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Desastre planetario, negacionismo y revuelta

Fuentes: 15-15-15 [Imagen: Augusto Metztli]

El planeta vive, desde el cambio de siglo, una sucesión anormal de crisis, guerras y ataques a la naturaleza. Gobiernos y corporaciones se vendan los ojos frente al abismo. Para evitarlo, necesitamos de rupturas institucionales recivilizadoras.

La evidencia del desastre planetario en curso y la negación de esta evidencia —o al menos el rechazo a admitirla plenamente— son los dos rasgos que definen nuestro tiempo. De ahí la posición central en nuestros días del problema del negacionismo, fomentado por la desinformación y el autoengaño. Negacionismo es un término polisémico, que presenta diversos aspectos y grados, desde el más tosco y pueril, típico de la extrema derecha, al más docto y universitario, camuflado en la ficción del crecimiento sostenible. Al contrario de la acepción original del término negacionismo como relativización o negación de la existencia de los campos de exterminio creados por el Tercer Reich, el negacionismo contemporáneo tiene por foco desacreditar el consenso científico. Debe definirse como el rechazo ciego e irracional a aceptar las alertas científicas sobre las causas de las catástrofes locales y regionales ya observadas cotidianamente, siendo que tal rechazo implica elegir la propia ruina. Esa elección está motivada en general por interés económico, pero también por la ideología del desarrollismo, por una inversión en la propia ignorancia, por fanatismo religioso y, con más frecuencia, por una mezcla de todas esas motivaciones.

En el cuadro general de este desastre planetario, la emergencia climática y la aniquilación de la biodiversidad son las crisis más sistémicas. El clima es la condición de posibilidad de los bosques y los bosques son, por su parte, la condición de posibilidad de la estabilidad del clima. Sin un clima mínimamente estable y sin bosques no hay agricultura, estabilidad de los ciclos hidrológicos y, sobre todo, posibilidad de regulación térmica de los organismos. No podemos —nosotros y las demás especies— sobrevivir fuera de nuestro nicho climático[1]. Se trata de una imposibilidad biológica, indiferente a las aparentes balas de plata de la tecnología. Pero viene mucho más a enfrentarnos además de las emergencias climática y de biodiversidad. La densificación (intensificación y mayor frecuencia) de innumerables crisis sistémicas, actuando en sinergia y reforzándose recíprocamente, indican de modo cada vez más inequívoco la inminencia de un desastre colectivo. Esbozamos un cuadro general de las más importantes de esas crisis:

1. aumento continuo del consumo de energía (sobre todo fósil, pero no solo)

2. aumento igualmente continuo de la minería, con inaceptables impactos ambientales

3. desestabilización del sistema climático sobre todo por la quema de combustibles fósiles

4. desregulación de los ciclos hidrológicos (sequías e inundaciones) como efecto de esa desestabilización

5. elevación del nivel del mar, afectando infraestructura, recursos hídricos y ecosistemas costeros

6. sustitución de la agricultura por el agronegocio en el ámbito de la globalización del sistema alimentario

7. destrucción y degradación de los bosques y demás mantos vegetales naturales por el agronegocio

8. antropización, artificialización y degradación biológica de los suelos, sobre todo por el agronegocio

9. mayor riesgo de epidemias y pandemias con mayor extensión geográfica de sus vectores

10. facilitación de zoonosis por la cría intensiva de animales para la alimentación humana

11. aumento explosivo de la generación de residuos, incluso en la estratosfera

12. envenenamiento químico-industrial de la biosfera, con la creciente enfermedad de los organismos

 13.disminución acentuada de la fertilidad humana y de otras especies

 14. sobrepesca y destrucción generalizada de la vida marina

15. aumento de las especies invasoras a escala global

16. empobrecimiento genético de las especies seleccionadas por el agronegocio

17. creciente resistencia bacteriana a los antibióticos usados en humanos y otros animales

18. aniquilación de la biodiversidad resultante de los diecisiete factores precedentes

19. riesgos crecientes de las nuevas tecnologías (geoingeniería, nanotecnología, energía nuclear, etc.)

20. opacidad y transferencia creciente de poder de decisión a los algoritmos de IA

21. uso de estos algoritmos para la sustitución y precarización del trabajo

22. manipulación de comportamientos por estos algoritmos, exacerbando el individualismo

23. uso de estos algoritmos para fomentar el descrédito de la ciencia y de la democracia

24. brotes de irracionalidad y, en particular, de fanatismo religioso

25. aumento de la desigualdad y concentración de poder en manos de oligarquías económicas

26. financiarización extrema de la esfera económica

27. preponderancia de la economía como criterio de evaluación del éxito de las sociedades

28. reducción de los Estados a la función de facilitadores y gestores de las demandas del mercado

29. recrudecimiento del patriarcado, del racismo y de ideologías nacionalistas y nazifascistas

30. proliferación de guerras y conflictos armados, como efecto de los 29 factores anteriores.

