Recomiendo:
0

Entrevista a Luis González Reyes, coautor de “En la espiral de la energía”

«El colapso ya está sucediendo, aunque no seamos muy conscientes de ello»

Fuentes: Rebelión

La función de la energía en el devenir histórico y la noción de colapso son dos de los argumentos centrales del libro «En la espiral de la energía», de Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes. Coeditado por Ecologistas en Acción y Baladre, el texto de cerca de mil páginas y dos volúmenes constituye un […]

La función de la energía en el devenir histórico y la noción de colapso son dos de los argumentos centrales del libro «En la espiral de la energía», de Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes. Coeditado por Ecologistas en Acción y Baladre, el texto de cerca de mil páginas y dos volúmenes constituye un trabajo enciclopédico que comienza en las «sociedades opulentas» del Paleolítico y termina en el colapso del sistema urbano agro-industrial civilizatorio. El colapso, noción muy vinculada a la idea de complejidad, «ya está sucediendo aunque no seamos muy conscientes de ello; desde el punto de vista de nuestras vidas, el colapso será relativamente lento, aunque en términos históricos sea muy rápido», afirma Luis González Reyes.

El autor, miembro de Ecologistas en Acción, también forma parte de Garúa, cooperativa en la que trabaja en cuestiones de formación, intervención social e investigación. En FUHEM colabora para la inclusión de los temas ecosociales en el proceso de aprendizaje de los alumnos de tres colegios. González Reyes es además autor de «Sostenibilidad ambiental: un bien público global» (Akal) y «La política ambiental de la Unión Europea» (Ecologistas en Acción). Ha colaborado en «¿Qué hacemos frente a la crisis ecológica?» (Akal) con Jorge Riechmann, Yayo Herrero y Carmen Madorrán.

-¿Qué es el Antropoceno? ¿Cuándo surge el concepto y qué quiere significarse con el mismo?

El Holoceno, la etapa histórica que coincide con el inicio de la agricultura (los últimos 12.000 años), ha tocado a su fin, ya hay una nueva era geológica: el Antropoceno. El término Antropoceno fue acuñado por Crutzen en 2000. Además, la Sociedad Geológica de Londres así ha definido a esta etapa de la historia terrícola. Una sola especie, la especie humana, o mejor dicho, una élite de ella (en ese sentido podría ser más correcto hablar de Capitaloceno), ha logrado desviar en su propio beneficio una gran parte de los recursos del planeta. El funcionamiento del clima, la composición y las características de los ríos, mares y océanos, la diversidad y complejidad de la biodiversidad y el paisaje se han alterado, convirtiéndose el sistema urbano-agro-industrial en la principal fuerza geomorfológica. Y sus impactos durarán milenios y condicionarán cualquier evolución futura.

-¿En qué consiste la contraposición entre un mundo «vacío» y el mundo «lleno» que comienza en el siglo XX? ¿Qué significan los adjetivos de «vacío» y «lleno» en este caso?

El cambio que había empezado con la Revolución Industrial se completó en el siglo XX. Como dice Naredo, un país tras otro pasó de tener una economía de «producción» (basada en biomasa renovable) a una de «adquisición» o «extracción» (basada en la extracción de minerales y combustibles fósiles). En palabras de Daly, en el siglo XX pasamos de un mundo «vacío» a un mundo «lleno», de un mundo con abundancia de recursos y sumideros, a otro descrito por la escasez y la saturación.

Esta es una situación nunca antes conocida por el ser humano a escala global y que obligará a poner en marcha políticas radicalmente distintas de las llevadas hasta ahora. Mientras que en el siglo XIX los impactos del metabolismo del capitalismo industrial estuvieron confinados en determinados territorios y fueron relativamente limitados (el mundo «vacío»), en el siglo XX dichos impactos se acrecentaron y mundializaron (generando un mundo «lleno»). Además, en las sociedades agrarias las degradaciones ambientales eran globalmente idénticas (deforestación abusiva, erosión del suelo), pero el capitalismo fosilista produce nuevos impactos, que disemina de forma diferencial por el espacio y el tiempo.

-Contra lo que se pudiera intuir, explicas en el libro, la noción de colapso no es exclusiva del presente, ni necesariamente sinónima de caos o catástrofe. Más bien la idea de colapso tendría relación con la complejidad. ¿Cuál es el vínculo?

Un sistema complejo podría definirse como aquel que tiene múltiples partes interconectadas y organizadas entre sí. A más conexiones y mayor diversidad de nodos, mayor complejidad. Así, las sociedades con más personas interrelacionadas son más complejas. También lo son las que tienen mayores grados de especialización social y diversidad cultural.

Una tendencia de la evolución de los sistemas complejos es hacia grados crecientes de complejidad como respuesta a los desafíos a los que se va enfrentando. Por ejemplo, las transiciones del metabolismo forrajero al agrario y después al industrial fueron consecuencia de una huida hacia adelante ante una situación de crisis de acceso a recursos, entre otros factores. Este incremento de la complejidad requiere un aumento de la energía gestionada.

Los sistemas complejos van perdiendo resiliencia (capacidad de resistir frente a perturbaciones) conforme dan saltos en los que aumentan su complejidad. Hay varios factores que contribuyen a ello: i) Se adaptan cada vez mejor a unas condiciones concretas, lo que redunda en que pierden capacidad de evolucionar. ii) Con un incremento de la especialización, disminuyen los nodos generalistas y, por lo tanto, la potencialidad de adaptación frente a cambios. iii) Su alta eficiencia hace que disminuya su necesidad de innovación y varias de las múltiples redundancias. También produce que se maximice la utilización de los recursos y se limite el margen de maniobra ante eventualidades. iv) La mayor conectividad hace que los impactos se propaguen mejor y afecten a más partes del sistema.

En contraposición, esta mayor conectividad aumenta la resiliencia por potenciar la innovación. Puede llegar un momento en el que el primer factor pese más que el segundo. v) Aumenta la captación de materia y energía para sostener más nodos, más especializados y más conectados (más complejidad), aunque los recursos totales en un sistema cerrado como la Tierra (o un ecosistema) no varían, lo que incrementa su vulnerabilidad.

En cualquier caso, es necesario distinguir entre sistemas complejos en los que no se produce un crecimiento continuado en la captación de materia y energía, y los que sí lo hacen. El salto de las sociedades forrajeras a las agrícolas implicó un aumento de la complejidad y, por lo tanto, de la captación de energía. Pero las primeras sociedades agrícolas se estabilizaron en un nuevo equilibrio que no implicaba un crecimiento del consumo. En contraposición, el paso a sociedades dominadoras regidas por Estados, especialmente al capitalismo y más aún al capitalismo fosilista implicaron un salto en el consumo energético y material que, además, necesitaba de un incremento continuado de este consumo.

Los sistemas dominadores son mucho más vulnerables, pues a las razones apuntadas en el párrafo anterior se suman tres más: vii) Tienden a extralimitarse, a sobrepasar los recursos disponibles. viii) La red de relaciones está muy focalizada en pocos nodos, aquellos que acaparan el poder (grandes bancos, ciudades), de forma que el colapso de estos nodos se expande a todo el sistema. En cambio, en redes más horizontales la resiliencia es mayor. ix) El crecimiento continuado de la complejidad está sujeto a la ley de rendimientos decrecientes. Es decir que, conforme se produce ese incremento, los costes suben más rápido que los beneficios.

