El historiador Nicolás Sesma (Vitoria, 1977) es el autor de uno de los libros de cabecera sobre la dictadura de Francisco Franco. Un año y medio antes de este 20 de noviembre en que se cumplen 50 años de la muerte del dictador, publicó Ni una, ni grande, ni libre: la dictadura franquista, una obra rigurosa que sirve como contrapeso a los relatos revisionistas que proliferan. Este profesor de la Universidad de Grenoble, que se formó con Robert Paxton en Columbia, analiza en esta entrevista la sombra del franquismo en la España actual, así como la represión feroz y la dimensión colectiva de ese régimen que explican que perviviera durante cuatro décadas hasta el fallecimiento en la cama del dictador.
Cincuenta años después de la muerte de Franco, ¿cuál es la sombra del franquismo que perdura en la España actual?
Ningún país puede salir indemne de haber sufrido una dictadura durante tanto tiempo. Aquello que ha quedado más arraigado es la idea de una comunidad nacional en la que algunos piensan que pueden decidir quién está dentro y quién está fuera. Esto también se ve reflejado en una derecha que considera que le pertenece el Estado y a la que cualquier escenario distinto le parece una excentricidad o un paréntesis respecto a la normalidad. Además, el legado del franquismo se ve reflejado en la imposición de un determinado sentido común y de un relato sobre la ortodoxia nacional. Impera la voluntad de querer imponer una visión unívoca sobre la historia de España y todo aquello que no entra en ese tronco es considerado como una rareza o, en el peor de los casos, como una traición a la patria.
¿En materia económica el legado de la dictadura se sigue notando?
El escritorIsaac Rosa sostuvo que todos los problemas de la democracia actual son más imputables a la democracia que a la dictadura. Estoy bastante de acuerdo con ello. Y a menudo la dictadura se utiliza más como una excusa para justificar nuestra incapacidad en el presente. Dicho esto, es evidente que algo queda y la sombra del franquismo se nota en la visión del país sobre el desarrollo económico. Esta idea de un desarrollo muy cortoplacista, sin tener en cuenta los valores de innovación ni la búsqueda de un valor añadido. El modelo turístico es el símbolo más claro de esta influencia. Es decir, esta visión de la economía que acepta que se pueda arrasar un litoral virgen para construir un hotel. Todo eso viene del desarrollismo sin democracia ni transparencia de los sesenta.
En las conclusiones de su libro asegura que “el aparato del Estado democrático quedó impregnado durante largos años de la verticalidad y los valores autoritarios del autodenominado Movimiento Nacional”.
A pesar de que suele decirse que el Movimiento Nacional –partido de Franco– no era importante, sobrevivió cerca de tres años tras la muerte del dictador y no fue suprimido hasta abril de 1977. Además, hubo, en 1970, un decreto que asimilaba a los funcionarios del Movimiento Nacional con los de la administración pública. Todo ese personal con formación falangista se incorporó al Estado durante la Transición. Aunque solían ponerlos en puestos de menor rango, como los archivos o las bibliotecas, eso afectaba a las relaciones que los ciudadanos tenían con esas instancias. Fue hacia los noventa cuando ya hubo una administración democrática, más parecida a la que existe ahora.
A diferencia de los partidos afines en Francia o Alemania, el Partido Popular no ha condenado abiertamente los delitos del franquismo…
Creo que esto está más vinculado a sagas familiares que a partidos políticos. En una parte de los españoles, hay una dificultad evidente de condenar los actos de sus antepasados y eso se ve reforzado por la tradición clientelar que persiste en el país. En el caso de Francia, la irrupción de una derecha antifascista (el gaullismo) se vio favorecida por la experiencia de una ocupación extranjera. Y en el caso de Alemania, hubo un sentimiento de culpabilidad obvio tras haber provocado dos guerras mundiales.
Quizás lo más parecido a la derecha española sería el conservadurismo en Japón, que sigue sin reconocer los errores de la época imperial y donde resurge el culto a los líderes autoritarios de entonces. Respecto a España, creo que en los noventa hubo una toma de conciencia y hasta un cargo intermedio del PP renegaba del franquismo. Pero ahora, con el retorno de la extrema derecha, hay representantes de la derecha que coquetean con una reivindicación del franquismo.
Un aspecto significativo de la política española ha sido la celeridad con la que han irrumpido formaciones de extrema derecha. Ocurrió primero con Vox en 2019 y ahora sucede lo mismo con Aliança Catalana. ¿La sombra del franquismo favorece esta tendencia?
No creo que sea un factor clave. Durantemucho tiempo se habló de la excepción ibérica y se decía que en España y Portugal no había formaciones de extrema derecha porque sus sociedades habían aprendido las lecciones de las respectivas dictaduras. Ni eso era cierto entonces, ni ahora todo es culpa del franquismo. Tuve un profesor que decía que las corrientes ideológicas llegan a España con un poco de retraso, pero que cuando lo hacen, llegan de verdad. Quizá haya algo de eso en el peso creciente de la ultraderecha. Esto se suma también a un efecto pendular respecto a unas leyes progresistas muy avanzadas en materias de libertades civiles y a una preocupante brecha de género en el voto de las nuevas generaciones.
En Ni una, ni grande ni libre describe la dictadura de Franco como un fascismo asimétrico. ¿En qué se basa para hacer esta afirmación?
