Las transformaciones lingüísticas son complejas, hay una sinergia de causas, no existen soluciones rápidas ni que consistan en una sola acción. Hay responsabilidades de distintos agentes, pero sin duda a quien corresponde más es al Gobierno gallego.
El suelo gallego es demasiado ácido para preservar fósiles: huesos y conchas se deshacen. Sin embargo, se diría que el proyecto de algunos es que la lengua gallega sea preservada como un hermoso fósil, tal un Ammonites o un delicado insecto en ámbar. Admirada tras una vitrina, en los textos de poetas y narradoras, enarbolada a modo de estandarte en actos rituales. Ese podría ser el futuro del gallego si no hay con urgencia un cambio de rumbo.
En 2024, coincidiendo con el segundo centenario de su muerte, el matemático José Rodríguez González
es celebrado por la Real Academia Gallega de Ciencias como científico
del año. Lástima que en las noticias sobre él se oculte su compromiso
político, fue diputado liberal de 1821 a 1823. Debido a su militancia
fue desposeído de la cátedra y se exilió a Portugal; enfermo y pobre
regresó en 1824 a Santiago donde murió, siendo enterrado, sin
identificación, en San Agustín. Lástima que el alumnado de primaria y
secundaria de Galicia no pueda estudiar en la lengua del país las matemáticas a las que Rodríguez dedicó su vida.
Escondido este veto que pesa sobre las matemáticas —y sobre física, química y tecnología— en medio del malhadado decreto de trilingüismo de 2010,
hay quien puede creerlo anecdótico. ¿Qué relevancia tiene, en la
catástrofe del gallego, que se enseñen o no las matemáticas en nuestra
lengua? Para mí es importante por revelar una ideología que establece
jerarquías, entre materias, entre lenguas. Me atrevo a suponer que para
los autores del decreto las materias más abstractas, como las
matemáticas —en tiempos del matemático Rodríguez denominadas en la USC
‘Matemáticas sublimes’—, se sitúan en la cumbre de la jerarquía.
Ocupando el inglés y el castellano en la escala de estas personas el
escalón más elevado y el gallego el más bajo, lo que manifiesta entre
líneas el decreto es que la lengua gallega no es adecuada para enseñar
materias abstractas.
Imitando
la excusa, el perro se ha comido mis deberes, se pone en circulación
la idea de que los inmigrantes se han zampado la lengua gallega, sin
atragantarse con los infinitivos conjugados ni con la ene velar. Poco
importa que el número de personas extranjeras llegadas a Galicia,
158.644 en 2024, unos 25.000 cada año, no pueda explicar el descenso
del gallego: en 2003 hablaban siempre en gallego o más gallego que
castellano 1.583.851, mientras que en 2023 son 1.176.465, es decir
407.386 personas menos. En porcentajes, la disminución es de 15 puntos,
del 61,20% al 46,23%.
Una situación dramática es la del alumnado más joven, entre 5 y 14 años: solo el 16,19 % habla gallego siempre o más que en castellano;
en total 34.699, un puñadito, cuando en 2003 eran 87.071, el 40,33%,
más del doble. Estamos en un proceso acelerado de desgalleguización.
Además de los datos del IGE,
una muestra de la negligencia con la que trata la Xunta al gallego son
los presupuestos para normalización lingüística: desde 2008, en que
gobernaba el bipartito de PSdeG y BNG, hasta 2025, se han reducido a la
mitad.
Como todos
los procesos sociales, las transformaciones lingüísticas son complejas,
hay una sinergia de causas, no existen soluciones rápidas ni que
consistan en una sola acción. Hay responsabilidades de distintos
agentes pero sin duda a quien corresponde más es al gobierno gallego.
Algunas propuestas:
Primero,
hay que reconocer la existencia del problema. Las autoridades no
pueden negar que la lengua gallega está en situación crítica: declarar
que hay más gente que nunca con capacidad de hablar y escribir gallego,
o incluso poner en duda los datos del IGE, revela falta de voluntad
para tomar medidas.
Segundo,
hay que reconocer que el gallego no está en pie de igualdad con el
castellano, debido a prohibiciones y marginaciones a lo largo de
siglos, siendo considerada una lengua de gente pobre y atrasada. De ahí
que necesite un apoyo especial.
Tercero,
entre las causas para la ruptura de la transmisión generacional, las
razones por las que madres y padres que hablan gallego deciden
hablarles en castellano a sus criaturas, está por una parte la propia
potencia del castellano, pero también las representaciones sociales que
consideran el gallego menos “útil” o “importante”. Esto no ocurre por
ejemplo en Cataluña, donde el catalán goza de buena consideración
social. Cambiar el imaginario social no es fácil, pero es posible, como
muestra el caso del feminismo. Requiere esfuerzos de muchos agentes y,
desde luego, no ayuda un decreto que considera el gallego inadecuado
para enseñar materias abstractas.
Cuarto,
se puede mirar hacia el País Vasco, que partiendo de una situación
mucho peor, está logrando aumentar el número de hablantes. El papel de
la escuela es crucial, hay que derogar el decreto de 2010, y permitir
que haya líneas en las que se den todas las clases en gallego a
alumnado —familias— que así lo escojan.
Quinto,
hablar gallego, hablarle en gallego a hijas e hijos no puede ser un
acto heroico en un contexto en el que el ambiente, especialmente los
medios son mayoritariamente en castellano. Es un escándalo que las
ayudas al gallego en los medios excluyan a los monolingües, y vayan a
periódicos en los que la presencia del gallego es anecdótica. La
cultura gallega debería ser apoyada de forma mucho más seria.
La lengua gallega está ingresada en urgencias, de los próximos años depende que inicie su recuperación o que entre en agonía.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/lengua-gallega-ingresada-urgencias-marilar-aleixandre