Como consecuencia de este proceso, llega un momento en el que el sistema se hace tan poco flexible que incluso pequeñas perturbaciones son capaces de hacerlo evolucionar hacia una nueva estructura. Esta transición se puede producir como: i) salto adelante, ii) crisis o iii) colapso.

El salto adelante requiere un incremento en el flujo de energía. Esto se ha logrado normalmente mediante la conquista o control de más territorios, el acceso a nuevas fuentes energéticas y/o con nuevos desarrollos tecnológicos. Si el sistema sigue creciendo en complejidad, esta ha sido siempre una solución temporal con mal final, como ejemplifican el Imperio romano, el español y, en breve, EEUU. La situación se puede resolver mediante una crisis que reduzca algo la complejidad social. Es la opción más habitual en los sistemas en estado estacionario.

En los sistemas en los que la complejidad crece de forma continuada, las crisis destruyen parte de la estructura situando los costes de su mantenimiento en niveles asumibles. Además, una parte sustancial del capital físico se recicla en un nuevo periodo expansivo. Sería el caso de las «destrucciones creativas» del capitalismo.

Tarde o temprano, si el sistema no ha evolucionado hacia un estado estacionario, la única alternativa que le queda es el colapso. Al hablar de colapso de una estructura social nos referimos a la disminución drástica de la complejidad a nivel político, económico y social de forma relativamente rápida y de manera que surja una estructura radicalmente distinta de la previa. El colapso no es un cambio de régimen, no es la ocupación de una potencia por otra, tampoco es una crisis. En una sociedad dominadora, el colapso estaría marcado por un descenso en: la estratificación y la diferenciación social, la especialización laboral (tanto de clase, como territorial), la centralización del poder, el control, la inversión en arquitectura monumental y en arte, el intercambio de información, el comercio, y la coordinación social. Como se puede apreciar, no todos los indicadores del colapso de esta civilización son socialmente negativos.

Otra cosa es cómo sea el proceso. En resumen, el colapso es una salida a la creciente insostenibilidad sistémica, pues la pérdida de complejidad reduce los costes. Las infraestructuras, las instituciones, los centros de conocimiento, etc. que no pueden ser mantenidos, simplemente son abandonados y, en el mejor de los casos, sirven para alimentar a los nuevos sistemas que emerjan. Los colapsos, las crisis y los saltos adelante se suceden unos a otros.

Pero no vuelven a ocurrir los mismos hechos ni en el mismo orden. Cada nueva etapa es única, los tiempos y la organización que se generan entre ellas también. El ciclo se asemejaría más a una espiral que a un círculo. Así, el colapso del Imperio romano occidental vino seguido por un proceso de reorganización y nueva acumulación de complejidad a lo largo de la Edad Media europea. De ahí surgiría el capitalismo agrario, que sería capaz de salvar dos crisis, representadas por los periodos de caos sistémico entre las hegemonías hispano-genovesa y holandesa, y entre esta y la británica. Después realizó un salto adelante hacia el capitalismo fosilista. Ahora está entrando en un nuevo colapso.

-¿Se podría librar la civilización industrial del colapso?

El sistema socioeconómico actual tiene elementos de resiliencia importantes. Uno es que la alta conectividad aumenta la capacidad de responder rápido ante los desafíos. Por ejemplo, si falla la cosecha en una región, el suministro alimentario se puede desplazar a otro lugar del planeta (si es que interesa) y lo mismo se podría decir de una parte sustancial del sistema industrial. Otra muestra de la resiliencia es el desplazamiento del riesgo a otros lugares fuera de los espacios centrales y del momento actual mediante la ingeniería financiera.

Sin embargo, la conectividad también incrementa la vulnerabilidad del sistema, ya que, a partir de un umbral, no se pueden afrontar los desafíos y el colapso de los distintos subsistemas afecta al resto. El sistema funciona como un todo interdependiente y no como partes que se pueden analizar aisladas (EEUU, UE, China) y mucho menos que puedan sobrevivir por sí solas. Es más, se ha alcanzado la máxima conectividad: ya no existe un «afuera» del sistema-mundo, el mundo está «lleno». Ya no hay posibilidad de migrar ni de recibir ayuda de otros sitios.

Además, una mayor conectividad implica que hay más nodos en los que se puede desencadenar el colapso. Por ejemplo, el sistema económico altamente tecnologizado depende cada vez de más materiales, de forma que la posibilidad de que falle uno de ellos aumenta y, con ello, el riesgo sistémico. En este sentido, demasiadas interconexiones entre sistemas inestables pueden producir por sí mismas una cascada de fallos sistémicos.

Pero el capitalismo global no solo está interconectado, sino que es una red que tiene unos pocos nodos que son centrales. El colapso de alguno de ellos sería (casi) imposible de subsanar y se transmitiría al resto del sistema. Algunos ejemplos son: i) Todo el entramado económico depende de la creación de dinero (crédito) por los bancos. Es más, depende de la creación de dinero por muy pocos bancos, aquellos que son «demasiado grandes para caer». Además, el sistema bancario se ha hecho más opaco y, por lo tanto, más vulnerable con la primacía del mercado en la sombra. ii) La producción en cadenas globales dominadas por unas pocas multinacionales hace que la economía dependa del mercado mundial. Estas cadenas funcionan just in time (con poco almacenaje), son fuertemente dependientes del crédito, de la energía barata y de muchos materiales distintos. iii) Las ciudades son espacios de alta vulnerabilidad por su dependencia de todo tipo de recursos externos que solo pueden adquirir gracias a una fuente energética barata y a un sistema económico que permita la succión de riqueza. Pero, a su vez, son un agente clave de todo el entramado tecnológico, social y económico. Un segundo factor de vulnerabilidad es la velocidad. En una sociedad capitalista, que es más que una economía capitalista, el beneficio a corto plazo es lo primero. Y estos beneficios se evalúan en tiempos cada vez menores: año, trimestre, semana, día, hora. Esto implica que la capacidad de previsión y de proyección futura sea poca. Además, el capitalismo necesita crecer de forma acelerada. Un tercer elemento de debilidad es que la sociedad capitalista globalizada se ha convertido en una eficiente extractora de recursos del planeta y, por lo tanto, no tiene un colchón con el que afrontar los desafíos que tiene por delante. A esto se suma la ley de rendimientos decrecientes.

Por último, en la historia de la vida la aparición de formas más complejas no ha conllevado la desaparición de las formas más simples, sino que se ha producido una reacomodación simbiótica (desde la perspectiva de una mirada macro). Esto ha permitido a los sistemas tener más resiliencia. Sin embargo, en las sociedades dominadoras, el incremento de complejidad ha destruido las formas menos complejas, perdiéndose diversidad cultural y biológica. No es solo que no exista ya un «afuera» como decíamos, sino que el capitalismo no puede coexistir con otros formatos organizativos a los que va fagocitando en su crecimiento imparable. Ante todo esto, se plantea (más con el corazón que con el cerebro) que el intelecto humano será capaz de esquivar el colapso.

