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La capacidad democrática de las izquierdas

Fuentes: Rebelión

En una primera parte he analizado las fuertes tendencias ultraderechistas en el marco internacional, que condicionan el sistema político y la propia sociedad española, así como el carácter antipluralista de las derechas españolas, sus ventajas estructurales y sus debilidades políticas. Ahora me centro en la respuesta estratégica de las izquierdas y su capacidad democrática.

Larga experiencia democrática y de reforma social

Las izquierdas sociales y políticas en el conjunto de España o, si se quiere, las formaciones progresistas y los movimientos sociales, tienen una larga experiencia democrática y de reforma social, feminista y territorial. Atendiendo a la última etapa, desde la crisis socioeconómica de 2008, la singularidad de las izquierdas españolas presenta dos elementos complementarios: una ambivalente estrategia socialista, con la renovación sanchista, y un amplio campo sociopolítico alternativo. Ambos se conforman e interactúan durante dos procesos continuados.

En un primer momento, se confronta una gestión austeritaria y de recortes sociales ante la crisis, llevada a cabo por el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero (2010/2011), siguiendo el mandato regresivo de la Unión Europea, con un relevante rechazo popular e indignación cívica -el llamado movimiento 15M, incluidas las huelgas generales y las mareas sectoriales de la enseñanza, la sanidad o contra los desahucios-, que culminaron con una desafección política y electoral, con una abstención -de izquierdas- de más de cuatro millones de electores anteriores del Partido Socialista y la formación de un masivo espacio sociopolítico diferenciado de la socialdemocracia.

En un segundo momento, a partir de 2014/15, tras la debacle representativa socialista y la configuración del espacio político-electoral de la izquierda transformadora, de entidad similar al del PSOE, se genera, con diversos titubeos, la renovación sanchista. Es una variante socialista que pone el acento inicial en la oposición a la derecha del PP y, posteriormente, realiza cierto giro hacia la izquierda, con la colaboración gubernamental con Unidas Podemos y luego Sumar, y los acuerdos con las formaciones nacionalistas.

La reorientación socialista, más confrontativa con la derecha política, y su necesidad de alianzas, se combinan con la amplitud de una izquierda social, política e institucional, capaz de condicionar la estrategia socialista inclinada al simple continuismo o a la preferencia por acuerdos con su derecha, si no hay suficiente presión por su izquierda. El resultado es el desarrollo de cierto proceso reformador de progreso, ralentizado en esta legislatura, y el logro de una capacidad de resistencia ante los embates de las derechas, una representatividad social y parlamentaria mayoritaria y una trayectoria progresista, aunque limitada, que diferencia a las izquierdas españolas de las de otros países europeos. En condiciones defensivas, les ofrece su singularidad democrática, incluida cierta mayor credibilidad del PSOE frente a una socialdemocracia europea en abierto desconcierto y declive.

En los últimos años ha disminuido la activación cívica, aunque se han dado importantes movilizaciones sociales, como la cuarta ola feminista; al mismo tiempo, se ha fragmentado y debilitado el espacio alternativo, especialmente en su previsión de acceso parlamentario -en torno a la mitad, según diversas encuestas-, que imposibilitaría la reedición del gobierno de coalición progresista. Nos encontramos, pues, en la encrucijada de la recomposición y colaboración en la izquierda alternativa, la remontada progresista y el freno al avance de las derechas o evitarlo y permitir que estas obtengan una mayoría de gobierno.

Dos corrientes principales: moderada y transformadora

Desde el antifranquismo y la transición democrática, además de la especificidad nacionalista y territorial, en el terreno político, al igual que en el sociocultural, siempre ha habido dos corrientes principales en las izquierdas: una moderada, representada por el Partido Socialista, y otra, transformadora, representada por distintas corrientes y coaliciones alternativas a su izquierda, hasta llegar a la actual fragmentación entre el conglomerado de Sumar y Podemos, más las izquierdas nacionalistas (ERC, EH-Bildu, BNG…). Por supuesto, hay tendencias intermedias y mixtas.

Las izquierdas políticas y sociales, en un país capitalista, no tienen posiciones hegemónicas de poder económico y mediático-cultural. La democracia se queda, en gran medida, en la puerta de los grupos empresariales y financieros. Esa es su desventaja estructural que deben contrapesar con su capacidad de articulación democrática, organización popular y regulación pública.

