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Porque cuando los muros se yerguen, la solidaridad humana entre los pueblos va al banquillo

A las cinco florecillas sentadas en el banquillo

Fuentes: Rebelión

Leyendo antes El Escarmiento y ahora El Botín, dos excelentes libros y ambos del escritor navarro Miguel Sánchez-Ostiz sobre el golpe militar del 36 y el franquismo, recordé aquel 10 de mayo del 2008 en Sartaguda, donde miles de hombres y mujeres vertimos y adobamos con laurel, tomillo, orégano y frutos del bosque aquel estofado […]

Leyendo antes El Escarmiento y ahora El Botín, dos excelentes libros y ambos del escritor navarro Miguel Sánchez-Ostiz sobre el golpe militar del 36 y el franquismo, recordé aquel 10 de mayo del 2008 en Sartaguda, donde miles de hombres y mujeres vertimos y adobamos con laurel, tomillo, orégano y frutos del bosque aquel estofado de carne brava, que una jauría salvaje navarra nos sirvió hace ahora 79 años. Aquel día llovió a las 7 de la mañana y a las 21 horas de la noche. Llovió durante todo el día, llovió en el camino, en la ofrenda y al regreso. Todo un día con el paraguas en la mano.

Más tarde, el 28 de abril del 2012 y también bajo paraguas y entre charcos, se inauguró en Larraga, otro pueblo navarro, el monolito de 47 agujeros de bala que recordará en el futuro Parque de la Memoria a los 47 vecinos de la localidad navarra que perdieron la vida por la baba soez y el tiro en la nuca de la represión franquista. Los vecinos y la gente clavaron con emoción y rabia en aquellos huecos de muerte un clavel de recuerdo y memoria. Porque, como dijo su alcalde Antonio Lamberto: «76 años después no hay nada que celebrar pero sí mucho que recordar».

No es verdad y además es mentira que el hombre sencillo de campo o ciudad, el campuzo o el urbanita, el obrero, el hombre de la calle, el hombre medio, el gris parduzco… sea bueno por naturaleza, porque sí, por cuna y nacimiento o por designio divino. La prueba es el paredón negro de Sartaguda o el monolito de 47 agujeros de Larraga, rúbrica con sangre del caciquismo y la imbecilidad humana. Tampoco el 10 de mayo del 2008 hubo una flor en la pieza de Saldías de Sarasate junto a la carretera para Hipólito Indart de Eguaras.

En un día negro del verano del 36 sonaron en la madrugada dos tiros secos en la ezponda derecha de la carretera de Irurzun a Pamplona a la altura del cruce de Sarasate. Al alba yacía yerto Hipólito Indart, y porque fue malenterrado en el trigal, primero los perros y luego el arado año tras año fue desenterrando los huesos de aquel hombre asesinado. Y esta escena de revuelta militar, de alzamiento, de «Dios, patria y rey» se repitió miles de veces en cunetas, simas, arbolados, entre matas, en acequias…, 3420 veces como queda escrito a buril con nombre y apellidos en el muro negro de Sartaguda o a taladro en el monolito de Larraga. Nunca en Sarasate hubo flores para Hipólito y sí cuchicheos y comentarios en la matanza del cerdo con el diario «El Pensamiento Navarro» sobre la mesa de mondongo. Aquella jauría rabiosa, fascista y malencarada navarra también estuvo compuesta de hombres sencillos, de campuzos, de obreros, villanos y ciudadanos de la capital. Fueron a luchar con la bendición del cura y el escapulario de la virgen del Carmen con su ¡detente bala!, gente ordinaria de misa de domingo y fiestas de guardar, de rosario casi a diario en las largas tardes de invierno; huevos de aldea.

