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Reseña de Los “vicios” del ecologismo. El abismo entre el diagnóstico y las soluciones, de Alfredo Apilánez

Poniendo en evidencia falsos remedios a la crisis ecológica

Fuentes: Rebelión

La crisis ecológica que padece el planeta se percibe muchas veces desgajada de la dinámica económica global y ello lleva a plantear soluciones que un análisis profundo de los elementos implicados muestra carentes de consistencia.

El problema es muy serio ciertamente, por la urgencia de la crisis y la dificultad de estos análisis, pero la energía consumida en falsos remedios nos roba la que necesitamos para alternativas que podrían funcionar.

Alfredo Apilánez (Gijón, 1966) se propone en Los “vicios” del ecologismo, que acaba de editar El viejo topo, mostrar toda una serie de aspectos que percibe desenfocados en el ecologismo y que quedan de manifiesto cuando se analiza la crisis ambiental en su contexto, que no es otro que la dinámica del sistema capitalista. Apilánez es un economista crítico de quien reseñaba hace poco en Rebelión su primer libro, Las entrañas de la bestia (Dado, 2021), un monumental trabajo en el que disecciona el papel vertebral del dinero en el capitalismo desquiciado.

La obra trae una introducción que señala la desconexión existente entre el ecologismo y el análisis crítico del sistema económico vigente, que llega hasta el extremo de que “capitalismo” es una palabra tabú en muchos textos ambientalistas. Sin embargo, es evidente el rol del capital en todo lo que ocurre. Esto se aprecia simplemente constatando las posibilidades reales que existirían en la actualidad de proporcionar una vida digna a todos los habitantes del planeta con los recursos y las tecnologías disponibles. La aguda contradicción entre este hecho y el desastre social y ecológico que vivimos obliga a plantear la escasa racionalidad del sistema capitalista.

Estructurada en tres partes, la obra comienza exponiendo la naturaleza depredadora del capital y su inevitable corolario de devastación ambiental. A continuación se repasan los “vicios” que se detectan en las estrategias del ecologismo, desde las recetas decrecentistas y estatistas, hasta las del “curanderismo económico”, culminando con la deriva metafísica de la eco-espiritualidad. Para concluir, se apuntan las vías que podrían ser eficaces para superar la situación actual.

Con abundantes citas de otros autores y notas a pie de página, además de una amplia bibliografía, el libro expone de una forma crítica los diversos puntos de vista existentes sobre los asuntos tratados, con lo que aparte de presentar las opiniones de su autor sirve de base para una exploración de todos los desarrollos teóricos y prácticos que se pueden encontrar en la literatura sobre ecología y economía.

El problema es el capital

Apilánez es consciente de que resulta crucial evidenciar la responsabilidad del sistema económico vigente en el desastre ambiental, y por ello éste es el primer objetivo que se plantea. La dinámica del capital se basa en la conversión del tiempo de trabajo humano en una mercancía, lo cual permite engrosar las arcas de la clase burguesa. Un análisis riguroso demuestra que este proceso tiene un carácter esencialmente conflictivo, que se manifiesta en la degradación progresiva de las fuentes que nutren la acumulación. Las dinámicas endógenas que pugnan por contrarrestar esa atonía creciente son los propulsores principales de la agudización del ecocidio. Se trata en definitiva de que la expansión continua del dominio de la mercancía sólo puede hacerse a costa de la devastación del medio natural en una espiral autodestructiva sin posibilidades de regeneración.

Las dos contradicciones implicadas en la dinámica del capital son analizadas en detalle. La primera es la que se expresa en la dimensión social a través de la reducción tendencial del plusvalor extraído por el capitalista. La segunda es la que se traduce en una implacable agresión ambiental, y es importante señalar cómo aunque ésta puede considerarse un resultado de la primera, es también la que constituye una amenaza más obvia para la existencia del propio sistema en el momento actual.

El análisis teórico se complementa con algunas ráfagas de realidad cotidiana. Un vistazo a los comportamientos que se prodigan en la economía global muestra una violencia salvaje y continua contra el medio natural, la cual se produce mientras los organismos internacionales y sus comisiones naufragan en una verborrea que apenas oculta su inoperancia y su servidumbre al casino financiero. Algunos ejemplos sirven al autor para poner esto de manifiesto.

Los apartados finales exploran la relación entre la financiarización desaforada y la privatización de todo de la fase neoliberal y la aceleración del choque con los límites biofísicos. La conclusión es que “el negocio de la destrucción” que caracteriza la situación actual es una huida hacia delante que no soluciona la caída de la tasa de ganancia y aboca al sistema al colapso.

Cinco falsas vías de escape

La economía ecológica, desarrollada por el rumano Nicholas Georgescu-Roegen en la década de 1970, analiza las implicaciones termodinámicas de la inserción de las actividades humanas en el medio biofísico. Se trata de una herramienta valiosa para el diagnóstico de los desajustes entre la sociedad y su entorno natural, pero que no tiene en cuenta el rol crucial del capital en la producción de los desequilibrios y debe ser complementada con análisis históricos y sociales para lograr una perspectiva global. Hay que reconocer sin embargo que queda mucho por hacer para alcanzar una sinergia entre ambas visiones, ya que los partidarios de la economía ecológica tienden a desacreditar los análisis de Marx, al que leen sesgadamente sin considerar los aspectos capitales de su obra, y tildan de “productivista”.