Para ello, una de las herramientas principales serán los avances tecnológicos. No es que el sistema tecno-científico sea impotente, es que tiene límites, los del ser que lo ha creado, el ser humano, aunque sobre este aspecto no voy a entrar ahora. Ante la Crisis Global, aparecen cuatro opciones teóricas que ya apuntamos para los sistemas complejos: i) que se quede todo en una crisis; ii) realizar un salto adelante; iii) colapso ordenado o iv) caótico. Ahora las vamos a analizar para el capitalismo global y la civilización industrial.

La primera es que no devenga un cambio sistémico y la Crisis Global no vaya más allá de una crisis. Podría ocurrir algo como lo que sucedió repetidas veces en la China imperial, en la que los recursos disponibles tenían una tasa de recuperación rápida, principalmente por la sostenibilidad de la agricultura, porque la base del trabajo era humana y animal, y porque las infraestructuras podían servir como cantera de nuevos recursos. Esto permitía que, tras los periodos de crisis, viniesen nuevos momentos de expansión. En realidad, las crisis chinas no procedían de un agotamiento de los recursos, sino de un sobreuso moderado que podía volver con cierta facilidad a tasas sostenibles. Ninguna de las condiciones que permitieron a China sortear el colapso se cumplen hoy en día, especialmente porque el nivel de extralimitación en el uso de recursos es muy acusado y la degradación ambiental muy profunda.

La segunda opción sería realizar un salto adelante. Por ejemplo, al principio de la Revolución Industrial, Inglaterra estaba frente a un problema de límite de recursos (madera). Sin embargo, no sufrió un colapso, sino que realizó una impresionante progresión: sustituyó la madera por el carbón, lo que le permitió además expandir la succión de recursos a muchos más territorios. Hacer esto hoy implicaría cambios de organización a nivel social y, sobre todo, un consumo mayor y más intensivo. Pero esto es imposible, especialmente desde el plano material y energético, pero también desde la perspectiva económica.

Por lo tanto, la única forma de evitar el colapso caótico del capitalismo global es reducir la complejidad de forma ordenada. Sería un decrecimiento justo. Pero esto se está produciendo ni nada apunta que se vaya a llevar a cabo, pues el poder de las élites todavía es muy grande y el grueso de la sociedad no está por la labor. Creemos que lo que ya estamos viviendo es un colapso de una dimensión nunca antes vista en las sociedades humanas, pues conlleva elementos absolutamente novedosos: i) Las sociedades industriales son las primeras en la historia humana que no dependen de fuentes energéticas y materiales renovables, lo que dificulta enormemente la transición y la recuperación, pues implicará un cambio añadido de la matriz energética y material. ii) El grado de complejidad social (especialización, interrelación) es mucho mayor y, en consecuencia, el recorrido de simplificación también lo será. iii) La centralización de los nodos del sistema (concentración de poder) y el grado de extralimitación son cualitativamente inéditos. iv) La recuperación de los ecosistemas será muy lenta y compleja. Es más, probablemente los nuevos equilibrios que se alcancen serán distintos a los del pasado. v) No solo no hay un «afuera» del sistema-mundo, sino que no hay un «afuera» en la Tierra. No habrá zonas de refugio.

-Si el colapso es inevitable, ¿cuándo vaticinas que podría producirse?

El colapso no es algo por venir, sino que ya está sucediendo, aunque no seamos muy conscientes de ello. Desde el punto de vista de nuestras vidas, el colapso será relativamente lento, aunque en términos históricos sea muy rápido. Si miramos los cambios que se están produciendo en nuestro entorno, desde el 2007/2008 podemos apreciar esta pérdida de complejidad que caracteriza el colapso. Por ejemplo, en España se está produciendo un menor grado de especialización social como consecuencia, entre otros factores, de la precarización laboral; y un descenso de la población. Todo ello acompañado de una disminución en el consumo energético.

En todo caso, aunque muchos de los procesos ya han comenzado (fin de la energía abundante y barata, quiebra financiera, crisis del comercio global, nuevo orden geopolítico, deslegitimación de los Estados) creemos que, alrededor de 2030, se producirá un punto de inflexión en el colapso de la civilización industrial como consecuencia de la imposibilidad de evitar una caída brusca del flujo energético. Alrededor de esta fecha, si no antes, se producirá el pico de máxima extracción de los tres combustibles fósiles y del uranio. Además, en 2030 la energía proveniente del petróleo podría ser un 15% de la del cénit. A partir de entonces, será materialmente imposible que funcione un sistema económico global. Y no hay sustituto energético posible al petróleo y menos al conjunto de los combustibles fósiles, lo que incluye a los hidrocarburos en roca poco porosa y a las arenas bituminosas.

Por si esto fuera poco, para 2030 se podrían haber superado los umbrales que disparen el cambio climático hacia otro estado de equilibrio del sistema Tierra notablemente más cálido aunque, si la crisis económica es muy profunda y rápida, esto último pudiera no llegar a ocurrir. Más allá de este punto de inflexión, el carbón será caro y se exportará cada vez menos, aunque más que el gas, que estará claramente en declive. El comercio internacional de petróleo casi desaparecerá. En ese contexto, el capitalismo y sus posibles derivados ya solo podrán mantenerse precariamente en base a la violencia. Será a partir de entonces cuando se den los escenarios más duros, se hagan inhabitables las ciudades y se caiga internet. Se producirá el progresivo colapso de la civilización industrial global. Dicho colapso será un Largo Declive hacia sociedades posfosilistas que probablemente dure siglos, con pequeñas recuperaciones momentáneas y largos y profundos periodos de depresión y crisis que producirán irreversibilidades.

-¿Cómo sería la sociedad que surgiría de este colapso (en el libro afirmáis que serán «radicalmente distintas»)?

En el libro entramos en como serán los valores, qué le sucederá al Estado, a los sistemas económicos, a las ciudades, al orden internacional, etc. Sin entrar en detalle en estos aspectos, reseño algunos rasgos generales de estos escenarios futuros: Se pasará de una sociedad en la que había mucha energía disponible y un porcentaje pequeño de ella tenía que ser reinvertido para sostener ese flujo, a otra donde la energía disponible total bajará y el porcentaje de esta que deberá utilizarse en obtención de nueva energía aumentará. Esto implicará una reducción de la complejidad social. Es decir, que descenderá la estratificación y especialización (lo que no implica el fin de las jerarquías). Si hasta este momento de la historia se había producido una creciente segmentación social (con altibajos) esto se invertirá. El grueso de la población se dedicará a la agricultura. La transición será la inversa a la experimentada tras la Revolución Industrial: primero bajará el número de personas dedicadas al sector servicios y después al industrial. La especialización en las distintas fases del flujo metabólico (apropiación, transformación, circulación, consumo y excreción) se irá diluyendo.

