En la parte primera, vimos que la monarquía burguesa parlamentaria española del último cuarto del siglo XX presenta serios inconvenientes: institución antigua o pasada de moda; contraviene valores del nuevo Estado (hereditaria, con privilegios, nada feminista); ser heredera del franquismo; a los que se añadirán otros más indecorosos.
A pesar de ello, en 1975, luego con la Constitución de 1978, y si me apuran en 2014 (abdicación de Juan Carlos I), volverá a afirmarse como la forma política de la jefatura del Estado español. En lo que sigue intentamos responder por qué.
La importancia de la pregunta
La reflexión, la investigación, por la necesidad de esta monarquía, más allá de satisfacer la curiosidad histórica, tiene que ver con la acción política consciente.
Sin el conocimiento objetivo de la realidad social, incluyendo el propio conocimiento como sujeto transformador, el cambio social se antoja un ejercicio de azar humanamente costoso.
Además, explicarnos la monarquía juancarlina tiene un efecto ideológico desmitificador en el que nos detendremos al final.
Monarquía y Estado monárquico
El Estado español de mediados de los setenta necesita una figura que represente su unidad (funcional, de clases, territorial, ideológica, generacional, etc.) y permanencia, ese será el jefe del Estado.
Ahora bien, por qué este nuevo Estado adoptó la monarquía como forma de su jefatura del Estado, primero dictatorialmente (1975-1978) y luego constitucionalmente (1978-2014). Dos aspectos a resaltar: el primero, es la continuidad respecto del franquismo (legalidad) que tranquilizaba a sus élites; después, para las élites democráticas (muy diversas y faltas de alternativa) les bastó con una monarquía parlamentaria donde el peso del ejecutivo recaía en gobierno y parlamento. El rey tuvo la capacidad de mostrarse como impulsor de la modernización, estabilizador del proceso, y dispuesto a ceder poder.
La ideología monárquica, bien por convencimiento bien por conveniencia, se erige en un aspecto de la ideología del Estado.
Ahora bien, esto nos plantea la pregunta de por qué la sociedad española decide incluir en su diseño de Estado moderno (social, autonómico, …) el aspecto monárquico.
Estado monárquico y lucha de clases
O de otra manera, por qué el monarquismo (antes el caudillismo) se erige en ideología del pueblo. Más allá del esfuerzo educativo y mediático, importante para ver el cómo (no nos detenemos en ello).
La monarquía representa un nexo con el franquismo de modo que las élites franquistas (militares, altos funcionarios, jueces, iglesia prevaticana-II, sindicalismo vertical, directivos de organismos y empresas públicos, parte del empresariado privado) así como el pueblo franquista la toleran.
Enfrente, las fuerzas democráticas tienen ante sí la tarea de construir, sobre las bases de la sociedad franquista, un Estado y una sociedad moderna (capitalista, abierta), democrática (parlamentaria, libertades), “homologable a los países de nuestro entorno”. La política está dirimiendo derechos civiles, sociales, territoriales, entre otros. La forma monárquica vs republicana del Estado no es una prioridad Es más, dentro de las fuerzas democráticas tiene partidarios la monarquía, o al menos la consideran útil (socios exteriores, parte del capital nacional, iglesia reformista, izquierda parlamentaria…). No en vano, la propia monarquía se había prodigado obteniendo apoyos exteriores (americanos, potencias europeas, monarquías árabes, latinoamericanos) e interiores (apoyo a Suárez, auspicia reforma política, respalda elecciones 1977) para presentarse como una institución moderna y dispuesta a acoger la democracia y, sobre todo logró presentarse como una figura de equilibrio de mínimos, de mediación entre fracciones de clase, de consensos políticos y de cohesión social.
De modo que si la monarquía se envolvía en papel democrático podía ser aceptada incluso por los que se reclamaban republicanos. El resultado de la votación sobre la Constitución, el 6 de diciembre de 1978 con una participación (67%) fue aprobada (88%) la Constitución.
Ahora bien por qué el debate sobre la forma de la jefatura del Estado, o sea república vs monarquía, era subsidiario; o por qué los partidarios de la monarquía tienen la fuerza frente a los republicanos.
Lucha de clases y capital nacional
Las luchas laborales, por los derechos civiles, también las autonómicas, a lo que se añade la competencia (de ramas y territoriales) de las empresas capitalistas, en un marco de crisis económica de los años setenta (inflación, reorganización sectorial y territorial del capital), genera un marco desestabilizador importante. La clase capitalista y sus partidarios, franquistas o no, temen por sus intereses. Necesitan previsibilidad, paz social, horizontes inversores atractivos y hacer negocios con el exterior.
La clase obrera aprovecha la debilidad del capital (conflicto, huelgas), pero a falta de un proyecto rupturista con el modo de producción (no entramos en el porqué), está limitada en sus aspiraciones por el propio capital (el salario no puede quebrar la empresa, el cierre empresarial es el paro obrero): la clase obrera todavía es un apéndice del capital.
