero al precio de dañar
aún más profundamente las opciones de miríadas de seres vivos (entre ellos,
muchos millones de seres humanos) ahora y en el futuro.
La pregunta clave es: ¿transición ecológica sin extractivismo colonial, recordando ⸺con Maria Mies y Vandana Shiva⸺ que el orden socioeconómico actual se apoya pesadamente sobre aquellas tres colonias que acabamos de evocar: la naturaleza, el Sur global, las mujeres?[33] Si no nos tomamos en serio que somos ecodependientes en una biosfera de interconexiones múltiples; que los límites biofísicos son reales; que la Modernidad euro-occidental se caracteriza por su colonialidad; que el carácter del industrialismo capitalista es exterminista; si no tomamos nada de eso en serio, podemos postular que tenemos unos márgenes de acción (dentro de este sistema) que en realidad no están a nuestro alcance (o no lo están en absoluto, o no lo están sin convertirnos en una sociedad monstruosa). Pero esto remite a cierta forma de negacionismo…
Futuro
abierto, pero…
Expliqué con cierto detalle (en mi libro Otro fin del mundo es posible) que el futuro está abierto en muchos sentidos, y que
no tenemos ni tendremos bola de cristal para adivinar la evolución de sistemas
complejos como las sociedades humanas.[34] Pero
eso no implica que todas las trayectorias sean posibles a partir de cierto
momento de cierto desarrollo: y por desgracia tenemos, creo, buenas razones
para pensar que, estando donde estamos en 2022, no lograremos evitar desenlaces
catastróficos.
Siempre hay margen para actuar (lejos de mí ningún fatalismo): pero esa capacidad de acción ¿es conmensurable con los cambios de la magnitud necesaria, en los plazos temporales disponibles? Probablemente se nos agotó el tiempo. Si pensamos en términos de transiciones ecosociales, sabemos que los cambios infraestructurales requieren décadas (transformar la matriz energética en primer lugar), y sabemos que los cambios culturales, “superestructurales” si se quiere, requieren décadas (transformar la cultura productivista, extractivista y consumista en primer lugar). Y no sólo eso: no es que la sociedad se halle convencida de la necesidad de esa metamorfosis y el camino esté expedito para avanzar, sino que nuestras sociedades están muy desorientadas, muy confundidas, muy desvertebradas, y enfrente tenemos un capitalismo senescente y caníbal que defiende sus posiciones con uñas y dientes.
¿De cuánto tiempo disponemos todavía? “Nunca es tarde para evitar el colapso”, dice Antonio Turiel tratando de animar al personal, “pero el primer paso es asumir que tienes un problema”. Pero por supuesto que a partir de ciertos puntos críticos, en una trayectoria de colapso, resulta imposible evitar el desenlace.
No tengo ningún monopolio de la verdad, pero sé que hay acumulado conocimiento suficiente para poner en entredicho las interpretaciones de nuestra situación que suscitan más consenso. Y así, ignorando a los y las “catastrofistas”, nuestras sociedades siguen avanzando a toda marcha hacia el abismo, con una buena venda delante de los ojos…
Ejercer
poder
“Hasta hace muy poco el ecologismo no se ha visto en la tesitura práctica de
ejercer poder” (Emilio en NTDC): tampoco ahora, por desgracia. Donde se ha
llegado a ejercer poder ha sido al precio de una desnaturalización de tal calibre que
no cabe pensar en términos de continuidad.
No hablamos de una evolución pragmática, sino en una completa ruptura con lo
que alguna vez se fue: el caso más espectacular (y políticamente relevante) es
el de Die
Grünen, el partido verde alemán, que conozco
bastante bien (le dediqué una tesis doctoral a comienzos de los años 1990). El
partido se deshizo de sus elementos ecosocialistas (un proceso ya casi
concluido cuando publiqué en 1994 mi libro Los Verdes alemanes, a partir de aquella tesis doctoral)[35] y
se convirtió al eco-liberalismo. Comparar sus orígenes ecopacifistas con su
militarismo pro-OTAN de hoy, y su desenfadada apología del capitalismo verde,
produce sonrojo y desolación. Pero éste es el modelo al que nos remiten
compañeros como Florent Marcellesi y Emilio cuando insisten en que “la ecología
política española tiene el reto de pasar del esencialismo al constructivismo,
del nicho a la transversalidad, de la protesta a la propuesta y del
catastrofismo a la esperanza. Es decir, aprovechar la oportunidad de dejar de
ser la resistencia ecologista para estar en condiciones de liderar la nueva
hegemonía verde” (NTDC). No es que “nos situemos voluntariamente en una
posición de derrota” (NTDC), sino que asumimos (sin resignación) una derrota
muy real y nos negamos a travestir las derrotas en imaginarias victorias.
Estamos en 2022 (no en 1972, ni en 1992, ni en 2002)… El problema de los ecologismos de los que venimos no es que hayan sido demasiado radicales, sino justo lo contrario: durante demasiado tiempo nos acomodamos en exceso al posibilismo del “desarrollo sostenible”. En tiempos de trágico agravamiento de la crisis ecosocial tocaría más bien el movimiento contrario.
En su librito de ficción científica El colapso de la civilización occidental, Naomi Oreskes y Eric M. Conway escriben desde el punto de vista de un historiador chino del futuro que, siglos más tarde del colapso civilizacional del siglo XXI, trata de comprender cómo aquellas sociedades que tanto sabían no actuaron para impedir la catástrofe. Y casi no pueden contener la carcajada trágica cuando evocan la Ley de Negación de la Subida del Nivel del Mar aprobada en Carolina del Norte en 2012, dirigida contra científicos y funcionarios “indebidamente alarmistas”. Bueno, me temo que la ofensiva “anticolapsista” desplegada en 2022 tiene algo en común con aquellos esfuerzos negacionistas (aunque por supuesto los designios políticos de nuestros “anticolapsistas” hispanos sean muy diferentes, y aunque no disfruten de ningún poder legal para callar la boca a los “indebidamente alarmistas”).
El resultado objetivo de la ofensiva “anticolapsista” va a ser empujar al (pequeño) sector del ecologismo en España que se sitúa fuera del viciado consenso en torno al “desarrollo sostenible” hacia ese nefasto redil (capitalista y neocolonial). Ya sé que no es la intención de sus impulsores, que muchos de ellos y ellas se consideran anticapitalistas, etc.: pero demos tiempo al tiempo. Los polos de atracción políticos, en nuestras derechizadas sociedades europeas, por desgracia son los que son.
