En 1986 mucha gente de izquierdas se unió para construir una casa nueva llamada IU. A partir de una que ya existía, se añadieron algunas habitaciones, se remozó el tejado y se pintó la fachada de otro color. La casa se llenó de gente, porque a los antiguos habitantes se sumaron otros nuevos, todos ellos […]
En 1986 mucha gente de izquierdas se unió para construir una casa nueva llamada IU. A partir de una que ya existía, se añadieron algunas habitaciones, se remozó el tejado y se pintó la fachada de otro color. La casa se llenó de gente, porque a los antiguos habitantes se sumaron otros nuevos, todos ellos con sus ideas y vitalidad.
Sin embargo, han pasado más de veinte años y la casa ha ido deteriorándose: no se han hecho las reformas necesarias, por lo que los materiales empiezan a fallar; se han ido buena parte de los habitantes, y los que quedan no se llevan del todo bien; la mala gestión ha dejado a la comunidad endeudada hasta las cejas; y el edificio colindante a la derecha amenaza con ocupar el terreno, comprándolo a precio de saldo, para ampliar sus instalaciones, dejándonos a la intemperie a quienes aún quedamos en la casa y no queremos mudarnos.
¿Qué hacemos con la casa en ruinas para poder seguir viviendo en ella? No tiene sentido limitarse a cambiar el presidente de la comunidad, repintar la fachada del mismo color y hacer unos cuantos trabajos de fontanería fina, porque la estructura acabará cayéndose irremediablemente. O la rehabilitamos, manteniendo únicamente en pie la fachada pero reconstruyendo todo el interior; o construimos todos juntos otra casa en el mismo solar. En cualquiera de los dos casos necesitamos nuevos planos, materiales de calidad, gente entusiasta y con ganas de trabajar y, sobre todo, tomar las decisiones a tiempo. Pongámonos manos a la obra.
Izquierda Unida, la organización en la que compartimos militancia y trabajo político tantas compañeras y compañeros de izquierdas, está en una profunda y grave crisis electoral, política, organizativa, económica e incluso cultural. El resultado de las elecciones generales del 9 de marzo no es la causa de esta crisis, sino su manifestación más expresiva y dolorosa, que debería hacernos reaccionar si queremos que la izquierda alternativa tenga algún futuro en nuestro país.
Para ello, lo primero que necesitamos es abordar un análisis a fondo sobre la actual situación, sus causas y consecuencias, y las vías de actuación para recuperar el espacio social y electoral perdido. Una reflexión serena pero sin anestesias emocionales que muchas veces sólo sirven para neutralizar los saludables y necesarios impulsos de cambio.
¿Dónde estamos?
Hace poco más de un mes de las elecciones generales. Las encuestas previas marcaban una tendencia dirigida al mantenimiento o al descenso moderado de los ya modestos resultados de IU-ICV en 2004, que en aquel momento se consideraron, en parte, fruto de los atentados del 11M y la situación política posterior. Sin embargo, las elecciones europeas de pocos meses después, que deberían haber supuesto una recuperación del «voto prestado», confirmaron una tendencia sostenida de descenso. Ahora la catástrofe electoral del 9 de marzo vuelve a dejar patente que no tenemos ningún suelo electoral firme bajo nuestros pies. Si hoy se celebrasen nuevas elecciones generales, quizás ni siquiera alcanzáramos los 600.000 votos de las últimas europeas.
La pérdida de apoyo social, manifestada en el descenso electoral sostenido, nos ha llevado hasta el borde de la intranscendencia institucional. Los momentáneos repuntes y los buenos resultados en algunos municipios y zonas concretas, apenas desvían una curva descendente que se aproxima peligrosamente a la marginalidad. De proseguir la misma tendencia y si no conseguimos invertirla puede augurarse la desaparición de Izquierda Unida de la mayoría de las instituciones en próximas citas electorales.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
El entorno político es hostil. Vivimos en una sociedad capitalista, imbuida a todos los niveles por los valores y la ética propios de este sistema. El entramado institucional y la legislación electoral están aparejados para favorecer la alternancia en el poder de dos grandes partidos que comparten los mismos postulados básicos. Además, como ponen de relieve los resultados de otras fuerzas políticas de nuestro entorno próximo, existe una multiplicidad de factores que contribuyen a hacer muy difícil la supervivencia de los movimientos políticos de la izquierda alternativa. Es necesario desgranar y estudiar estos mecanismos y procesos que nos impiden avanzar. No obstante, también es necesario constatar que en este mismo entorno, aunque en otros momentos, hemos tenido una mayor presencia institucional y apoyos electorales muy por encima de los que ahora tenemos. Con todo y a pesar de ser los factores exógenos los que de forma más importante limitan nuestra actividad y crecimiento político, los de tipo endógeno han resultado fundamentales para acabar en la situación tan grave que padecemos, y afectan también a la percepción que generamos en nuestros ámbitos próximos.
