A la memoria de Luís Muñoz Vázquez, víctima del mesotelioma, del amianto, y del afán punitivo de un director de fábrica, de «Uralita».
He considerado oportuno, hacer aquí un relato detallado de en qué consistió la treta de “Uralita” para acusarme de robo y de cómo hicimos mi jefe inmediato superior en la filial de “Uralita”, “ITECE” y yo mismo para desbaratarla.
En fechas próximas a las Navidades, por parte de la oficina central de “ITECE” se había procedido a la compra de unos billetes de lotería del correspondiente sorteo extraordinario, a repartir entre todos los jefes y empleados de todas las fábricas y demás dependencias de la susodicha filial de “Uralita”, incluida la fábrica de Alcalá de Guadaira (Sevilla).
Como se recordará, mi jefe inmediato superior en la citada fábrica había sido contratado por “Uralita” con el expreso mandato de maniobrar lo preciso para que a mí se me pudiese despedir por el deshonroso motivo de, supuestamente, haber robado.
Yo era el encargado de la tarea, en la fábrica, de abrir toda la correspondencia y repartirla a sus respectivos destinatarios individuales, procediendo después a desechar todos los envoltorios de papel que habían contenido antes la citada correspondencia.
Todos esos desechos, al igual que los restantes, originados por el normal ejercicio de las tareas de fabricación, eran recogidos diariamente por un camión de basuras y trasladados a un vertedero común situado en el mismo término municipal de Alcalá de Guadaira, en el que la propia fábrica también se asentaba.
La treta de “Uralita” vehiculada a través de “ITECE”, su filial, consistió en enviarnos el paquete de las participaciones de lotería, pero en vez de hacerlo en condiciones de normalidad, ocultándolas deliberadamente en el fondo del propio paquete de envío.
Cuando fui interpelado por teléfono, desde Madrid, acerca del reparto de los billetes de lotería manifesté, lógicamente, mi desconcierto y desconocimiento ante dicho requerimiento, inusitado para mí.
Mi jefe inmediato superior en “ITECE”, sabedor de las aviesas intenciones de “Uralita” -como ya se explicó previamente- procedió a enfundarse en un mono de tarea y se desplazó al antedicho vertedero de basuras, durante casi toda una jornada, en una afanosa búsqueda entre todas las basuras del envase que en su momento habíamos recibido, terminando por atinar a encontrarlo y recuperarlo, con lo cual se pudo deshacer su intencionada preparación, localizando, por fin, los billetes “extraviados”, insertos deliberadamente en el fondo del paquete y todo ello cuando yo ya estaba comenzando a ser objeto de apremio y de amenazas, nada veladas, de despido.
Relato aquí seguidamente el caso del compañero Luís Muñoz Vázquez, sindicalista del sindicato Comisiones Obreras, perteneciente a la plantilla de la fábrica de “Uralita” en Bellavista (Sevilla), relatando todo lo sucedido con él y cómo, de resultas de todo lo acaecido, ello culminó varias décadas después, en el mesotelioma padecido por él y a resultas del cuál falleció, como es habitual que suele suceder.
Las consecuencias de las represalias de un director de una de las fábricas de “Uralita” -el de la de Bellavista (Sevilla)- (por demostrar Luís que salía más económico adquirir mascarillas adecuadas al uso al que se las destinaba que proceder a la continuada adquisición, para reposición de las más baratas e inadecuadas), y todo ello contra un miembro del Comité de Seguridad e Higiene, como era el caso del compañero Muñoz Vázquez, le supuso a éste ser destinado al puesto de trabajo de la carda, en el que el amianto en bruto, acabado de extraer de los sacos de transporte para desmenuzarlo hasta dimensiones casi microscópicas, y que también le supuso ser después destinado a la siniestra nave H, en la que se almacenaban los sacos del amianto en bruto, de la variedad de crocidolita o amianto azul, el más nocivo y el más relacionado con el maldito mesotelioma, y consecuentemente, el susodicho mortal cáncer fue adquirido, varias décadas después, por el mencionado compañero Luís Muñoz, sindicalista de Comisiones Obreras, adscrito a la mencionada fábrica de Bellavista y gran luchador contra el amianto.
