La mayoría de las grandes empresas de energía han dejado de negar el consenso científico respecto al cambio climático. Pero detrás de su retórica de «cero emisiones netas» hay una decisión inquebrantable de seguir beneficiándose a cualquier precio del petróleo y el gas.
ocas semanas después de que empezara el año 2023 las mayores empresas de petróleo y gas del mundo anunciaron sus resultados de fin de año. ExxonMobil iba en cabeza al registrar 55.700 millones de dólares de beneficio en 2022, el mayor de la historia de la empresa. Le seguía Shell, que también había logrado un hito histórico en sus 115 años de existencia al obtener unos beneficios de casi 44.000 millones de dólares, más del doble que en 2021. En total las cinco principales empresas occidentales, ExxonMobil, Shell, Chevron, BP y TotalEnergies, informaron de que habían obtenido unos beneficios de 200.000 millones de dólares, lo que supone la increíble cantidad de 23 millones de dólares por cada hora de 2022.
Aun así, esos ingresos récord pronto iban a quedar eclipsados por Saudi Aramco. Los resultados financieros de Aramco en 2022, algo más de 161.000 millones de dólares, no solo superaron los que habían obtenido juntos Shell, BP, ExxonMobil y Chevron, sino que se convirtieron en los mayores beneficios corporativos registrados nunca.
Estos resultados provocaron justificadamente la ira de muchas personas que luchan por defender el medioambiente, que protestaron con razón por los beneficios sin precedentes obtenidos de los combustibles fósiles mientras gran parte del mundo se enfrentaba a los costes reales del cambio climático. En efecto, según la organización benéfica británica Christian Aid, el coste total de los diez mayores fenómenos meteorológicos relacionados con el clima en 2022 (inundaciones, ciclones y sequías) era de aproximadamente 170.000 millones de dólares, mucho menos que los beneficios colectivos que habían obtenido las cinco mayores empresas y un poco más de los abultados beneficios de Aramco.
Premiar a los pirómanos
La peor de estas catástrofes en términos humanos fueron las devastadoras inundaciones que hubo en todo Pakistán entre junio y octubre de 2022, en las que murieron más de 1.700 personas y más de siete millones fueron desplazadas. El Banco Mundial calcula que el coste total de esas inundaciones en Pakistán (provocadas por unas lluvias monzónicas más intensas de lo habitual y el deshielo de los glaciares debido al cambio climático) era de más de 30.000 millones de dólares en daños provocados por las inundaciones y las pérdidas económicas que conllevaban. Aproximadamente la mitad de los beneficios obtenidos por ExxonMobil en 2022 podrían haber pagado la factura.
Nerón fue acusado (falsamente) de haber estado tocando el arpa mientras Roma ardía. Hoy nos enfrentamos al espectáculo de unas cuantas grandes empresas petroleras que no solo se mantienen al margen mientras el planeta arde, sino que se les recompensa generosamente por el papel que desempeñan en el incendio provocado.
Esta realidad pone de relieve una verdad fundamental del cambio climático: si se deja a las principales empresas energéticas del mundo que hagan lo que se les antoja, no hay ninguna posibilidad de que renuncien voluntariamente a la enorme riqueza que se puede obtener de continuar produciendo petróleo y gas. Aunque hablan de «soluciones con bajas emisiones de carbono», no tienen intención de dejar de apostar por los combustibles fósiles.
A pesar de que el consenso científico afirma ahora muy claramente que no se pueden poner en marcha nuevos proyectos de petróleo y gas, y que para finales de la década debemos reducir a la mitad las emisiones de carbono, las principales empresas petroleras se están embarcando precisamente en lo contrario. Una investigación de 2022 reveló que las doce mayores empresas petroleras del mundo, encabezadas por Saudi Aramco, habían previsto gastar en nuevos proyectos de petróleo y gas 103 millones de dólares diarios durante el resto de la década.
Las principales empresas también han contraído compromisos financieros firmes para llevar a cabo nuevos proyectos que producirán 116.000 millones de barriles de petróleo en los próximos siete años, lo que equivale a unas dos décadas de producción petrolera estadounidense al nivel de 2020. Como afirmó claramente a principios de 2023 el presidente de Chevron Mike Wirth, «la realidad es que [la producción de combustible fósil] es lo que rige hoy el mundo […] regirá el mundo mañana y dentro de cinco años, dentro de diez años, dentro de veinte años».
Con estas inversiones y la nueva producción que se proyecta, nos enfrentamos a un desastre sin paliativos. A principios de 2023 las mayores empresas petroleras del mundo tenían reservas de petróleo, gas y carbón que si se queman, liberarán a la atmósfera unas 3.600 gigatoneladas de carbono, una cifra que es más de catorce veces superior al «presupuesto de carbono» mundial restante de 250 gigatoneladas, es decir, la cantidad de carbono que se puede emitir antes de que la temperatura del mundo probablemente sea 1,5 grados superior a la del nivel preindustrial.
