El terror sexual y los estereotipos sexistas son dos armas que los cuerpos policiales españoles, en nombre de la lucha contra ETA, han utilizado para someter a las detenidas. Las supervivientes reclaman verdad, justicia y reparación, pero el Estado no reconoce ni investiga sus denuncias.
En marzo de 2017, la Audiencia Provincial de Bizkaia absolvió a cuatro guardias civiles de todos los delitos de torturas, agresión sexual y lesiones que les atribuyó Sandra Barrenetxea, detenida en 2010 por pertenencia a la organización ilegalizada Ekin. La sentencia, que daba más peso a los informes forenses de la Audiencia Nacional que al testimonio de la víctima, animó al grupo feminista del Foro Social Permanente (iniciativa formada por 17 sindicatos y organizaciones vascas para promover el proceso de paz) a organizar el acto ‘Nik sinisten dizut. Reconocer la verdad de las mujeres’. Un mes después, ese mismo lema, “Yo sí te creo”, sacó a las calles a miles de personas en todo el Estado español para protestar por que en el juicio por la violación múltiple en Sanfermines se estaba cuestionando la credibilidad de la víctima.
El 8 de octubre de 2017, en una antigua prisión de mujeres en el barrio bilbaíno de Solokoetxe, seis supervivientes de distintas formas de violencia machista subieron al escenario a contar su historia. El objetivo de este “acto de reconocimiento y credibilidad mutua” era “visibilizar que el llamado ‘conflicto vasco’ ha estado y está entrecruzado con violencias machistas que afectan a las vidas de las mujeres en distintos contextos y situaciones”, según explican las organizadoras en la web justiziafeminista.eus. Una lectura en la línea del dosier ‘Hau ez da gure bakea’ (Esta no es nuestra paz), publicado en enero de ese mismo año por Euskal Herriko Bilgune Feminista, colectivo miembro del Foro Social. Señalaban que, en tiempos de paz y normalización política, la violencia no ha cesado para las mujeres y que hace falta una lectura feminista de los conflictos políticos para construir memoria, justicia y reparación integral.
Una de las mujeres que habló en Solokoetxe fue Ixone Fernández Bustillo, torturada por la Policía Nacional en 2005. El juez Baltasar Garzón la acusó de colaboración con banda armada y salió absuelta después de dos años en prisión preventiva. “Cinco días detenida, incomunicada, en el infierno más oscuro. Sufriendo violencia constantemente, humillada, golpeada, insultada, abusada, amenazada, cuestionada, pisoteada”, leyó Fernández Bustillo en euskera. Saltó al castellano para reproducir las palabras del magistrado que archivó su denuncia: “Lo que usted me cuenta es irrisorio teniendo en cuenta la acusación que pesaba sobre usted. Además, debo decirle que ustedes las mujeres al ser el sexo más débil, sienten miedo y pánico ante situaciones que en realidad no lo son tanto”.
En una entrevista para la televisión pública vasca, esta superviviente explicó las consecuencias del habitual discurso de que la tortura es una mentira de ETA para desprestigiar a los cuerpos policiales: “Tenemos que demostrar que no nos lo estamos inventando. Que no son hechos aislados de policías descontrolados, sino que hay un entramado, desde el político que lo sabe, hasta el juez que te manda detener, los policías que nos torturan, los médicos forenses que miran para otro lado o los abogados de oficio que en realidad no velan por nuestro bienestar”.
La militancia de las mujeres de la izquierda abertzale ha estado marcada por el terror sexual: la certeza de que serían detenidas, torturadas y violadas. El palo por la vagina o el ano es la imagen más anclada en la memoria colectiva pero, como ocurre con otras violencias machistas, cuesta más reconocer la tortura (y reconocerse como víctimas) cuando las violencias no dejan marcas en el cuerpo. Las supervivientes de tortura sexista también hablan de vergüenza, de culpa, de miedo, de saber que no serán creídas, del paso de reconocerse como víctimas para afirmarse como supervivientes.
Pero hay un elemento sustancial por el que esta violencia sigue siendo especialmente impune: el Estado es su responsable directo. Los agresores actúan amparados no solo por el orden patriarcal sino por una estrategia política y policial en nombre de la lucha contra el terrorismo. En tiempos de supuesta paz, las presas políticas van a las visitas médicas o a los juicios custodiadas por agentes de los mismos cuerpos policiales que las torturaron.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado en diez ocasiones a España por no investigar las denuncias por tortura. “Es difícil superar las profundas heridas que deja la tortura si no se reconoce su existencia”, expresa Fernández Bustillo. La psicóloga Olatz Barrenetxea confirmó en la mesa redonda ‘Reconstruirse después de la tortura’, organizada en 2019 por la fundación Egiari Zor*, que la principal necesidad de las víctimas es que el Estado, la sociedad y el entorno cercano reconozcan lo que les pasó. Pero “por parte del Estado hay un muro”, lamentó en esa misma mesa la integrante del grupo de género del Foro Social, Olatz Dañobeitia: “Nos empeñamos en trabajar con las instituciones y las leyes pero, mientras tanto, la justicia también se puede construir a través de procesos comunitarios”.