Sistemas
con mucha inercia
Por no ser capaces del movimiento del “menos” (decrecimiento) es por lo que
estamos destruyendo las perspectivas de vida civilizada (quizá de vida humana a
secas), dañando a las demás formas de vida y degradando de forma radical la
biosfera. Es el tremendo proceso donde nos hallamos. Los procesos destructivos
globales (el “cambio global”) son de tal magnitud, y tienen tanta inercia, que
lo que hagamos a partir de ahora probablemente ya no podrá evitar un planeta
Tierra convertido parcial o totalmente en infierno (para los seres humanos y
para muchos seres no humanos: la perspectiva cambia mucho no sólo cuando
salimos del cortoplacismo, sino cuando cuestionamos el marco antropocéntrico).
Estamos hablando del calentamiento global, la acidificación de los océanos, el
desmoronamiento de los ecosistemas, la Sexta Gran Extinción… Ay. En lo que a
calentamiento se refiere, avanzamos hacia puntos de inflexión que podrían
impulsar irreversiblemente el sistema climático de la Tierra a la condición
conocida como Hothouse
Earth “con temperaturas medias de unos 5-8°C
más altas que las actuales, sin casquetes polares, sin glaciares continentales,
con una subida del nivel del mar de decenas de metros, con una desoxigenación
parcial de la atmósfera. En el pasado, estas condiciones provocaron enormes
extinciones masivas y, en algunos casos, prácticamente la muerte de toda la
ecosfera.[36]
El principal científico australiano especializado en el clima, Will Steffen, afirmaba en 2020 que “ya estamos inmersos en la trayectoria hacia el colapso” de la civilización: se han activado 9 de los 15 puntos de inflexión climáticos globales conocidos (tipping points) que regulan el estado del planeta. Este profesor emérito de la Universidad Nacional de Australia señaló que existe la posibilidad de que hayamos desencadenado una “cascada de inflexión global” que nos llevaría al clima mucho menos habitable de una Hothouse Earth (“Tierra cocedero”), con independencia de lo que hagamos a partir de ahora.[37] Así de seria es la situación.
Se atribuye al director de la CIA y Ministro de Defensa estadounidense James Schlesinger una observación que Ugo Bardi recoge varias veces en su libro Antes del colapso: los seres humanos sólo tendríamos dos modos de operar, la autocomplacencia y el pánico. Para desmentirle, sería necesario que nuestros procesos de reflexión y deliberación nos permitiesen prepararnos de verdad (a escala socialmente significativa) para un futuro cuya configuración nunca conoceremos, pero cuya estructura de colapso ecosocial resulta hoy muy discernible.
Nos
empobreceremos colectivamente, o por las buenas o por las malas
Hoy, en un solo día, consumimos unos 7.000 años de la acumulación fotosintética
que llevó a la formación de los combustibles fósiles. A medida que va
agotándose el inmenso tesoro fósil que ha posibilitado dos siglos de
crecimiento económico acelerado (en los países centrales del sistema), las
ilusiones se disipan. Al mismo tiempo que los efectos climáticos de esa
desacumulación de carbono fósil amenazan con llevarse por delante a la especie
humana y tornar el planeta inhabitable para la mayor parte de las otras
especies con las que hoy lo compartimos. Cualquier política seria para hacer
frente al calentamiento global implica cierta clase de empobrecimiento, por dos
vías: dejar bajo tierra la mayor parte de los combustibles fósiles hoy aún
existentes, y desviar recursos enormes de inversión hacia la nueva
infraestructura energética renovable, que no puede permitirnos usar demasiada
energía.
Así que nos empobreceremos colectivamente, o por las buenas o por las malas. Mi propuesta de ecosocialismo descalzo trata de ayudar a que tomemos el camino de “por las buenas”, deshaciéndonos de ilusiones (la abundancia material fue presupuesta para pensar el socialismo de los siglos XIX y XX) e impulsando dinámicas de decrecimiento material y energético, redistribución masiva, educación en la “igualibertad”, relocalización productiva, tecnologías sencillas, agroecología, recampesinización de nuestras sociedades, renaturalización de zonas extensas de la biosfera, cultivo de una Nueva Cultura de la Tierra…
¿Una
Tierra inhabitable?
James Hansen, a quien un poco en broma ⸺pero sin exagerar⸺ podemos llamar el
Climatólogo en Jefe del planeta Tierra, estima probable que ya en 2024
superemos el límite crítico de 1’5ºC con respecto a las temperaturas
preindustriales, a poco que el efecto de El Niño (oscilación en el Pacífico
meridional) sea intenso:
Sugerimos que es probable que 2024 sea el año más cálido jamás registrado. Sin información privilegiada, sería una predicción aventurada, pero la ofrecemos [contando con alguna de esa inside information desde el Earth Institute de la Universidad de Columbia] porque es improbable que el actual fenómeno de La Niña [que enfría] se prolongue un cuarto año más. Incluso un poco de El Niño (como el calentamiento tropical de 2018-19, que apenas contó como un El Niño de verdad) debería ser suficiente para un récord de temperatura global. Un El Niño clásico y fuerte en 2023-24 podría elevar la temperatura global unos +1’5°C con respecto a la media de 1880-1920, que es nuestra estimación de la temperatura preindustrial.[38]
Las emisiones de dióxido de carbono, por lo demás, siguen creciendo: lejos de “aplanarse la curva” (que más bien tendría que caer en picado), en 2022 alcanzarán las 37’5 gigatoneladas, el nivel más alto de la historia (habiéndose cuadruplicado desde 1960).[39]
A partir de 2030, según cierta prospectiva científica razonable (Ugo Bardi), la población humana puede estar reduciéndose en quinientos millones de personas por decenio ⸺básicamente muertes por hambre. Si estoy vivo entonces, yo seré septuagenario. Y ése será el mundo que habremos creado, básicamente en el Norte global, las dos o tres últimas generaciones de seres humanos ⸺con nuestra acción y nuestra inacción… No se trata de “salvar el planeta”: la cosa va de no convertirnos en asesinos de nuestros hijos e hijas, nietas y nietos.
Las clases medias urbanas (venidas a menos) que se creen la propaganda del “no te conformes con menos”, the sky is the limit y “lo mejor está por venir”, en un mundo de recursos escasos que se precipita al colapso ecológico-social, ¿podrán evitar convertirse en nazis? Es la tragedia política del Siglo de la Gran Prueba.
