La investigadora y exreclusa Consuelo García del Cid dedica su vida a narrar en charlas lo que fue la red de Patronatos instalada por la dictadura. «Funcionaban como un campo de concentración de mujeres, solo que rollo religioso de por medio», dice en una entrevista con GARA.
Parece una historia de película de terror. En 1941, la dictadura franquista reinstaló los Patronatos de Protección a la Mujer, una red de instituciones represivas para mujeres mayores de 16 años que eran consideradas peligrosas para la moral falangista. Cuando tenía 15 años, la barcelonesa Consuelo García del Cid fue drogada por el médico de familia, a petición de su madre, y llevada a Madrid para ser encerrada durante tres años. En 2012, desde Austria, decidió volcar su vida a la investigación y divulgación de esos Patronatos.

«Estoy dando vueltas a España», comenta con una sonrisa. Estas semanas que circundan el aniversario de la muerte de Franco está siendo protagonista de muchos coloquios en los que cuenta su historia y la de sus compañeras, a las que juró que no descansará hasta que haya una justa memoria. Su historia es la de miles de mujeres víctimas (la suya en particular es inspiración para una película que se estrenará en 2027), aunque no todas han podido contarla.
Días de gira ofreciendo su relato e informando de su investigación que, supongo, vivirá con especial intensidad por el aniversario de la muerte del dictador.
Sí. Llevo desde 2012, cuando publico mi primer ensayo político. Hasta ese momento nadie había escuchado hablar del Patronato, no porque estuviera oculto, es que ni siquiera se habían molestado en ocultarlo. No imaginaban que iba a salir una exinterna a intentar contarlo todo desde Salzburgo.
A partir de ahí he continuado. Empezaron a salir más supervivientes y somos ya bastantes. Hemos conseguido que la Confederación Española de Religiosos, que engloba a 500 congregaciones, nos pidiera perdón en 2024, y eso tampoco salió de la nada. Y en febrero del año que viene nos van a reconocer como víctimas del franquismo en un acto del Gobierno de España. Ahora se empieza a conocer la verdad. Nosotras, cuando terminamos de dar las charlas, preguntamos al público que levante la mano quien había escuchado hablar del Patronato, y siempre son solo dos o tres.
Es increíble que algo que causó dolor durante más de 40 años sea tan desconocido.
¡Existió mucho más de 40 años! Se crea en 1902, desaparece con la Segunda República para volver reorganizado en 1941, lo preside Carmen Polo y tuvo el objetivo de «velar por la mujer caída o en riesgo de caer que quiera recuperar su dignidad»: es decir, fumar por la calle, llevar minifalda, perder la virginidad, ser pobre, que te violara tu padre o hermano, quedar embarazada estando soltera… Tenía figuras que se llamaban «guardianas de la moral» que iban a las llamadas zonas de conflicto y, a las que veían en «peligro moral», llamaban a la Policía y las llevaban al Centro de Observación y Clasificación, donde les hacían examen ginecológico y la que era virgen constaba como «incompleta».
¿Estuvo en varios Patronatos o en uno solo?
Yo estuve en dos considerados menos severos que eran de lo peor y en uno «severo» que estaba mejor. Estuve fundamentalmente en las Adoratrices de calle Padre Damián 52, ayudé a escapar a unas chicas y me castigaron y llevaron a uno de Ávila, donde estuve muy mal y bajé de peso, me quedé en 35 kilos. Pensé que con la muerte de Franco nos iban a liberar pero, cuando vi que eso no sucedía, me escapé. No podía sobrevivir en la calle y me quedé con una tía mía en Madrid, pero mi familia estaba preparando para mí un nuevo ingreso. Así que terminé a mis 17 años en el Buen Pastor de Barcelona, que decían que era lo peor del mundo y, en comparación con lo anterior, era diferente. Allí estábamos las fugadas de toda España, el perfil era más rebelde y las monjas tenían otra táctica, nos permitían fumar y tenían reglas más relajadas. Nos pagaban 200 pesetas por el trabajo; era explotación y poco dinero, pero en Adoratrices no pagaban nada. Al menos podíamos comprar champú y desodorante.
¿Y cómo logra salir de allí?
Gracias a un sacerdote que me ayudó. Soy atea pero le debo mi libertad a un sacerdote, Agustín Viñas. Mi madre cuando me visitaba se quejaba de la «gentuza» con la que yo hablaba, se quedó horrorizada cuando supo que una gitana me enseñaba a hablar en caló. Y entonces pidió permiso para sacarme una semana y enviarme a unos cursillos de cristiandad que denominaban «el Opus con alpargatas». Allí había cuatro curas progres para la época y les conté todo, todo. No lo podían creer. Viñas era de una familia de la alta burguesía catalana y en una semana me ayudó a salir. Le dijo a mi madre que me había destrozado.
