Hace ya unos años que se celebra anualmente, en Madrid, una feria de agencias de gestación subrogada. Este año, la recién creada Red Estatal contra el Alquiler de Vientres (sic) ha convocado una manifestación contra la «transacción» de bebés en el «mercado de mujeres» ante las puertas del evento. Basta pensar en que el público […]
Hace ya unos años que se celebra anualmente, en Madrid, una feria de agencias de gestación subrogada. Este año, la recién creada Red Estatal contra el Alquiler de Vientres (sic) ha convocado una manifestación contra la «transacción» de bebés en el «mercado de mujeres» ante las puertas del evento. Basta pensar en que el público habitual lo componen quienes se plantean recurrir a esta técnica de reproducción asistida, junto a madres y padres que ya lo han hecho y acuden en compañía de sus hijas e hijos, para que la escena resultante recuerde, inevitablemente, a las manifestaciones ante las clínicas en que se practican abortos.
No está de más preguntarse, dada la violencia ética y estética implícitas en la convocatoria, bajo qué banderas se reúnen tantos colectivos por esta causa, qué discursos los aglutinan entre sí, quiénes los producen y, en fin, cuáles son sus referencias comunes en la arena nacional o internacional.
La tarea parece sencilla, ya que la nueva red cuenta con una página web en cuya posición central se nos ofrecen no ya uno, sino hasta dos manifiestos. Uno de ellos es el del colectivo No Somos Vasijas, que preside además la lista de los más de cincuenta que suscriben la convocatoria. El otro, la versión en castellano del de la red internacional StopSurrogacyNow.
En el primero se equipara, con el tono casual de quien apela al sentido común, el «control sexual de los cuerpos de las mujeres» que implicaría la gestación subrogada con «la regulación de la prostitución». Detalle que basta para inscribir este manifiesto, pese a que sus promotoras les guste manifestarse en nombre de «el» feminismo (como si este fuera uno, grande y libre), en una tradición muy específica: el abolicionismo de la prostitución.
El segundo manifiesto despliega, a su vez, una retórica calcada de la del abolicionismo de la prostitución. Más que su argumentario, sin embargo, llama la atención su perturbadora lista de colectivos «signatarios organizadores», a la que merece la pena dedicar una atención pormenorizada.
Los cinco primeros puestos incluyen al The Swedish Women´s Lobby y a cuatro colectivos pertenecientes al mismo. Basta un vistazo a su agenda política para comprobar que se centra en el «modelo sueco» del abolicionismo de la prostitución. Aderezado en este caso con campañas que, como la elocuente #pornfree , reclaman la intervención estatal contra la difusión de la pornografía. Por lo que se ve, con su abolicionismo simultáneo de la pornografía, la prostitución y la gestación subrogada, el lobby hunde sus raíces en esa moralista deriva del feminismo radical que fue el feminismo cultural, asociado a nombres como los de Andrea Dworkin y Catherine Mackinon. Entre cuyos méritos se cuentan, por ejemplo, el de reunir a miles de mujeres en una marcha contra la pornografía en Nueva York, allá por el año 1979.
A continuación, figura el European Women’s Lobby, del que las suecas forman parte. Entre cuyos objetivos se encuentra, cómo no, la lucha por «una Europa libre de prostitución». Las siguen las francesas de LeCorp, que también reclama para sí ambos abolicionismos; al igual que el Cercle d’Etude de Réformes Féministes (CERF) y la coordinadora feminista CADAC, quien celebró la criminalización de los clientes de la prostitución contra la que tanto han luchado los colectivos de trabajadoras del sexo en Francia. Como dato curioso, LeCorp lucha, además, por el mantenimiento «de la distinción entre maternidad y paternidad». No en balde, entre sus miembros más visibles y notables se encuentra Sylviane Agacinski, histórica crítica de la adopción gay y lesbiana.
Mención aparte merece Against Child Trafficking (ACT), de Holanda. De un modo que recuerda al modo en que el abolicionismo recusa la distinción entre la trata con fines de explotación sexual y el trabajo sexual voluntario, para ACT toda forma de adopción internacional representa «una forma legalizada de tráfico de niños». Su leitmotiv : la abolición de la adopción internacional en un plazo de cinco años. Tarea en que lo acompaña de cerca, al parecer, Sakhee Pune, signatario radicado en la India cuya actividad en redes sociales se centra en la difusión de los contenidos producidos por ACT.
Al estadounidense Center for Bioethics and Culture, antes incluso que la prostitución, le preocupan cosas como abolir la eutanasia, hacer campaña contra la investigación con células madre o alertar de los riesgos psicológicos que supone nacer como fruto de una donación de esperma; entre otras cuestiones que alinean sus preocupaciones bioéticas con las de El Vaticano. Ideológicamente próximo se encuentra FINRRAGE, una red de difusión de trabajos académicos críticos con los avances de las tecnologías reproductivas. Los más recientes datan de mediados de los noventa. La tecnofobia de este grupo traspasa con comodidad el terreno de lo conspiranoico, como resulta evidente cuando advierten del peligro de que energía nuclear, guerra biológica y tecnologías reproductivas se combinen en malas manos.
Les sigue la Women’s Bioethics Alliance, cuyas inquietudes bioéticas se concentran, en este caso, en dos temáticas: prostitución y gestación subrogada. Restricción que parece afectar, igualmente, a los Scandinavian Human Rights Lawyers. Sólo que, en su caso, donde dice «derechos humanos» debemos leer: abolicionismo, promoción de los «valores cristianos» y de la «ley natural» (sic).