Aunque de tipos y naturalezas muy diversas, estas crisis representan aspectos imbricados de una única crisis planetaria de la civilización a la que se da el nombre de capitalismo globalizado (incluyendo, obviamente, a Rusia y a China). Esta crisis planetaria puede ser mejor caracterizada como la crisis de nuestra civilización termo-fósil, una civilización basada en la quema de carbono, en la destrucción de la biosfera, en la acumulación y concentración de capital por megacorporaciones, en la disociación hombre-naturaleza, en la ilusión de la potenciación energética ilimitada y en la ideología de que no hay otro mundo posible.

En el cuadro general de este elenco de crisis, la emergencia climática, la aniquilación de la biodiversidad, el envenenamiento planetario y las guerras (con el riesgo ahora extremo de una guerra nuclear entre Rusia y la OTAN) tienen potencial, incluso consideradas de forma aislada, para amenazar existencialmente a las civilizaciones humanas y a la sobrevivencia de millones de especies, incluyendo la nuestra. Pero ellas están asociadas entre sí y actúan en sinergia con las demás crisis ya enunciadas, de modo que el caos irreversible que están en vías de engendrar se vuelve casi una certeza. Sucede que hay un bloqueo cognitivo, ideológico, emocional y psicológico de las sociedades para aceptar y comprender esta cuasi certeza. El negacionismo contemporáneo se vuelve, de este modo, el factor decisivo en precipitarnos hacia ese caos. Él es el mayor responsable de la baja reactividad de las sociedades frente a la ruina que ya empieza a caer sobre la vida en la Tierra. Si no hay una revuelta política de las sociedades a la altura de la extrema gravedad de esa poliédrica crisis planetaria, la condena a lo peor en un futuro cada vez más próximo es inapelable.

El rechazo de la guerra y la revalorización de la política

Esta revuelta política contra el caos tiene por primera condición de posibilidad la revalorización de la política y el rechazo a su reemplazo por la guerra. Clausewitz se equivoca cuando afirma que la guerra es la continuación de la política por otros medios[2]. Esa tesis es repetida ad nauseam por los que se lucran con la guerra o —más ampliamente— por los que la consideran inevitable, ya que derivaría de la agresividad de nuestra especie. Nadie ignora que nuestra especie es extremadamente agresiva y que la guerra es parte constitutiva de la historia humana. Pero justamente por eso la política es el invento más importante de nuestra especie, ya que su finalidad es doble. Primero, la política permite contener y controlar esa agresividad, sublimarla y canalizarla hacia el juego de enfrentamientos extremos, pero civiles y pacíficos, entre grupos sociales, entre alianzas partidarias, parlamentarias y electorales. Es justa la inversión de la fórmula de Clausewitz propuesta por Michel Foucault, cuando afirma en 1976 que “la política es la guerra continuada por otros medios”[3].

Pero si la política es una forma de guerra a través de la que se puede evitar la guerra, ella también es la invención por la cual es posible fortalecer el otro componente constitutivo de nuestra especie y de nuestra historia: la cooperación. La política permite imaginar otras formas de civilización en las que el lenguaje, la lógica, el conocimiento de la experiencia histórica, los patrones de causalidad, la argumentación, el derecho y las aspiraciones a la justicia tienen mejores condiciones de prevalecer sobre nuestra agresividad. Política y lenguaje son dos caras de la misma moneda. Ambas constituyen en general el dominio de lo simbólico y del imaginario, y es a partir de ellas que se hace la sustancia de lo mejor de cualquier civilización. La guerra, al contrario, es la negación del poder del lenguaje y, por lo tanto, la renuncia del proyecto humano. Además de negar ese proyecto, la guerra hoy funciona como: (1) un poderoso feedback de retroalimentación de todas las crisis enunciadas arriba y (2) un obstáculo fundamental a cualquier esfuerzo de concertación entre las sociedades para atenuar los impactos actuales y venideros de las crisis planetarias, con el fin de hacerlos menos adversos a las sociedades y a la vida pluricelular en general. Hoy, más que nunca, la guerra debe ser evitada, si tenemos, de hecho, alguna intención de sobrevivir.