Se pasa revista luego a los “decrecentistas”, que en palabras de Apilánez “pretenden poner a dieta al capitalismo”. Lo cierto es que el decrecimiento se ha convertido en una de las banderas del ecologismo a nivel mediático e incluso académico, a través de un planteamiento cuantitativo que invierte el concepto de “crecimiento”, fetiche favorito del sistema. Una revisión de la historia del término muestra que la conciencia de la degradación ambiental va madurando en las décadas finales del siglo XX hasta que irrumpe como un movimiento político que enarbola atinadamente su propuesta de echar el freno a la actividad económica, aunque fracasa a la hora de dotarla de medidas apegadas a la realidad. El peligro de estas inconcreciones es que hacen barruntar que estamos ante una nueva encarnación de la vieja estrategia reformista, que no considera en absoluto la raíz del problema. Respecto a los análisis “colapsistas”, que ven inevitable el desplome del sistema, Apilánez no halla en ellos argumentos sólidos e insiste en la necesidad de atender a lo esencial de los procesos implicados y en lo inútil de especular sobre el futuro.

El Manifiesto Ecosocialista de Kovel y Löwy (2001) representa bien la siguiente tendencia que se describe, que aúna la crítica ecológica con un análisis económico marxista desembarazado de ramificaciones “productivistas”. Los que defienden esta vía son partidarios de luchar por el control del estado para avanzar hacia la transformación ecosocial, aunque admiten una estrategia dual en la que también se trabajaría a través de movimientos sociales. Para Apilánez, estos planteamientos chocan con la evidencia de que el estado se ha convertido en un siervo dócil de las instituciones financieras. Si el sistema es irreformable, como parece ser el caso, malgastar energía en tratar de utilizarlo sólo puede generar frustración en los que se entreguen a ello.

Las propuestas de los que el autor del libro denomina curanderos económicos son a modo de “balas de plata” supuestamente capaces de corregir la situación aberrante que vivimos. Estas vías ignoran el mecanismo de funcionamiento de la acumulación de capital y el papel de las finanzas en él, y se concentran en iniciativas que van desde volver al patrón oro o limitar la creación de “dinero bancario”, hasta las de la Teoría Monetaria Moderna o la renta básica universal. Estamos ante una gran variedad de remedios que se ofrecen cuasi-milagrosos, pero olvidan la dura realidad de que el sistema no se va a arreglar “mágicamente” sin desmantelar la extracción de plusvalía.

La última corriente que se analiza es la de la vía metafísica de la eco-espiritualidad. Ésta se materializa por ejemplo en la ecología profunda, peligrosa por su perspectiva en ocasiones anti-humanista y por ignorar la dinámica explotadora del capital en su intento de reconstruir las maltrechas relaciones del hombre y la naturaleza. Por su parte, la hipótesis Gaia de James Lovelock comenzó como una teoría puramente científica que definía la Tierra como un mecanismo autorregulado, para derivar luego en una religión cuyos adeptos llegan a diagnosticar la catástrofe ecológica en ciernes como la venganza de una diosa madre terrestre ultrajada. Lamentablemente, todas estas vías inciden en ignorar los principios económicos básicos implicados en la gestación del desastre.

Y entonces qué hacer

Un muestrario tan extenso de vías con graves deficiencias obliga a preguntarse dónde están las que podrían ser capaces de corregir la calamitosa situación que padecemos. La sección final del libro, destinada a explorar esta cuestión, comienza reseñando los logros de los zapatistas del sur de México, que han conseguido crear una forma de vida comunitaria con una producción agrícola ecológica y un tejido de educación, justicia y sanidad ampliamente desmonetizado y ajeno a la extracción de plusvalía.

Respecto a la posibilidad de que esta mentalidad pudiera aplicarse en Europa, se cita como ejemplo el barrio okupado vitoriano de Errekaleor, experiencia comunitaria y anticapitalista en pleno desarrollo que, boicoteada por las empresas eléctricas, fue capaz de hacerse autónoma también en este sentido mediante la instalación de paneles solares. No obstante, se reconoce que el problema para avanzar en estas dinámicas está en que el modelo cultural vigente nos ha encerrado en el entorno familiar y en la fiebre del consumismo, que operan justamente en sentido opuesto.

En la difícil tesitura creada, Apilánez considera probada la inoperancia de las estrategias duales que intentan transformaciones a través de las instituciones y propone concentrarse en “la organización molecular de ‘los de abajo’”. En su opinión pueden resultar muy eficaces las movilizaciones “antidesarrollistas” contra objetivos concretos, que en muchos casos han demostrado ser capaces de alcanzar las metas planteadas. Es cierto sin embargo que los problemas para “trascender las lindes del enclave” y dar a estas luchas un sentido global son enormes y han de requerir un gran esfuerzo de coordinación y colaboración entre todos los implicados.

No parece haber muchos motivos para el optimismo, pero ante los desastres del presente hay que tener en cuenta también que los desvelos de la conciencia y la organización llevan en sí el germen de otro mundo a la vez posible y necesario. El consumismo que nos han inculcado puede impedir reconocerlo, pero la realidad es que desactivar la máquina deletérea del capital promete una utopía de existencia democrática y autogestionada, en la que cada uno podría desarrollar sus potencialidades en libertad sin explotar el trabajo de nadie.

No debemos recriminarle a Alfredo Apilánez que haya optado por un tono dialéctico en este libro. Lo cierto es que su labor es absolutamente necesaria en este momento. Establecida la base crucial de que todos los problemas actuales, incluidos los ambientales, tienen su origen en la dinámica del capital, el recorrido que realiza por las diversas escuelas del ecologismo sirve para poner de manifiesto sus inconsistencias respecto a los objetivos que se plantean. De esta forma, Los “vicios” del ecologismo nos permite al fin esbozar las vías de actuación que pueden resultar más eficaces en el empeño de superar el capitalismo antes de que éste destruya el mundo.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

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