La cultura bro, versión tóxica de masculinidad hegemónica tradicional, obstaculiza el camino a la igualdad de género y ha dado a luz una machosfera donde se están liberando dolor, ira, frustración, odio y la cultura más violenta de la violación.
La aparición de la cultura bro se atribuye a los años noventa, pero en realidad parte de las relaciones de los hombres con su cuadrilla de amigos. Vinculada a la cultura MTV se alimentó de cosificación y sexualización de las mujeres en programas como Jersey Shore o los videoclips que hasta nuestros días han continuado esa deriva cosificadora. Se apoyó en el cine de juergas universitarias como American Pie, Colega dónde está mi coche o Supersalidos, y venía de las precuelas Porky´s de 1981 y Desmadre a la americana de 1978. El tema era simple, el grupo de hermanos de juerga haciendo el cafre y chicas como meros objetos sexuales, adornos de atrezzo a poseer por ellos.
La frase Bros before hoes (los hermanos antes que las putas), es el lema de la lealtad bro. Estela Ortiz, divulgadora cultural lo explica como “una lealtad que normaliza todo tipo de conductas de acoso, bromas pesadas, ritos de iniciación, apuestas y humillaciones, haciéndose bullying a ellos mismos, a cualquier hombre que no acepte su código o mujer que no acepte su supremacía”.
No todo en la cultura bro se basa en la juerga pues si algo caracteriza a estos hombres es que son jóvenes, blancos y están muy cabreados. La respuesta a esa frustración es la violencia que da rienda a una rabia no expresada ante lo políticamente correcto. Algo patente en esta frase de El club de la Lucha, ícono de muchos hombres de la época: “La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos… Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados”.
Ejemplo de esta furia que estaba contenida, y de lo perjudicial que puede llegar a ser cuando se dan las condiciones para que se desate en masa, son los disturbios durante el festival de música Woodstock en 1999 celebrado en Rome, Nueva York. Cientos de agresiones sexuales, violaciones, saqueos y alguna muerte tuvieron lugar como consecuencia de una masa de más de 250.000 personas, acalorada, maltratada, grandes grupos de bros universitarios con un elevado consumo de sustancias.
En la serie de Netflix Trainwreck Woodstock 99 se repasa este evento, pero el tema de los abusos sexuales ocupa escasos cinco minutos, aunque se utilizan multitud de imágenes de mujeres desnudas sin respetar su privacidad, algo que las víctimas han denunciado públicamente. Se ve constantemente a hombres portando carteles en los que se puede leer “Show me your tits” (enséñame las tetas) y mujeres siendo tocadas sin consentimiento, algo que aquí en San Fermín se repite cada año. El organizador del evento John Scher afirma en el propio documental que las asistentes que hicieron topless de alguna manera pedían ser violadas y maltratadas, luego intenta racionalizar el número de violaciones denunciadas según el volumen de asistentes de manera esperpéntica.
Los jóvenes entonces empezaban a estar cabreados por los estragos que causó la política neoliberal de Thatcher y Reagan. Se estaban deslocalizando empresas, privatizando servicios públicos con lo que aumentó la precariedad, subieron las tasas universitarias, el precio de la vivienda y se perdieron empleos. Como las mujeres ya no iban a volver al hogar después de entrar en el mercado laboral, muchos hombres las culparon de la falta de trabajo, provocando una respuesta reaccionaria, primero en Estados Unidos y más tarde en Europa. El Movimiento por los derechos de los hombres (MDH) surge en los sesenta en Estados Unidos y crece de forma exponencial en los ochenta, como explica el psicoterapeuta Luis Bonino, rechazando los avances feministas pues “las mujeres habían ido demasiado lejos”.
