Quizá nos consuele pensar, en términos relativos, todas las incoherencias y despropósitos que se están cometiendo en nuestro planeta, aunque no nos disculpa de la pasividad con la que afrontamos las consecuencias de un sistema de vida que puede volverse en nuestra contra, más pronto que tarde.
Acostumbramos a pensar que el voto que cada cuatro años se deposita en una urna resuelve todos los graves problemas que padece la humanidad, pero no debemos olvidar que existen otras variables que no van adheridos a la papeleta. Siendo el voto un instrumento no lo es todo, ya que las líneas maestras de la economía están dirigidas desde otros centros de poder que escapan a los gobiernos elegidos en unos países, o impuestos en otros. Actualmente, las decisiones de Estado han dejando de ser el soporte de la organización política y social de nuestro mundo; la humanidad está degenerado en una nueva y peligrosa fase que pone el mundo conocido al borde del abismo.
Siendo el voto un instrumento no lo es todo, ya que las líneas maestras de la economía están dirigidas desde otros centros de poder que escapan a los gobiernos elegidos
Cuando todavía no se han superado lacras de nuestra especie como las hambrunas, las enfermedades endémicas en multitud de países, llamados “del tercer mundo”, nuevos peligros nos acechan; riesgos que hasta hace poco parecían invisibles van mostrando su verdadera faz. Aunque los inminentes peligros son engendrados por una minoría, será la humanidad la que pague las consecuencias de las decisiones tomadas desde el Olimpo de los nuevos dioses; hombres y algunas mujeres atrapados por la erótica de poder y una psicopatía que no les permite pensar en las consecuencias de sus actos. Posiblemente, ni siquiera piensen que ellos y ellas también pueden ahogarse en el tsunami provocado.
Guerras y más guerras, genocidios y más genocidios, degradación y explotación del medio ambiente; en definitiva, “el poder de unos pocos sobre la mayoría de la población”. Ya sabemos que la historia de la humanidad está llena de situaciones trágicas, pero no sirve de argumento para aceptar las que se están viviendo, ni las que pueden llegar. Es obligado dejar de banalizar ciertas situaciones, aunque se repitan los simplismos de siempre: la vida siempre fue así, el pez grande se come al chico, frases hechas para resignarse y relativizar ciertas situaciones y actitudes de las que podríamos arrepentirnos.
Actualmente se puede matar a mucha más gente en muy poco tiempo, contaminar extensas zonas geográfica en pocos minutos, causar destrucciones masivas en las infraestructuras de los pueblos, condenarlos a morir de inmediato, poco a poco de inanición, o de lacras degenerativas motivadas por contaminaciones de todo tipo. La cantidad de basura radiactiva que existe sobre la tierra es de tal calibre que ésta puede cambiar los parámetros con los que vivimos en la actualidad. Pensar que los creadores de tanto despropósito resolverán los problemas que ellos generan es, cuando menos, un alarde de ingenuidad, ya que ellos niegan el daño causado al entorno que acoge la vida sobre la Tierra. ¿Dónde piensan guardar tanto desecho generado por las guerras y las industrias contaminantes? Estamos seguros de que no puede desaparecer de nuestro planeta por arte de magia.
La cantidad de basura radiactiva que existe sobre la tierra es de tal calibre que ésta puede cambiar los parámetros con los que vivimos en la actualidad
El mar ha sido y sigue siendo un peligroso cementerio de basura, pero hasta los mayores defensores de dichos basureros saben que es muy peligroso seguir almacenando residuos en el fondo marino. Y saben que los residuos radiactivos gozan de una larga vida, a diferencia de la vida de las personas y de otras especies. Quizá por eso piensen, los que manejan los resortes del poder, que ellos no durarán el tiempo suficiente para contemplar y padecer los desórdenes naturales que se están engendrando; desbarajustes creados bajo las premisas del enriquecimiento rápido y de la perpetuación del bárbaro sistema imperante.
Durante décadas se han almacenado miles de toneladas de material radiactivo, además de los desechos generados por todo tipo de armamento bélico, basuras mortíferas que penden, cual espada de Damocles, sobre nuestras cabezas y las de generaciones venideras. Algunos ya han sopesado enviar la basura desechable hacia el espacio y sólo el elevado coste de la operación les hará desistir de tal proyecto; puede que algunas mentes calenturientas piensen colonizar algún planeta para dicho menester, aunque aún no lo hayan dicho. ¿Caben en la tierra más desechos radiactivos? ¿Podemos permitirnos el lujo de continuar ignorando dicho peligro?
Existen científicos no sujetos a las órdenes de los centros de poder, aunque pocos, que nos alertan. Y del conocimiento surge la preocupación y la duda de ser capaces de desactivar los despropósitos que se realizan. Sin lugar a dudas, los científicos son esenciales para dar la voz de alarma, pero no pueden, por sí solos, enfrentarse a tan difícil reto; desafío que incumbe a toda la sociedad. Estamos inmersos en una sociedad dual y contradictoria; capaz de generar progresos extraordinarios en el campo de la ciencia y la medicina, pero sin voluntad para dar respuesta a lacras milenarias, a frenar los abusos que en nombre de la “libertad” se viene ejerciendo de forma irresponsable.
La devastadora incoherencia con la que se mueve el sistema imperante muestra la cara más horrible de un mundo que nada entre la barbarie y la imprudencia
Los principales riesgos para la humanidad son: el cambio climático, la ya anunciada escasez de agua y, como consecuencia, la desertización, los residuos radiactivos y las guerras. Pero hablar de cambio climático y seguir apoyando las guerras es la mayor contradicción que existe, aunque muchos políticos y políticas lo hagan sin el menor pudor. Sabemos que el armamento nuclear existente bastaría para acabar con nuestro planeta varías veces. Desde que comenzó la gran ofensiva contra Oriente Medio se han lanzado miles de toneladas de proyectiles de uranio empobrecido; material altamente nocivo que está generando cambios genéticos en muchas especies. El doctor Durakovic, experto en medicina nuclear que trabajó para el Departamento de Defensa de EE.UU., al que se le encomendó un estudio sobre “el síndrome del Golfo” que afectaba a soldados estadounidenses, encontró altas cantidades de uranio empobrecido en los huesos de los soldados. El resultado de la investigación fue de tal calibre que se paralizó el proyecto. Durakovic siguió investigando por su cuenta y pudo constatar las terribles consecuencias sobre la humanidad del isótopo U 238 (denominación empleada para nombrar al uranio empobrecido).
¿Estamos ante el principio del fin de la especie humana, tal como la conocemos? Estamos ante el final de quienes comenzaron a plasmar el mundo percibido y el soñado sobre las paredes de las cuevas que habitaron. ¿Estamos ante la degeneración de la especie que se proclamó reina del universo? ¿Nos enfrentamos al nuevo reto de la adaptación de las especies ante el uranio radiactivo, sea enriquecido o empobrecido, o sucumbiremos en el intento? Este es el principal reto al que debemos enfrentarnos en los próximos años. La devastadora incoherencia con la que se mueve el sistema imperante muestra la cara más horrible de un mundo que nada entre la barbarie y la imprudencia; una temeridad generada por la ambición de una economía que no contempla a la humanidad más que a través de los beneficios que pueda generarse a través de ella.