La autora del libro ‘Sobre la tierra, bajo la sombra’ (Consonni, 2023) reflexiona en el Día de la Persona Agricultora sobre el papel que ha tenido y tiene la mujer en el campo, su representación en los espacios de poder o sobre el Estatuto Vasco de las Mujeres Agricultoras.
La arquitecta e investigadora Leire
Milikua (Abadiño, 1985) se entrevistó con varias campesinas de Euskal
Herria que participan o han participado en puestos de decisión del mundo
rural. Lo hizo durante 10 meses gracias a una beca de Emakunde, con la
que acabó redactando el estudio Representadas y visibles en 2022. Especialista en Agroecología e Igualdad de Género, siguió en esta línea con el ensayo Lur gainean, itzal azpian (Lisipe-Susa, 2022), que fue traducida al castellano con Sobre la tierra, bajo la sombra (Consonni, 2023).
Este
15 de mayo, Día de la Persona Agricultora, reflexiona sobre el papel
que ha tenido y tiene la mujer en el campo, la imagen que se tiene de
sus funciones, su representación en los espacios de poder o sobre el
Estatuto Vasco de las Mujeres Agricultoras.
Con el libro Sobre la tierra, bajo la sombra pones luz en el mundo rural para descubrir a las mujeres que han tenido y tienen un papel fundamental en las fincas agrarias. Como dice María Sánchez en el prólogo, no hay que darles voz, porque ya la tienen, sino un altavoz para que se las escuche. ¿Por qué todavía existe la imagen de un hombre, en el imaginario popular, al pensar en el campo, si las mujeres siempre han estado ahí?
La semilla de este libro es una investigación participada llevada a cabo durante 10 meses con una beca de formación de Emakunde llamada Ordezkatuak eta ikusgarriak (Representadas y visibles). Se recogen 43 voces de campesinas que participan o han participado en espacios de toma de decisión del sector. La gran mayoría coincide en que el sector se ha representado históricamente como un mundo de hombres y eso se veía claramente en la esfera pública. ¿Quiénes iban a la feria? ¿Quiénes iban a cerrar un trato? ¿Quiénes iban a las reuniones? Eran ellos. En el imaginario popular hay un sector masculinizado porque en los espacios de toma de decisión y de poder han estado ellos. Por otro lado, es curioso que, cuando hablamos de campo, actividad agraria o maquinaria, la gente imagine a un hombre, pero cuando se habla de lo rural, la cosa cambia y se nos aparece una abuela familiar, con un delantal.
El libro nace de una beca de Emakunde, con la que hiciste entrevistas individuales y grupales con campesinas. ¿Cómo actuaban o cómo respondían en función de si estaban solas o acompañadas?
Tanto las entrevistas individuales como las colectivas se plasman de forma anónima. En el “una a una” se generan situaciones de más intimidad, espacios en los que salen temas que difícilmente lo harían en otras condiciones porque hay experiencias dolorosas, que dan vergüenza, etc. Por otra parte, los espacios grupales se convierten en espacios de co-creación, conectas con la fuerza de que estás entre iguales y, como se dice en el libro, nunca sabes cuándo va a saltar la chispa. Hacen falta las dos cosas: espacios más íntimos para conocer la profundidad de las vivencias personales, pero luego tiene que ir acompañado de espacios colectivos porque desde ahí construimos alternativas, alianzas, estrategias, etc.
Una frase del libro dice: “Si el hombre trabaja fuera del hogar y la mujer no, quedándose a cargo de la huerta y algunos animales, esa mujer no es campesina. En cambio, si la mujer trabaja fuera y quien se queda en el hogar con la huerta y los animales a su cargo es un hombre, nadie duda de que ese hombre es un campesino”. ¿Valen menos las horas de una mujer que las de un hombre?
Ese ejemplo me lo puso un representante de un sindicato agrario en una entrevista que hice hace unos años. Me pareció muy acertado. Creo que una de las características del libro es que engrana testimonios con conceptos más teóricos, sobre todo en el capítulo central titulado “Bajo la sombra” y que trata de la participación de las campesinas en los espacios de toma de decisión del sector. En cuanto a este ejemplo que me pones, en el libro recojo que Margaret Maruani advirtió que el mismo trabajo, dependiendo de si lo hacían los hombres o las mujeres, se construye de forma diferente. Pierre Bourdieu también menciona el double standard o doble criterio. Como se señala en el libro Democracia Patriarcal (Txalaparta, 2022), la cuestión no es que los hombres hacen las actividades más importantes, sino que las actividades cobran valor si las hacen los hombres, y ponen como ejemplo el BasqueCulinary Center.
Las mujeres representan el 49% de la población rural en la CAV. Pero esta representación se desploma en los puestos de decisión de las organizaciones agrarias, cooperativas, etc. ¿Por qué?