Por otra parte, las sociedades basadas en la dominación de unas personas sobre otras y sobre el resto de seres vivos tienen muchas más posibilidades de aumentar ese control con una mayor cantidad de energía disponible. Por ejemplo, la restricción en el acceso a la energía hasta la Revolución Industrial había sido una de las limitaciones fundamentales para la dominación de unos seres humanos sobre otros. La conversión de energía fósil en mecánica dio unos poderes sin precedentes a las organizaciones jerárquicas, coercitivas y centralizadas gracias a la capacidad de destrucción, de vigilancia, de sometimiento laboral (vía mecanización o externalización) y de proyección de sus imaginarios. Un cambio que se operará que contribuirá a esta menor capacidad de dominación será que disminuirán las diferencias sociales.

Por una parte, porque la capacidad de acumulación decrecerá, pues esta se basará en bienes físicos, que son limitados y más difícilmente almacenables. La acumulación también descenderá porque bajará la productividad, que está directamente relacionada con el uso de energía. Así, la clase capitalista tendrá que recurrir en mayor medida a la conquista, al aumento del trabajo humano (en tiempo y en número) y a la reducción salarial, lo que es más costoso, difícil y menos rentable que la mecanización y la deslocalización para la reproducción del capital. Por otro lado, el descenso en las diferencias sociales se producirá fruto de una menor estratificación social al disminuir la complejidad. En todo caso, este proceso será más por el descenso del número de personas enriquecidas, que por el ascenso de las empobrecidas, que podrán seguir viviendo en condiciones miserables.

Las luchas sociales probablemente aumentarán. Una de las causas serán esos intentos de mayor explotación fruto de que la tiranía del beneficio implicará que se intente redoblar la explotación para paliar el descenso energético. También porque el costo de la vida (desde la alimentación hasta la calefacción) aumentará, y con ello el descontento. Además, en la medida que el ser humano vuelva a ser un vector energético importante socialmente, su poder volverá a incrementarse. A la vez que «sobrará» población por la falta de alimentos, «faltará» para sostener una producción más intensiva en mano de obra.

Será lo contrario de lo que ocurrió con el proceso de mecanización. Todo esto conllevará una gestión de la dominación más difícil, como sucedía en las sociedades dominadoras agrarias. Las energías renovables, al estar más distribuidas, ser más difícilmente acumulables, estar basadas en tecnologías relativamente sencillas y, en muchos casos, no conllevar rivalidad, dan más oportunidades a una organización social más democrática, permiten una mayor autonomía e incitan menos a los conflictos geopolíticos.

Las sociedades futuras estarán basadas en lo local y serán más pequeñas. Una comunidad pequeña puede ser muy opresiva (patriarcado, caciquismo), pero el poder se ve más claro y se dispersa más fácilmente. Además, la gestión democrática es más difícil en las escalas muy grandes (muy complejo) y muy pequeñas (conflictos que se enquistan). Probablemente, el tamaño al que evolucionen los grupos sociales esté cerca del óptimo democrático. Para el desarrollo de fuertes jerarquías es necesario un alto procesamiento de la información. Solo así es posible el control social. Pero una de las características de las nuevas sociedades con menos energía será una capacidad reducida de manejar información. Por ejemplo, los Estados del capitalismo agrario tenían una posibilidad de influencia sobre su población notablemente menor que los fosilistas. Sin embargo, esto solo será una ventana de oportunidad.

Un sistema con menos energía disponible y de origen renovable en absoluto implicará un mundo no basado en la dominación. Lo que supone es que esta tiene menos facilidades para su desarrollo. El tipo de organización social es una opción política humana, no una imposición ambiental. Esto lo ejemplifica toda la historia de sociedades dominadoras basadas en el Sol, incluido el capitalismo agrario. En ellas, la importancia del control de los seres humanos fue clave, lo que llegó a implicar la esclavitud y/o la servidumbre. Es más, procesos de descenso en la disponibilidad energética pueden aumentar los grados de acumulación de riqueza en pocas manos, como ejemplificó el desmoronamiento de la URSS.

-Una de las opciones que se plantean al «pico» de los combustibles fósiles y, en consecuencia, al fin de la energía abundante y barata, son las energías «renovables». ¿Te parecen realmente una alternativa?

Que el petróleo, acompañado por el gas y el carbón, sea la fuente energética básica no es casualidad. El petróleo se caracteriza (en algunos casos se caracterizaba) por: i) tener una disponibilidad que no depende de los ritmos naturales; ii) ser almacenable de forma sencilla (no es especialmente corrosivo, es líquido, no se degrada); iii) ser fácilmente transportable; iv) tener una alta densidad energética; v) estar disponible en grandes cantidades; vi) ser muy versátil en sus usos (a través del refinado se consiguen combustibles de distintas categorías y multitud de productos con utilidades no energéticas); vii) tener una alta tasa de retorno energético (con poca energía invertida se consigue una gran cantidad de energía neta); y viii) ser barato. Una fuente que quiera sustituir al petróleo debería cumplir todo eso. Pero también tener un reducido impacto ambiental para ser factible en un entorno fuertemente degradado, en un «mundo lleno». En primer lugar, porque los recursos son cada vez más escasos (agua, suelo, minerales) y, en segundo, porque los impactos (cambio climático, contaminación, eliminación de ecosistemas) implican costes cada vez más inasumibles. Finalmente, hay otro elemento determinante en la transición: ya está creada toda la infraestructura para una economía basada en combustibles fósiles y, especialmente, petróleo.

Las renovables serán las energías básicas del futuro, pero de un futuro radicalmente distinto al presente, pues tienen características diferentes a los hidrocarburos. En primer lugar son más irregulares. No hace falta argumentar que el sol no brilla todo el día, ni en todo momento con igual intensidad; que el viento no siempre sopla igual; ni que los ciclos hidrológicos implican momentos con más y con menos escorrentía. Esto supone una inevitable irregularidad en el aporte energético de las renovables, aunque menos del que cabría pensar a primera vista, ya que en parte unas fuentes pueden compensar a otras.

Un segundo problema acoplado a esta irregularidad es que, para minimizarla, hace falta una potencia instalada notablemente mayor que la que sería necesaria para los combustibles fósiles o la nuclear, bien sea en base a renovables o de centrales sucias para cubrir los momentos de poca producción renovable. En todo caso, esto se podría reducir con una red inteligente descentralizada que consuma cuando hay gran producción y viceversa. Pero la instalación de esta red inteligente requiere a su vez de recursos de todo tipo.

Como consecuencia de la irregularidad, aumenta la necesidad de almacenar la energía proveniente de fuentes renovables, la gran mayoría de las veces transformada en electricidad. Hay varios sistemas de almacenamiento de electricidad: i) baterías, ii) centrales hidroeléctricas reversibles, iii) almacenamiento geológico de aire comprimido, iv) almacenamiento térmico con sales fundidas, e v) hidrógeno. Todos ellos tienen importantes limitaciones, sobre las que no entro por no alargar mucho más la respuesta.