Cuando me encierran por primera vez, lloré de una manera que nunca volví a llorar en mi vida, no podía respirar y se me paraba el corazón. Ahí se me rompió una parte de mí que no volvió a repararse nunca… Si algo bueno te puedo decir del paso por los Patronatos es que me hice fuerte; conviví con compañeras maravillosas, todas con historias espantosas; me llevé maravillosamente con todas; se me abrió la diversidad, un mundo que mi madre siempre intentó ocultarme…
¿Pudo rehacer su vida luego de ese calvario?
Yo no reconstruí. Mi alma estaba rota, terminé en manos de un maltratador, tuve dos hijos y me tuve que buscar la vida. Estuve muchos años con él y luego me volví a casa y volví a repetir el patrón con otro maltratador psicológico. Pero es algo característico de las que estuvimos en el Patronato, pasas de un maltrato a otro. Llevamos escrito en la frente un cartel invisible que dice «soy vulnerable, ya vengo maltratada». El Patronato rompió muchas almas.
Pero bueno, he podido tener dos hijos y hemos convertido nuestro dolor en lucha, ya hemos llorado tanto que por esto no vamos a llorar más. Ahora nos dedicamos a hacer memoria y verdad; he trabajado como una bestia, al menos es en algo que elijo. No quiero el título de víctima, soy una superviviente, y he abierto un agujero negro de la memoria que no había hecho nadie.
Al margen de su caso particular, con respecto al proceso histórico: ¿el Patronato era un campo de concentración para menores?
Sí, sí, funcionaba como campo de concentración de mujeres, solo que rollo religioso de por medio. Contra los hombres no había Patronato, querían esposas sumisas, para hombres había orfanatos pero Patronato, no. A ellos no los detenían por besar a una mujer en la calle o embarazar a una mujer y dejarla tirada.
Si nacías en un pueblo perdido que no tienes luz ni madre y tu padre te pega, si te llevan a un lugar así, te va a parecer bien, y las que venían de los orfanatos también lo preferían. En las internas estaban reflejadas las dos Españas: las chivatas, dispuestas a arruinar la vida a otra compañera con tal de tener una posición mejor, y las otras, las llamadas clandestinas.
Se me ha quedado en la mente lo que dijo al comenzar: que nadie conocía la existencia de los Patronatos, habiendo decenas. ¿Cómo fue cuando todo esto irrumpe en los medios?
Tras contarlo en Antena3, en “Espejo Público”, porque me llevó una productora que conoció mi historia, me vienen a buscar cuando estaba saliendo del plató y me piden ir al telediario. Al día siguiente empezaron a llegarme amenazas por mail y teléfono, yo dormía en casas de diferentes amigas todas las noches. Eran voces de hombres diciéndome «roja de mierda» y «cállate puta», llamadas ocultas.
Lo que más me asustó fue cuando iba a Telecinco. Todavía vivía en Salzburgo, y hacía escala en Berlín antes de llegar a Madrid. En ese aeropuerto se me acercan dos hombres perfectamente vestidos, me hablan en castellano y piden hablar conmigo. Les pregunto quiénes son y no querían identificarse. Ahí sí que me cagué. También tenía una pequeña editorial y entró gente por la noche y la destrozaron. Esto duró unos 20 días, luego desistieron. He pensado a veces que serían del CNI, pero creo que era gente de ultraderecha, sin más.
Tengo entendido que usted recibió mucha información en una ocasión de una fuente anónima.
Sí, un hombre una vez en un descampado en Madrid me entregó un pendrive… y fue la bomba. Era información de expedientes de internas, muchísimos. Pero le juré que nunca iba a contar quién era ni lo que me dijo, así que no quiero hablar de eso.
¿Cómo se siente ahora, viendo todo lo ocurrido?
Lo que nos tocó vivir nos acompañará de por vida. Esto no se borra ni se olvida. Tengo diagnóstico de estrés postraumático… Es algo que no se puede perdonar ni olvidar. Lo que estamos haciendo es divulgarlo para que no se repita, tiene que haber memoria. Esto no se va a sanar, no estamos mal de la cabeza sino mal del corazón. Pero somos más fuertes que la mayoría porque nos tocó tener que serlo, aunque tengo muchas compañeras que se suicidaron.