Parece evidente que una buena parte de lo que hacemos se analiza en función de lo que son o deberían ser nuestras relaciones con el PSOE. Esta característica de nuestra naturaleza ha sido conscientemente desarrollada y situada en el centro de nuestra estrategia en la última etapa. Parecía como si IU sólo pudiese existir y hacer política en los márgenes del PSOE y como martillo de herejes del PP. Quien apostaba por esta línea partía del hecho de que resultaba muy complicado no contribuir a apuntalar inicialmente el cambio de gobierno tras las convulsas elecciones de 2004; pero resulta evidente que la obcecación en la misma estrategia durante toda la legislatura, llegando a sostener votaciones parlamentarias contra el propio programa de IU, ha tenido un resultado electoral lamentable. Durante toda la legislatura, hemos aparecido en las encuestas muy bien valorados por los votantes de otra fuerza política. Sin embargo lo que necesitábamos y necesitamos es estar bien valorados por los ciudadanos y ciudadanas que crean que somos una fuerza política útil para representar sus intereses y que por eso el día de las elecciones vayan a votarnos.
En ese marco de subalternidad, la política de «oposición influyente y exigente» ha sido teorizada, defendida y ejecutada por quienes, afirmando que era necesario buscar nuevas formas de hacer política, han favorecido que IU fuese derivando externamente hacia la confluencia con movimientos nacionalistas más o menos progresistas (modelo teorizado como el de «las izquierdas periféricas»), e internamente han propiciado el caos organizativo y la confederalidad de facto. Ambos movimientos centrífugos han contribuido a desdibujar peligrosamente la propuesta política que IU debe representar como izquierda alternativa, federal y unitaria.
En cualquier caso, al estudiar los resultados electorales llama la atención sobremanera el hecho de que ninguna de las federaciones de IU escapa a la debacle. Hemos sufrido el varapalo en todos los territorios del estado: donde gobernamos y donde estamos en la oposición; donde hemos sufrido una grave crisis y donde hay paz interna; donde tenemos un perfil más cercano al nacionalismo y donde no; donde son mayoría los llamazaristas y donde dominan sectores afines a la dirección del PCE; donde se ha insistido en lo socio-laboral y donde se ha marcado más el acento verde… No hay recetas mágicas. La transversalidad de la derrota es ominosa.
Seguramente por ello, asumiendo la magnitud desmesurada del desastre, nadie se apresuró a «sacar navajas», y eso que la dirección llamazarista había dejado IU sembrada de agraviados que podrían haber clamado venganza tras la debacle. En los días siguientes a las elecciones, mientras el núcleo duro de la dirección federal aparecía colapsado, consciente de su protagonismo en el desastre, otros sectores intentaban marcar distancias y ganar centralidad en la nueva situación.
En este marco parecía perfilarse la necesidad de buscar una salida lo menos traumática posible. Sabemos que hay que ir a una asamblea, aún sin fecha, pues la previsión estatutaria ya ha sido superada y la dirección federal ha quedado absolutamente desacreditada. Así, desde la Permanente se lanzó la propuesta de una Comisión unitaria, y se empezó a negociar sobre la base de que en ella debían residir todos los poderes de la organización hasta la asamblea. Y empezó el barroco baile de los engaños.
El primer paso fue tratar de establecer un nuevo núcleo de dirección contando para ello con las grandes federaciones y con el PCE. Esta «nueva mayoría» debía vehicular sus actuaciones a través de la Comisión, en la que los bloques, las sensibilidades y los territorios estarían equilibrados, y el eje Catalunya-Madrid sería la bisagra sobre la cual pivotaría cualquier movimiento. Para el éxito de esta estrategia se requería vaciar de poder a la Permanente, y trasvasar esos poderes a la Comisión.