Invéntate
un buen espantapájaros…
En algunas “anticolapsistas” hay una invención del adversario de veras
alucinante. Así por ejemplo Layla Martínez: para ella el colapsismo
es un imaginario muy masculino. En el fondo, es esta cosa del apocalipsis zombi y The Walking Dead: hay un colapso social y entonces tú ya te tienes que organizar y salvar a los tuyos. Eso es un imaginario muy masculino, según el cual piensas que tú solo te vas a salvar. Me parece que esta cosa survivalista, de entrenar y guardar alimentos, es un imaginario que bebe de la peor masculinidad: individualista y basada en la fuerza física —es decir, que en ese escenario, tú, en tanto que hombre, te vas a poder librar y no te va a ir tan mal—. Lo que me pasa con el colapsismo es que tiene ese poso, aunque no se diga explícitamente, de pensar que a ti en el colapso no te va a ir tan mal. Se trata de algo que está muy relacionado con la idea de que sobra población, de que somos muchos. Claro, cuando los colapsistas dicen esto, no creo que estén pensando en matar a sus amigos, sino que es al otro al que le va a ir mal; hay poco de pensar en cuidados, de pensar en la gente que necesita atención médica, etc. En cambio, el discurso va enfocado a la masculinidad chunga de gimnasio y armas…[40]
Ay, amigas: tenemos un problema cuando confundimos a los personajes de novela con seres reales. Si pensamos en Luis González Reyes, o Carlos Taibo, o Carlos de Castro, o algún otro de los “colapsistas” contra quienes se polemiza, ¿tienen algo que ver con estos espantapájaros que tan morosamente compone la novelista? Cualquiera que conozca mínimamente a estas personas (y su papel en los movimientos sociales realmente existentes en nuestro país) no podrá contener los pujos de risa…
El monigote supervivencialista que preocupa a Layla es, para los “colapsólogos” Servigne y Chapelle, precisamente la figura caricaturesca del moderno bloqueado por sus miedos, que desconfía de los demás seres humanos y espera salvarse merced a los objetos.[41] Justo lo contrario de las estrategias de ayuda mutua (entraide, esa palabra clave) que ellos preconizan en sus análisis sobre colapsos.[42]
En la caricatura que propone este “anticolapsismo”, los “colapsistas” son, o bien gente deprimida que se sienta a esperar el apocalipsis, o bien preppers que se pasan el día en el gimnasio musculándose para el combate callejero. Es ridículo y ofensivo. Hay mucho que hacer ⸺está casi todo por hacer⸺ y ceder sin luchar (también políticamente) es lo último que hay que plantearse. Pero las orientaciones para la acción que se siguen del “anticolapsismo” no son las que necesitamos.
¿Niños
malcriados?
Nuestra reacción como sociedad ante las malas noticias que transmiten los
movimientos ecologistas era, hace medio siglo como hoy, ponernos una buena
venda delante de los ojos. Y cuando las cosas empeoran, una segunda venda más
tupida, o una tercera si hace falta…
“Jorge habla en su texto, de forma muy desafortunada, de niños malcriados. Tampoco lo merece, pero este epíteto creo que más que a nuestro pueblo se ajustaría mejor al maximalismo irresponsable de cierto ecologismo que maneja un cuadro de la realidad política profundamente fantasioso” (NTDC). Sólo puedo manifestar mi desacuerdo profundo. La expresión “niños malcriados”, si tiene algún problema para definirnos como sociedad, es que se queda corta. Tenemos algún problema si la necesidad de halagar a nuestros votantes nos impide hacernos cargo de la realidad…
No se puede pedir a nadie santidad: pero que no se deje caer a lo peor de sí mismo, sí podemos pedirlo. Y por desgracia, como sociedad, llevamos decenios en ese dejarnos caer: consintiendo convertirnos en materia corrupta (Maquiavelo otra vez)[43] por acción y omisión. Somos simios averiados que tienen la opción, y la capacidad, de rehacerse: por eso hablamos (con Gramsci… y con Ortega y Gasset) de reforma intelectual y moral. No y no, amigo Emilio: haber sufrido no da derecho a hacer sufrir. Conviene distinguir entre moralismo y autoexigencia. Sobre todo cuando nos hemos convertido en el ser peligrosísimo que somos (cada vez más peligroso para nosotros mismos y para casi toda la vida en el planeta Tierra). Esa exigencia ética tiene contenidos distintos en diferentes momentos históricos… y hoy es una exigencia muy fuerte, por desgracia (porque estamos viviendo un momento histórico absolutamente excepcional, quizá incluso el momento terminal de la historia humana).
“Colapsismo”
desmovilizador
“Pero ¡es que el colapsismo desmoviliza!” Sí, en algunas circunstancias puede
ser así: se diría que las capacidades éticas del animal humano no están a la
altura de las situaciones que él mismo ha creado. Es otra faceta de la Gran
Desproporción.[44]
Al final, la impugnación del “colapsismo” viene determinada por: 1) Me angustiáis a la peña, y eso dificulta ganar elecciones. 2) No se pueden ganar elecciones tratando a la gente como adultos racionales, así que ¡cállate la boca, colapsista!
El colapsismo, dice Emilio, “es estéril para plantear políticas viables en las instituciones realmente existentes y con el pueblo que hoy somos”. Puede ser cierto. Pero no se hace política sólo dentro de las instituciones realmente existentes, sino a veces impugnándolas; y “el pueblo que somos” debería avergonzarnos en cuanto nos examinásemos frente al espejo con una mínima serenidad (de manera que la cuestión de la conversión cobra más actualidad que nunca: Manuel Sacristán sabía, desde la segunda mitad de los años setenta, que cualquier intervención ecologista seria “requiere un tremendo cambio de vida material y de vida mental, de los hábitos mentales, incluso de los valores”, y que tal cambio entrañaría “eso que un economista de un país capitalista llamaría reducción del nivel de vida”).[45]
El “anticolapsismo” proporciona un considerable empuje al statu quo (cuya hegemonía no se ha visto aún ni medio quebrantada): cuando ya se suponía que íbamos a pasar al “modo emergencia”, se lanza el mensaje de que la cosa no va tan mal, otra vez hay decenios por delante para seguir arrastrando los pies…
No digo que no haya un elemento sociológicamente veraz al diagnosticar el tipo de sociedad en que nos ha convertido la profundización capitalista de los últimos decenios. Manuel Sacristán deploraba nuestra “vida social culturalmente tan inorgánica” ¡en 1979! Si el pobre pudiera ver lo que tenemos hoy… Al lado de la papilla sociocultural que somos, la sociedad española de 1979 le parecería un admirable dechado de vertebración y organicidad.
¿Una
política de lo imposible?
