Talentoso diplomático con sólida formación en historia y economía, Iván Maiski se convirtió en los años 30 y 40 en pieza fundamental de la política exterior de la URSS desde su puesto de embajador en Londres.
Su intermediación en la Segunda Guerra Mundial resultó decisiva frecuentemente, como se pone de manifiesto en sus minuciosos Diarios, que no pudieron ver la luz durante su vida y fueron publicados en su idioma original por Naúca en 2005 y en versión inglesa por la universidad de Yale en 2015. Hay una edición española, que traduce la inglesa resumida de 2016, de RBA en 2017.

Durante la Guerra Civil Española, Maiski fue uno de los miembros más destacados del infausto Comité de No Intervención establecido en la capital británica, y en él desplegó todas sus cualidades para ayudar al gobierno de la Segunda República. Sus Cuadernos españoles, cuyos aspectos esenciales voy a tratar de sintetizar en este texto, aportan un testimonio fiel y revelador sobre el funcionamiento del tristemente famoso Comité, y nos descubren los ardides de las potencias mundiales para estrangular el proceso revolucionario desencadenado en suelo hispano. El original ruso de este libro fue publicado por Voenizdat en Moscú en 1962, y allí mismo apareció poco después la versión castellana de editorial Progreso (trad. de Isidro R. Mendieta).
El hombre de Stalin en Londres
Nacido en 1884 cerca de Nizhni Nóvgorod en la familia de un médico militar judío y una maestra, Iván Mijáilovich Maiski estudió letras e historia en la universidad de San Petersburgo. Sus actividades revolucionarias con los mencheviques durante las jornadas de 1905 lo llevaron al exilio en Múnich, donde se graduó en economía, y después a Londres. En 1917 regresó a su país y prestó su colaboración al gobierno de Kérenski. Opuesto en un principio a la Revolución de Octubre, terminó uniéndose a los bolcheviques y en 1924 fue nombrado editor jefe de Zviezdá, una influyente revista literaria. El año siguiente comenzó su carrera diplomática, prestando servicios sucesivamente en Londres, Tokio, Helsinki y de nuevo en la capital británica, en la que fungió como embajador entre 1932 y 1943.
A Maiski le tocó liderar espinosas misiones relacionadas con la guerra de España, y lidiar después con las secuelas del pacto Mólotov-Ribbentrop y su posterior “cancelación”, pero tratar asiduamente a los principales políticos del momento, de Halifax a Eden o Churchill, le dejaba tiempo para cultivar la amistad de Wells, Shaw o Keynes. Sus Diarios nos revelan aspectos mal conocidos de la historia, como la postura de Churchill ante la invasión soviética de Finlandia, los países bálticos y el este de Polonia en 1939, resumida en una frase sorprendente que se pone en sus labios: “Rusia tiene todas las razones para ser la potencia dominante en los países bálticos y debería serlo. Mejor Rusia que Alemania. Eso favorece los intereses británicos”.
Cuando Mólotov sustituyó a Maksim Litvínov, viejo amigo de Iván Mijáilovich, en el ministerio de Exteriores soviético en 1939, la situación de éste fue volviéndose cada vez más inestable y en 1943 fue llamado a Moscú, donde su estrella fue declinando hasta su detención en 1953. El proceso que se le abrió por espionaje no tuvo consecuencias fatales, por el fallecimiento de Stalin a las pocas semanas del arresto, pero Maiski no fue liberado hasta 1955. Vivió todavía veinte años más, con tiempo para redactar sus memorias y otros textos, entre ellos sus Cuadernos españoles. En toda esta época, se mantuvo alejado de cualquier tipo de disidencia, aunque en 1966 fue uno de los firmantes de la “Carta de los 25” en la que escritores, científicos y figuras culturales soviéticas expresaban a Leonid Brézhnev su oposición a una posible rehabilitación de Stalin.