Uno de los problemas fundamentales de las energías renovables es que no son suficientes para mantener los niveles de consumo actuales de lugares como la UE, EEUU o Japón y, mucho menos, hacerlos universales. Los límites físicos al aprovechamiento de las energías renovables con la tecnología actual probablemente no lleguen ni a la mitad del consumo contemporáneo. Y es muy probable que no se pueda sostener ese nivel tecnológico y que nunca se llegue a estos límites máximos. Estas limitaciones provienen de dos factores insoslayables. El primero es el carácter poco concentrado de las energías renovables. El segundo es que, frente a los combustibles fósiles que se usan en forma de energía almacenada, las renovables son flujos.

A esto hay que añadirle que las renovables, en su formato industrial, son una extensión de los combustibles fósiles más que fuentes energéticas autónomas. En primer lugar, todas ellas requieren de la minería y el procesado de determinados compuestos, empezando por el cemento, que se realiza gracias, fundamentalmente, al petróleo. También se usa petróleo para mover la maquinaria pesada, imprescindible en la construcción de los grandes molinos eólicos y las presas, así como en su mantenimiento. Lo mismo se puede afirmar de las redes de distribución, que además requieren carreteras para acceder a ellas. Además, la alta tecnología usada en las renovables depende de un sistema con altos consumos energéticos y su fabricación está diseminada por todo el planeta y, por lo tanto, está anclada al entramado de transporte petrodependiente.

Las renovables se usan fundamentalmente para producir electricidad, sin embargo, la electricidad es un buen vector energético solo para parte de las necesidades de energía, como muestra que la energía eléctrica es solo el 10% de la energía final consumida en el mundo y el restante 90% es difícil de electrificar. En concreto, la electricidad no vale para mover las máquinas pesadas que requieren autonomía de movimiento (camiones, tractores, grúas), ya que las baterías pesan mucho por su baja densidad energética.

Otra limitación añadida es que la energía neta que proporcionan muchas de ellas es baja. Por ejemplo, la más probable de la solar fotovoltaica está alrededor de 2-3:1. Las inversiones en renovables se han incrementado en los últimos años. Además, las mejoras tecnológicas han permitido una rebaja sostenida de costes. Sin embargo, hay que considerar las inversiones para una transición de un sistema energético basado en los combustibles fósiles a otro centrado en las renovables. Aquí las cifras se vuelven astronómicas. Eso sin contar con otros gastos, como los derivados de la necesaria construcción de grandes sistemas de almacenamiento de electricidad o de la reestructuración de las ciudades de un sistema de transporte basado en el vehículo privado a otro público y de cercanía. Además, el punto de partida es de un uso casi residual de las renovables (no llegan ni al 10% de la energía comercial mundial).

Cuando hablamos de los costes monetarios necesarios para la transición, en realidad estos tienen detrás los energéticos, que también serían inmensos. Por ejemplo, fabricar un coche consume el 30% de la energía que este gastará durante toda su vida útil (obtención de materias primas, transporte, procesado, ensamblado, distribución), por lo tanto, la sustitución del parque móvil fósil por otro eléctrico supondría un coste energético muy alto. Y eso sin contar con el cambio de toda la infraestructura de gasolineras, talleres, etc.

También hay que considerar el factor tiempo, pues los plazos requeridos para construir las nuevas infraestructuras se adentran mucho en las curvas de caída de la disponibilidad de combustibles fósiles y, por lo tanto, dificultan enormemente la transición energética ordenada. En el capitalismo fosilista, los nuevos sistemas de producción energética se han instalado en 50-60 años. Y en todos los casos no se ha realizado una sustitución de fuentes, sino una adición y, además, no se ha reducido el consumo de energía, sino que ha aumentado.

Además, las renovables tienen problemas para su extensión en los formatos actuales porque se ven afectadas por la crisis ambiental. Por ejemplo, la red eléctrica se basa en el cobre; las LED usan indio, samario, itrio o galio; las mejores baterías, litio, níquel, cadmio, lantano, manganeso o cobalto; las pilas de combustible de hidrógeno, platino; los paneles fotovoltaicos, cobre, teluro, cadmio, indio, germanio, arsénico o galio; los aerogeneradores más avanzados, neodimio, cobalto, disprosio o samario; y las turbinas de altas prestaciones cobalto, neodimio o vanadio. Además, los requerimientos materiales son en grandes cantidades. Todos estos recursos son cada vez más difíciles de extraer.

Las renovables implican un uso más extensivo del territorio. La sustitución de los combustibles fósiles por solar y eólica requeriría, por lo menos, del uso del 0,6% de la superficie terrestre. Contra lo que podría parecer, esto es mucho, pues la cifra es similar a la ocupación actual de todas las infraestructuras humanas. Es más, si estos resultados se corrigen con los datos del rendimiento real de los paneles fotovoltaicos, la cifra supera en un orden de magnitud toda la superficie agropecuaria del planeta. La alternativa de realizar estas ingentes obras en lugares poco habitados, como los desiertos, desde el punto de vista energético, material y ambiental, resultan inviables: miles de kilómetros de líneas de alta tensión, pérdidas, mantenimiento de las infraestructuras, etc. Si se consideran los tejados de las ciudades, solo el 2% de los existentes son aptos.

A todo ello hay que añadir otros factores, como que el cambio climático también va a afectar al desarrollo de las renovables, por ejemplo limitando el potencial hidroeléctrico en las zonas donde habrá menos precipitaciones. Además, la solar termoeléctrica necesita cantidades de agua equivalentes a las centrales de carbón y algo similar le ocurre a la geotérmica, aunque en gran parte se puede reutilizar.

-Sostenéis que el cambio climático es una constante en la historia de la humanidad. ¿Se podría considerar esta afirmación como un aval a las teorías «negacionistas», que tratan de quitarle hierro a las emisiones de gases de efecto invernadero? ¿Qué diferencia existe entre la contaminación del presente y la de eras pasadas?

El ser humano lleva 200.000 años sobre el planeta y, en ese tiempo, se han producido importantes variaciones climáticas que han condicionado de forma determinante la organización socioeconómica humana. Estas variaciones, junto a otros factores, están detrás de la extensión del ser humano por el conjunto del planeta, del salto hacia la agricultura o de la evolución de distintas civilizaciones, en algunos casos hacia su colapso. Que hayan existido otros cambios climáticos, en absoluto quita importancia al actual. Al contrario, visibiliza el papel de la estabilidad climática para el sostenimiento del orden social.

El cambio climático actual es diferente en varios sentidos a los pretéritos. En primer lugar, es de origen antropogénico. En segundo, está desequilibrando los ecosistemas de manera profunda, cambiando radicalmente la distribución, movilidad, abundancia e interacciones de distintos seres vivos. El problema para los ecosistemas también es la velocidad a la que acontece la mutación climática. Por ejemplo, el calentamiento global que ocurrió hace unos 55 millones de años fue tan grande como las proyecciones de calentamiento actuales, pero ese evento ocurrió durante muchos miles de años y no en apenas un siglo. Además, este proceso no ocurre sobre el planeta de hace dos siglos, sino sobre el que está ya sólidamente asentado en el Antropoceno. Este es un planeta con mucha menos resiliencia y, por lo tanto, con menor capacidad de adaptación a los cambios. En conclusión, para la vida, incluyendo la humana, este es un problema mucho más grave que el energético y el material.