Sin embargo, cada día que pasa la debilidad del núcleo llamazarista va menguando. Dirigentes como Montse Muñoz y Rosa Aguilar, y federaciones como IU-Asturias levantan la bandera de la legitimidad de la dirección federal y descargan la enorme responsabilidad de la debacle en los opositores a la misma. El carácter de Gestora de la Comisión propuesta por la Permanente se va desvaneciendo. El engaño radica en discutir permanentemente sobre la composición de la comisión y las subcomisiones, y no sobre sus competencias.
En la Presidencia Federal del 29 de marzo no se llegó a sellar un pacto global sobre la composición, entre otras cuestiones porque los acuerdos iniciales fueron desbordados al aparecer peticiones de incorporación (otras federaciones, jóvenes, Redes) que el pretendido «nuevo núcleo» de la comisión no tenía discutidas ni asumidas. Tampoco se dejó claro que las competencias debían ser las propias de una Comisión Gestora. Para rematar la percepción de falta de asunción de responsabilidades, en la mencionada Presidencia se acordó dar carta blanca a Llamazares para la formación del grupo parlamentario, y pocos días después se reunió la Permanente para decidir sobre el voto de investidura. La coexistencia de los órganos estatutarios y de la nueva Comisión está llevando a una confusión de responsabilidades y vaciando a ésta de capacidad de decisión sobre la política de IU.
En definitiva, en un mes tras las elecciones se ha producido una recomposición cupular que apunta la búsqueda de un «post-llamazarismo» para que al final no cambie (casi) nada. Por lo visto en las primeras sesiones del Congreso, tras lo aprobado en la Presidencia y en la Permanente de IU, la política de «oposición influyente y exigente» sigue en marcha, con Gaspar Llamazares como único diputado. La oposición interna, que en los primeros días estaba alborozada con la idea de abrir las ventanas y limpiar los despachos de Olimpo, está desestructurada y resignada a, en el mejor de los casos, convivir cómplice y rehén de las miserias de quienes nos han conducido en la última etapa a la grave situación en la que nos encontramos.
Todavía no se sabe cuándo será la asamblea, pero resulta obvio que es absolutamente imposible que se celebre antes del verano. Necesitamos hacer la asamblea, pero ¿es una asamblea todo lo que necesitamos?
¿Crisis coyuntural o estructural?
Es importante definir si vivimos una situación coyuntural o estructural, porque eso marcará una vía de actuación u otra. En nuestra opinión, no estamos simplemente ante una «crisis de dirección», que se puede superar sólo con una asamblea que renueve los cargos y actualice las políticas, sino ante toda una «crisis de proyecto», lo que nos obliga a ir mucho más allá en el análisis y en la respuesta.
Desde nuestra profunda preocupación por la situación actual, estamos convencidos de la vital necesidad de abrir urgentemente debates sobre cuestiones concretas e ir adelantando soluciones lo más rápidamente posible, antes de que el conservadurismo interesado de los núcleos dirigentes nos lleve a una «única salida» que es un callejón sin salida.
Tenemos la percepción de que son necesarios muchos cambios para poder salir adelante. Hay que cambiar la dirección política, es evidente y necesario, además hay hacerlo con cierta urgencia. También hay que modificar la línea política que se ha venido proponiendo desde la actual dirección. Pero los cambios no se agotan ahí. La estructura de IU, anquilosada y obsoleta, superada por las circunstancias y los poderes fácticos que distorsionan una y otra vez la democracia interna, debe ser objeto de muy profundos cambios. Tenemos que revisar también nuestros programas y la forma en que formulamos nuestras propuestas políticas, porque cada vez atraen a menos votantes. Debemos cambiar la imagen y revisar en profundidad no tanto lo que somos (cosa que parece que siempre estamos revisando en exceso) sino sobre todo cómo pretendemos llevarlo a la práctica.
Rehabilitación o reconstrucción de IU.