Primeros pasos del Comité de No Intervención
Los Cuadernos españoles comienzan narrando una visita que el 11 de julio de 1936 le hacen al autor en la embajada soviética en Londres, Julio Álvarez del Vayo y Francisco Largo Caballero. En la larga conversación que mantienen, Maiski recoge detalles que le parecen muy preocupantes, como la situación en un ejército que los gobernantes republicanos no han sido capaces de depurar. Así se lo transmite a sus visitantes, pero su pesimismo contrasta con la euforia de del Vayo. Esto hace reflexionar al embajador soviético sobre cómo “los lentes con cristales rosados, incluso de los mejores socialistas europeos, se pagan frecuentemente con la sangre y los sufrimientos de las masas populares.”
Cuando a los pocos días llegan de España noticias de la sublevación, Maiski lamenta haber acertado en su pronóstico. La embajada cierra por el período estival y él se toma vacaciones, visitando Sochi y el Cáucaso. Cuando regresa a Moscú en octubre se le urge a trasladarse sin demora a Londres, donde en septiembre se ha creado un Comité de No Intervención para velar por el cumplimiento del Acuerdo de No Intervención firmado en agosto por veintisiete Estados europeos. A través de él, éstos decidieron “abstenerse rigurosamente de toda injerencia, directa o indirecta, en los asuntos internos de ese país” y prohibir “la exportación… reexportación y el tránsito a España, posesiones españolas o zona española de Marruecos, de toda clase de armas, municiones y material de guerra”. En el Kremlin, al embajador se le encomienda la misión de luchar contra la hipocresía que se esconde tras estas declaraciones, y asumir una táctica “de ofensiva, ya que la defensiva sólo podría acarrear fracasos.”
En Londres, Maiski ve que ha de enfrentarse a un escenario “en extremo repugnante e incluso amenazador”. Se le informa de que toda la idea de la “No Intervención” ha surgido en el Foreing Office británico, aunque luego logró amplio apoyo en Europa y los EEUU. La adhesión de la Unión Soviética al acuerdo estuvo motivada en un principio por la intención de evitar injerencias externas en la lucha fratricida de España, pero cuando se pudo comprobar que todo era una “farsa indignante”, se decidió no obstante no abandonarlo, para vigilar los movimientos de las potencias occidentales y tratar de contrarrestar sus intentos de perjudicar al bando republicano. Se consiguió también con esta permanencia combatir el secretismo dominante, enviando extensos y fieles comunicados a la prensa que recogían la realidad de las deliberaciones y provocaban indignación en muchos lectores, a la vez que protestas de otros participantes en las reuniones.
El Comité contaba con veintisiete miembros, y pronto funcionó además un Subcomité de nueve, aún más secretista, que pasó a realizar la mayor parte del trabajo. En las reuniones de ambos, Maiski denuncia sistemáticamente las infracciones del Acuerdo de No Intervención por parte de Italia, Alemania y Portugal, y amenaza con retirar del mismo a la delegación soviética si éstas siguen produciéndose. Las noticias sobre la ayuda que recibían los sublevados del exterior causan una conmoción entre los obreros ingleses, que es neutralizada por los dirigentes del Partido Laborista. Los detalles de las deliberaciones de todos estos asuntos muestran una connivencia entre Alemania y Gran Bretaña, cuyo representante, Lord Plymouth, presidía las reuniones. Los delegados de otros países, como Suecia, Noruega, Checoslovaquia o Grecia, protestaban en voz baja de la desfachatez de las potencias fascistas, pero sin que la cosa llegara a mayores.
Como es lógico, los acusados de intervenir en España replicaron denunciando a la Unión Soviética por facilitar armas y combatientes a los republicanos. A esto la legación soviética contestó que, vista la inoperancia del Comité, la URSS no estaba dispuesta a dejarse atar las manos mientras Italia y Alemania se volcaban en ayudar a los golpistas. Maiski incorpora en sus Cuadernos españoles bien perfilados retratos de los miembros del Subcomité, diplomáticos en muchos casos con títulos nobiliarios, y demasiado proclives a contemporizar con los delegados fascistas: el astuto Grandi y el brutal y obtuso Ribbentrop, pronto apodado Brikkendrop (‘lanzador de ladrillos’).