El hombre se hace, se cultiva y se convierte con el tiempo en grano o mala hierba, en solidario o explotador, en tirano o compañero generoso, en verdugo o amigo de sentimientos nobles. Es la persona quien pone rumbo a su vida, y da finalidad y contenido a sus actos. Son muchos los hombres sencillos y grises que golpean y asesinan a sus mujeres, que aterrorizan a hijos y a animales; gentes de la calle que son cardo y nunca flor. También en Navarra obreros asesinaron a obreros y mujeres escupieron y hurgaron en heridas de mujer. En Sartaguda y en Larraga, tras un silencio espeso de años, vi llorar a gente en la lluvia y clavar flores en el barro y en el recuerdo. Estamos hartos de toda esa retahíla frailuna, de los tópicos conocidos sobre la necesidad de Dios y la panacea de la fe para curar nuestros males como si el fin y el objetivo lo pusiera Dios.

A inicios de aquel mayo de 2008 nos recordaba Pablo Antoñana, en su excelente artículo «Sartaguda», al cura subido a una silla en la esquina de la Plaza del Castillo dando licencia para matar, como en el Oeste americano: «a partir de este momento queda abolido el quinto mandamiento». Otro párroco, desde el balcón del Ayuntamiento, invitaba a los fervorosos, a sus oyentes: «como escrito está en los Evangelios hay que separar la manzana podrida de la sana». Amar al hombre que no cree en Cristo es un signo contra Cristo, es amar al enemigo de Cristo. La fe anula los lazos naturales de la humanidad. Y aquellos borregos navarros, que llevaban años sin pensar por sí mismos, alimentados con el Pensamiento Navarro, los sermones de los curas y la avaricia y deseos de fascistas creyeron oír a Dios olvidando que estaban obligados a pensar por su cuenta si no querían convertirse en atajo de imbéciles alienados y en instrumentos del fascismo, de la rabia y la rapiña, en verdugos, que es lo que fueron. «No creo que haya otra fe en la que se hable tanto de amor al ser humano, y en la que se sienta y practique tampoco este amor fraterno. Una caridad pasada por la mediación del amor a Dios se hace necesariamente sospechosa». Lo dijo hace años el sabio bávaro Feuerbach y, a menudo, nos recuerda Gonzalo Puente Ojea en sus libros: «la vida, que es siempre mi vida, o la vida de alguien, tiene el sentido que cada uno decida darle, sin necesidad de la menor referencia a instancia transcendente alguna». Tenemos que palparnos más los bolsillos, chequear nuestra vida, sacudirnos la modorra y pensar en qué hacemos en vez de mirar al cielo y esperar a que la solución nos venga de otra parte, como aquel famoso argumento empleado ya en el teatro griego ante un conflicto en callejón sin salida, aquel deus ex machina, aquel echar mano, aquel recurso iluso del milagro y la trampa.

Existe otra gente, mucha gente, generosa, solidaria, humana, cercana, sin fronteras en su vida y en su alama, como esos cinco militantes de Askapena: Aritz Gamboa, Walter Wendelin, Gabi Basañez, Unai Vazquez y David Soto, que estos días son juzgados en la Audiencia Nacional española por el grave delito de solidaridad humana y de hermanamiento entre pueblos, para vergüenza de gobiernos que cierran fronteras, levantan muros y alambradas poniendo trabas y muerte a gente fugitiva y hambrienta. Un beso y un abrazo de admiración y envidia por estos cinco bravos solidarios de Askapena y un escupitajo a jueces fiscales y gobiernos verdugos.

El silencio espeso de recuerdo, que se alza anclado en el prado de la memoria en Sartaguda y en Larraga, es una invitación a los vivos a despojarse de dioses y a tomar las riendas de nuestra vida, porque el mito del hombre sencillo, bueno por naturaleza, del hombre de la calle, del gris parduzco es un mensaje de alineación y podredumbre. Soy yo quien debe dar sentido a mi vida y a mis actos si quiero ser hombre solidario, salvo que anhele terminar siendo verdugo borrego en la vida, como tantos en la Navarra del 36 y a lo largo de la historia de los hombres.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.