-¿Qué son los «bucles de realimentación positiva» en relación con el cambio climático y cuál es su importancia?

Una de las claves fundamentales del sistema climático es su complejidad, que le hace comportarse de forma no lineal. Por una parte, predominan los procesos de realimentación positiva, en los que los efectos amplifican las causas una vez pasado un determinado umbral. Por otra parte, el sistema climático contiene elementos que retardan las variaciones climáticas. Que se disparen o no estos bucles de realimentación positiva determinará si el sistema climático evolucionará hacia un nuevo equilibrio 4-6ºC por encima del actual (y, por lo tanto, desastroso para el conjunto de seres vivos que habitamos en el actual equilibrio climático). Algunos de esos bucles son: El océano ha disuelto alrededor del 30% del CO2 emitido, lo que ha causado su acidificación. Los principales afectados por la acidificación son los arrecifes de coral y el fitoplancton.

Un bucle de realimentación positiva se activaría al reducirse la fijación de CO2 que realizan el plancton y distintos seres vivos en forma de conchas o corales. Además, la absorción marina de parte del CO2 atmosférico no será indefinida: conforme el océano se caliente disminuirá la solubilidad del CO2 y podría empezar a liberarlo a la atmósfera activando otro bucle de realimentación positivo.

El calentamiento de los océanos puede conllevar el colapso de los ecosistemas marinos: por encima de cierto nivel de temperatura oceánica habría una extinción masiva de algas. Las algas son claves, pues fijan importantes cantidades de CO2 y crean nubes blancas que reflejan la luz del sol, por lo que con su extinción se activaría otro bucle de realimentación positivo. Los glaciares se están fundiendo cada vez más rápido. La pérdida de hielo también se está produciendo en la gran superficie marina helada ártica. Este proceso afecta a la circulación de las corrientes oceánicas. La pérdida de un gran volumen de hielo ártico provocaría que descendiese la salinidad del mar, disminuyendo su densidad. A esto se sumaría, aunque en menor medida, el calentamiento de las capas profundas oceánicas. Esto limitaría la formación de las aguas frías y densas en el Atlántico norte y la circulación termohalina se ralentizaría, lo que reduciría el secuestro oceánico de CO2 en estas regiones, desencadenando una realimentación del cambio climático.

El efecto más importante de la desaparición de estas grandes superficies blancas y su sustitución por otras más oscuras (rocas, mar) es la disminución del efecto albedo («espejo»). Por ello, la fundición de todo este hielo activa un bucle de realimentación positivo fundamental del calentamiento global. Además, desprotegerá parte de la costa de Groenlandia, acelerando el deshielo de sus glaciares. A esto se suma que ya no habrá hielo para absorber parte de la energía solar, lo que redundará en un mayor calentamiento del agua marina. Y, por si esto fuera poco, también permitirá la liberación de grandes cantidades de CH4 contenido en el lecho marino y en los suelos helados, sobre lo que entro a continuación. En cualquier caso, hay que decir que esta pérdida de hielo también aumentaría la captación de CO2 por parte del océano, pues nuevas superficies quedarían en contacto con la atmósfera. Pero este proceso de amortiguamiento del calentamiento global sería inferior a los de realimentación positiva.

El permafrost es el suelo congelado. Estos suelos contienen una cantidad de carbono similar a todo el presente actualmente en la atmósfera en forma de CO2 y de CH4, por lo que su liberación, fruto del aumento de la temperatura, supondría otro bucle de realimentación positivo del calentamiento global. También hay ingentes cantidades de CH4 retenido en los lechos oceánicos. Estas formaciones son estables solo a grandes presiones y bajas temperaturas. Si la temperatura del agua aumenta lo suficiente, el equilibrio puede romperse liberando una gran cantidad de CH4 en un breve periodo de tiempo. Se cree que la última vez que eso ocurrió fue hace 251 millones de años, en el Pérmico. Esto coincidió con la extinción del 96% de las especies. El suelo ha absorbido cerca del 30% del CO2 emitido por el ser humano. Sin embargo, al igual que ocurre con el océano, puede llegar un momento en que los suelos se conviertan en emisores netos de gases de efecto invernadero y, por lo tanto, aumenten el calentamiento global.

Finalmente, una de las consecuencias del aumento de la temperatura es el incremento de la evaporación del agua. Las nubes, en un proceso complejo y desigual, reflejan parte de la radiación solar que llega a la Tierra. Pero, a la vez, el agua en estado gaseoso es un gas de efecto invernadero cuya concentración en la atmósfera aumenta como consecuencia del incremento de la temperatura. Las últimas evidencias apuntan a que el vapor de agua, de forma neta, realimentaría el calentamiento global.

-El texto comienza con un diagnóstico de la sociedad paleolítica, a la que se califica de «opulenta». ¿En qué sentido puede calificarse como «opulenta» una sociedad de cazadores-recolectores? (Galbraith escribió «la sociedad opulenta» (1958) sobre una realidad -el capitalismo corporativo estadounidense- radicalmente distinta).

Los grupos forrajeros paleolíticos han sido calificados de opulentos por Sahlins en el sentido de que, en general, tenían cubiertas sus necesidades universalmente con un mínimo esfuerzo. Por una parte, como su economía se basaba en recursos suficientemente disponibles, que por lo general no agotaban, no era de la escasez, sino de la abundancia. Por otra, las «jornadas laborales» podrían ser de 2-6 horas (no continuas además). En comparación, las sociedades horticultoras trabajaban «productivamente» 6,75, las agrícolas 9 y las industriales 8-12. Así, desde el punto de vista de la maximización de la productividad, la población estaba sumamente «desaprovechada». El hecho de que fuesen capaces de cubrir sus necesidades con poco consumo energético y material, y de que este no fuese al alza durante toda esta etapa histórica, implica que las necesidades humanas son finitas y se pueden satisfacer con un consumo austero.

Estas sociedades no producían excedentes no porque no pudiesen hacerlo, pues la economía forrajera lo permitía (aunque en menores cantidades que la agrícola), sino porque no les interesaba. Hay varias razones para ello: i) no necesitaban almacenar los alimentos, ya que la propia naturaleza lo hacía en forma de plantas y animales; ii) al moverse, las posesiones eran una carga; iii) el almacenaje de excedentes podría aumentar la población, poniendo en riesgo la supervivencia colectiva; y iv) cazar y recolectar significaba prestigio social y, por lo tanto, no tenía sentido renunciar a estas labores. La mayoría de la historia de la humanidad es la de sociedades que vivían al día con previsión estacional.

A pesar de ello, probablemente las sociedades forrajeras no fueron más vulnerables al hambre que las agrícolas, sino todo lo contrario. De este modo, podemos decir que la pobreza o, mejor dicho, la miseria es resultado de la civilización posterior. Como se puede apreciar, todos estos rasgos son radicalmente distintos a los de la «sociedad opulenta» del capitalismo que, en el mejor de los casos, fue opulenta solo para una élite.

