El capitalismo con su crecimiento, que de forma ilusoria pretende ser ilimitado, se caracteriza básicamente por ser una religión fundamentalista que adora la acumulación de riqueza en pocas manos, y lo consigue a base de activar cada vez más la aceleración del consumismo de mercancías materiales.
Resulta ser una adoración obsesiva que pone al mundo de los objetos materiales mercantilizados e inanimados muy por encima de los seres vivos animados, de los suelos vivos, de las plantas, de los animales y de las personas. Creo que hay que ser holístico, si se cae en alguna religión (“¡Dios nos libre!”) que esta sea panteísta.
Pero enamorarte de los objetos no es querer muchos a la vez o muchos sustituidos por otros constantemente, sino querer uno solo y no desear más. Es decir, amar por igual a las cosas animadas que a las inanimadas, pero teniendo conciencia de que amar es lo contrario de acumular. De que amar es un signo de calidad no de cantidad. Amar es querer, querer el bien y la libertad de lo amado y no quererlo como posesión.
Como decía, vivimos en una sociedad en la se sobrevaloran los objetos materiales inanimados por encima de las personas. Y es que los objetos se supervaloran, se desean, se usan, pero nunca se llega a amarlos, sólo se “liga” efímeramente con ellos y acto seguido se asesinan, se desechan. Los objetos que queremos consumir son cada vez más mercancías con rápida obsolescencia, o, dicho de otra manera, más de usar y tirar.
El grave problema radica en que deseamos los objetos pero nunca llegamos a enamorarnos de ellos, constantemente y enseguida nos aburren, se nos hace insoportable su presencia. Los sentimos como repentinamente envejecidos. Somos completamente incapaces de enamorarnos de los objetos materiales e inanimados. Es algo parecido a lo que nos sucede en los actos sexuales de superficial ligue, que son actos que están completamente vacíos del menor vestigio de cariño. Es como si el cariño hubiera muerto, lo hubieran asesinado.
Pero enamorarse, amar a los objetos materiales inanimados sería muy bueno y ecológico.
Pongamos sólo un ejemplo: enamorarse, amar a una prenda de vestir, tal vez un jersey. Si de verdad estás enamorado de él, no querrás usar ni comprar otro en tu vida o al menos en muchísimo tiempo y si el jersey comienza a estar raído e incluso roto, aunque empiece a envejecer, si le amas te compadecerás de su vejez y procurarás incluso mantenerlo y atenderlo. Le curarás sus heridas, con coderas, y si es preciso, con cualquier tipo de parches. El máximo honor de cada persona debería ser el de lucir prendas veteranas con solera, porque será un reflejo de la capacidad de amor personal hacia los objetos inanimados. Además, amar a los objetos materiales implicará automáticamente consumir muchísimo menos que es lo contario de acumular o de usar y tirar.
Y este tipo de amor, no efímero, es ecológicamente importante porque es una forma automática de erradicar el consumismo desolador, que es aniquilador del cariño y de la vida en el planeta Tierra. Pero mucho cuidado, enamorarse de los objetos no es sinónimo de caer en el síndrome o la manía de acumulación, eso no es amor, es justo lo contrario, es obsesión por acumular, o la actitud gregaria y desidiosa de usar y tirar.
En resumen, amar, enamorase de los objetos materiales inanimados es bueno. Y es algo que nunca debe confundirse con la obsesión de acumular muchos objetos o con la manía de aburrirse instantáneamente de ellos, Confundir el amor a los objetos con la manía consumista de usar y tirar, que nos introduce en el cerebro el poderoso marketing y obsolescencia programada percibida, esto resulta ser una fuente de profundo desamor. Pero es que este sistema de libre mercado y de libre elección, que es en sí es el neoliberalismo global con su crecimiento económico oligárquico e “ilimitado”, para no hundirse necesita vender necesidades y para crecer aceleradamente, como ya se está planteando, le es indispensable vender pseudonecesidades.
Precisa vender y vender, aunque, cuanto más venda, más se acelerará el agotamiento de recursos no renovables y más se acelerará el calentamiento global, hasta llegar al extremo de una no supervivencia irreversible. Toda esta actividad laboriosa mantenida de forma obsesiva y exclusiva se impulsa de forma exclusiva en una ciega actitud cortoplacista de la rentabilidad inmediata sin sopesar ni por un instante los efectos apocalípticos que tiene esta sagrada obsesión. Se trata de la maquinaria imparable del cosumismo-prductivismo que todo lo esquilma, contamina y colapsa.
Julio García Camarero es doctor en Geografía por la Universidad de Valencia, ingeniero técnico forestal por la Universidad Politécnica de Madrid, exfuncionario del Departamento de Ecología del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias y miembro fundador de la primera asociación ecologista de Valencia, AVIAT
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