El declive social que ha provocado la política neoliberal, hizo saltar todo por los aires con la crisis de 2008 y ha acabado haciéndonos conscientes del empeoramiento continuado de las condiciones de vida. Este mundo post pandemia es sinónimo de desesperanza, un nuevo “No future” que está radicalizando las posturas. Esto ha alimentado el desarrollo reaccionario en muchas direcciones y a raíz del surgimiento de la última ola feminista se ha creado esta misógina machosfera en la que tienen lugar muchas corrientes de intensidad variable, que generan un flujo de radicalización desde el descontento social hasta convertirse en odio misógino y violento.
Tom Keith, profesor de filosofía en la Universidad Politécnica de California, cineasta y escritor, lleva años estudiando esta subcultura. Su documental The Bro Code de 2013, muestra en las aulas de universidades estadounidenses cómo lleva décadas operando este código entre hombres y cómo se interrelaciona con la pornografía donde las mujeres son vistas como objetos sexuales. En su libro The Bro Code: The Fallout of Raising Boys to Objectify and Subordinate Women de 2021 actualiza lo expuesto en su documental y escribe que “el universo bro se percibe en entornos masculinos como los videojuegos y la cultura gamer, la política, la industria del entretenimiento o el reino hecho para ellos: la pornografía on line”. La clave está en la idea de que las mujeres deben ser vistas como inferiores e incompetentes en comparación con los hombres, y ser cosificadas sexualmente. Esto está cada vez más presente en todos los espacios de socialización y construcción identitaria de los más jóvenes, que pueden verse atraídos por los artistas de la seducción, gymbros, foros y webs de la machosfera, que lanzan mensajes difundidos en grupos de Telegram, videojuegos, streamings, o redes profundamente machosféricas como Reddit, o el Forocoches patrío.
“Las generaciones actuales”, dice el escritor y cineasta, “son más progresistas que las pasadas, pero hay fuerzas que continúan promoviendo la masculinidad tóxica. La pornografía es una de esas fuerzas y subordina a las mujeres de manera degradante y violenta. Aunque ellas también vean porno, la investigación muestra que los consumidores son hombres en tasas mucho más altas. Los espacios masculinos están inundados con contenido que cosifica sexualmente a la mujer. La inmersión en el porno provoca que muchos hombres solo den un sentido a las mujeres, por ello las quieren controlar, son sexualmente agresivos, no las valoran como líderes, no respetan su autonomía y pueden llegar a ser violentos con ellas”. Algo validado desde numerosos foros de la machosfera.
Con la aparición de internet se incrementó el consumo de pornografíagenerando una industria que se ha vuelto mucho más violenta debido a que el visionado de pornografía genera tolerancia y esto, un deseo de ir más allá. Como ya no se puede mostrar más cuerpo, ya no se puede ser más explícito, entonces se hace más violento, porque se trata de ejercer poder sobre las mujeres, como explica Mónica Alario en su libro Política sexual de la pornografía. Numerosas webs porno dan acceso inmediato desde cualquier ordenador a imágenes donde se hace daño a mujeres a puñetazos, donde se las somete químicamente y posteriormente se las viola inertes, o donde grupos de hombres violan por la fuerza a una mujer y están a golpe de clic de cualquier adolescente que se encierra en su habitación. El visionado de estas imágenes genera tolerancia a la violencia extrema y normaliza las agresiones y la dominación sobre las mujeres modificando la percepción de los adolescentes.
En Estados Unidos el riesgo de agresión sexual para una mujer en la universidad se multiplica por cuatro según un informe del Rape, abuse and incest national network. Mary P. Koss investigadora de la Universidad de Arizona, tal y como se indica en el documental de Keith, The Bro Code, afirma que el 56 por ciento de los universitarios serían capaces de violar a una mujer si no tuviese un coste penal. El profesor Keith, sostiene que “también los movimientos políticos promueven formas regresivas de masculinidad”, poniendo de ejemplo a Donald Trump. Aunque la base de sus seguidores son hombres mayores, blancos, también tiene una legión de seguidores jóvenes. El mal ejemplo de Trump y su manera de tratar a las mujeres con desprecio, incluido pagar a prostitutas o su costumbre de dar valor numérico a las mujeres (“Halle Berry es un 8, mientras que Charlize Theron es un 7”), refuerza puntos de vista anticuados acerca de las mujeres, dándoles valor por su apariencia y atractivo sensual”.
