La conciliación de la vida laboral y familiar tiene una relevancia social evidente. Dentro de esta problemática se encuentra cómo engarzar los horarios laborales y escolares y si unos y otros lugares de trabajo y estudio están cerca de los hogares familiares. También, si los horarios laborales son rígidos o flexibles. Si el periodo de […]
La conciliación de la vida laboral y familiar tiene una relevancia social evidente. Dentro de esta problemática se encuentra cómo engarzar los horarios laborales y escolares y si unos y otros lugares de trabajo y estudio están cerca de los hogares familiares. También, si los horarios laborales son rígidos o flexibles. Si el periodo de vacaciones, regulado por cada comunidad autónoma, favorece o no la estacionalidad y los agobios de plazas turísticas y los atascos de las carreteras o, si hay días ‘moscoso’ no lectivos, pero sí laborales y no se sabe qué hacer con los niños. Cada una de estas cuestiones tiene que abordarse singularmente dentro de un plan general que intente conciliar los horarios y calendarios de estudiantes, profesores, padres trabajadores lo mejor posible, sin olvidar el requisito de formación académica y el rendimiento escolar.
No es lo mismo, en palabras de Alejandro Sanz, los niños que los adolescentes y las medidas de conciliación para unos y para otros. Así, para los más pequeños, se están extendiendo -aunque limitadamente y a un ritmo menor al de la demanda- las guarderías o los desayunos y actividades extra escolares en el mismo centro para los más pequeños.
En cambio, el mundo adolescente tiene otras necesidades. Ellos tienen más autonomía personal y van más a su aire. Sobre estos, queremos hacer unas reflexiones y una sugerencia.
Los adolescentes no son unos niños. Según estudios psicobiológicos el cerebro del adolescente se transforma y genera un biorritmo específico. Tienen derivas a acostarse ‘tarde’, dormir poco en los días escolares, ir por los pegados a las sábanas al instituto, no desayunar o hacerlo malamente con las carencias que eso supone, ‘dormirse’ a segunda hora de clase y más, y compensar esa falta de sueño estructural con panzadas de dormir los fines de semana.
Dada la extensión de jornada continua en los institutos y colegios y la carga de materias lectivas, las clases suelen comenzar antes de las 9h y finalizan entre las 13 y 14h.
La conciliación aquí entre horario escolar (y laboral para los trabajadores de la enseñanza), vida familiar y biorritmo del adolescente se hace más compleja pero también hay que abordarla. Según unos estudios citados por Barbara Strauch, en su libro ‘Por qué son tan raros’ (Ed. Mondadori) referidos a los adolescentes, un horario más adaptado a esas edades (y necesidades biológicas) consistiría en empezar las clases más tarde, desayunados convenientemente, aunque la hora de finalización, lógicamente, se retrasase.
En pruebas documentadas realizadas en Estados Unidos, la mejora de rendimiento escolar (medida por las calificaciones) en grupos diferentes de los mismos cursos y centros era de un diez a un veinte por ciento. Puede parecer pequeño, pero sería la diferencia entre un cuatro y un seis. Claro que, por decirlo con algunas dosis de humor, a lo mejor era el cerebro de los profesores el que funcionaba mejor con otro horario.
En todo caso, creemos que este es un debate abierto y que toda la comunidad escolar, trabajadores de la enseñanza, alumnos y padres y las propias administraciones deben de revisar las pautas y costumbres, incluso haciendo algunas pruebas en nuestro país con comienzo y finalizaciones de la jornada escolar diferente para ver su repercusión e intentar casar conciliación laboral, familiar y mejora del rendimiento escolar.