Son tantos los cambios que nos parecen necesarios, que el primer debate que se vislumbra es sobre la validez y la viabilidad del proyecto actual de IU. El propio hecho de impulsar este documento expresa nuestro convencimiento de que es necesario un proyecto de izquierda alternativa en España, y de que el mismo es posible. Pero ¿es actualmente Izquierda Unida un buen formato para vertebrarlo e identificarlo? Hay suficientes motivos para responder negativamente a esta pregunta.
1.- La marca «Izquierda Unida» puede que esté amortizada. Debemos cuestionarnos si sigue siendo un valor positivo, si identifica realmente al proyecto en el que estamos trabajando miles de hombres y mujeres. Se nos acusa permanentemente de nuestra desunión, de nuestros enfrentamientos internos. Si en 1986 la idea fuerza era unir a los partidos y movimientos de izquierda que se opusieron a la OTAN, hoy ese panorama está superado. Ya no hay pequeños partidos de izquierdas que desunidos no sean nada y unidos puedan ser algo. La situación es otra. La marca IU sigue siendo muy querida por todos los que durante años la hemos llevado en pegatinas y chapas cerca de nuestro corazón, pero deberemos plantearnos la conveniencia o no de su mantenimiento.
2.- La estructura actual de funcionamiento de Izquierda Unida es inadecuada para trabajar dentro de ella. Está anquilosada, es lenta, poco democrática, fácilmente manipulable, mastodóntica, inoperativa y cara de mantener. Se impone un cambio en profundidad en las estructuras de funcionamiento y sobre todo en los órganos de dirección, que deben ser simplificados y democratizados.
3.- La situación económica de IU hace inviable la continuidad de las actuales estructuras. Tenemos ahora mismo una deuda federal anterior a las últimas elecciones de 13 millones de euros (con bancos y proveedores) a la que habrá que sumar una parte de la de estas elecciones, que de momento asciende a 5,7 millones (con bancos y el Estado). Aparte, algunas federaciones tienen sus propias deudas y con ellas sus propias dificultades para salir adelante. Las finanzas federales tienen un importante déficit mensual. Ni haciendo acopio de todos los recursos habidos y por haber es posible dar viabilidad económica a IU tras la última debacle electoral. Los más optimistas sólo son capaces de vislumbrar un panorama económico agónico en permanentes número rojos.
Remoción o derribo.
IU, la casa en la que vivimos desde hace 20 años, que levantamos con ilusión juntando otras viviendas menores y en la que hemos pasado malos y buenos momentos, está en ruinas. Tanto la estructura y el tejado, como los tabiques, revestimientos y la fontanería, están muy deteriorados. Y ahora ¿qué hacemos? ¿derribamos o remozamos?
Si de toda la casa no hubiese nada que valiese la pena, lo lógico sería el derribo completo para hacer una nueva construcción. Pero éste no es el caso. Hay elementos que nos parece necesario conservar y poner en valor. Pero es imprescindible descarnar las estructuras básicas sustentantes y a partir de ahí, de los cimientos y pilares básicos, recuperando aquellos elementos que dotan del carácter propio al edificio, construir entre todos una nueva casa habitable, más confortable, y sobre todo más útil para los que estamos dentro y también para los que nos miran desde fuera.
Los elementos estructurantes que soportan IU son de dos tipos. Por un lado están los territorios, las federaciones, algunas con personalidad juridico-política propia; por otro lado están las «sensibilidades» políticas, comenzando por la más importante y significativa, el PCE, parte fundadora de IU y sin la cual cualquier proyecto de izquierda alternativa en España estará gravemente limitado, y siguiendo por el resto de corrientes estructuradas en mayor o menor medida, pero sin duda estructurantes de la vida ideológico-política interna de IU. Desde estas dos realidades hay que reconstruir una nueva IU.
Pero el elemento fundamental para la reconstrucción del proyecto, el elemento imprescindible, es la militancia. Las bases deben ser el sujeto activo de un proceso de debate abierto, valiente y democrático, en el que nos jugamos el futuro. Perdido el espacio institucional y buena parte del prestigio que tuvimos, el único patrimonio que nos queda son los miles de hombres y mujeres que siguen luchando colectivamente por cambiar este mundo injusto. Sin ellos y ellas, IU no es nada.