Lo que tiene potencial de mayorías no nos saca del atolladero ecológico. (Es el
modelo que capta de forma insuperable el chiste del borracho buscando las
llaves bajo la farola. El borracho está buscando su llave debajo de esa luz,
aunque es consciente de que se le ha caído en un lugar oscuro veinte metros más
allá, por valerse de la iluminación). Y lo que nos sacaría del atolladero
ecológico no tiene potencial de mayorías…
Nos resignamos con demasiada facilidad a lo inexorable, sugería la poeta Elizabet Bishop en una observación sobre poesía que podemos extender a otros ámbitos (también a la acción política). “Oh, yo considero que todo es inexorable, todo tipo de horrores, pero no puedo tomarlo como atajo cada vez, por así decirlo”.[46] A mí no me sirve el “lo hicimos porque no sabíamos que era imposible”. Más bien: sabemos que es imposible, y nos ponemos a hacerlo.
En fin, diría que sí, que afrontamos perspectivas de colapso, que ya perdimos las opciones de “buenas” transiciones ecosociales y que la perspectiva debería ser ahora colapsar mejor. (Dicho todo lo cual: cuando discuto con amigos como Emilio sobre esta cuestión, siempre comienzo y termino diciendo que ojalá sea yo quien se equivoque con esa clase de previsiones difíciles de asumir.)
Nos hemos metido en una trampa. ¿Podemos considerar, como seres humanos racionales y adultos –y no como niños malcriados–, que nos hemos metido en una trampa? Si hay una mínima posibilidad de salir de la misma, pasa por reconocer que estamos dentro de una trampa.
Negarnos
a hablar de “colapsismo”… y seguir luchando
No dejemos que nos distraigan con esta sospechosa noción de “colapsismo” y
apliquémonos a lo que de verdad importa: tratar de evitar los peores escenarios
en el Siglo de la Gran Prueba. En una sociedad atemorizada ante la enfermedad
grave –y supersticiosa–, no se podía pronunciar la palabra “cáncer”; ahora no
quieren que se pronuncie la palabra “colapso”.
No hablemos de “colapsismo”: hagámoslo, si se quiere, de realismo ecológico y termodinámico, de realismo biofísico. Políticamente, la ofensiva “anticolapsista” busca devolver a los sectores más lúcidos y críticos del ecologismo al viciado consenso del “desarrollo sostenible”, en el marco de un “capitalismo verde” (oxímoron) que –se postula– ahora sí que sí va a tener espacio para desarrollarse. Pero ¿comprar optimismo a costa de renunciar a la verdad? Que no cuenten conmigo para eso… ¿Se quiere organizar el Mr. Wonderful de la ecología política? Que no cuenten con nosotras, con nosotros para eso…
El colapso no es un fallo de los sistemas complejos, insiste el profesor florentino Ugo Bardi, sino un rasgo de su modo de funcionar (cuando los consideramos durante suficiente tiempo): puede parecernos mal, pero el Universo es así. ¿Sería ésta una posición pesimista? ¡Pero si está prohibido el pesimismo en nuestras filas! Si uno no manifiesta al menos un optimismo de la voluntad suficientemente musculado, se arriesga a severas reprimendas.[47]
No
confundamos esperanza con optimismo
Los promotores de la ofensiva “anticolapsista” enuncian esperanza, pero en
realidad están reclamando optimismo. Ahora bien, hoy no se puede ser optimista
(en lo que atañe a la crisis ecosocial) sin autoengañarse.[48] Y
para eso ya tenemos a Steven Pinker: no se le puede sobrepujar… El colapso,
indican Servigne y Chapelle (desde Francia y Bélgica respectivamente), “no es
una cuestión técnica. Se trata simplemente de la reaparición de la muerte, pero
a gran escala. Mas como la muerte es tabú en nuestra sociedad, no nos atrevemos
a hablar de ella. No nos han enseñado a manejarla ni a elaborarla en la palabra
y ahora ¡solicitan a los ingenieros que le hagan la guerra a la muerte! ¡Qué
disparate!”[49]
“Has de cambiar tu vida”. Hace más de un siglo, la intimación de Rainer Maria Rilke –en su poema “Torso de Apolo arcaico”– se refería a las búsquedas espirituales de minorías inquietas. Hoy es un llamamiento general: si queremos evitar los escenarios infernales de ecocidio con genocidio, hemos de transformar muy a fondo nuestras vidas.
[1] Emilio Santiago Muíño, Jaime Vindel y César Rendueles: “Colapsismo. La cancelación ecologista del futuro”, Corriente cálida, 14 de noviembre de 2022; https://corrientecalida.com/colapsismo/
[2] Me refiero a los textos “Unas pocas observaciones sobre colapsismo”, 11 de octubre de 2022; http://tratarde.org/unas-pocas-observaciones-sobre-colapsismo/ . Y “Algunas notas adicionales sobre colapsismo”, 1 de noviembre de 2022; http://tratarde.org/algunas-notas-adicionales-sobre-colapsismo/
Por otra parte, ya hice público un extenso artículo sobre cuestiones energéticas (“El descenso energético (y la necesidad de decrecimiento): implicaciones para las transiciones ecosociales”, Contra el Diluvio, 7 de noviembre de 2022; https://contraeldiluvio.es/el-descenso-energetico-y-la-necesidad-de-decrecimiento-implicaciones-para-las-transiciones-ecosociales-continuacion-del-debate-con-emilio-santiago-muino/ ) que responde sobre todo a Emilio Santiago Muíño, “No tenemos derecho al colapsismo. Una conversación con Jorge Riechmann (II)”, Contra el Diluvio, https://contraeldiluvio.es/no-tenemos-derecho-al-colapsismo-una-conversacion-con-jorge-riechmann-ii-emilio-santiago-muino/
[3] Así es al menos en España: estamos hablando de analistas como Antonio Turiel, Luis González Reyes o Carlos de Castro.
[4] Aunque quizá sí a cogobernar, vale. Pero para eso ya está haciendo lo que puede Teresa Ribera… Es cierto: no creo que Íñigo Errejón en el Gobierno fuera a ser más rupturista o transformador que Teresa Ribera.
[5] Emilio Santiago Muíño, “No tenemos derecho al colapsismo. Una conversación con Jorge Riechmann (I)”, Contra el Diluvio, 1 de noviembre de 2022; https://contraeldiluvio.es/no-tenemos-derecho-al-colapsismo-una-conversacion-con-jorge-riechmann-en-dos-partes-emilio-santiago-muino/
[6] Álex Martínez Roig, “Contra el catastrofismo”, El País, 30 de octubre de 2022.