Punto máximo de carbono
Una teoría popular mantenía hace dos décadas que el mundo se estaba acercando rápidamente al punto máximo de petróleo, la idea de que la producción mundial iba a disminuir a media que fuera más complicado extraer petróleo de los yacimientos de petróleo más antiguos y fuera más difícil encontrar yacimientos que los sustituyeran. El auge del petróleo de esquisto demostró que este determinismo geológico era erróneo, porque quienes lo defendían ignoraron los incentivos económicos que condicionan los niveles de producción.
No hay un límite físico inminente para el suministro de petróleo, pero no cabe duda de que actualmente nos enfrentamos al fantasma del punto máximo del carbono: las abundantes reservas mundiales de petróleo y de otros combustibles fósiles deben permanecer bajo tierra si queremos tener alguna posibilidad de evitar el futuro distópico que anuncian los fenómenos meteorológicos extremos de los últimos años.
Se suele plantear la analogía entre las empresas de combustibles fósiles y las empresas de tabaco. Del mismo modo que estas últimas conocían y ocultaban los peligros de fumar, las empresas petroleras conocen muy bien la ciencia del cambio climático desde hace al menos cincuenta años. Ya en 1977 un eminente científico de Exxon advirtió al comité de dirección de la empresa que el aumento de las temperaturas debido al consumo de combustibles fósiles significaba que «el ser humano dispone de un margen de cinco a diez años antes de que pueda llegar a ser crítica la necesidad de tomar decisiones difíciles respecto a cambiar las estrategias energéticas».
La investigación y los modelos estadísticos llevados a cabo por las petroleras en las décadas de 1960 y 1970 predijeron con asombrosa exactitud los efectos que tienen las emisiones de carbono en la temperatura global. Ante estos datos, las grandes petroleras siguieron el camino que había abierto [el personaje de un juego de vídeo] Big Smoke: intentar crear confusión lanzando la idea de que la ciencia del cambio climático era incierta, una cuestión sobre la que las personas razonables podían discrepar. Solo Exxon gastó más de 30 millones de dólares para pagar a think tanks negacionistas del cambio climático entre 1998 y 2014, con el simple objetivo de crear confusión y sembrar la duda sobre un consenso científico que confirmaban las propias investigaciones de la empresa.
En 1998 un memorándum interno del Instituto Estadounidense del Petróleo (API, por sus siglas en inglés) reconocía plenamente esta campaña de desinformación al señalar que las petroleras lograrían la «victoria» cuando «el reconocimiento de las incertidumbres fuera parte de la sabiduría convencional». Esto se escribió justo un año después de que se adoptara el Protocolo de Kioto, el primer acuerdo internacional sobre el clima de la historia. Y, según el API, en este contexto la industria del petróleo necesitaba hacer que «parezca que no tienen contacto con la realidad quienes promueven el tratado de Kioto en base a la ciencia existente».
Con todo, a lo largo de la última década, y tras muchos años y muchos millones de dólares gastados en crear confusión y negar lo evidente, las principales petroleras del mundo han cambiado su actitud pública hacia la ciencia del cambio climático y ahora suscriben plenamente el consenso científico respecto al calentamiento global y han afirmado explícitamente que apoyan el objetivo del Acuerdo de París de mantener el aumento de la temperatura por debajo de un grado y medio. Todas ellas se han pasado a una serie de tecnologías energéticas alternativas, y en sus informes anuales y en las juntas de accionistas esgrimen visiblemente sus estrategias de bajas emisiones de carbono.
Este cambio no es meramente retórico y en este sentido, aunque las acusaciones de greenwashing [lavado de imagen con tinte ecológico] son correctas, pueden soslayar las importantes transformaciones que tienen lugar actualmente en la energía mundial. Efectivamente, las empresas petroleras están cambiando, aunque siempre han sido unas instituciones dinámicas y maleables. En la actualidad están absorbiendo el lenguaje del cambio climático y adaptándose a él de forma significativa y, al hacerlo, alteran la manera de definir y delimitar el propio problema del cambio climático.
Cero emisiones netas
Al aparentar convertirse en parte de la solución, las petroleras no solo ocultan la importancia fundamental que tienen actualmente en la economía de la energía fósil, sino que pretenden enmarcar y determinar la respuesta social al cambio climático. Una clara muestra de ello es el discutible y peligroso uso de la consigna «cero emisiones netas» (NZE, por sus siglas en inglés), un término que se generalizó en el vocabulario climático tras ser incluido en el Acuerdo de París adoptado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) celebrada en París (Francia) el 12 de diciembre de 2015.