El trienio 2006-2008

Las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, la guerra de Afganistán (2001-2020), las masacres de la OTAN en Kosovo y su expansión en dirección a Europa oriental (1999-2009) y, sobre todo, la invasión de Irak en 2003 por los EE. UU. —que engendró las guerras sucesivas del autodenominado Estado Islámico (2004-2019)— pusieron fin definitivamente al período en el que el capitalismo globalizado podía generar al menos la ilusión de que algún consenso político era posible. En este contexto de guerras, el trienio 2006-2008 presencia la conjunción de tres crisis íntimamente relacionadas:

1. La superación del cénit de la curva ascendente de la oferta de petróleo convencional en 2006. Como afirma la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en su informe de 2010: “la oferta de petróleo crudo alcanza una meseta ondulada entre 68 y 69 millones de barriles por día (mb/d) hasta 2020, pero nunca vuelve a superar su pico de 70 mb/d alcanzado en 2006, mientras la producción de gas natural líquido (NGLs) y de petróleo no convencional crece fuertemente”[4]. La superación de este pico de la curva de la oferta de petróleo convencional representa el fin de la era del petróleo barato y fácilmente accesible, con dos implicaciones: (a) una EROI (Energy Returned on Investement, o sea, la tasa de energía recuperada por energía invertida) cada vez más desfavorable y (b) crecientes emisiones de gases de efecto invernadero por cada barril de petróleo no convencional extraído. Entre otros factores más coyunturales, la percepción del fin de esa era del petróleo barato y fácilmente accesible causó un salto sin precedentes en los precios del barril de Brent (146 US$ en julio de 2008). La crisis financiera de 2008 —en parte causada por estos precios estratosféricos— precipitó una posterior caída no menos brutal de dichos precios y, sucesivamente, una crónica inestabilidad en este mercado, como muestra la Figura 1.

Figura 1 – Precios del barril de petróleo crudo (Brent) en dólares entre 2006 y 2022. Fuente: Statista, basado en investing.com
Fig. 1: Precios del barril de petróleo crudo (Brent) en dólares entre 2006 y 2022. Fuente: Statista, basado en investing.com.

2. La crisis de las subprimes en los EE. UU. fue el detonante de un colapso financiero mundial y posiblemente de una desestabilización irreversible del orden financiero global, así como un punto de no retorno en el proceso de concentración de capital y renta. En los EE. UU., desde 2008, como bien señala Victoria Finkle[5]:

La brecha entre los ricos y el resto también se ha ampliado. El 1% más rico de los estadounidenses ahora controla [2018] casi el 40% de la riqueza del país, mientras que el siguiente 9% controla casi la misma cantidad. Mientras tanto, la gran mayoría de los estadounidenses ha visto disminuir su participación desde la crisis: el 90% más pobre controlaba poco más del 20% de la riqueza total en 2016, frente a aproximadamente el 30% a inicios de la década de 2000.

Otro efecto de esta crisis fue la polarización política en la sociedad estadounidense, con sus reflejos en los estados satélite de Europa. La incapacidad de las sociedades de vislumbrar una alternativa sistémica y radical al capitalismo causó la mayor paradoja de esta crisis en el ámbito político e ideológico: los protagonistas del neoliberalismo más depredador asumieron, a ojos de importantes segmentos de la sociedad, la imagen salvadora de políticos antisistema. En alguna medida, Trump, el Tea Party y la extrema derecha europea y latinoamericana (Bolsonaro, Milei, etc.) son el último resultado de la crisis de 2008 o, más precisamente, del rencor de las sociedades frente a un capitalismo financiero globalizado incapaz de atender a sus mínimas expectativas de seguridad económica. En esta tercera década crece entre los analistas del sistema financiero internacional el temor de una próxima crisis financiera de magnitud igual o superior a la de 2008[6].

3. En 2007-2008 se registra un primer salto en los precios de los alimentos, repetido en 2001, como corolario de sequías exacerbadas por la emergencia climática, especulación financiera sobre las commodities agropecuarias y la cartelización de los insumos agrícolas por megacorporaciones agroquímicas, aumento que generó las revueltas del hambre en más de 40 países y la llamada Primavera Árabe. La Figura 2 muestra estos dos saltos (2008 y 2011) en los precios de los alimentos.

Fig. 2: Índice de precios de alimentos de la FAO (FFPI) entre 1990 y 2013. 
Observación: el FFPI es una medida de variación mensual de los precios internacionales de una cesta de productos alimenticios.
Fig. 2: Índice de precios de alimentos de la FAO (FFPI) entre 1990 y 2013.
Observación: el FFPI es una medida de variación mensual de los precios internacionales de una cesta de productos alimenticios.