Para ello dependen de su representatividad social, su legitimidad cívica y su fuerza democrática, a través de la vertebración popular y las instituciones sociopolíticas o, bien, de la experiencia del asociacionismo civil, la economía social y la participación y la cogestión empresarial, casi siempre positiva socialmente, aunque subalterna en su capacidad operativa. El fundamento de la intervención colectiva se basa en el potencial democrático y representativo de la población, que permite cierto poder institucional público, desde los ayuntamientos hasta el Congreso y los gobiernos correspondientes, frente a los grandes poderes privados y el núcleo duro estatal.

Para ello dependen de su representatividad social, su legitimidad cívica y su fuerza democrática, a través de la vertebración popular y las instituciones sociopolíticas o, bien, de la experiencia del asociacionismo civil, la economía social y la participación y la cogestión empresarial, casi siempre positiva socialmente pero subalterna en su capacidad mercantil o productiva. El fundamento de la intervención colectiva se basa en la capacidad democrática y representativa de la población, que permite cierto poder institucional público, desde los ayuntamientos hasta el Congreso y los gobiernos correspondientes, frente a los grandes poderes privados y el núcleo duro estatal.

Su dependencia del cumplimiento del contrato social y electoral con la ciudadanía es muy superior al de las derechas. El compromiso ético y democrático debe ser mucho más importante y valioso. Su vinculación con la representación de las demandas, la articulación de la propia sociedad y la gestión institucional son decisivas, afectando a dos ejes complementarios: el contenido reformador progresista y el proceso participativo y democrático con las mayorías sociales.

Según el CIS, con pequeñas variaciones en estas décadas, la autoubicación ideológica de la población se sitúa ligeramente hacia la izquierda, con una mayoría, en torno a dos tercios, que apoyan el Estado social o de bienestar -en algunos aspectos, como las pensiones y la sanidad públicas el apoyo es superior-, frente a la desigualdad social o de sexo/género, o la vulnerabilidad vital, laboral o habitacional.

La igualdad y la democracia, identidad de las izquierdas

Las izquierdas, sociales y políticas, cuya identidad histórica se basa en la igualdad y la democracia, tienen la facultad estratégica de articular las demandas populares ante sus necesidades vitales. El necesario complemento es la credibilidad transformadora, gestora y democrática de los actores de ese proceso, para lo cual sus estructuras partidarias deben configurarse por una dinámica orgánica y política ejemplarizante, en contraste con el proyecto elitista, privatizador y, a menudo, corrupto, de las derechas.

Una tarea significativa para las izquierdas es la conformación y articulación de la juventud progresista. En gran medida está desactivada o pasiva por la falta de una suficiente práctica transformadora y sociocultural, que afronte sus principales y graves problemas de precariedad habitacional y laboral, sus brechas sociales, culturales y de género, o el bloqueo de sus expectativas ascendentes. Se trata, también, de poner freno a las tendencias ultraderechistas, nihilistas y de individualismo extremo, que asoman también en la población juvenil, con un nuevo impulso solidario y emancipador. Es una base social decisiva, especialmente para la izquierda alternativa, cuyo desarrollo, renovación y amplitud dependen de la activación cívica del segmento joven y de su vinculación a él.

En definitiva, el futuro está abierto. Hay que jugar el partido con tenacidad y sabiduría. Las derechas cuentan con muchas ventajas estructurales y de poder fáctico y se apoyan en los fuertes vientos derechistas del exterior. Las izquierdas y fuerzas progresistas tienen a su favor la potencialidad de la articulación democrática de la mayoría social, a través de la reformulación de su contrato social y su proyecto de progreso, y contando con la experiencia popular, por medio de la activación cívica y la pugna cultural.

Las élites políticas progresistas, y también las sociales y culturales, en sus dos vertientes, la moderada o socialista y la transformadora o alternativa, además de las fuerzas nacionalistas, tienen (tenemos) una particular responsabilidad en este tiempo transitorio. El acierto estratégico en un proyecto común mínimo, aun con su autonomía política particular, el reequilibrio interno de mayor firmeza reformadora y la capacidad colaborativa y de vertebración popular y democrática van a ser determinantes para la prolongación o el cierre del ciclo institucional de progreso, así como para la recomposición de los liderazgos y estructuras partidarias. La realidad tendrá la palabra.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.