Puta y maricón
Cinco mujeres relataron en el Parlamento navarro, en 2017, las torturas que habían sufrido, cada una en una década distinta. Marilo Gorostiaga destacó la fijación de una mujer de la Guardia Civil por llamarle fea y gorda, y hablar de ella como “la puta del comando”. A Mertxe González Portillo la violaron con un palo, y el rosario de vejaciones incluyó simular su ejecución pero también obligarle a quitarse el tampón y metérselo en la boca. A Ainara Gorostiaga la mantuvieron desnuda con un antifaz durante los tres primeros días y uno de sus torturadores le repitió que “o iba a tener un hijo de Guardia Civil o que no iba a poder tenerlo nunca”. Esa amenaza recuerda al caso de Beatriz Etxebarria por el que Estrasburgo condenó a España; uno de los miembros de la Guardia Civil que la violaron durante su detención le dijo: “Te voy a destrozar toda por dentro para que no puedas tener pequeños etarras”.
“Si el objetivo de la tortura es romper a una persona, aquello que sirve para avergonzarte, humillarte o que sientas asco y tiene mucho que ver con el sexo/género, la clase, la raza, la edad, la identidad nacional o el hecho de tener o no un cuerpo normativo”, explica Dañobeitia.
El proyecto de investigación de la tortura y malos tratos en el País Vasco entre 1960 y 2014, el primer y único estudio independiente sobre el tema encargado por una institución del Estado (el Parlamento vasco), confirma ese trato diferencial. Las mujeres denuncian, entre otras formas de maltrato, más asfixia con la bolsa y más violencia sexual (incluida la desnudez forzada, tocamientos y humillaciones verbales), mientras que los hombres reportan más palizas y golpes en los genitales. Mikel Soto, superviviente de tortura, plantea que a los hombres les cuesta más identificar como tortura sexual o sexista lo que han les han hecho. Los torturadores buscaron romper su masculinidad con insultos como “maricón”, “cobarde” o “nenaza”, y recibió amenazas como “vamos a meter a un negro para que viole a tu novia y luego te dé por culo”.
La psicóloga Olatz Barrenetxea señala que el mandato masculino de no mostrarse vulnerables lleva a los hombres a reconocer menos el dolor, que psicosomatizan o tapan abusando del alcohol. Las mujeres están más abiertas al trabajo terapéutico, pero su gran lastre es el sentimiento de culpa. Para muchas, lo más traumático del régimen de incomunicación no fue la violencia física o sexual, sino haber colaborado con la policía para que cesasen las torturas. Izaskun Juárez Goñi contó en el Parlamento navarro que por ese sentimiento de vergüenza y culpa tardó en denunciar las torturas que sufrió en 2010, cuando tenía 23 años, además de por el pánico a no reconocer a su torturador en el juicio. Pero consiguió denunciar y consiguió reconocerlo.
De víctimas a sujetos
“Tomar la palabra es el primer paso para construir nuestra verdad. Es una de las pocas herramientas de las que disponemos”, sostiene Olatz Dañobeitia. Dar testimonio puede ser una experiencia empoderante y sanadora, pero también puede ser retraumatizante. Esta feminista critica que muchas iniciativas institucionales y sociales contra la tortura se centran en pedir a las víctimas detalles sobre qué les hicieron en vez de poner el foco en cómo se sintieron o cómo resistieron. Recuerda a una compañera a la que los policías le dijeron con desdén: “Coge compresas, que las vas a necesitar”. Ella les contestó desafiante: “No voy a coger ninguna compresa. Me tendréis que oler”.
Ixone Fernández Bustillo confirma lo desgastante y valdío que es ir de foro en foro contando detalles: “Es más fácil hablar de las técnicas que de las emociones, de qué es lo que te ha roto”. Por eso, las organizadoras de ‘Nik sinisten dizut’ atendieron las emociones de las supervivientes antes, durante y después del acto, y no les pidieron que contasen lo vivido sino que expresasen sus sentires y reivindicaciones.
Bilgune Feminista señala que otra estrategia contra las militantes independentistas, dentro y fuera de las comisarías, ha sido negar su condición de sujetos políticos, asignándoles roles pasivos o secundari-os. En 2016, el colectivo de mujeres expresas políticas vascas respondió con el manifiesto ‘Hemen gaude’ (Aquí estamos) a ese imaginario: “Nosotras hemos sido y somos mujeres que nos hemos salido de la norma, mujeres incorrectas, malas madres, las putas de los comandos, las terroristas más sanguinarias, según nos han denominado los periódicos más misóginos. Pues bien, aquí estamos los rostros y cuerpos tan utilizados en la construcción de ese ideario que nos ha castigado doblemente. Aquí estamos las militantes y sujetos políticos no reconocidos”.
Nota:
* Las citas de Barrenetxea, Dañobeitia, Fernández Bustillo y Mikel Soto están tomadas de la mesa redonda ‘Reconstruirse después de la tortura’, disponible en YouTube.
Este reportaje fue publicado en el número 9 de #PikaraEnPapel, que puedes conseguir en nuestra tienda online.
Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2023/09/el-yo-si-te-creo-de-la-tortura-policial/