El actual enclave cultural funcionó como encierro para personas sin hogar a partir de 1941 donde el régimen llevó a miles de pobres para ser devueltos a sus pueblos de origen o ‘reeducados’ en instituciones caritativas.
Madrid estaba destruido. Tras una guerra que había dejado tras de sí miles de muertos en la capital, la pobreza inundaba sus calles. Cuerpos famélicos se agolpaban en las aceras intentando conseguir algo que llevarse a la boca, sobrevivir una noche más, luchar contra la desnutrición y la enfermedad. Mientras, el nuevo régimen proclamaba aquello de “ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan”. El franquismo se afanaba por ocultar a los mendigos con la manida estrategia de que aquello que no se ve, no existe.
El Ayuntamiento capitalino creó el Servicio de Represión de la Mendicidad para recoger, clasificar y recluir a miles de personas que vagabundeaban por la ciudad, entre las que se contaban mujeres viudas, niños con padres fusilados o encarcelados y familias completas que arribaron en Madrid en busca de una vida mejor tras dejar atrás un penoso pasado rural.
El ahora centro cultural Matadero, en la ribera del río Manzanares, se erigió como uno de los mayores centros de reclusión. El hambre y el frío golpearon tanto en este enclave que tan solo en el inverno de 1941 murieron más de 800 personas en él. “Madrid era una ciudad totalmente sumida en la miseria. La famosa capital de la victoria que los sublevados loaban había quedado machacada y con un alto grado de población en la calle”, introduce Adoración Martínez, antropóloga de la Universidad de Salamanca (USAL) y autora de las pocas investigaciones que existen al respecto.
En su texto El pasado incómodo de Matadero Madrid: espacio de represión de la mendicidad en la posguerra, publicado en Disparidades. Revista de Antropología en 2023, la experta incide en que el propio régimen aceptaba esta realidad: “En algunos documentos que he consultado aparece que el franquismo reconoce que gran parte de estos mendigos eran mujeres y niños, porque los hombres estaban muertos, encarcelados o exiliados”.
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En un momento en el que la pretendida paz no podía estar reñida con la miseria provocada por la propia dictadura, la imagen del centro de Madrid, sobre todo, tenía que quedar impoluta. Para ello se desarrolló un sistema de recogida “de todas aquellas personas sospechosas de mendigar, de no tener un medio de vida autosuficiente”, apunta la antropóloga, para después recluirlas y derivarlas según su perfil.
Martínez afirma que algunas naves del Matadero, destinadas al sacrificio del ganado, se convirtieron el centro de reclusión en tiempo récord. En apenas 20 días desde la orden de creación, el hacinamiento y la muerte de las personas más pobres protagonizaría este pasado oscuro de la historia del enclave. El 15 de marzo de 1941 se inauguró el conocido como Albergue de Mendigos de Matadero de Madrid, con capacidad para 3.000 personas, a las que previamente habrían afeitado la cabeza y vestido con un pijama de rayas. La investigadora todavía no puede fechar cuándo el Matadero volvió a su actividad habitual.
Muerte invernal
La clasificación consistía en determinar dónde debían acabar esas personas sumidas en la miseria. Los niños y las niñas pararían en los centros del Auxilio Social, comandados por Falange y a partir de 1940 con competencias en la atención a huérfanos. Muchas mujeres, en cambio, darían con sus huesos en el temido Patronato de la Mujer, vinculado a Acción Católica. Es en la memoria de esta institución en la que aparece la terrorífica cifra de que en el invierno de 1941 murieron en el matadero 838 personas de hambre y frío.
“Aquel año hubo una epidemia de tifus muy importante en Madrid, y lógicamente, esto afectó en gran medida a estas personas, recluidas en unas condiciones de alimentación y sanitarias ínfimas”, explica Martínez. Tampoco quedan apenas registros autobiográficos o testimonios directos de cómo fue la vida dentro del albergue. Sin embargo, la investigadora de la USAL menciona unas memorias escritas por Juan Gálvez Espinosa en las que recuerda su paso por Matadero cuando era niño: “Habla de desolación, hambre, enfermedad, y de cómo iba muriendo gente ahí recluida. Él señala cómo todas las noches venía un furgón negro a llevarse a las personas fallecidas durante el día anterior”, cuenta la propia Martínez.
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Según la descripción de la memoria del Patronato de la Mujer, las camas no eran camas en muchas ocasiones, sino un montón de paja, sin sábanas ni ningún tipo de ropa. A lo sumo, una manta cuando la ocasión lo permitía. La experta apunta que solo en 1940 el Servicio de Represión de la Mendicidad madrileño recogió de la calle a unas 6.500 personas, y en 1944 la cifra aumentó a 7.600 personas. “La represión caló muy hondo. Miles de personas pasaron por Matadero y, sin embargo, apenas conocemos esta parte de la historia”, añade.
La revancha se hace fuerte en el hambre
El franquismo elaboró su particular sistema de categorías sociales. La gente pura frente a la impura, la sana y la enferma, la inocente o los delincuentes. “La gente que acabó en Matadero evidentemente eran los denominados ”vencidos“, marcados por su condición de rojos. El discurso elaborado por la dictadura indicaba que estas capas de la población debían ser salvadas, reconducidas y reeducadas”, se explaya la antropóloga.
Miguel Ángel del Arco, catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Granada, sitúa los denominados como años del hambre entre el 1939 y 1952, como sinónimo de posguerra. La hambruna son aquellas temporadas en las que un alto grado de población murió de hambre o diferentes afectaciones, que sitúa entre 1939 y 1942, con una segunda oleada en 1946. “Cuando se abre Matadero en 1941 el hambre está golpeando como nunca, incluso hay testimonios de diplomáticos internacionales en Madrid que relatan preocupados esta situación, con gente realmente muerta de hambre por las calles”, introduce.