-¿Cuándo surgieron las sociedades basadas en la dominación y cuáles fueron sus rasgos? ¿Fue universal en su momento este nuevo tipo de civilización o se produjeron resistencias?

Alrededor de 4000 a.C., se comenzó a percibir un cambio radical en algunas sociedades humanas, aunque en algunos sitios este proceso ya se había iniciado antes. Esta mutación supuso que apareciesen de forma interrelacionada la guerra, el patriarcado, el Estado y las relaciones de explotación de la naturaleza. Este cambio implicó que en 3200 a.C. hubiese pequeñas ciudades-Estado fortificadas en Mesopotamia y, alrededor de 3100 a.C., se crease el Estado egipcio. En esa misma época, 3200-2500 a.C., aparecieron los primeros Estados en el litoral pacífico peruano. En India, esta organización política apareció sobre 2500 a.C., en China sobre 3000 a.C., en Sudán en 2000 a.C. y en Centroamérica alrededor de 1500 a.C. La aparición de la sociedad dominadora se dio en algunos territorios inconexos de Afroeurasia y América, lo que implica que es uno de los posibles caminos «naturales» del devenir de las sociedades agrícolas. Pero no el único, pues tuvo que ser impuesta en otros lugares del planeta: en 1600 d.C. todavía la mitad de la superficie terrestre estaba habitada por pueblos igualitarios (Australia y gran parte de Norteamérica y Sudamérica, así como grandes partes de África y el Pacífico).

En la etapa forrajera y los primeros 4.000 años de agricultura, los seres humanos tuvieron mayoritariamente una identidad relacional. Se entendían más como parte de un grupo que como individuos. Como argumenta Almudena Hernando, esta identidad había predominado en un momento histórico en el que las sociedades tenían poca capacidad de control sobre su entorno y la fuente de seguridad era el colectivo. Sin embargo, especialmente desde la aparición de la agricultura, se habían ido generando una serie de circunstancias que posibilitaron la eclosión de una identidad individual en los hombres (personas de sexo masculino), que sería la base de las relaciones de dominación posterior. Entre estos factores estuvieron que algunos hombres se movieron más por el territorio que otros y que las mujeres.

¿Por qué una identidad individual es necesaria para pasar a sociedades basadas en la dominación? i) Concebir una mayor individualidad implica poder entender al resto como potenciales enemigos/as: al igual que una persona sabe que se guarda para sí emociones y estrategias, también concibe que otras lo hagan. ii) Una menor conexión con la naturaleza también aumenta la sensación de inseguridad, a lo que se puede responder mediante su control. iii) Para trabar una relación de dominación hace falta una distancia emocional respecto a lo dominado, una disminución de la compasión (pasión compartida). iv) El control sobre el resto también requiere saber cuáles son los deseos y necesidades propias y situarlas por encima (egoísmo). El poder sobre la naturaleza fue asociado al poder sobre las personas desde el principio y probablemente la concepción de uno realimentó al otro.

A partir de este punto se abren dos grandes vías de desarrollo de la civilización dominadora, no necesariamente excluyentes, pues el camino recorrido debió ser distinto para cada sociedad y en cada momento histórico. La primera es la vía gradual. Consistiría en que, a medida que la complejidad de la sociedad fue aumentando, el proceso de individualización de algunos hombres se incrementó hasta que fueron capaces de usar mecanismos de coerción y la violencia para sostener y desarrollar las jerarquías sociales y la concepción utilitaria de la naturaleza. En paralelo, la organización social empezó a gratificar los comportamientos egoístas más que los altruistas.

La segunda es la vía cualitativa. En ella pudieron cumplir un papel importante distintos cambios climáticos. Por ejemplo, en el suroeste asiático y el Mediterráneo el clima se tornó seco alrededor de 3800 a.C. y este fenómeno se prolongó durante 1.000 años. Algunas comunidades se pasaron a la ganadería, otras emigraron y, para quienes se quedaron, los ríos se convirtieron en un elemento estratégico básico en los que se concentró la población. Así, crecieron ciudades como Uruk y esto vino acompañado de un incremento de los conflictos y enfrentamientos, como se induce de la proliferación de armas y arquitectura militar. En este proceso, la granja familiar fue desapareciendo, dando paso a la estructura Estatal y la burocracia.

Entre 3200 y 3000 a.C. la sequía se agravó y esto promovió un mayor enfrentamiento armado entre lo que ya era un mosaico de ciudades-Estado que habían seguido creciendo. Durante esta sequía, la sociedad encabezada por Uruk colapsó, incluyendo su organización alrededor del templo. Lo que emergió fue una nueva organización controlada desde el palacio. Se pasó de una administración por parte de un consejo de clérigos antes de la sequía (menos jerárquica) a una presidida por un rey, cuyo título apareció por primera vez.

En algunos lugares, el proceso pudo haber comenzado antes. Alrededor de 5600 a.C. el lago de agua dulce Euxine se convirtió en el mar Negro desplazando a las poblaciones ribereñas conforme subió el nivel del agua. Además, entre 6000 y 4000 a.C. el este de Europa se calentó progresivamente y avanzaron las estepas frente a las zonas boscosas. Todo ello favoreció que las poblaciones forrajeras de las estepas al norte de los mares Negro y Caspio se transformasen en pastoriles organizadas jerárquicamente alrededor de 5200-5000 a.C. Este pueblo sería después el indoeuropeo.

De este modo, se conjugaron hombres con una identidad individual, cambios climáticos, y la desaparición de los colchones de amortiguación que existían en las sociedades pretéritas (era muy difícil o imposible volver al forrajeo, y las altas densidades de población limitaban la migración, y la alternancia entre agricultura, caza y recolección). En este marco es fácil pensar que los hombres con identidad individualizada asumiesen la toma de decisiones. Hay varias razones que apoyan esto: i) tenían más conocimientos gracias a su mayor movilidad; ii) más capacidad de tomar decisiones por haberse movido por ambientes más diversos; iii) valoraban la importancia del cambio frente a la repetición de patrones. Por todo ello, estos hombres individualizados pudieron tomar decisiones para salvaguardar la integridad de su grupo que iban más allá de los parámetros culturales de sociedades igualitarias y pacíficas, y que diferían de las opciones que habían tomado en el pasado los grupos humanos que vivieron situaciones similares.

Así pudo concebirse el pillaje de las poblaciones cercanas y la concentración de poder. Mientras las figuras de liderazgo anteriores redistribuían los recursos colectivos equitativamente, las nuevas redistribuían los recursos ajenos de forma desigual. A partir de los primeros actos de violencia se fue generando una espiral de dominación creciente.

Es importante resaltar que el cambio no fue de golpe, sino que se fue profundizando, no sin fuertes resistencias, durante miles de años. Estas resistencias fueron físicas, pero también culturales. Los primeros pueblos dominadores hibridaron sus nuevas costumbres con los locales, manteniendo parte de las características igualitarias de los últimos. No se produjo un sometimiento total. Además, no todo fue una progresión ininterrumpida hacia la desigualdad, sino que en varios momentos las sociedades se reestructuraron en torno a parámetros menos jerárquicos.