[7] Huffington Post, 24 de octubre de 2022 ; https://twitter.com/ElHuffPost/status/1584498220658413568
[8] Como señala por ejemplo Yayo Herrero: “Hay mucha gente que desde hace tiempo viene trabajando y advirtiendo, bastante en soledad y con mucha desesperación, muchas de las cosas que están sucediendo y que, realmente, están pasando. Del otro lado, en un plano distinto, están quienes se enfocan más en dinámicas del Green New Deal, que plantea que hace falta una institucionalidad que vaya abordando parte de estas problemáticas. Cuando miramos el plano de la ciencia, la ecología nos plantea que efectivamente existen potencialidades para que se den colapsos ecológicos. Es decir, que los ecosistemas entren en una pirámide de declive y destrucción que realmente llevan al colapso de ese funcionamiento anterior. Tanto los informes del IPCC como los informes del IPBES sobre pérdida de biodiversidad hablan de esta posibilidad. Hay otras personas que hablan del colapso de la civilización, que no se refiere al colapso de la población ni de la explosión del mundo. Se refiere a la imposibilidad de que la civilización industrial capitalista de los últimos años, basada en la extracción de materiales y en el crecimiento de la producción, se pueda mantener. La advertencia es que esta forma de funcionar como sociedad va a ser difícil que se mantenga. Quienes hablan de todo esto lo están haciendo con mucho rigor. Otra cosa distinta es que haya sectores que se organizan para participar de la contienda electoral que puedan decir ‘no quiero utilizar la palabra colapso porque creo que me va a quitar votos’. Eso depende del planteamiento y del debate interno que tenga cada grupo electoral. En mi opinión, que no estoy en la contienda electoral, creo que si la mayoría de la gente no es consciente del problema que tenemos, plantear las medidas que se necesitan va a ser muchísimo más difícil. En cualquier caso esto ya no entra dentro del campo científico, entra dentro de la especulación del deseo totalmente legítimo con el que un partido político se presenta dentro de unas elecciones”. Herrero, “Algunos sectores progresistas tienen miedo de hablar de la gravedad de la crisis ecosocial por la pérdida de votos” (entrevista), 28 de octubre de 2022; https://www.lapoliticaonline.com/espana/entrevista-es/algunos-sectores-progresistas-tienen-miedo-de-hablar-de-la-gravedad-de-la-crisis-ecosocial-por-la-perdida-de-votos/
[9] Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Alianza, Madrid 1987, p. 74.
[10] Maquiavelo, op. cit. p. 75.
[11] Maquiavelo, op. cit. p. 390.
[12] PNUMA/ UNEP, La ventana de oportunidad se está cerrando: la crisis climática exige una rápida transformación de las sociedades (informe sobre la Brecha de Emisiones 2022), Nairobi, octubre de 2022; https://www.unep.org/emissions-gap-report-2022 ; https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/40932/EGR2022_ESSP.pdf?sequence=13
[13] Tuit del 7 de octubre de 2022: https://twitter.com/htejero_/status/1578303741799051265 . En el debate tuitero que siguió, Ferran Puig Vilar señalaba lo mucho que apunta en contra de la posición de Tejero: “Ni la teoría de sistemas, ni los lazos de realimentación lentos, ni los límites biofísicos en economía, ni la tasa de retorno energética, ni la potencia máxima extraíble, ni la antropología, ni…”
[14] Tuit del 29 de octubre de 2022: https://twitter.com/AndreuEscriva/status/1586414712656482304
[15] Luis González Reyes, tuit del 13 de agosto de 2022: https://twitter.com/luisglezreyes/status/1558348339254595584
[16] Tuit del 12 de agosto de 2022: https://twitter.com/E_Santiago_Muin/status/1557868346720280580 . Por cierto, Emilio hace algo de trampa cuando incluye a Ernest Garcia en su equipo: Ernest es “colapsista” en ese sentido.
[17] Tuit del 13 de noviembre de 2022: https://twitter.com/jm_mallarach/status/1591719503544684551
[18] Una buena síntesis del trágico desgarro de la red de la vida que estamos causando, en la antesala de la COP15 sobre (destrucción de la) diversidad biológica: https://www.theguardian.com/environment/2022/dec/06/the-biodiversity-crisis-in-numbers-a-visual-guide-aoe
[19] Pablo Servigne y Gauthier Chapelle, L’effondrement (et après) expliqué a nos enfants… et à nos parents, Seuil, París 2022, p. 50.
[20] Véase por ejemplo su texto “Complejidad y energía”, blog The Oil Crash, 8 de octubre de 2017; https://crashoil.blogspot.com/2017/10/complejidad-y-energia.html
[21] Luis González Reyes, “El colapso ya está sucediendo, aunque no seamos muy conscientes de ello” (entrevista), Rebelión, 18 de junio de 2015; https://rebelion.org/el-colapso-ya-esta-sucediendo-aunque-no-seamos-muy-conscientes-de-ello/
En la misma entrevista el autor aclara lo siguiente: “Un sistema complejo podría definirse como aquel que tiene múltiples partes interconectadas y organizadas entre sí. A más conexiones y mayor diversidad de nodos, mayor complejidad. Así, las sociedades con más personas interrelacionadas son más complejas. También lo son las que tienen mayores grados de especialización social y diversidad cultural.
Una tendencia de la evolución de los sistemas complejos es hacia grados crecientes de complejidad como respuesta a los desafíos a los que se va enfrentando. Por ejemplo, las transiciones del metabolismo forrajero al agrario y después al industrial fueron consecuencia de una huida hacia adelante ante una situación de crisis de acceso a recursos, entre otros factores. Este incremento de la complejidad requiere un aumento de la energía gestionada.
Los sistemas complejos van perdiendo resiliencia (capacidad de resistir frente a perturbaciones) conforme dan saltos en los que aumentan su complejidad. Hay varios factores que contribuyen a ello: i) Se adaptan cada vez mejor a unas condiciones concretas, lo que redunda en que pierden capacidad de evolucionar. ii) Con un incremento de la especialización, disminuyen los nodos generalistas y, por lo tanto, la potencialidad de adaptación frente a cambios. iii) Su alta eficiencia hace que disminuya su necesidad de innovación y varias de las múltiples redundancias. También produce que se maximice la utilización de los recursos y se limite el margen de maniobra ante eventualidades. iv) La mayor conectividad hace que los impactos se propaguen mejor y afecten a más partes del sistema. (En contraposición, esta mayor conectividad aumenta la resiliencia por potenciar la innovación. Puede llegar un momento en el que el primer factor pese más que el segundo.) v) Aumenta la captación de materia y energía para sostener más nodos, más especializados y más conectados (más complejidad), aunque los recursos totales en un sistema cerrado como la Tierra (o un ecosistema) no varían, lo que incrementa su vulnerabilidad.
