Recomiendo:
0

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

Fuentes: Rebelión

Vivimos en un país donde las entrañas de la corrupción, en algo que deberían encender todas las alarmas, se ha instalado en todas las capas sociales. No es difícil encontrar gente de nuestro entorno laboral, de ocio y familiar, que como un mantra muy bien interiorizado, nos repitan hasta la saciedad, que en el ámbito […]

Vivimos en un país donde las entrañas de la corrupción, en algo que deberían encender todas las alarmas, se ha instalado en todas las capas sociales. No es difícil encontrar gente de nuestro entorno laboral, de ocio y familiar, que como un mantra muy bien interiorizado, nos repitan hasta la saciedad, que en el ámbito de lo político «todos son iguales» ó aquello de «quítate tú para ponerme yo».

Sin necesidad de hacer un sesudo estudio sociológico, en el trasfondo de su mensaje nos están diciendo sin ningún tipo de rubor ético-moral, que si ellos estuviesen lo harían exactamente igual. Por lo general, todas estas personas suelen concluir sus alegatos diciéndonos, que el ser humano es muy envidioso y esto no ha cambiado ni va a cambiar en el curso de la historia.

Así las cosas, es normal que podamos acabar concluyendo, que con estas mimbres pocas cestas de decencia, dignidad y honradez se puedan acabar construyendo, donde no tenga la tentación de medrar ni anidar, tanta y generalizada podredumbre.

Y menos mimbres aún, para plantar cara al todopoderoso sistema económico capitalista. Ni tan siquiera a los dóciles políticos salidos de la última hornada de la más genuina escuela neoliberal, que prestan su rostro edulcorado en las campañas electorales, a sabiendas de que al cabo de no muchos años, serán bien recompensados ocupando puestos relevantes, por aquellos que sin presentarse a elecciones, mueven los hilos de este mastodóntico guiñol económico-financiero globalizado.

Para estos viles capataces de la política actual, poder acomodar sus orondas posaderas en empresas del IBEX-35, en la Troika ó en las ciento de multinacionales que hunden sus raíces en los suculentos nutrientes del amplísimo catálogo de paraísos fiscales, es acaso su ambición personal más oscura e inconfesable.

Es una colosal mentira, el mensaje que nos quieren trasladar de que muchos políticos del arco parlamentario, y del ámbito gubernamental, están perdiendo dinero por dedicarse a la política, a la cual mienten cuando dicen llegan por pura vocación, dejando abandonadas sus prometedoras y ambiciosas rentabilidades en la esfera de la empresa privada.

Todos aquellos que siguen en política después de más de 12 años, es una falacia decir que lo hacen por su vocación de servicio público. Patrañas. Todos siguen porque están entretejiendo las condiciones para no volver más nunca a la empresa privada por las lisonjas y prebendas que reporta la actividad pública al más alto nivel, ó porque sencillamente están bordando con manos sigilosas y pretenciosas, la alfombra roja que les lleve cruzando la oportuna puerta giratoria, al consejo de Administración de tal o cual empresa multinacional.

Sin duda que nos encontramos en pleno siglo XXI, en la versión actualizada del episodio histórico-épico de la lucha desigual de David contra Goliat. Acaso debamos aprender de la historia para no reproducir sempiternamente los mismos errores. Es ciertamente penoso y frustrante, pero los actores actuales de la izquierda ideológica, del sindicalismo, de los movimientos sociales, no han sabido encontrar el flanco por donde atacar las debilidades de su todopoderoso competidor global. Quizás carezcan de la humildad y pericia que si atesoraba el escuálido David.

Pero todo es más desolador, cuando con un somero análisis, encontramos que las causas objetivas de la inoperancia de estos actores sociales, las encontramos siempre en las guerras intestinas que siguen librando en el seno de sus cada vez más fragmentadas organizaciones, en vez de asumir colectivamente los errores estratégicos cometidos, sin buscar culpables ni cabezas de turco, para salir más reforzados en el próximo ataque que deban lanzar a su colosal enemigo.

Mas sin erradicar la gangrena de la corrupción, que poco a poco se ha ido instalando en las entrañas de nuestra sociedad, poco o nada se podrá hacer para derrocar los poderes fácticos que siguen campando a sus anchas por toda nuestra piel de toro, desde los infames tiempos del alzamiento militar hasta nuestros días. Tristemente, nada nuevo bajo el sol.

Cuando sin temor a equivocarme, más de tres cuartas partes de nuestra población acude a las urnas tapándose las fosas nasales ó mirando hacia otro lado, depositando su voto para opciones políticas investigadas y condenadas por una corrupción generalizada, ello nos está evidenciando que el españolito de a pie prefiere a un corrupto conocido antes que a un inmaculado pero desconocido político. Si no se almuerza con ello en los telediarios, no puede ser nada bueno.

Sin atajar el colosal fraude fiscal que denuncian los inspectores de hacienda del Gestha, y sin adoptar medidas por dolorosas e impopulares que sean, que acaben con la economía sumergida constituida como el principal caldo de cultivo para justificar la corrupción generalizada, la batalla para que la ética y la moral impere en la política nacional está perdida por goleada.

Mientra en esta país no podamos decir a voz en cuello «a mi trabajo acudo, con mi dinero pago», será porque no todavía no se dan las condiciones para un relevo en las esferas políticas y de poder, en las que lo hegemónico sea la honestidad, la ética y el bien público, quedando acaso como meramente residual lo inmoral y lo corrupto.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.