Apostamos pues por un derribo de todo lo que no es substancial, y por la reconstrucción de una izquierda alternativa en España, en un proceso colectivo y democrático, partiendo de las federaciones y de las sensibilidades, esto es, del reconocimiento de la pluralidad territorial y política, para conseguir la unidad en un proyecto federal con nueva imagen, nuevas formas, y una revisión de las políticas y los programas.
Una estructura más ligera pero más firme.
El nuevo proyecto debe nacer libre de los problemas orgánicos que hemos venido arrastrando hasta ahora. Unos nuevos estatutos deben dar origen a una nueva organización federal (no confederal), en la cual los censos y la afiliación dejen de ser un continuo e insoluble problema. Se pertenece a un movimiento, partido o asociación política (lo que democráticamente decidamos ser), cuando se muestra la voluntad de forma individual a través de un documento específico y personal de afiliación, y mediante el pago de unas cuotas de iguales características en todos los territorios, realizado también de forma personal. Los mecanismos de afiliación y pago de cuotas, aunque estén administrados por las federaciones, deben estar permanentemente consolidados con la estructura federal. Hay que huir del actual sistema de funcionamiento. Afiliación y cotización individual y claridad en los censos.
Es vital simplificar, dinamizar y democratizar las estructuras de dirección y participación. No deberían haber más de tres escalones de organización-dirección en todos los niveles territoriales: asamblea, consejo político y comisión ejecutiva. La actual dualidad de los máximos órganos de dirección (Presidencia y Consejo Político) se ha demostrado negativa por la desmesura de su composición y la inoperatividad de su funcionamiento. También ha llegado el momento de poner en cuestión ciertas liturgias, asentadas históricamente, que hacen inoperantes las reuniones de los órganos de dirección (por ejemplo, resulta increíblemente absurdo que en el CPF se sucedan más de 70 intervenciones de tres minutos para acabar votando en función de mayorías y minorías prefijadas). A partir de la muy mejorable experiencia de las pasadas primarias postales, deberíamos potenciar la participación directa, libre y consciente de la militancia, con procedimientos claros y verificables, planteando asambleas federales más vivas y decisorias. Y, por supuesto, hay que asegurar el cumplimiento de las decisiones tomadas democráticamente en los órganos competentes, haciendo que la amarga experiencia de la última legislatura quede como una excepción.
Hay que recomponer la federalidad del proyecto. Ello implica la igualdad entre las partes. Todas las federaciones deben tener el mismo nivel de competencias reservando las que se decidan para la instancia federal. La nueva IU no puede ser, como ahora, un híbrido de organización quasi-federal más un conglomerado confederal. A partir de las federaciones existentes debe conformarse un proyecto federal que alcance a todo el estado. La representación en el PIE debe corresponder a IU, no puede haber federaciones que tengan una representación diferente a la del conjunto del proyecto.
El fundamental cambio de la política.
Tan esencial como los cambios en la estructura y la marca, es el cambio en la política. Por definirlo en pocas palabras, hay que resituar a la nueva IU en su propio espacio, con su propio perfil. La estrategia política defendida por la actual dirección, sintetizada en la expresión «oposición influyente y exigente», pasó a su fase aguda en las semanas previas a las elecciones cuando en el discurso se deslizaba la intención confesada expresamente de entrar a formar parte del futuro gobierno. Quizás si en su momento hubiésemos tenido el suficiente número de diputados y diputadas en el Congreso como para ser realmente influyentes y exigentes podríamos habernos planteado participar en un gobierno verdaderamente de izquierda plural. Pero defender esa estrategia con un grupo de 3+2 diputados es casi ridículo y suicida si hablamos en términos electorales.
