Durante décadas he seguido con atención el desarrollo de las cumbres de cambio climático, realizadas en distintos países del mundo, al principio con mucha expectativa y esperanza, de que por fin los intereses de los seres humanos y el ambiente se pusieran por encima de los negocios y la rentabilidad sin límite.
Con el correr de los años y la finalización de cada una de ellas, he pasado de la desconfianza, a la decepción y la frustración total por los “logros alcanzados”, que confirman lo dicho por Eduardo Galeano, que quienes dirigen el mundo “creen que la Tierra es una pista de carrearas y la naturaleza un obstáculo a vencer” y con dicha lógica se atropellan todo.
Desde el 30 de noviembre y hasta el 12 de diciembre, se desarrolla en Dubái (Emiratos Árabes Unidos), la COP28, con el cada vez más inalcanzable objetivo de lograr un consenso para reducir los gases de efecto invernadero que provocan el tan mentado y peligroso cambio climático, pese a todas las alertas catastróficas.
El maquillaje y la pintura verde sólo alcanzan para teñir un poco, cambiar algunas cosas, para que en realidad nada nada cambie y a la par que resuenan los ecos de discursos encendidos, apelando a la responsabilidad de todos para salvar el futuro común, la industria armamentista aumenta sus presupuestos a niveles astronómicos para matar con mayor eficiencia y celeridad, y las mineras, petroleras, bancos y los casinos globales se derraman por toda la geografía planetaria, en una danza de billones que nos arrastra en su torbellino devastador.
Como lo he expresado en otros escritos: Éramos muchos y parió la abuela, si así como lee, ya que además de la ineficacia demostrada por la ONU en estos temas y otros, se asevera sin ponerse colorado, que la energía nuclear (con los peligros que encierra) podría ser la solución en la lucha contra el cambio climático y para ello es necesario construir muchas centrales nucleoeléctricas, más del doble de la que están en funcionamiento en el planeta.
Frente a tantos disparates, uno se ve tentado a pensar que el cambio climático no es todo lo amenazador que dicen o que el objetivo encubierto es salvar la Tierra, más no a muchos de sus habitantes, los que sin dudas estarían sobrando.
En cada una de las que precedieron, lo único que ha sobrado es la falta de voluntad política para lograr acuerdos que impidan que millones de personas sigan marchando hacia el abismo, más allá de las altisonantes declaraciones en pos de la responsabilidad común en salvaguarda del planeta.
Lo único que se ha afianzado en estos tiempos, es el fabuloso turismo verde en torno a las cumbres de la ONU, que según distintas fuentes, asistirán más de 70.000 personas, con un costo exorbitante de millones de euros e inundando los cielos de contaminantes de los jet privados de los poderosos.
Todos los apelativos y apelaciones a la racionalidad caen en saco roto, ni siquiera la decidida intervención del Papa Francisco, logra que los poderosos de la Tierra dejen de pensar en sus propios intereses económicos y no sigan rascándose para adentro.
Podemos confiar que esta cumbre realizada en el corazón del poder petrolero, pueda aceptar que el consumo de hidrocarburos se estabilice o reduzca?, cuando lo más seguro es que se incrementen los negocios en torno al principal problema en ciernes.
Por otro lado, la mezquindad de los países de mayor capacidad económica y responsables del descalabro, es asombrosa, ya que los fondos comprometidos para instrumentar medidas de adaptación y mitigación a la nueva realidad climática, brillan por su ausencia, más allá de los compromisos, no muy claros, sobre los fondos a aportar, que nunca aparecen.
Todo estaría indicando que en esta cumbre, al igual que las anteriores, poco se avanzará hacia la solución del problema, pero los discursos alarmistas resonarán en todo el mundo, sin demasiada atención por parte de quienes dirigen los negocios globales, porque hasta en las calamidades se llevan la parte del león.
Dentro de un año nos encontraremos con los mismos problemas, quizás agravados y diciendo las mismas cosas.
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