-Por último, ¿por qué el nacimiento del capitalismo implica una ruptura con la naturaleza y una nueva dimensión del tiempo y el espacio?

La reproducción del capital se realiza mediante la inversión del dinero (D) en mercancías, maquinaria, materias primas y fuerza de trabajo que generan bienes y servicios (M), con el objeto de conseguir con su venta más dinero (D’). Así, la circulación del capital se representa por la fórmula D-M-D’. En la circulación del capital es fundamental la continuidad del flujo. Si el proceso se interrumpe, se para la creación de capital. Es decir, que después de un ciclo D-M-D’, D’ debe convertirse en el motor de un nuevo ciclo. Además, quien es capaz de cubrir más rápido el ciclo D-M-D’ obtiene más beneficios y una posición competitiva mejor. Así, la historia del capitalismo ha sido, en parte, la historia de cómo acelerar la circulación del capital. Para ello las innovaciones en el transporte y la comunicación, la eliminación de trabas aduaneras y la facilitación del movimiento del capital han sido claves.

Además, es central el aumento de la esfera de la que extraer el beneficio. Es decir, que el funcionamiento del capitalismo requiere de la entrada en el ciclo de circulación del capital de cada vez más territorios y aspectos de la vida. De este modo, la imprescindible «acumulación primitiva» se convirtió en una no menos imprescindible «acumulación por desposesión» en el normal funcionamiento del sistema. La cantidad que D’ excede a D es la plusvalía. Si el valor de los bienes y servicios producidos equivale al valor inicial de las materias primas y la energía requeridas, más el de la fuerza de trabajo empleada, más el valor añadido, no habría plusvalía. La plusvalía surge cuando se produce un sobrevalor sobre esa suma, cuando los/as empleados/as trabajan produciendo más bienes que los correspondientes a los gastos de producción y distribución de los bienes elaborados.

Hay otras formas de sustraer la plusvalía. Harvey sostiene que la «acumulación primitiva» no terminó una vez que comenzó el capitalismo, sino que se ha seguido produciendo en lo que él ha denominado «acumulación por desposesión». Por ejemplo, el sistema financiero, operando a través del interés, se convirtió en una palanca para el robo de recursos. Otro caso sería el patentado de conocimientos colectivos. Y otro más la apertura a los mercados capitalistas de economías que funcionaban bajo otras lógicas succionando con ello riquezas.

Las personas son interdependientes, requieren cuidados que den respuesta a sus vulnerabilidades (higiene, alimentación, sostén emocional, crianza). El sistema capitalista es incapaz de retribuir en su totalidad el trabajo de reproducción y cuidado de la fuerza de trabajo y su mantenimiento en buenas condiciones físico-psíquicas (no digamos ya los cuidados asociados a la vejez). El salario y el Estado participan en este proceso, pero no son suficientes y se requiere una enorme cantidad de trabajo que el sistema no remunera y que es llevado a cabo en los hogares fundamentalmente por las mujeres. Este es otro de los secretos de la diferencia entre D y D’. Sería otra forma de apropiación del trabajo para reproducir el capital. De esta forma, el capitalismo no solo se asienta sobre el trabajo asalariado (y otras formas de sustracción de la plusvalía), sino también sobre el trabajo reproductivo.

Pero no toda la plusvalía proviene del trabajo humano. Una forma especialmente significativa de obtención de beneficios es la adquisición gratuita de los recursos naturales, su no restitución ni reparación (la reposición de un mineral una vez utilizado en la misma concentración) y el vertido gratuito (o casi) de los residuos. Así, la plusvalía también es la apropiación del trabajo de la naturaleza. Por ejemplo, el trabajo de fotosíntesis es enajenado por el propietario de la plantación de caña de azúcar.

Por supuesto, el aprovechamiento del trabajo ajeno (incluido el de la naturaleza) no es invención capitalista, ya existía antes. La diferencia es que, mientras las sociedades pretéritas centraban la economía en los valores de uso (en apropiarse de los bienes que producía, especialmente, el campesinado), el capitalismo lo hace en los valores de cambio (lo que busca es vender esos bienes para conseguir más dinero). En el primer caso había un plus-trabajo y en el segundo un plus-valor. En las sociedades previas al capitalismo había un cierto tope a la acumulación: los límites de la naturaleza y de la acumulación de bienes. Pero, con el capitalismo, estos límites se dinamitan, especialmente conforme el dinero se va desligando, aunque sea de forma imaginaria, del entorno físico.

También cuando aparecen los combustibles fósiles como fuentes energéticas mucho más abundantes, concentradas, baratas y versátiles. De la misma forma, el grado de explotación al que llegará el capitalismo, empujado por la competencia, será mucho mayor, ya que el incentivo también es mucho más potente (y engañosamente infinito). El funcionamiento capitalista se realiza en base a la creación de deudas que deben ser restituidas con un tipo de interés. De este modo, el dinero que se crea se pone en circulación con un tipo de interés, lo que implica que la cantidad monetaria que hay en circulación es necesariamente inferior a la deuda (si se ponen 100 unidades monetarias en circulación con un interés del 5%, la deuda será de 105 unidades monetarias). De hecho, en el funcionamiento normal del capitalismo, el dinero es todavía más escaso porque normalmente se suman préstamos sobre préstamos, lo que hace subir los tipos. Además, hay renegociaciones de la deuda una vez que se cumplen los plazos de vencimiento y esta no ha sido saldada.

Estas renegociaciones suelen suponer también un alza de tipos. A esto se añade que,para que el capital circule hace falta una demanda suficiente de los bienes y servicios puestos en el mercado. Una de las maneras claves en las que se incentiva esta demanda es mediante el crédito al consumo. También hay una razón consustancial al capitalismo que hace que la deuda crezca irremediablemente. Fruto de que la tasa de beneficios tiende a disminuir constantemente, los capitalistas deben hacer inversiones cada vez mayores para sostener su competitividad. Esto les obliga a endeudarse cada vez más. Todo esto provoca una situación paradójica: cuanto más dinero se pone en circulación, más crece la deuda y, en definitiva, más «escaso» es el dinero. Al mismo tiempo, cuanto más escaso es el dinero, más dinero tiende a ponerse en circulación.

Esto obliga a todo el sistema a crecer de manera continuada para devolver las deudas (o mantener la promesa de devolución). El capitalismo necesita crecer constantemente pues, en caso contrario, entra en crisis. El crecimiento también es una «necesidad social», pues es lo que permite emplear a una población creciente proletarizada. Además, el crecimiento es un requisito imprescindible para el incremento de beneficios, para la reproducción del capital. Para el crecimiento, el papel de la energía y del resto de recursos es absolutamente central.

El crecimiento en la economía capitalista se puede explicar por el aumento del trabajo humano, de la explotación de recursos y/o de la productividad. En todos los casos está detrás un incremento de la energía útil usada. Esta puede ser en forma de trabajo o de calor, pero también por la energía contenida en los materiales procesados (no es lo mismo un kilo de cobre puro que embebido en una tonelada de rocas). El aumento del consumo energético y material es causa del crecimiento, no consecuencia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.