Lo hago a partir del esquema de Paxton, uno de los principales teóricos del fascismo. El historiador estadounidense plantea un modelo basado en el caso italiano y el alemán con el que describe los movimientos fascistas a partir de cinco etapas: creación, consolidación, conquista del poder, el ejercicio del poder y una radicalización final durante la Segunda Guerra Mundial que produce su colapso y la caída de esos regímenes. Ese esquema me parece válido en el caso de España, pero en otro orden.
La principal diferencia del franquismo se debe a que la radicalización se produjo en sus inicios durante la Guerra Civil. Y como el régimen no entró en la Segunda Guerra Mundial –Franco lo deseaba, pero Hitler no quiso–, eso evitó su colapso entonces. A pesar de ello, sí que hubo una radicalización de la dictadura durante su parte final con el estado de excepción en 1969, la pena de muerte a Salvador Puig i Antich y las últimas condenas a la pena capital en septiembre de 1975.
Un aspecto central en la dictadura fue la represión que hubo durante la Guerra Civil y en los años posteriores. ¿El miedo resultó un factor clave en la longevidad del régimen?
Los datos más fidedignos apuntan que hasta 130.000 personas fueron ejecutadas por el bando nacional durante la guerra y los años posteriores.Ni siquiera en los fascismos en Alemania e Italia hubo tal grado de represión en tiempos de paz. Eso dejó el miedo muy metido en el cuerpo en toda una generación. El régimen entendía la violencia de una manera completamente desproporcionada. A los estudiantes de la Universidad de Barcelona que cantaron el “Asturias, patria querida”, en solidaridad con las huelgas de mineros de 1962, los condenaron con penas de varios años de cárcel. Otro aviso para navegantes fue el asesinato del joven Enrique Ruano por la policía secreta. Y cuando al franquismo no le bastaba con su violencia institucional, reactivaba la irregular. Recurría a organizaciones de falangistas, veteranos de la División Azul u otros grupúsculos radicales para rapar a las mujeres de los mineros, asaltar librerías o apalizar a profesores universitarios en medio de una clase.
A pesar de ello, siempre hubo focos de resistencia…
La idea de una oposición antifranquista aletargada no se corresponde con la realidad. En cada década hubo focos de resistencia contra el régimen. Hubo los maquis, la huelga de los tranvías en Barcelona en 1951, las huelgas en Asturias y País Vasco… Por no hablar de la etapa final con Comisiones Obreras, las movilizaciones estudiantiles y las asociaciones de barrio que resultaron claves para poner en cuestión la continuidad de la dictadura.
Otro aspecto clave del régimen fue su dimensión colectiva. ¿Cómo contribuyó eso a que durara cerca de 40 años?
La dictadura fue muy hábil a la hora de generar cómplices por acción u omisión. Además del recuerdo de la Guerra Civil que favoreció que el régimen contara con el apoyo de determinados sectores conservadores (Iglesia, ejército…), también hubo un deseo en una parte amplia de la población de no responder por haberse beneficiado de ese sistema. Con la ley de Responsabilidades Políticas de 1939, se establecieron multas y expropiaciones contra los partidarios de la Segunda República, lo que comportó que mucha gente se beneficiara de ese sistema. Por ejemplo, un profesor de Santiago de Compostela obtenía una plaza en Madrid tras la purga de un docente republicano o un agricultor aumentaba sus propiedades al comprar por un precio irrisorio los terrenos expropiados a un vecino republicano.
El régimen contaba con apoyos en todos los territorios y en todas las clases sociales…
Hubo una gran capilaridad y ese sistema fomentó una solidaridad a prueba de bombas con la dictadura. Como sucede con muchos regímenes autoritarios, el de Franco dividió a la comunidad nacional entre los que se beneficiaban del sistema y los que se veían perjudicados. Eso provocó un daño moral al país, que refleja la maldad intrínseca de un modelo dictatorial. La gente sabía que disfrutaba de unos réditos a costa del sufrimiento de sus vecinos. Creo que eso fomentó que se instalara cierto cinismo en la sociedad.
Cuando escribió el libro, ¿lo hizo como una respuesta a los historiadores revisionistas que intentan legitimar a Franco a través de estudios sesgados?
No, porque no me quería condicionar, pero surgía de manera natural sobre todo al estudiar el desarrollismo. Cuando uno lee a los revisionistas, parece que entonces los tecnócratas irrumpieron como ovnis cuando en realidad estaban vinculados al régimen desde sus inicios. También parece que lograron que España fuera el único país que creció en los sesenta, cuando se trató de un contexto de crecimiento global en el mundo capitalista. El Plan de Estabilización de 1959 era básicamente una copia del libreto económico que recomendaban entonces el FMI y el Banco Mundial y que también aplicaron países como Argentina, Bolivia o Paraguay. Y ese plan funcionó muy bien en España, porque era un lugar idóneo para los inversores sin escrúpulos al no haber legislación laboral, ni derecho a la huelga ni a la sindicalización.
Esto pone en duda el tópico de que Franco propició la aparición de la clase media…
Desmonta el discurso de que irrumpió una clase media gracias a la prosperidad de la dictadura. La irrupción de esas categorías resultó un fenómeno global y muy sobrevenido para el régimen. Franco no creó a la clase media española, sino que lo primero que hizo fue masacrar a la clase media republicana, sobre todo en las zonas urbanas. En esos sectores se encontraba el núcleo duro de los votantes de Izquierda Republicana –el partido de Manuel Azaña– y Franco intentó masacrarlos porque daban una imagen respetable al bando republicano. Hubo muchísimos médicos e ingenieros entre los que se exiliaron y se perdieron unos cuantos premios Nobel. Duele pensar lo que podría haber sido España y al final terminó siendo.