Primero hay que diseccionar ese 49%. Si hablamos de trabajo remunerado, según los datos de 2016 que recojo en el libro, el 75% de las mujeres rurales se dedica al sector servicios y solo el 1,3% se dedica al sector agrario. Cuando hablamos de mujeres rurales y su relación con la agricultura, el 58% de ellas no tiene ninguna relación, y del 42% que sí la tiene, la mayoría es para autoconsumo. Solo un 12% de las mujeres rurales recibiría una parte o la totalidad de sus ingresos de la actividad agraria. Después, hay que hablar de la titularidad de la actividad, que es lo que te permite formar parte de un sindicato, cooperativa, etc. Es decir, la titularidad es la puerta a la membresía, y la membresía la llave para la representación. Una vez que eres parte, puedes optar a ocupar los espacios de decisión. Una tercera cuestión son los obstáculos que encontramos tanto a nivel interno como externo, que desgrano en el libro: cómo hemos sido socializadas, la violencia simbólica, las características de esos espacios (¿quiénes han participado en su construcción? ¿a qué perfiles responden?)… Si sumamos estos tres elementos vemos la explicación de por qué se desploman esos números.
En 2015 la CAV aprobó el Estatuto de las Mujeres Agricultoras, que ha sido referente en el Parlamento Europeo e incluso en la sede de la ONU en Nueva York. En el Estatuto se vinculan las ayudas a organizaciones agrarias a una representación de las mujeres equilibrada en los órganos directivos del sector. A priori es positivo. ¿Cómo valoras esta ley?
En 2025 se cumplirán 10 años de la aprobación de esta ley. Lo veo como una estructura que recoge aspectos muy importantes para la mejora de la situación de las campesinas, pero como menciono, en el libro esa estructura o esqueleto hay que completarlo con músculos, con piel, con sistemas diversos. Hay que darle vida. En cuanto a la participación de las campesinas en los órganos de decisión, este es el punto que más revuelo ha causado, ya que, como bien has apuntado, de ello ha dependido el poder seguir recibiendo ayudas públicas. En la investigación de la que partió el libro dediqué un capítulo a propuestas para su mejora, fruto de la participación de las protagonistas. Estas medidas se centraban en 3 esferas: en propuestas que pudieran activarse a nivel individual; en propuestas que pudieran promoverse a nivel de organización; y en propuestas que eran competencia de la Administración. Si tenemos en cuenta la totalidad del Estatuto, EHNE Bizkaia publicó en el 2023 un documento de análisis y propuestas para su desarrollo integral. En él se menciona la elaboración de planes y programas concretos para cada punto o artículo y la dotación de recursos para su desarrollo, la difusión y divulgación del Estatuto, la visibilización de la labor de las mujeres campesinas… En definitiva, considero que es hora de desarrollar todo su potencial y poner los medios necesarios para ese fin.
Se dice que la historia actual se escribe desde una mirada urbana. Esto se extiende a luchas como la feminista, que ha tenido una visión extremadamente urbanocéntrica. Precisamente María Sánchez habla de eso en su libro Tierra de mujeres, donde se preguntaba dónde estaban las mujeres rurales. De alguna forma, la lucha no las incluía a ellas. ¿Crees que está cambiando?
Afortunadamente, creo que estamos complejizando la mirada. Esa asimetría urbano-rural es un eje al que creo que hay que prestar atención. Pero tenemos que fijarnos en cómo lo hacemos, y esto es válido en todos los ejes de opresión: cuando estamos en la parte del privilegio, ¿cómo nos acercamos a la parte desfavorecida? Lo rural es sujeto, las personas que viven ahí tienen su agenda y sus necesidades. Volviendo a la idea inicial de la voz y el altavoz: creo que tenemos que prestar atención y, sobre todo, crear/dejar espacio.
A la difícil presencia de la mujer en el campo, por toda esa violencia simbólica y material, se le añade la complicada situación del sector. ¿Cómo ven la situación las mujeres campesinas, en base a la experiencia de tus entrevistas?
Ellas son perfectamente conscientes de la situación del sector y de que es un sector fundamental. Quienes no vemos como sociedad ni el sector ni las mujeres, somos nosotras. La situación del sector es algo que nos atraviesa a toda la sociedad, pero el sistema está montado de tal manera, con esta compartimentación y con estas distancias físicas y emocionales que genera, que parece que es algo que no va con nosotras. Pero nosotras, en esta parte del mundo, la gran mayoría comemos tres veces al día. No hay lugar a dudas, su situación nos tiene que interpelar, pero no lo hace, y esto también forma parte de la invisibilización. En el libro expongo que a las mujeres campesinas les atraviesan, por lo menos, tres ejes de opresión: por ser mujeres en una sociedad heteropatriarcal, por ser rurales en una sociedad urbanocentrista y por ser campesinas y generar alimentos en una sociedad capitalista. Es hora de que nos sintamos interpeladas: como sociedad tenemos que crear una masa crítica, tenemos que ser altavoces de sus reivindicaciones, abrir la mirada y arrimar el hombro.