En cualquier caso, es necesario distinguir entre sistemas complejos en los que no se produce un crecimiento continuado en la captación de materia y energía, y los que sí lo hacen. El salto de las sociedades forrajeras a las agrícolas implicó un aumento de la complejidad y, por lo tanto, de la captación de energía. Pero las primeras sociedades agrícolas se estabilizaron en un nuevo equilibrio que no implicaba un crecimiento del consumo. En contraposición, el paso a sociedades dominadoras regidas por Estados, especialmente al capitalismo y más aún al capitalismo fosilista, implicaron un salto en el consumo energético y material que, además, necesitaba de un incremento continuado de este consumo.
Los sistemas dominadores son mucho más vulnerables, pues a las razones apuntadas en el párrafo anterior se suman tres más: vii) Tienden a extralimitarse, a sobrepasar los recursos disponibles. viii) La red de relaciones está muy focalizada en pocos nodos, aquellos que acaparan el poder (grandes bancos, ciudades), de forma que el colapso de estos nodos se expande a todo el sistema. En cambio, en redes más horizontales la resiliencia es mayor. ix) El crecimiento continuado de la complejidad está sujeto a la ley de rendimientos decrecientes. Es decir que, conforme se produce ese incremento, los costes suben más rápido que los beneficios. Como consecuencia de este proceso, llega un momento en el que el sistema se hace tan poco flexible que incluso pequeñas perturbaciones son capaces de hacerlo evolucionar hacia una nueva estructura. Esta transición se puede producir como: i) salto adelante, ii) crisis o iii) colapso.”
[22] “Un sistema es complejo si, y sólo si, muestra fuertes efectos de retroalimentación. Todos los días nos enfrentamos a sistemas complejos: animales, personas, organizaciones, etc. No es difícil entender qué es complejo y qué no lo es: depende de si la reacción a las perturbaciones externas está dominada por la retroalimentación o no. Pensemos en una roca comparada con un gato…” Ugo Bardi, Antes del colapso. Una guía para el otro lado del crecimiento, Catarata, Madrid 2022, p. 55.
[23] Véase su blog https://thesenecaeffect.blogspot.com/ . En la primavera de 2017 Bardi publicó The Seneca Effect: Why Growth is Slow but Collapse is Rapid (Springer, 2017); después, en 2020, Before the Collapse, un segundo libro sobre el efecto Séneca que en 2022 se publicó en castellano. Si hubiera que llamar a alguien colapsólogo en sentido propio, por su empeño en una comprensión lo más objetiva y racional posible de esta clase de fenómenos, sería al profesor Bardi, del Departamento de Química de la Universidad de Florencia.
[24] Doy la traducción de Francisco Navarro, Epístolas morales de Séneca, Madrid 1884, p. 370.
[25] Bardi, Antes del colapso, op. cit., p. 253.
[26] Bardi, Antes del colapso, op. cit., p. 22.
[27] Emilio Santiago Muíño, “Cuatro décadas perdidas. Los límites del crecimiento, la crisis socioecológica y sus escenarios de futuro”, Revista de Occidente 425, Madrid 2016. En ese artículo Emilio concluía: “Haber llegado al año 2016 sin estar inmersos en una profunda transición socioeconómica hacia la sostenibilidad nos sitúa, casi con toda probabilidad, en algún punto entre el colapso y el escenario de aterrizaje de emergencia, con mayores probabilidades para el primer desenlace que para el segundo”.
Parece que Emilio, “excolapsista”, se siente incómodo con su pasado reciente (https://twitter.com/E_Santiago_Muin/status/1557872660217995264 ). Los “arrepentidos” suelen pasarse de frenada, reaccionando contra sus propias posiciones anteriores más allá de lo que la racionalidad argumental aconsejaría. Me temo que eso le ha sucedido a mi amigo Emilio, estos últimos años. Como cuenta él mismo, la crisis de 2008, con su alza brutal de precios del petróleo, alimentó sus ilusiones de que “el colapso era inminente. Pero no llegó el colapso, llegó el 15M…” (https://twitter.com/E_Santiago_Muin/status/1557872688630308864 ). Bien: como alguien que no creyó en esa clase de colapso inminente, no tengo necesidad de sobrerreaccionar ahora como (en mi opinión) lo hace él.
[28] Señala otro amigo participante en estos debates, Asier Arias: “En términos históricos, políticos, sociales, culturales, uno puede sostener con buenos argumentos que una década es mucho tiempo o muy poco, por la sencilla razón de que la definición de ‘poco tiempo’ es bastante elástica. Con todo, esta cuestión de los plazos empieza a resultar exasperante, porque, si nos ponemos la mitad de retóricos que Emilio, lo que tendrían que hacer nuestras sociedades para evitar daños graves a la biosfera y al Sur es, sencillamente, construir una máquina del tiempo. Digamos que obviamos este punto y estipulamos (medio arbitrariamente) una década como plazo para la ‘transición’. Si al decir transición tenemos en mente algo así como ‘acercar al Norte a la sostenibilidad, aunque sólo sea un poco’, esa década debería asistir a un magnífico sprint: una revolución insólita. Si de lo que se trata es de diseñar esquemas para derivar nuestras externalidades en la dirección acostumbrada (como de algún modo sugiere Emilio en ese oscuro párrafo en el que menciona el World 3: me dejó boquiabierto, como debería sucederle a cualquiera dispuesto a entender lo que está asumiendo al decir lo que parece obvio que dice en ese punto), una década es un plazo tan bueno como cualquier otro…” (Comunicación personal, 3 de noviembre de 2022.)
[29] No digo nada aquí que no diga el propio Emilio: “Un argumento común en los debates sobre el colapso es que no importa la fecha sino la tendencia. ‘Cinco o diez años no importa demasiado’, me dice muchas veces Luis González Reyes en los numerosos y enriquecedores debates que tenemos al respecto. Pero cinco años es lo que separa la proclamación de la República del inicio de la Guerra Civil. Ocho años, el fin de la República de Weimar con el ascenso de Hitler y el inicio de la Solución Final. En política, un lustro es un universo. Lo que puede estar en juego en cinco años lo es todo. Este es un síntoma de uno de los peores efectos del colapsismo, que es lo que tiene de autocastración política para el ecologismo” (NTDC).
