La ejemplar oposición del movimiento popular de Baztan [Navarra] al proyecto  Aroztegia en Lekaroz, más allá de las peculiaridades del caso −228  chalés, un hotel y campo de golf en un pueblo de 341 habitantes−, es un  ejemplo revelador para visualizar los mecanismos de poder y sus secuelas  de represión, a las que se enfrenta el movimiento en defensa de la  tierra. 
Que como resultado de una acampada, siete personas se  tengan que enfrentar a una petición de 20 años de cárcel y 56.000 euros  de multa, por una imputación de organización criminal, coacciones y  amenazas, además de un despropósito, es un síntoma de cómo se articulan  las estrategias de dominación por tierra, mar y aire, que naturalizan  relaciones de violencia estructural. 
Por tierra, la violencia  inmediata, la de los rojos forales y la de los verdes civiles −tremenda  contradicción cromática−, la que abole la palabra mediante la porra, la  multa o la persecución inmisericorde de cualquier disidencia que se  enfrenta a cara descubierta y sin más parapeto que sus cuerpos. La que  instruye los atestados para abrir la puerta a la segunda violencia por  mar, la «legal», la galerna judicial, una legalidad que impide la  defensa de los bienes colectivos como la tierra y empodera los procesos  especulativos disfrazados de una ilusoria libertad individual,  confiscatoria del bien común –comunal−. 
Las fuerzas terrestres y  marítimas no podrían desplegar todo su arsenal, sin la ayuda de la  fuerza aérea, la institucional. Más allá de la violencia mediata e  inmediata, menos evidente pero más letal, está la violencia simbólica.  Siguiendo la definición de Bourdieu, esta tipología de violencia supone  la aceptación, la internalización por parte del dominado, de los  esquemas de pensamiento y valoración del dominante, haciendo  precisamente invisible la relación de dominación. 
Ahí es donde  adquiere mayor relevancia si cabe, para el movimiento en defensa de la  tierra, la manifestación del sábado pasado en Iruña. La cuestión va más  allá de expresar nuestra solidaridad con las personas encausadas. No  solo es hacer visualizar los mecanismos de poder y las estrategias de  dominación, por tierra mar y aire −represiva, legal e institucional−,  sino poner sobre la mesa en qué condiciones y con qué herramientas  cuenta el movimiento popular para enfrentarse a proyectos que cuentan  con la oposición mayoritaria del pueblo. 
Desde el metálico corte  de los cables en Itoiz, hasta las dulces tartas a Barcina, pasando por  los apagones y las consultas populares frente a las líneas de alta  tensión en Nafarroa, podríamos caer en la tentación de pensar que las  falaces declaraciones en sede política en defensa de la naturaleza, el  patrimonio cultural o la identidad colectiva, suponían un avance. Pues  nada más alejado de la realidad. 
Frente a las consultas  populares, por supuesto, no vinculantes y perseguidas legalmente, o  incluso a los acuerdos de los propios ayuntamientos en nombre de un  bastardo «interés general», se legislan los Planes y Proyectos  Sectoriales de Incidencia Supramunicipal (PSIS) en Nafarroa o la Ley  Tapia en el tercio autonómico, que anulan la autonomía municipal y  convierten la institución más cercana, y, por tanto, más fiscalizable,  en una mera comparsa. De esto saben mucho la alcaldesa y el alcalde del  valle del Baztan por oponerse al proyecto de Aroztegia, denunciados por  prevaricación, entre otras cosas, por llamar «pelotazo urbanístico» a un  incremento del valor del terreno de 330.000 euros a 9 millones, UPN y  Geroa Bai de por medio. Llamar a las cosas por su nombre también se ha  convertido en un acto de rebelión oponible ante los tribunales. 
Para  paliar la obscenidad de la imposición, se publicitan mecanismos como  los autodenominados «procesos participativos», eufemismo que esconde un  intento de legitimación de una legalidad que persigue la justificación  de la indefensión, similar al período de información pública y sus  consiguientes alegaciones, donde habitualmente la administración  «pública» se convierte en juez y parte. Afirmación nada gratuita,  corroborada por el infame mecanismo de las puertas giratorias. 
Cualquier  excusa es buena para desactivar y rebajar hasta convertir en inútiles  los melifluos mecanismos de control de que disponíamos hasta ahora,  nunca regalados, sino fruto de la lucha de muchos años. Como ejemplo  paradigmático, el conflicto armado en Ucrania ha sido la última excusa  del Gobierno del Reino de España para eliminar buena parte de las  posibilidades de actuación vía evaluaciones de impacto ambiental en el  campo energético, y ya se vislumbra algo similar en la liberación de  suelo para orgía de especuladores, fondos buitre y cuenta de resultados  de BlackRock. 
Un análisis estructural y nada apasionado de los  mecanismos legales de que disponemos para luchar en defensa de la  tierra, lo colectivo, lo identitario, que queda patente en el caso de  Aroztegia, nos dibuja un escenario de pérdida de capacidad de actuación,  que requiere ponernos a pensar en círculo −Oteiza−, activar la lucha  ideológica sin complejos y sin mirar a los lados, para empujar esa ola  de movilización que ya se está activando en los valles de Euskal Herria,  con epicentro en Baztan.
Alberto Frías es miembro de Lurra.
Fuente: https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/aroztegia-por-tierra-mar-y-aire


