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Centenario del viaje de Alfonso XIII a Canarias

¡Abajo los Borbones!

Fuentes: Rebelión

Entre todas las efemérides que se celebran este año el Gobierno de Canarias ha decidido, con un ardor guerrero inusitado y una espléndida dotación económica, que se debe gritar a los cuatro vientos, como si nos fuera la vida en ello, que Alfonso XIII, abuelo del actual rey, una vez visitó Las Islas. Fue la […]

Entre todas las efemérides que se celebran este año el Gobierno de Canarias ha decidido, con un ardor guerrero inusitado y una espléndida dotación económica, que se debe gritar a los cuatro vientos, como si nos fuera la vida en ello, que Alfonso XIII, abuelo del actual rey, una vez visitó Las Islas. Fue la primera visita de un Jefe de Estado al archipiélago -último vestigio de las posesiones de ultramar- y poco más, aunque los promotores del evento intenten reinventar la historia al relacionar el fugaz paseo real con un inexistente despegue económico y social o con la Ley de Cabildos promulgada seis años más tarde. El mismo José Segura, Delegado del Gobierno, con su florido y pedante verbo, se sacó de la chistera que la visita tuvo consecuencias relevantes para el archipiélago con la mejora de las comunicaciones o la llegada de la Guardia Civil. Hasta Adán Martín, patrón del nacionalismo canario, habla con orgullo de cómo el monarca fue consciente de que el sentimiento de pertenencia a la Corona «no corría peligro alguno» en Canarias. Semblanzas de un nacionalismo de pacotilla.

A pesar de que la realidad canaria y española bajo su reinado fue una serie continua de miseria intensiva, de ignorancia generalizada y de un caciquismo que convertía la vida política en una farsa perversa, el Parlamento y el Gobierno de Canarias, los cabildos y los ayuntamientos se han empeñado en catalogar como un hito histórico la visita de un rey que no dudó en masacrar a una multitud en la Semana Trágica de Cataluña por negarse a ser carne de cañón en la defensa de los intereses mineros de Romanones en África, ni en resucitar a los paramilitares asesinos del Somatén. Un rey que coqueteó con todo tipo de corruptelas, como la venta de los astilleros valencianos a la casa Krupp o la concesión ilegal del monopolio telefónico y de los derechos del juego en España. Un rey que remató los retales de un régimen democrático para instaurar una dictadura junto a Primo de Rivera que «suspendió» la constitución y prohibió los partidos políticos. Un rey que, finalmente, salió con el rabo entre las piernas expulsado por un pueblo que no aguantó más y, aún así, desde Roma apoyó las trapacerías del general Franco.

Sus paseos por los palacios de la burguesía canaria, por sus catedrales y conventos, con desembarcos frustrados y con estancias ridículas de apenas tres horas -La Palma y la Gomera- sirvieron, no obstante, para que a un grupo de privilegiados provincianos se les distinguiera como Gentilhombres de Cámara. Los Benítez de Lugo, los Manrique de Lara, los Hurtado de Mendoza o los Van de Valle, agraciados por Alfonso XIII, han sido antepasados directos de presidentes del Parlamento de Canarias, diputados en Cortes o consejeros del Gobierno.

Se entiende, por tanto, que el 75 aniversario del triunfo de la II República, truncada por el golpe fascista que acabó con las esperanzas de un pueblo en un futuro de paz, igualdad, dignidad y libertad, no merezca el más mínimo interés por parte de un Parlamento y unos ayuntamientos configurados mayoritariamente por los legítimos herederos del franquismo -Coalición Canaria y el PP- acompañados por un PSOE que se encargó de poner la guinda a la restauración borbónica tal como había ideado el mismísimo Francisco Franco. Incluso, los pocos cargos socialistas que acuden a algún homenaje a la II República lo hacen con un cierto regusto a clandestinidad.

Lo cierto, a pesar de los fantásticos propagandistas de esta monarquía, es que la democracia, aún hoy, considera «delincuentes» a quienes dieron la vida por la II República. El recuerdo forzado de la visita de Alfonso XIII a Canarias es, en sí mismo, un acto de desmemoria premeditado e impuesto, el contrapunto a la demanda de rescatar del olvido a todos aquellos que lucharon por los valores republicanos. Monarquía o República, no hay otra, los banqueros y los empresarios, los constructores y gobernantes, ya decidieron a quién apoyar. Por eso se celebró en el Auditorio de Tenerife el treinta aniversario de la restauración juancarlista; por eso se remoza el monumento a Franco mientras se silencia el asesinato de Antonio Camejo, alcalde republicano de Buenavista del Norte, o se honra el recuerdo del golpista Cándido Luis García San Juan pero se amordaza el dolor del pueblo por el asesinato del comunista José Miguel Pérez; por eso se homenajea al carnicero Weyler y se olvida a «Los Alzados» palmeros, se restaura la cruz de los caídos por «dios y por la patria» en la plaza de España de S/C de Tenerife, pero nada se hace por conocer el paradero de tantos desaparecidos durante y tras la guerra civil. Por eso Julián Grimau sigue esperando justicia mientras Manuel Fraga, que firmó su sentencia de muerte, es alabado y premiado. Por eso la Iglesia se hace «Estado», se privatiza el agua, la sanidad, la enseñanza, se abarata el despido, se domestican sindicatos, se cercenan derechos, y todo eso con la esperanza de impedir el inevitable amanecer de La Tercera.

Monarquía o República, no hay otra, y los pueblos ya alzan su voz

¡VIVA LA REPÚBLICA!