La seriedad del compañero Luís en su compromiso con la lucha contra el amianto no le impedía hacer gala de su sentido del humor y así tuvimos, según su propio relato, conocimiento por nuestra parte de un par de anécdotas que describimos seguidamente.
En la primera de ellas, Luís Muñoz, con el pretexto de que se le había encomendado la confección de una estadística de tallas de ropa de trabajo, procedió a solicitar, en el patio de la fábrica, la colaboración de varios compañeros allí presentes para formar una fila de ellos, ordenados según sus respectivas alturas, para después, pretextando una excusa para ausentarse brevemente, abandonarlos en esa ridícula disposición… ad calendas graecas.
En el caso de la segunda anécdota, la broma similar consistió en que, armado de una cinta métrica, solicitara la colaboración de un compañero para medir el contorno de una casetilla para después dejarlo abandonado, enganchando el otro extremo de la cinta, en la cara oculta por la propia interposición de la casetilla.
Como ejemplo de “anécdota” que no tuvo ninguna gracia, sino todo lo contrario, tendremos a la que describimos seguidamente.
Se trató del incendio provocado intencionadamente por uno de los trabajadores de una de las fábricas de “Uralita” (si la memoria no me falla, quiero recordar que se trató de la de Valladolid), prendiendo fuego a los sacos de plástico, con contenido de amianto, y de las graves consecuencias que ello tuvo para la seguridad de los propios trabajadores, a consecuencia de las maniobras de recuperación del amianto contenido en los sacos quemados, y cuyas maniobras fueron ordenadas por la dirección de “Uralita” para no provocar el desperdicio del asbesto así deteriorado.
Amianto que le importaba más que la salud de sus trabajadores, de jefe para abajo, en el organigrama de su plantilla.
Si de comportamiento deleznable de un operario hemos hablado, ahora lo haremos, con ocasión de lo acaecido, en esta ocasión, respecto de lo atribuible a uno de los jefes, que en su momento fue el de mi centro de trabajo, la Delegación Comercial de “Uralita” en Sevilla.
Lo sucedido, en primer lugar, fue lo siguiente: a mí se me había encargado la supervisión burocrática de la labor realizada por los Visitadores de la red de distribuidores de los productos comercializados por “Uralita”, y más en concreto, por lo que atañía a uno de ellos, que era amigo y vecino mío.
Bastó, por mi parte, una simple operación aritmética para poder comprobar que dividiendo los kilómetros recorridos por el tiempo empleado en ello, resultaba una cifra disparatada e inverosímil.
Avisando de ello al citado jefe de mi Delegación Comercial, el mismo se apresuró a relevarme de la susodicha tarea de supervisión burocrática, asignándosela, sin explicaciones, a otro compañero.
Entonces mi amigo y vecino, en un aparte, en un bar cercano a nuestras oficinas, confidencialmente me contó todo lo sucedido: durante toda una semana el jefe prevaricador le ordenó que, en el coche de mi amigo y vecino, le trasladara a Portugal, en un continuado periplo por lupanares de prostitutas –de putas, decía mi amigo- invitándole a participar en el continuado jolgorio sexual.
Al regreso a Sevilla, a todos los efectos la semana “vacacional” se dejó de registrar como si hubiera sido inexistente.
La otra “hazaña” de este jefe consistía en simultanear, en todos sus desplazamientos, sus propios negocios particulares, mezclándolos con las gestiones hechas para “Uralita”, a cargo de la cual corrían todos los gastos, tanto el de su propio sueldo como de los demás dispendios restantes.
La doblez de este sujeto quedaba reflejada en lo siguiente, que se repetía todos los años: la Dirección Comercial de la empresa “Uralita” al principio de todos los ejercicios económicos fijaba una meta como objetivo a alcanzar en las ventas para cada una de las Delegaciones Comerciales, y por tanto también incluida la de Sevilla.