[30] Me escribía Ariel Petruccelli: “Quizá porque soy historiador, y/o porque vivo en Argentina, un país que arrastra una crisis que lleva décadas, tiendo a ver las cosas en plazos más largos y a esperar procesos más lentos y tortuosos. La crisis del imperio Romano duró siglos, la transición al capitalismo también. Soy consciente de que las energías renovables dependen fuertemente de las fósiles, pero no creo que estas desaparezcan por completo en unas pocas décadas. No dudo de que nos empobreceremos, al menos energéticamente. Pero tengo muchas más dudas sobre el ritmo al que lo haremos y las consecuencias que ello provocará. Vivo en un país que se ha venido empobreciendo por décadas. En los años sesenta Argentina tenía el doble del PBI per cápita que Chile: hoy tiene la mitad. En los sesenta/ setenta la pobreza oscilaba entre el 5 y el 15% de la población, en los últimos veinte años ha basculado entre el 30 y el 50%. Entre tanto hubo un par de crisis importantes, pero no sé si cabría hablar de colapso. Si lo hubo fue político, en 2001, y se reinició todo muy rápidamente poco más de un año después. Significativamente, la inmensa mayoría de la población no es consciente de estos datos duros: van viendo las cosas poco a poco, sin mucha perspectiva histórica, siempre comparando con lo inmediato. El resultado es que el suelo cultural y el horizonte de expectativas se van modificando (en realidad, degradando), sin que la mayoría lo perciba del todo. Y, entre tanto, se va acostumbrando a cosas que, poco tiempo antes, parecían inimaginables. En fin, yo espero un proceso relativamente lento (en términos de vida humana), en el que las posibilidades y las expectativas se van modificando, y eso genera un montón de ilusiones en quienes ven sólo la foto del día de hoy y, a lo sumo, la comparan con la de ayer…” (comunicación personal, 5 de noviembre de 2022).
Contesté al amigo argentino: las cautelas son bienvenidas, pero creo que podemos estar bastante seguros de que los plazos son breves (tanto en términos de historia humana como de historia de la Tierra). Temo que no va a ser “un proceso relativamente lento (en términos de vida humana)”. Es así, desgraciadamente, tanto por la magnitud de los procesos destructivos en curso como por la inercia de los sistemas sociales y naturales implicados. Esto no durará siglos (como la crisis del Imperio Romano o la transición al capitalismo), sino decenios o lustros. Hacemos frente a discontinuidades que carecen de parangón con nada de lo que nuestra especie ha experimentado previamente: las analogías históricas van a tener, me temo, una utilidad limitada. (En un tuit, estos días, un divulgador de cuestiones climáticas proponía esta imagen, nada desatinada: el calentamiento global es como salir en barco a pescar un tiburón, y descubrir que el tiburón es el planeta entero. Jaws en versión gaiana, podríamos decir.)
[31] Todo indica que no vamos a estabilizar el clima por debajo de 1’5°C o 2°C. En el mundo real, indican climatólogos de primera fila como James Hansen, 400 ppm de CO2, a lo largo de algunos decenios y teniendo en cuenta las realimentaciones, producen un planeta con +3°C. Y eso significa colapso masivo de nuestras sociedades (sin poder excluir tampoco la total extinción humana): significa ecocidio más genocidio. ¿Hay que recordar que estamos ya en 415 ppm, y subiendo, y sin perspectivas reales de dejar de subir?
Hansen escribía en 2008: “El calentamiento ‘en la tubería’, atribuible principalmente a retroalimentaciones lentas, ahora es de aproximadamente 2°C. No se requiere forzamiento adicional para elevar la temperatura global al menos al nivel del Plioceno”. Al ocioso lector o lectora le sugiero que eche unas horas en el blog de Ferran Puig Vilar (Usted no se lo cree), si no lo conoce
[32] Naomi Oreskes y Eric M. Conway, The Collapse of Western Civilization, Columbia University Press 2014.
[33] Como señala otro amigo que reflexiona sobre estas cuestiones, Adrián Almazán, “cada vez que decimos que hay cobre de sobra para la transición renovable deberíamos pensar que estamos aceptando lo inaceptable: seguir alimentando a Freeport MacMoran a costa de las tierras ancestrales de los papúes” (comunicación personal, 7 de diciembre de 2022). Véase Philippe Pataud Célérier, “Un gigante del cobre en territorio papú”, Le Monde Diplomatique en español, noviembre de 2022; https://mondiplo.com/un-gigante-del-cobre-en-territorio-papu
[34] Jorge Riechmann, Otro fin del mundos es posible, decían los compañeros, mra eds., Barcelona 2019, p. 61 y ss.
[35] Jorge Riechmann, Los Verdes alemanes, Comares, Granada 1994.
[36] Bardi, Antes del colapso, op. cit., p. 44.
[37] Asher Moses, “Collapse of Civilisation is the Most Likely Outcome”, Resilience, 8 de junio de 2020; https://www.resilience.org/stories/2020-06-08/collapse-of-civilisation-is-the-most-likely-outcome-top-climate-scientists/
En el artículo se cita textualmente a Steffen: “Dada la dinámica inercial de los sistemas terrestre y humano, y la creciente diferencia entre el ‘tiempo de reacción’ necesario para conducir a la humanidad hacia un futuro más sostenible y el ‘tiempo de intervención’ que queda para evitar una serie de catástrofes tanto en el sistema climático físico (por ejemplo, el deshielo del Ártico) como en la biosfera (por ejemplo, la pérdida de la Gran Barrera de Coral), ya estamos inmersos en la trayectoria hacia el colapso. Es decir, el tiempo de intervención que nos queda se ha reducido, en muchos casos, a niveles inferiores al tiempo que llevaría la transición a un sistema más sostenible. El hecho de que muchas de las características del Sistema Tierra que se están dañando o perdiendo constituyan ‘puntos de inflexión’ que bien podrían enlazarse para formar una ‘cascada de inflexión’ plantea la pregunta definitiva: ¿hemos perdido ya el control del sistema? ¿Es ya inevitable el colapso?”