En esencia, el término «cero emisiones netas» se refiere al objetivo de contrarrestar las emisiones que provoca la quema de combustibles fósiles eliminando una cantidad equivalente de carbono gracias a técnicas como plantar lavaderos de carbono en forma de bosques o tierras de cultivo, desarrollando tecnologías de captura de carbono o extrayendo directamente carbono de la atmósfera. Según esta teoría, con una adecuada combinación de políticas y tecnologías debería ser posible compensar la cantidad de carbono generada y lograr así llegar a «cero emisiones netas».
Hoy en día la idea de «cero emisiones netas» es la idea dominante que guía la política del cambio climático y el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) afirma que antes de 2050 se debe alcanzar el todo el mundo el objetivo de cero emisiones netas para evitar las terribles consecuencias de superar el umbral de calentamiento de 1,5 grados centígrados. A mediados de 2024 más de 140 países y muchas ciudades y regiones de todo el mundo se comprometieron con el objetivo de cero emisiones netas.
Las petroleras se han convertido en unas entusiastas conversas de la idea de cero emisiones netas. Una de las principales razones es el papel de liderazgo que desempeñan en las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, esto es, las diferentes técnicas que pueden eliminar el carbono emitido en la fabricación o en otros procesos industriales, que después se puede almacenar bajo tierra o utilizar en otros sectores. Hoy en día la tecnología de captura y almacenamiento de carbono es en general una tecnología no probada que no logra capturar una proporción significativa del carbono que se supone que debe eliminar.
En efecto, en 2023 no había más que 41 plantas de captura y almacenamiento de carbono operativas en todo el mundo, que solo capturaban cuarenta y nueve millones de toneladas de carbono al año. Pero aún más importante que la limitada escala de la de captura y almacenamiento de carbono es un punto crítico de la letra pequeña referente a esta tecnología: en veintinueve de las cuarenta y una plantas de captura y almacenamiento de carbono que existen el carbono capturado se utiliza en un proceso conocido como recuperación mejorada de petróleo (EOR, por sus siglas en inglés), una técnica desarrollada por la industria del petróleo en la década de 1970 que utiliza carbono a presión inyectado en yacimientos de petróleo y gas para aumentar la cantidad de hidrocarburos que se puede extraer.
Más del 80% de todo el carbono capturado en proyectos de captura y almacenamiento de carbono operativos se destina a la recuperación mejorada de petróleo y por ello las petroleras dominan la naciente industria de captura de carbono. Solo ExxonMobil controla más del 10% de la capacidad mundial de captura de carbono, incluida la propiedad de la mayor instalación de captura y almacenamiento de carbono en Estados Unidos ubicada en Shute Creek (Wyoming). Esta relación entre la captura y almacenamiento de carbono y la recuperación mejorada de petróleo plantea la clara posibilidad de que los esfuerzos por lograr cero emisiones netas puedan llevar en realidad a aumentar los niveles mundiales de producción de petróleo.
La industria del petróleo lo niega e incluso llega a afirmar que el petróleo producido mediante recuperación mejorada de petróleo es más bajo en carbono, porque el carbono inyectado en los pozos de petróleo queda atrapado bajo tierra en vez de ser liberado a la atmósfera y, por tanto, se debe restar de la huella de carbono mundial del barril de petróleo que se produce. Pero esta lógica incorrecta se basa en asumir que el petróleo producido mediante recuperación mejorada va a desplazar en gran medida la producción de petróleo convencional.
Es mucho más probable (y, de hecho, por ese motivo las empresas petroleras crearon la recuperación mejorada de petróleo) que la tecnología de captura y almacenamiento de carbono permita extraer petróleo de yacimientos poco productivos y de depósitos no convencionales de petróleo y gas de esquisto que, de otro modo, habrían sido irrecuperables. Los expertos en la materia son bastante explícitos sobre esta posibilidad y algunos estudios contabilizan más de 280.000 millones de barriles de petróleo adicional que se podrían extraer solo en Estados Unidos utilizando la recuperación mejorada de petróleo con carbono, esto es, unos sesenta y cinco años de producción de crudo estadounidense al nivel de 2022.
Quema ahora y paga después
En la actualidad la mayor parte del uso de la tecnología captura y almacenamiento de carbono se limita a la industria del petróleo y no existen plantas a gran escala que capturen carbono de la industria para almacenarlo bajo tierra. No obstante, el rápido desarrollo de la tecnología captura y almacenamiento de carbono es esencial para cumplir los objetivos establecidos de varios modelos de cero emisiones netas. Según el escenario de cero emisiones netas previsto por la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la cantidad total de carbono capturado debe llegar a los 7.600 millones de toneladas en 2050, más de 150 veces la cifra actual. Sin ese aumento será imposible llegar en el plazo previsto a las cero emisiones netas.