La proliferación de guerras en la segunda década

En parte como resultado de estos tres factores, a partir de 2011 estallan las guerras aún en curso en Siria, Libia (con la masacre de la población civil por siete mil incursiones de bombardeo de la OTAN en 2011), en Yemen (a partir de 2014) y en diversos países de África subsahariana. Según la FAO, tras décadas de progresos continuos en la disminución de la inseguridad alimentaria, esta tendencia se invierte después del 2014 con una mayor generalización del hambre, intensificada por gobiernos neoliberales y, más recientemente, por la pandemia, por la guerra de Ucrania y las demás guerras. A partir del tercer decenio, las guerras y los conflictos armados internos o entre dos o más estados nacionales se extendieron aún más por África, Asia y Europa. Algunos ejemplos son las guerras que surgen entre 2021 y 2023 en Myanmar, Ucrania, Sudán y Etiopía, como también el genocidio del pueblo palestino por el Estado de Israel con armas y apoyo de los EE. UU. y la Unión Europea y con la más completa indiferencia de los países árabes (2023-2024). Estas guerras y las crecientes tensiones entre Israel e Irán agregan aún más inestabilidad a la seguridad energética y alimentaria. El Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) contabilizó 56 Estados nacionales en conflicto armado en 2022, cinco más que en 2021[7]. El informe de 2024 del SIPRI registra gastos militares globales de más de 2,4 billones de dólares en 2023, un aumento de 6,8% en términos reales en relación a 2022 y el mayor aumento desde 2009. Los gastos en defensa de los EE. UU. ascienden a 0,916 billones de US$ en 2023 (0,778 billones en 2020) y los de los 31 países de la OTAN, a más de 1,3 billones (el 55% de los gastos militares mundiales). Y ya que las armas piden guerras, la Figura 3 muestra la extensión global de conflictos armados a partir del segundo decenio.

Figura 3 – Número de conflictos armados a escala global entre 1990 y 2022. Fuente: Joshua Keating, “It’s not your imagination. There has been more war lately”. Vox, 25/I/2024, basado en datos del Uppsala Conflict Data Program y del Peace Research Institute Oslo (2023).
Fig. 3: Número de conflictos armados a escala mundial entre 1990 y 2022. Fuente: Joshua Keating, “It’s not your imagination. There has been more war lately”. Vox, 25/01/2024, basado en datos del Uppsala Conflict Data Program y del Peace Research Institute Oslo (2023).

Conclusión

Guerras entre humanos y guerra contra la naturaleza son las dos caras interrelacionadas del desastre planetario en curso, con sus víctimas cada vez más numerosas. El Internal Displacement Monitoring Centre (IDMC), de Ginebra, contabiliza, solo en 2023, desplazamientos internos de 75,9 millones de personas en todo el mundo, lo que representa un nuevo récord mundial, siendo que, de ese total, 68,3 millones perdieron sus lugares de residencia a causa de guerras y conflictos armados y 7,7 millones por desastres, la mayoría causados o exacerbados por la emergencia climática y la deforestación. El número de desplazados internos creció 50% en los últimos 5 años[8]. Por su parte, el Global Report on Food Crises 2024 contabiliza 90,2 millones de personas desalojadas en 2023, siendo 64,3 millones desplazados internamente en 38 países o territorios y 26 millones de refugiados buscando refugio en otros países, un aumento ininterrumpido de víctimas desde 2013, como se muestra en la Figura 4.

Figura 4 – Desplazados (en millones) en 59 países/territorios, víctimas de crisis alimentarias entre 2013 y 2023. Fuente: Global Report on Food Crises 2024. Food Security Information Network.
Fig. 4: Desplazados (en millones) en 59 países/territorios, víctimas de crisis alimentarias entre 2013 y 2023. Fuente: Global Report on Food Crises 2024. Food Security Information Network.

El único denominador común a las guerras, al inmenso sufrimiento y a la destrucción ambiental imperante es el negacionismo, es decir, la incomprensión de que lo que está en juego, aquí y ahora, es nuestra sobrevivencia como sociedades organizadas al igual que la de gran parte de las especies (de las cuales, además, dependemos existencialmente). Dicho con otras palabras, las guerras y la energía gastada en acusaciones mutuas y en retóricas nacionalistas de confrontación posponen ad calendas graecas la aplicación de los acuerdos globales para detener la quema de combustibles fósiles y la destrucción de la biosfera por el agronegocio y por la minería. La brutalidad de las guerras y la estupidez de las ideologías nacionalistas ocultan trágicamente la percepción de lo esencial: la vertiginosa destrucción de las bases físico-químicas y biológicas planetarias que viabilizan cualquier proyecto social.