Como tal, se le exigirá sacrificios (pactos sociales). Los sindicatos, también la patronal, y los partidos obreros mayoritarios se integran en los mecanismos de concertación (Pactos de la Moncloa, 1977). La monarquía contribuyó a canalizar el conflicto social hacia los pactos.
Lejos de necesitar otro frente, el debate sobre la jefatura del Estado es saltado, la sociedad decide focalizarse en otras prioridades del capital nacional: estabilización, modernización, europeización, entre otros.
Capital nacional e inserción internacional
El capital español para desarrollarse y expandirse tenía la necesidad de integrarse plenamente en la circulación mundial del capital (ampliar y diversificar el comercio, acceso a financiación y mercados de capitales, atraer inversiones, insertarse en la división internacional del trabajo). Los avances franquistas (acuerdo de bases militares de 1953, el concordato con el Vaticano), a pesar del favorable contexto de la Guerra Fría (Operación Gladio), fueron muy limitados chocando con el requisito que la comunidad internacional (Mercado Común Europeo, OTAN, entre otros) imponía: la democratización del régimen político.
La crisis internacional de los setenta (encarecimiento del petróleo, inflación) agravará esta necesidad del capital nacional, a la vez que acelera los deseos de consolidar vínculos atlantistas y europeos, ante el temor de una desestabilización.
La monarquía, lejos de ser un obstáculo para la democratización, y mucho menos para el mantenimiento del modo de producción capitalista (propiedad privada, trabajo asalariado, mercado), colaboró ampliamente con la inserción del capital español en el mundial (compra de petróleo barato a regímenes árabes, estrecha lazos con mercado iberoamericano, fluidez en relaciones con estadounidenses, intermedió en la europeización, etcétera).
Síntesis
La corona, ni cayó del cielo ni tocó en una tómbola, fue una figura necesaria para el desarrollo del capital español.
La circulación mundial del capital, con su reparto geográfico de bloques en el marco de la crisis internacional de los setenta, demandó del capital español el compromiso con el bloque occidental (OTAN, CE) y el establecimiento de una serie de relaciones diplomáticas, comerciales y financieras. El desarrollo del capital nacional, en este contexto internacional, exigía un Estado moderno, parlamentario, democrático, cuya construcción tenía como principal e inmediata materia prima el Estado franquista. La “muerte en la cama” de Franco abrió la oportunidad. La forma en que se realiza esta determinación es la lucha de clases, que atravesó toda la sociedad incluyendo el propio Estado. Ante la urgencia por resolver el diseño del Estado, la democratización, pacificar el conflicto social, gestionar la discusión territorial, el debate sobre la forma política de la jefatura del Estado se decantó por la monarquía como opción de consenso más eficiente. El Estado monárquico es el representante político del capital total de la sociedad española. Y el rey, su jefe.
Conclusiones
Puede pensarse que la monarquía no está en la esencia del capitalismo. De hecho tanto Marx (El 18 Brumario de Luis Bonaparte) como Engels (Anti-Duhring) exponen que la república es la envoltura política más adecuada del poder burgués. La actualidad confirma su juicio, sin embargo una parte de los países capitalistas es monárquica. Es el caso de España.
En 2014, en plena crisis social, tras conocerse diversos escándalos (fortuna opaca, regularizaciones fiscales, cobro de comisiones, a los que añadir los sentimentales) el rey Juan Carlos I abdicaba en su hijo Felipe VI. La opinión sobre la monarquía no es buena (el CIS no la data); la monarquía tiene la necesidad de recuperar legitimidad; pero, aún es útil para el capital. La privilegiada protección estatal de que goza (cárcel para Hasél, exilio para Valtònyc, Código Penal, Ley mordaza, nada de indultos, …).
Las nuevas generaciones deben conocer la historia y explicarse la realidad, ambas integrantes de la caja de herramientas del sujeto transformador.
Nuestro planteo ha sido pensar esta especificidad de la monarquía burguesa parlamentaria española desde la Crítica de la Economía Política. Entendemos este ejercicio como una acción política, en el contexto de otras muchas investigaciones más acreditadas, profusas y necesarias. Un esfuerzo que nos muestra a esta monarquía como un producto social e histórico, que parte de la necesidad del capital bajo la forma de la lucha de clases, como hemos intentado mostrar. Con esto la descubrimos como una institución necesaria (para el capital) y no accesoria, un sujeto político y no una mera figura simbólica (reina, pero no gobierna), y lejos de su neutralidad como un representante de los intereses del capital. Concretando así lo que dice la estrofa de La Internacional: “Ni en dioses, reyes ni tribunos, está el supremo salvador. Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor.”
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