Tras la debacle electoral, nos vemos ahora en un grupo parlamentario denominado textualmente «Grupo Parlamentario de Esquerra Republicana – Izquierda Unida – Iniciativa per Catalunya Verds». Ni siquiera se ha tenido el detalle de añadir el término «técnico» (o cualquier otro sinónimo), máxime cuando esta fue la excusa con la que se defendió en la Presidencia Federal la constitución del mismo. Recursos económicos para una IU que agoniza y minutos de intervención parlamentaria para el máximo protagonista del desastre, son los motivos que se han dado para conformar un grupo parlamentario en el que nos confundimos con un partido que se define como independentista. Nosotros no somos independentistas. Nosotros defendemos una España que queremos republicana y federal, pero al fin y al cabo un solo estado. ¡Qué complicado va a resultar explicar que compartimos grupo con ERC! Casi tanto como explicar los pactos municipales con ANV y los autonómicos y casi preelectorales con el PNV. Demasiadas complicaciones. Algunos no queremos tener que defender y explicar a la gente más errores políticos que ni nosotros mismos entendemos. Y para terminar de ahondar la fosa en la que nos encontramos, nos abstenemos en el debate de investidura. ¿Cómo vamos a explicar a nuestro electorado cuál es la virtualidad de votar IU, si nos posicionamos como el hermano pequeño, pobre y dependiente de un PSOE que desde la noche electoral lanzó el mensaje de que iba a pactar preferentemente con CIU y PNV y los grandes temas de estado con el PP?
Igual que cambiar las políticas de coyuntura, hay que revisar las líneas programáticas básicas. Nuestros programas hace tiempo eran altamente elaborados y muy participativos. Esa dinámica ha venido cambiando hasta llegar a un modo de proceder en el cual unas pocas mentes, más o menos brillantes, elaboran una propuesta programática poco o nada debatida en una conferencia que dura unas pocas horas. No podemos permitirnos el lujo de pensar que los programas no son importantes, cuando para nosotros, como movimiento político y social, el programa es la argamasa que puede mantener unido el edificio que conformemos.
Hemos de afrontar con valentía la actualización de nuestras propuestas, la sociedad ya no es la misma que hace veinte años. Tenemos un ideario inmaculado, en tanto que no hemos tenido ocasión de contrastar su validez con la realidad, pero para enganchar con las personas a las que dirigimos nuestras propuestas hace falta algo más que la fácil nostalgia de unos tiempos que ciertamente fueron mucho mejores. La izquierda debe ser crítica y combatir al sistema, y para ello lo primero es conocerlo y después formular alternativas. Hace tiempo que no nos ponemos a ello, también intelectualmente hemos estado viviendo de las rentas.
¿Cómo y cuándo realizar los cambios?
La tarea pendiente semeja la limpieza de los establos de Augías. Necesitamos la energía de un río para ello, y solamente las bases de esta organización tienen semejante fuerza.
Todo parece apuntar a la existencia de un grupo de dirigentes que plantean una recomposición cupular que pretende solucionarlo todo con un simple cambio/recambio del equipo de dirección, con poca o ninguna revisión del resto de cuestiones. Que a estas alturas no se hayan abierto debates importantes entre el conjunto de la organización [1] también parece preocupante, porque denota una atonía general sobradamente justificada por el shock electoral, pero cuyos efectos debemos combatir urgentemente para que no nos dejen sumidos en la inacción y la ruina.
Hay que preparar la asamblea con tiempo, pero no podemos estar con las «carnes» asamblearias abiertas permanentemente. Es muy urgente, urgentísimo, relevar a los capitanes del desastre, al equipo que ha dirigido IU hasta esta terrible situación. No deben estar ni un solo minuto más al frente de IU o lo que quede de ella. La comisión nombrada por la Presidencia debe asumir las funciones de dirección política y el próximo Consejo Político Federal debería proponer la disolución de la Permanente y otorgar a la Comisión carácter de Gestora.
La asamblea ya no puede ser antes de verano. Hay que aplazarla al último trimestre del año. Para conceder el máximo espacio y tiempo al debate y al trabajo debería celebrarse hacia finales de 2008.
Será en la Asamblea donde procederá debatir y decidir, entre otras, sobre las cuestiones que hemos intentado esbozar en este documento, y elegir una nueva dirección que sea capaz de ejecutar lo decidido, de forma práctica, efectiva y democrática, teniendo en cuenta que después de la Asamblea no estaremos al final del camino sino en el principio del proceso de reconstrucción de la izquierda alternativa en España.
Glòria Marcos i Martí, Ricardo Sixto Iglesias y Ignacio Blanco Giner son miembros de la Comisión Permanente de EUPV. Afiliados independientes a IU y a EUPV.
[1] Una vez concluida la redacción del presente documento hemos podido leer un texto de Julio Anguita con el que coincidimos en muchos aspectos y que estamos seguros contribuirá, junto con otros, a promover este debate en el seno de IU.