El trato dado a sus subordinados por parte del jefe de marras, pasaba de melifluo, campechano y obsequioso mientras todavía no se había llegado a cubrir la meta de ventas anuales de la Delegación Comercial de Sevilla, pasando después a despótico y desconsiderado desde el mismo momento en que quedaba asegurado que la cuota anual de ventas había sido ya alcanzada.
Se trataba de un “ritual” que invariablemente se repetía todos los años, pese a su manifiesta artificiosidad y descaro.
Al margen de estas irregularidades de este sujeto, habidas en el ámbito de actuación de la Delegación Comercial de “Uralita” en Sevilla, las mismas también se extendieron a su periplo por varias de las naciones hispanoamericanas en las que “Uralita” contaba con filiales abiertas.
Ello fue así hasta tal punto que otro jefe, confidencialmente, me llegó a informar de que cabía calificar como “de juzgado de guardia” la actuación del citado jefe en su precitado periplo americano.
Ciertas complicidades e influencias determinaron que todo ello no llegara a asumir, sin embargo, la más mínima trascendencia punible.
Pasando ya a otro de los relatos a los que cabe considerarlos como anecdóticos, cabe mencionar el hecho de que el mayor contenido de amianto en los pulmones no fue hallado en un trabajador del asbesto, sino en una operaria ajena a la plantilla de “Uralita” y contratada por terceros para trabajar a destajo en las maniobras de recuperación de los sacos de plástico o de yute que habían contenido amianto, sacudiéndolos enérgicamente.
De esta circunstancia tuve conocimiento gracias a una confidencia del doctor D. Alfonso Cruz Caballero, médico de empresa de la fábrica de “Uralita” en Bellavista (Sevilla), y él mismo también víctima del mesotelioma años después, según tengo entendido.
La reutilización de los sacos que habían contenido amianto -vendidos por la propia “Uralita”- para contener arroz y detectados por los propios trabajadores de la empresa, en los comercios de Getafe (Madrid), viene a constituir una bochornosa anécdota, por así decirlo, que viene a mostrarnos el irresponsable desenfado con el que la dirección de “Uralita” asumía la gestión de entorno de sus propios elementos de contaminación.
El polvo de amianto-cemento, originado por el mecanizado mediante torneado de la ranura interior de los manguitos “Supersimplex”, fabricados con amianto-cemento por la empresa “Uralita”, y la libre permanencia de dicho polvo en las ranuras torneadas, a través de su traslado, manejo y despacho, tanto de la propia red de almacenes de las Delegaciones Comerciales de “Uralita” como hasta su red de “polveros” de distribución, e incluso hasta los usuarios finales del producto, conforman la difusa aureola de irresponsabilidad manifiesta que constituye lo que nada tiene de anecdótico, si se atiende a sus previsibles consecuencias de contaminación.
Las maniobras de un operario de una de las fábricas de “Uralita” para falsear al alza las mediciones de polvo en su puesto de trabajo, agitando exageradamente las sacudidas del desprendimiento del polvo adherido a los sacos de envasado, durante el vaciado de los mismos, con grave peligro para su propia seguridad y para la de los demás presentes, ponen de manifiesto la inconsciencia ante el riesgo así innecesariamente incrementado.
Ello no constituye una simple anécdota, sino que viene a evidenciar la generalizada falta de concienciación ante la verdadera índole del peligro así generado.
La comparación, hecha en el comedor de la fábrica de “Uralita” en Bellavista (Sevilla) y manifestada por uno de sus operarios, entre “hijos de puta” y “botellines de cerveza”, con prevalencia en número de los primeros, pone de manifiesto la mala opinión que le merecía la generalidad de sus compañeros.
Sirva dicha actitud de broche de cierre a la presente gavilla de anécdotas relacionadas con el amianto y con la empresa “Uralita”.
Francisco Báez, extrabajador de Uralita en Sevilla, autor de «Amianto: un genocidio impune (y centenares de publicaciones más), inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra esta industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto.
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