Este investigador recuerda las palabras que el director general de Beneficencia, dependiente del Ministerio del Interior, le dice al Gobernador Civil de Madrid el 6 de diciembre de 1941 sobre lo que ocurría en la capital, que describe como un “espectáculo de niños implorando la caridad en las estaciones de metro y en las calles céntricas”. Del Arco recalca que la preocupación de los mandatarios no era en ningún caso cómo paliar esa hambre, sino “quitarles del medio, que nadie les pudiera ver”, en sus propios términos.
Desde su punto de vista, la mendicidad y la hambruna que ni mucho menos solo asoló a Madrid fue consecuencia directa de la Guerra Civil, “tanto de la victoria como de la revancha, porque ser pobre en el franquismo era sinónimo de culpabilidad según la mentalidad burguesa predominante, nadie hablaba de justicia social”, enfatiza el experto.
Una táctica económica
La ubicación del Albergue para Mendigos de Matadero no es baladí para Del Arco. “Está muy próximo a Atocha, donde llegaban cientos de personas desde los pueblos intentando buscarse una vida mejor tras la Guerra, y el régimen intentaba sorprenderlos por las inmediaciones de estos lugares de llegada para mandarles de vuelta”, desarrolla, y menciona la creación del DNI en 1939 como una forma de control social de la población, algo que también ocurría a través de las cartillas de racionamiento.
Del Arco sostiene que “el Matadero se convirtió en un lugar al que la gente era llevada para que muriera, en muchos casos, e intentar alejarlos de las calles”, sobre todo en un momento en que una hambruna tan calamitosa podría poner en riesgo la estabilidad del régimen. “Se dio la paradoja de que Europa estaba en guerra, pero donde la gente se moría de hambre era en España y dos años después de la Guerra Civil. Eso el franquismo no lo podía explicar abiertamente porque, en realidad, responde a su política económica así que decide esconderlo”, completa.
Damián González ha estudiado las diversas modalidades represivas durante la dictadura. Este integrante del Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición de la Universidad de Castilla – La Mancha (UCLM) recalca que los castigos y la venganza sobre los vencedores no se ubican únicamente en los paredones o juicios sumarísimos. “La represión de la mendicidad no es algo que llegue con el franquismo, hay que retrotraerse hasta la legislación punitiva de la España liberal y la República. Eso que ahora llamamos aporofobia ya existía antes, y existirá después, hasta nuestros días, aunque de una forma distinta”, comenta.
Más allá de la pobreza que sufrían los propios madrileños, este historiador destaca los problemas de alojamiento y abastecimiento incrementados ante la llegada de los exiliados interiores por motivos económicos o de persecución. “Y nos encontramos con una España autárquica, y eso no es algo que viene dado, sino una táctica económica deseada e imitada desde los fascismos para crear una patria más influyente y mejor armada, aunque signifique matar de hambre a la población”, concretiza.
El adoctrinamiento de la caridad
El nuevo régimen consiguió que se viera al mendigo como portador de cualidades negativas e hicieron pensar que podían llegar a ser hasta contagiosas: era un borracho, un vago, un holgazán, alguien indeseable, enfermo, un vicioso, que no se valía en la vida. El franquismo también les intentaría salvar de sí mismos. Unas en el Patronato de la Mujer, otros en el Auxilio Social, todos aquellos que pasaron por los centros de reclusión como el del Matadero eran víctimas del sistema de adoctrinamiento político y religioso liderado por el nacional-catolicismo que guiaba la senda moral de la dictadura.
“El franquismo defendía que los mendigos ya tenían canales formales para ser ayudados, que no tenían que estar molestando a los transeúntes y dando una mala imagen de la ciudad”, clarifica González. La caridad católica o el Auxilio Social liderado por el partido único se convertían así en las instituciones en las que confiar para aquellas personas que no tenían absolutamente nada. “Si tú como mujer viuda y con hijos pequeños recibes su ayuda, evidentemente la institución te hará asumir parte del ideario del franquismo, por lo que la pobreza y la mendicidad también se convirtieron en un foco de adoctrinamiento muy importante”, expresa el investigador de la UCLM.
Una historia silenciada
González, la antropóloga de la Universidad salmantina, se queja de que “las capas de la población más vulnerables se han quedado y siguen siendo invisibilizadas en la historiografía”. Sin ir más lejos, en la actualidad cada año pasan decenas de miles de personas por Matadero, y ni siquiera existe un recuerdo de lo que en esas naves ocurrió. En cambio, sí se descubrió una placa un año antes de que el Matadero comenzara a funcionar como centro de reclusión de mendigos, el 4 de noviembre de 1940, en honor a cinco personas que perdieron la vida durante la contienda. La placa rezaba que “por Dios y por España fueron vilmente asesinados los camaradas funcionarios del Matadero y Mercado de Ganado”.
La investigadora también apunta que es importante seguir sacando a la luz estos pasajes de los que difícilmente un país se puede sentir orgulloso, pero que tampoco puede continuar sin hablar de ellos. “Hay que hacer que la gente los conozca, saber lo que ocurrió en nuestras calles no hace tantos años, porque tristemente nos encontramos como realidades contemporáneas paralelas”, defiende.
Y concluye con la mirada fija en el presente: “Seguimos clasificando, seleccionando y encerrando a personas a las que ponemos determinadas etiquetas que solo sirven para deshumanizarlas, como hacía el franquismo con estos mendigos. Así no les vemos como un igual, solo para hacernos más soportables a nosotros mismos lo que la sociedad de la que formamos parte es capaz de hacer con ellos”.