Sólo en marzo de 1937, coincidiendo con el comienzo de la batalla de Guadalajara, se logró materializar las propuestas de prohibir el envío a España de “voluntarios” y establecer un control de fronteras para evitar la entrada de armamento en el país. Sin embargo, el desastroso desenlace de los combates para los italianos hizo que las potencias fascistas boicotearan los acuerdos firmados. En mayo se consiguió que se iniciara una aplicación efectiva de éstos, pero Alemania e Italia tenían claro que debían incrementar su ayuda a los sublevados y es por ello que justo entonces decidieron patear el tablero.
El asunto del Bismarck y el ocaso del Comité
El 29 de mayo la aviación republicana bombardeó el acorazado alemán Bismarck, anclado en el puerto de Palma. Los alemanes, aparte de realizar en represalia un salvaje cañoneo sobre Almería, encontraron en este hecho la disculpa perfecta para abandonar el Comité. Éste estaba herido de muerte y la postura soviética fue aprovechar para hacerlo desaparecer al tiempo que se denunciaba la cruel farsa que significaba, pero Italia y Alemania decidieron volver a sentarse a la mesa el 18 de junio, después de que se les ofrecieran garantías. Los acuerdos no conseguían despegar y el 9 de julio el Comité optó por elaborar un nuevo plan de control que trataba de satisfacer a Alemania e Italia, suprimiendo la vigilancia marítima, cerrando la frontera franco-española, concediendo beligerancia al bando de Franco y reduciendo el retiro de “voluntarios” a la vaga fórmula de un “progreso sustancial en la retirada de combatientes extranjeros”. Sin embargo, las conversaciones de este segundo plan encallaron también, mientras en el verano los fascistas multiplicaban sus actos de piratería en el Mediterráneo para obstaculizar el abastecimiento de la república. A esto puso solución la conferencia de Nyon en septiembre de 1937, en la que se acordó que las armadas británica y francesa patrullaran para evitar este tipo de incidentes, objetivo que se logró en gran parte.
En 1938, la política de Londres de “apaciguamiento” con Hitler provocó un interés por que la guerra de España concluyera lo antes posible, con lo que las actividades del Comité se ralentizaron. De todas formas, en julio se consiguió la aprobación del segundo plan, que fue enviado al gobierno republicano y a Franco para que expusieran su opinión. El boicot de este último a los acuerdos tomados, sugerido y asesorado desde Roma y Berlín, impidió avances significativos, pero Negrín decidió, como acto de buena voluntad y unilateralmente, retirar las Brigadas Internacionales en septiembre. En respuesta, Franco repatrió sólo una mínima parte de los efectivos nazifascistas con que contaba, fullería ante la que los “apaciguadores” cerraron los ojos. Así dejó de funcionar el Comité de No Intervención.
Un testimonio revelador
Maiski era un hombre con una memoria extraordinaria, capaz de transcribir literalmente una conversación de varias horas al final de ésta. Las escenas que detalla reflejan además su astucia en la esgrima dialéctica y una rara facultad de prever los planes de sus contrincantes y actuar en consecuencia. Su participación en el Comité de No Intervención, expuesta en los Cuadernos españoles, deja constancia de todas estas cualidades, que vemos enfrentadas a la belicosidad de las potencias fascistas y a la hipocresía de las oligarquías que dominaban Europa, atentas sólo a sus intereses económicos y empeñadas en apaciguar al monstruo que ellas mismas habían creado.
El relato de Iván Maiski sobre el desarrollo de la guerra española repite todos los clichés de la historiografía estalinista, pero los datos minuciosos que aporta sobre las deliberaciones y entresijos del Comité de No Intervención tienen un valor enorme. A través de estas páginas conocemos la triste realidad de un organismo cuyo fin último no era otro que estrangular con buenos modales diplomáticos a la república española. Julio Álvarez del Vayo en su libro La batalla por la libertad definió lo ocurrido en una frase memorable: “Ha sido un brillante modelo del arte de servir en bandeja la víctima de la agresión a los Estados agresores, observando las refinadas maneras del gentleman y dando la sensación, al mismo tiempo, de que el único fin que se persigue al proceder así es preservar la paz.” Iván Maiski revela los detalles del oprobio en sus Cuadernos españoles.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.
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