Como representación italiana encontramos, en primer lugar, a la facción romana del movimiento Se Non Ora Quando. Difunde campañas abolicionistas y parece muy próxima, por las temáticas que la ocupan y las autoras que difunde, en la órbita de la Librería de Mujeres de Milán. Vista la importancia del «orden simbólico de la madre» para el feminismo de la diferencia italiano, apenas si sorprende que una técnica de reproducción asistida que posibilita no ya a una crianza, sino hasta un nacimiento sin figuras maternas, les suscite al menos ciertos recelos. Las acompaña, en segundo lugar, Generazione Famiglia, que por su parte combina la lucha por la libertad de expresión con la famosa cruzada contra la «ideología de género», el matrimonio entre personas del mismo sexo y, así en general, los peligrosos avances del lobby LGTB.
Faltarían tan sólo por mencionar a Make Mothers Matter, dedicadas a políticas de desarrollo dirigidas específicamente a madres; La Lune, grupo de lesbianas de Estrasburgo cuya página web parece estar fuera de servicio; y EMMA, una revista feminista alemana.
Resulta inevitable preguntarse, desde una perspectiva feminista, por el significado de que la lucha contra la subrogada logre conciliar movimientos reaccionarios tan diversos, y qué relaciones se pueden establecer entre la prohibición de la gestación subrogada y temáticas como la censura de la pornografía o la homotransfobia más galopantes. No menos acuciante, vista la campaña en referencia a la cual se construye la nacional, es la pregunta por cómo llegan tan variados colectivos feministas, además de alguno LGTB, a prestarse a servir como correa de transmisión en nuestro país de tan estimulante coalición.
Posibles respuestas aparte, cabe decir que la continuidad central entre los abolicionismos de la prostitución y de la gestación subrogada se mantiene como hilo conductor de la red incluso aunque obviáramos ambos manifiestos. El breve texto de la convocatoria a la manifestación incluye no una, sino hasta dos comparaciones con la prostitución. No parece, por tanto, demasiado arriesgado afirmar que la lucha contra la subrogada es ya el nuevo paraguas bajo el que se reúne el feminismo abolicionista en nuestro país. Cuestión que no tendría tanta importancia si no fuera porque el abolicionismo constituye ya, paradójicamente, uno de los principales motores de las violencias que pretende, supuestamente, erradicar.
Así, en el terreno del trabajo sexual, es justamente el abolicionismo quien condena a las trabajadoras y trabajadores a la total falta de derechos y a la desprotección jurídica frente a la explotación, quien fomenta el incremento de riesgos y del estigma que la clandestinidad conlleva, quien dificulta la lucha contra la trata al confundirla con el trabajo sexual voluntario y quien ignora, en fin, sistemáticamente sus demandas. Por no hablar de cómo esa confusión se ha convertido en un arma brutal de las políticas anti-inmigración, como hace años que vienen denunciando los colectivos de trabajadoras del sexo en nuestro país.
De modo similar, el abolicionismo de la gestación subrogada se ha convertido en el principal garante de los beneficios de la industria transnacional contra la que se manifiesta, propicia que se subrogue en mayores condiciones de desigualdad económica en diferentes partes del mundo, estigmatiza a las mujeres gestantes al representarlas como «madres» que abandonan o venden a sus hijos, contribuye a la elitización económica del acceso a los derechos reproductivos a la par que, por último, celebra violencias administrativas como la figura del bebé sin papeles de la gestación subrogada o la criminalización de quienes osan subrogar sin pasar por el exilio reproductivo.
Porque, efectivamente, nuestra ley sobre técnicas de reproducción humana asistida, de 2006, declara nulos los contratos de subrogación celebrados en nuestro país. Con independencia de que estos sean altruistas, como los que sí permiten las legislaciones de Inglaterra, Irlanda, Grecia, Hungría o la recientemente aprobada por la coalición de izquierdas en Portugal; o comerciales, como los que son comunes en Rusia, Ucrania y algunos estados de los Estados Unidos, como Chicago o California. Con su prohibición total, España se alinea con Italia, Malta, Francia y Alemania. Es esta diversidad legislativa, y no las ferias de gestación subrogada, quien genera exilios reproductivos muy similares a los de quienes cruzaban hace no tanto tiempo los Pirineos para abortar en Francia; o al que precisan aún hoy, con el consiguiente esfuerzo económico, emocional y administrativo, las mujeres solteras y lesbianas que llegan a España desde esa mayoría de países europeos en que se les niega el acceso a las técnicas de reproducción médicamente asistida.
A la postre, la primera víctima del abolicionismo es la diversidad de los debates en el ámbito del activismo y de la crítica feministas. Solo así se explica que tantos colectivos se reúnan en una red construida en tan gratas compañías y cuyo acto de presentación pasa por reunirse para acusar, entre otros, a otras mujeres (la subrogación sin madres representa apenas un veinte por ciento del total) de participar nada menos que en el «tráfico de niños». Todo ello mientras, con un paternalismo impropio de cualquier feminismo, niegan la autonomía corporal a colectivos enteros de mujeres, como las trabajadoras del sexo o quienes deciden gestar para terceras personas.
Así las cosas, solo resta confiar en que las sucesivas mutaciones del abolicionismo sirvan como revulsivo para generar alianzas frente a quienes sostienen, justifican, producen o, en el mejor de los casos, ignoran, la violencia estatal dedicada a domesticar los cuerpos ajenos.
Pablo Pérez Navarro. Investigador del proyecto INTIMATE en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra.
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