Para lograrlo, muchos países ofrecen importantes subvenciones estatales y ventajas fiscales para apoyar la captura de carbono. No es de extrañar que, dada la relación que las empresas petroleras tienen con la tecnología de captura y almacenamiento de carbono, la mayor parte de estas ayudas vaya a parar a ellas. Por ejemplo, en Estados Unidos la industria del petróleo ha ejercido una fuerte presión para que aumenten las desgravaciones fiscales por eliminar carbono. Sus esfuerzos fueron recompensados en 2022, cuando el gobierno Biden modificó la Sección 45Q del código tributario y aumentó las desgravaciones fiscales de 50 a 180 dólares por cada tonelada de carbono capturado. Entre 2010 y 2019 se concedieron más de 1.000 millones de dólares en desgravaciones fiscales en virtud de la 45Q, de los cuales prácticamente todos (el 99,86%) fueron a parar a solo diez empresas.
En resumen, el desarrollo de la captura de carbono parece reproducir las pautas que hemos visto a lo largo de la historia de la industria del petróleo: subvenciones multimillonarias por parte del Estado a las empresas petroleras, aunque esta vez en nombre de una transición ecológica. Estas subvenciones al carbono capturado serán decisivas para su ulterior mercantilización al convertir un producto industrial de desecho (el carbono) en un bien rentable que las petroleras pueden utilizar en sus propias actividades de recuperación mejorada de petróleo, vender a otros productores de petróleo o sectores industriales, o ingresarlas como desgravaciones.
Pero más allá de esas consideraciones económicas, la tecnología de captura y almacenamiento de carbono también desempeña un papel importante en las propias aspiraciones a cero emisiones netas de las petroleras. A primera vista puede parecer paradójico una petrolera de emisiones netas cero; a fin de cuentas, ¿cómo podría no producir ninguna emisión un barril de petróleo? Pero la clave para descifrar esta contradicción radica en el juego de manos que las petroleras utilizan en su propia contabilidad del carbono.
Cuando las petroleras informan de sus emisiones de carbono, se refieren solo al carbono implicado en la producción real de un barril de petróleo, no al carbono liberado cuando se consume ese petróleo. Sin embargo, en realidad al menos el 85% de las emisiones de carbono asociadas a la industria provienen del consumo final del petróleo, no de su perforación, extracción y refinado. De este modo, las empresas petroleras se pueden embolsar la captura y almacenamiento de carbono contra las emisiones asociadas a sus operaciones alegando que están apoyando la transición a cero emisiones netas (y obteniendo grandes beneficios fiscales), al tiempo que ignoran el hecho de que su producto es el principal causante del calentamiento global. Volviendo a la analogía con las empresas de tabaco, viene a ser lo mismo que Philip Morris se desentendiera de su responsabilidad por las muertes causadas por el tabaco porque la tasa de cáncer de pulmón era muy baja entre las personas que trabajaban en la cadena de montaje de la empresa.
Todo esto pone de relieve el problema básico que tiene el marco de cero emisiones netas: al afirmar que el uso de algunas tecnologías (la mayoría de las cuales son todavía meras conjeturas) acabará con futuras emisiones de carbono, la industria del petróleo puede aumentar aquí y ahora su producción. Como ocurre con la propaganda más eficaz, las cero emisiones netas funciona aparentando algo que no es: cero emisiones netas no es cero carbono y el hecho de centrarse en emisiones netas desvía la atención de los niveles absolutos de producción de hidrocarburos de las petroleras.
Los perversos incentivos que animan el cálculo de la contabilidad del carbono nos llevan a niveles aún mayores de producción de petróleo liderados por empresas petroleras recién ecologizadas. Es una apuesta peligrosa que, en última instancia, se basa en una solución tecnológica futura que sirve para legitimar que se sigan produciendo y consumiendo combustibles fósiles. O como afirman ahora tres científicos que en su día apoyaron la idea de cero emisiones netas: «En la práctica ayuda a perpetuar la creencia en la salvación tecnológica y disminuye la sensación de urgencia que acompaña a la necesidad de frenar ahora las emisiones. Ahora somos dolorosamente conscientes de que la idea de cero emisiones netas ha autorizado un planteamiento imprudentemente displicente de “quema ahora y paga después” que ha hecho que se sigan disparando las emisiones de carbono».
Este artículo es un extracto del libro Crude Capitalism: Oil, Corporate Power, and the Making of the World Market [Capitalismo crudo: petróleo, poder empresarial y la creación del mercado mundial] de Adam Hanieh, publicado por Verso Books.
Este trabajo ha sido posible con la ayuda de la Fundación Puffin.
Texto original: https://jacobin.com/2024/10/fossil-fuels-net-zero-climate/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.