Véase también Timothy M. Lenton, Johan Rockström, Owen Gaffney, Stefan Rahmstorf, Katherine Richardson, Will Steffen y Hans Joachim Schellnhuber: “Climate tipping points —too risky to bet against”, Nature, 9 de abril de 2020; https://www.nature.com/articles/d41586-019-03595-0
[38] James E. Hansen va publicando comentarios mensuales a la evolución del clima; en este caso “August temperature update”, 22 de septiembre de 2022; http://www.columbia.edu/~jeh1/mailings/2022/AugustTemperatureUpdate.22September2022.pdf
[39] Shannon Osaka, “Scientists thought carbon emissions had peaked. They’ve never been higher”, Washington Post, 5 de diciembre de 2022; https://www.washingtonpost.com/climate-environment/2022/12/05/carbon-emissions-peak-record-2022/
[40] Layla Martínez, “Políticamente me parece potente la idea del resentimiento” (entrevista), Debats pel demà, 23 de noviembre de 2021; https://debatspeldema.org/layla-martinez-politicamente-me-parece-potente-la-idea-del-resentimiento/ . Sigue así la entrevista: “Pero lo peor es que es imaginación pura y dura: en ese escenario, te podrías morir de una infección de muelas. Ante una falta de suministros médicos y de atención primaria, nos vamos a la mierda tú y todos. Lo de Twitter iba más por aquí, aparte de que el imaginario está totalmente condicionado por las películas distópicas y apocalípticas. Además, el colapso no va a ser así: la crisis ecológica es un deterioro en el que ya estamos y que va a hacer que poco a poco nos quedemos sin algunas cosas, que se encarezcan los productos, que no lleguen ciertos componentes, etc. O sea, no va a haber un colapso al estilo apocalipsis zombi, sino que va a ser una cosa gradual, un aumento de las temperaturas gradual, etc. Y, aparte de esto, el discurso colapsista paraliza frente al propio colapso, porque si uno piensa firmemente que va a haber un derrumbe civilizatorio, entonces para qué te vas a organizar y movilizar. Bajo este prisma, lo lógico es que te pongas a aprender artes marciales, pero no a militar o formar parte de un colectivo…”
[41] Servigne y Chapelle, L’effondrement (et après) expliqué a nos enfants, op. cit., p. 151.
[42] También Emilio caricaturiza mi posición, y parece olvidar buena parte de mi trabajo, cuando escribe que “hechos como la reforma del mercado energético o la mutualización de la deuda son transformaciones en curso que deberían estar en el centro de nuestras reflexiones ecosocialistas. Sin embargo, es significativo que para encontrar un ecologista que trabaje estos temas haya que acudir a la magnífica newsletter de Xan López, Amalgama, mientras que el filósofo más importante del ecologismo no solo en España, sino uno de los más importantes en lengua castellana, Jorge Riechmann, trabaja sobre ética gaiana”. Estupendo trabajo el de Xan López, que yo también aprecio, pero ¿es que he dedicado todos mis esfuerzos a la ética gaiana en el último decenio? En fin: repase quien quiera mi bibliografía, preferiblemente sin olvidar libros como Ecosocialismo descalzo y Otro fin del mundo es posible. E infórmese Emilio un poco mejor: incluso sin salir de Ecologistas en Acción, hallará no pocos ecologistas que trabajan sobre los temas de economía política que ciertamente merecen atención (algunos/as desde organizaciones cercanas como el ODG, Observatorio de la Deuda en la Globalización). En lo que me toca más de cerca, la Universidad Socioambiental de la Sierra (uno de cuyos co-organizadores soy) dedica cada última semana de junio una parte considerable de su tiempo y esfuerzo a esas cuestiones. ¿Soy reo de “ecologismo apocalíptico” y “tremendismo moral”? Bueno… Que cada cual se informe y juzgue a partir de las palabras y los hechos.
[43] Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, op. cit., p. 86 y 162.
[44] Me gustaría recoger aquí, no obstante, la observación de Asier Arias: “No resto ninguna importancia a los aparatos del Estado, pero hay algo falaz en la insistencia de Emilio sobre la supuesta deserción política de lo que llama ‘colapsismo’. Insiste en la importancia de atender a las lecciones políticas que nos ofrece el siglo XX, y en que el colapsismo ‘sólo moviliza a los movilizados’ (traducción: no sirve para los mítines electorales), pero el siglo XX ofrece esas lecciones a demanda: uno toma la lucha por los derechos civiles o el activismo contra la guerra de Vietnam, por ejemplo, y no puede evitar la conclusión de que los responsables de los cambios más profundos que sufriera la capital del imperio durante la segunda mitad del siglo fueron antes (mucho antes) los ‘movilizados’ que los señores de los mítines. (…) Tengo la impresión de que Emilio minusvalora el impacto crucial de la política fuera de las instituciones: habla de extraer lecciones políticas de la historia reciente, y no es necesario acudir a Zinn, E. P. Thompson o a David Montgomery para extraer la lección decisiva: las principales transformaciones emancipatorias dependen de forma crucial de esa cosa -un tanto desangelada hoy- que los sociólogos llaman sociedad civil”. (Comunicación personal, 3 de noviembre de 2022.)
[45] Manuel Sacristán, “Reflexiones sobre una política socialista de la ciencia”, ahora en Ecología y ciencia social (edición de Miguel Manzanera), Irrecuperables, 2021, p. 164 y 165.
[46] Citada por Joan Margarit en Nuevas cartas a un joven poeta, Barril Barral Eds., Barcelona 2010, p. 27.
[47] Contra el optimismo obligatorio al que quisieran someternos tantos prescriptores a diestra y siniestra (porque el pesimismo, suele decirse, desmoviliza y funciona como una profecía que se autocumple), el esfuerzo racional de Bardi por comprender las dinámicas de colapso es muy de agradecer. (Confieso que, una vez agotado desastrosamente el ciclo de movilización emancipatoria del 15-M, escuchar el adjetivo “ilusionante” en contextos de debate político me revuelve las tripas, más que levantarme el ánimo.) Y para quienes prefieren no pensar en ningún tipo de colapso sin santiguarse, ya tienen ustedes a la energética y contra-apocalíptica Rosi Braidotti, o al más cercano Zamora Bonilla. Buen comentario en Asier Arias, “¿Quiénes son los contra-apocalípticos?”, en el recopilatorio artesanal de textos de la revista digital 15-15-15 número -8 ½, primavera de 2022, p. 69-77. También en https://www.15-15-15.org/webzine/2021/09/11/quienes-son-los-contra-apocalipticos/
[48] Sobre esperanza, y optimismo, y la conveniencia de no confundir ambas cosas, escribí en Jorge Riechmann, “Esperanza contrafáctica”, capítulo 7 de ¿Vivir como buenos huérfanos?, Catarata, Madrid 2017.
[49] Servigne y Chapelle. L’effondrement (et après) expliqué a nos enfants, op. cit., p. 152.