La cultura bro ha sido el caldo de cultivo durante estas últimas décadas para el desarrollo de la machosfera global y las locales, a las no se ha prestado atención y que proliferan en el mundo digital, generando nichos de pensamiento cada vez más radicales. Laura Bates en su libro Los hombres que odian a las mujeres comienza contando cómo han ido calando en los adolescentes estos mensajes de odio misógino y como cuando acude a institutos a dar formaciones de género, le replican cada vez de forma más virulenta desde hace un par de años, culpando de problemas políticos y estructurales a los avances en materia de igualdad. Un discurso que se abraza con la extrema derecha y el supremacismo blanco heterosexual y que resulta muy rentable para algunos.
Influencers de la seducción como Mario Luna, con más de tres millones de suscriptores y que al principio se declaraba feminista, ahora enseña a seducir con un discurso más radicalizado y neoliberal aplicado al ligue. Youtubers y streamers gamers que opinan sobre política desde una perspectiva antifeminista. Gymbros que dan consejos de nutrición y deporte con un discurso misógino y que recomiendan infinidad de productos para el cuerpo. Todos ellos abren la puerta del odio misógino a adolescentes con problemas y de ahí pueden seguir el camino más extremo de la machosfera, llegando, por ejemplo, al mundo incel (involuntariamente célibes). Estos son hombres con problemas sociales culpan de ello a las mujeres y se retroalimentan en sus redes y foros compartiendo consejos, ayuda, pero también mucho discurso antifeminista y bullying pues son realmente crueles entre sí. Los incel han generado una neolengua, veneran a sus propios líderes, terroristas misóginos que han matado a casi un centenar de personas en nombre de la venganza incel desde 2014 en Norteamérica y Europa. Llaman a la rebelión contra los machos alfa que les quitan las mujeres y contra las mujeres a las que muchos violarían sin compasión. Aseguran vivir en una ginocracia donde ya no se les permite ser varoniles para lo que la solución es la legalización de la violación, la monogamia forzada y hasta una sharía blanca que convierta a las mujeres en fábricas de bebés, como indica Bates en su libro, para el que es necesaria una terapia tras la lectura si no quieres caer enferma.
Entre los ejemplos de gurús de la masculinidad hegemónica el profesor Keith habla del psicólogo canadiense Jordan Peterson, que realiza seminarios de formación y escribe libros y artículos atacando a mujeres y hombres feministas. Se identifica, como activista de los derechos de los hombres y cree que son ellos los que deben liderar y las mujeres admitir su lugar como subordinadas. Con estos consejos vende millones de copias de sus libros y factura al mes 80.000 dólares con su canal de Youtube.
La periodista Nellie Bowles del New York Times, que acompañó a Peterson durante dos días en mayo de 2018, le pidió su opinión sobre los ataques violentos cometidos por incels y sobre la visión incel de que las mujeres deben ser tratadas como objetos sexuales con pocos derechos. Algunos de ellos reclaman la “redistribución sexual forzada” para obligar a las mujeres a mantener relaciones sexuales. Peterson responde: “Esos ataques son lo que sucede cuando los hombres no tienen pareja y la sociedad necesita trabajar para asegurarse de que esos hombres estén casados. La monogamia forzada es una solución racional”.
La cultura bro ha sido el caldo de cultivo en las últimas décadas de esta machosfera que genera nichos de pensamiento masculino cada vez más radicales. Se ha subestimado lo que está sucediendo con los jóvenes que hoy culpan a las mujeres de problemas estructurales y de sus frustraciones emocionales y sexuales que tienen que ver con una masculinidad dañina que no les permite ser libres. Esto pone a muchos a buscar ayuda en la machosfera cuando necesitan ayuda real.
Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2023/12/cultura-bro-la-antesala-de-la-machosfera/