Es necesario reaccionar contra este engranaje que no tiene nada de inevitable. Es necesario rebelarse contra el negacionismo de los gobernantes y de las corporaciones. Es necesario afirmar que somos capaces, como sociedades, de poner punto final a la procrastinación política y a este estado de guerra permanente. Esta revuelta es una apuesta por una alianza renovada entre principios heredados de la historia y la imaginación de un planeta futuro habitable para los jóvenes de hoy y las generaciones venideras. Esta alianza se puede expresar en cinco puntos programáticos:

1. La democracia, entendida como soberanía popular participativa y como control efectivo de los gobernantes por los gobernados, tiene el poder de vencer las oligarquías, sean estas ejercidas por regímenes dictatoriales o por los engranajes corporativos y financieros. La política y la democracia son la única negación válida y posible de la injusticia, de la anomia y de la guerra.

2. Las sociedades tienen la facultad de comprender sus propios desafíos, por más complejos que sean, y esta comprensión es un paso fundamental en el proceso de su enfrentamiento. Decisiones colectivas racionales pueden prevalecer sobre las pulsiones agresivas de nuestra especie.

3. La cuestión social y la cuestión ecológica son indisociables. En el siglo XXI, se convierten en una sola cuestión, aunque poco asimilada por sectores hegemónicos de las izquierdas. En otras palabras, todo problema social solo puede ser considerado resuelto si redunda en la disminución del impacto antrópico sobre el sistema Tierra y si redunda también en la disminución de las desigualdades entre los humanos y entre estos y las demás especies.

4. Resolver problemas de la magnitud de los que hoy enfrentamos supone abandonar gradualismos y aceptar el desafío de emprender una mutación civilizatoria, la cual requiere rupturas institucionales, con sus altos e inevitables riesgos, dada la naturaleza inherentemente conflictiva del proceso histórico. Estas rupturas, sin embargo, solo serán posibles y efectivas si son políticas, es decir, sin intervención de militares, sector primitivo y parasitario (2,4 billones de US$ en 2023, recordemos) de la sociedad que puede y debe, finalmente, extinguirse en el curso de esta mutación civilizatoria.

5. Los que consideran esta mutación civilizatoria irrealista deben entender que no intentar realizarla es aún más irrealista, ya que la trayectoria actual, con sus cambios cosméticos y paso de tortuga, nos condena ciertamente a un planeta inhabitable en el horizonte de las próximas décadas.

Notas:

[1Cf. Chi Xu et al., “Future of the Human Climate Niche”, PNAS, 117, 21, p. 11350-5, 26/05/2020.

[2Cf. K. von Clausewitz, De la guerre [1832], D. Naville (trad.), París, 1955, p. 67.

[3Cf. Michel Foucault, “Il faut défendre la société”, curso en el Collège de France, 1975-1976, París, 1997, pp. 15-16, citado por Audrey Hérisson, “Clausewitz versus Foucault: regards croisés sur la guerre”, Cahiers de philosophie de l’Université de Caens, 55, 2018, pp. 143-162: “Le pouvoir, c’est la guerre, c’est la guerre continuée par d’autres moyens. Et à ce moment-là, on retournerait la proposition de Clausewitz et on dirait que la politique, c’est la guerre continuée par d’autres moyens”.

[4Cf. AIE, World Energy Outlook, 2010, p. 48.

[5Cf. Victoria Finkle, “The crisis isn’t over”, American Banker, 2018.

[6Cf. A. Leparmentier, “Aux États-Unis, les nuages d’une crise financière s’amoncellent à l’horizon”, Le Monde, 01/06/2024.

[7Cf. Stockholm International Peace Research Institute, SIPRI Yearbook 2023. Armaments, Disarmament and International Security, SIPRI, 2023.

[8Cf. “Conflicts drive new record of 75.9 million people living in internal displacement”, IDMC, 14/05/2024.

Luiz Marques. Profesor de docencia libre y colaborador del Departamento de Historia del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas (IFCH) de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). Ha publicado Capitalismo e colapso ambiental (Unicamp, 2015; publicado en inglés por Springer, 2020), y O decênio decisivo (Elefante, 2023).

(Publicado originalmente en portugués en Outras palavras el 07/06/2024. Traducido con autorización del autor por Daniel Ruilova, y revisado por Manuel Casal Lodeiro.)

Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2025/06/30/desastre-planetario-negacionismo-y-revuelta/