Recomiendo:
0

El debate en Nicaragua

Aborto terapéutico: Lo que se juegan las mujeres

Fuentes: Artemisa Noticias

En un movimiento que parece de fichas de dominó que se van volteando unas a otras, Nicaragua también entró en debate sobre el aborto. Una iniciativa de reforma general del Código Penal hizo que las dos posiciones sobre el tema se expliciten y se polemice: las organizaciones de mujeres piden que no se modifique el […]

En un movimiento que parece de fichas de dominó que se van volteando unas a otras, Nicaragua también entró en debate sobre el aborto. Una iniciativa de reforma general del Código Penal hizo que las dos posiciones sobre el tema se expliciten y se polemice: las organizaciones de mujeres piden que no se modifique el articulado existente que admiten el aborto terapéutico, y las organizaciones provida exigen la eliminación de este ítem que data de 1871, cuando se aprobó el Código Penal vigente.

  

El debate público sobre el aborto terapéutico, a propósito de la discusión sobre reformas al Código Penal en Nicaragua, aparece polarizado y confuso: mientras las mujeres organizadas reclaman que éste se mantenga tal cual, otros sectores abogan por su eliminación y alegan que favorece el libertinaje y desenfreno sexual.

 

En el ámbito público, en tanto, se acerca la discusión en la Asamblea Nacional y la campaña a favor y en contra se intensifica. Las mantas, cintillos de periódicos y artículos de prensa compiten con la campaña electoral para las elecciones presidenciales de noviembre de este año.

 

Los mensajes de las organizaciones femeninas, particularmente el Foro de Sexualidad, Maternidad y Derechos, y Católicas por el Derecho a Decidir, aluden al derecho a interrumpir el embarazo para salvar la vida.

 

En cambio, sectores que abogan por la penalización de esta práctica, muchos asociados a la organización Provida, aseguran en su campaña que el aborto terapéutico se vincula «con la obra de Satanás».

 

La Sociedad Nicaragüense de Ginecología y Obstetricia (SONIGOB), especializada en el tema de salud reproductiva, llegó a consenso en mayo de 2003, bajo acta notarial. Entonces definió  como aborto terapéutico la interrupción del embarazo cuando, a criterio de los facultativos, esté presente al menos una de las siguientes condiciones: si se compromete la vida o la salud de la mujer,  si de continuar el embarazo dará lugar al nacimiento de un niño con malformaciones físicas graves o con retraso mental y, en caso de violación, incesto o estupro.

 

En la práctica médica, lo primero que se hace después del nacimiento de un bebé es mostrarlo a su madre. Durante su internado en el hospital Bertha Calderón, la doctora Imara Martínez se topó, por primera vez, con la traumática experiencia de tener que enseñarle a una parturienta una criatura muerta y deforme debido a una malformación congénita.

 

En sus 13 años de profesión, la doctora recuerda la estupefacta expresión de la paciente como uno de los momentos más sobrecogedores de su carrera.  «Eso no es mío, yo no lo quería así, eso es un monstruo, ¿por qué me están castigando?», gritaba.

 

Un programa para madres adolescentes en ese centro hospitalario le facilitó atención psicológica a la joven. Pero una semana de internamiento es poco tiempo para superar el trauma psicológico.

 

La anencefalia es la ausencia de cerebro en el feto, lo que en términos médicos lo hace inviable. Es decir, sin capacidad para vivir fuera del vientre materno. Esta malformación se identifica mediante ultrasonidos en los primeros meses de embarazo y es un indicador para realizar un aborto terapéutico.

 

Cuando falla el corazón

 

En igual caso están las cardiopatías. La de Claudia, desde sus 21 años,  llevaba apellido: «congénita mitral». Doña Chilo, su mamá, siempre le repetía: «Con esa enfermedad no estás para tener hombre». Su razonamiento era que, al tener marido, se deben tener hijos y, dada la salud de Claudia, más le valía mantenerse sin pareja.

 

Tales consejos no convencieron a la adolescente: a los 18 años se fue a vivir con su novio y quedó embarazada. Con ocho meses de gestación entró de emergencia al hospital por actividad uterina. Tuvo un parto normal y marchó a su casa, junto a su bebé, con la indicación de evitar otro embarazo, bajo peligro para su vida.

 

Claudia pudo «disfrutar» muy poco al recién nacido porque el segundo embarazo, iniciado apenas cuatro meses después del primer parto, deterioró gravemente su salud. Pesaba 95 libras y mostraba anemia crónica.

 

Los médicos reportaron fatiga y soplo en la válvula cardíaca, somnolencia, vómitos, fiebre, además de anemia severa e insuficiencia cardiaca. El posible diagnóstico era endocarditis bacteriana.

 

No pudieron transfundirla ni hacerle radiografías de tórax por falta de su tipo de sangre y del equipo necesario. Peor aún, la valoración del internista se retrasó 24 horas. Claudia llevaba tres días hospitalizada.

 

Con 28 semanas y cinco días de gestación, la trasladaron al Hospital de la Mujer, en Managua, donde permaneció dos semanas con «pronóstico materno fetal reservado». Allí intentaron que el feto madurara sus pulmones y alcanzara las casi 34 semanas que le permitieran vivir en incubadora. Según los médicos, era una niña grande y, si la sacaban en ese momento, moriría.

 

A esas alturas, Claudia pesaba 88 libras, arrastraba un pie para caminar y tenía parálisis facial. Recibió múltiples tratamientos, pero falleció por una broncoaspiración. Su debilitado corazón no respondió a las maniobras de resucitación.

 

Su muerte fue un duro golpe para doña Chilo. Ella critica que nadie le hablara del aborto terapéutico hasta después de fallecida Claudia.

 

«Si hubiera sabido que podía abortar legalmente para seguir viviendo, lo hubiera solicitado y exigido desde el principio. Así la hubieran salvado y estaría con nosotros. De todos modos, murieron los dos», se lamenta.

 

Una palabra fea, una realidad peor

 

Al hablar de aborto, hasta la palabra suena fea y pasar por la experiencia es un trago amargo. Pero en el seno de la confianza surgida entre mujeres, a veces desconocidas, se intercambian sentimientos reprimidos y aparece la verdad que no se dice por temor.

 

Llevar a término un embarazo producto de la violación de un familiar no es asunto que se resuelva con la resignación. Asumir el cuidado de un niño con graves deformaciones congénitas suena bien como declaración, pero es muy difícil de implementar en familias pobres. Y elegir entre la vida de una mujer que ya es persona con historia y futuro, y un embarazo que aún es proyecto de persona, la opción justa es por la mujer.

 

Lo que se juega con la aprobación de las reformas al Código Penal, por parte de diputados y diputadas en relación con el aborto terapéutico, es la vida de las mujeres.