Los ríos se ven casi siempre a lo lejos. A veces desde la autopista. Esa distancia propicia que a menudo se les contemple como espacios físicos que se pueden ignorar o dominar: ensuciar, secar, asolar el bosque de ribera. «Si te acercas a un cauce, ves que no es así, que un río está lleno […]
Los ríos se ven casi siempre a lo lejos. A veces desde la autopista. Esa distancia propicia que a menudo se les contemple como espacios físicos que se pueden ignorar o dominar: ensuciar, secar, asolar el bosque de ribera. «Si te acercas a un cauce, ves que no es así, que un río está lleno de vida». Así piensa Helena Solé, miembro de uno de los 821 grupos de voluntarios que custodian y han adoptado algún tramo de 500 metros de los ríos de Catalunya. Ella y su compañero se ocupan de un tramo del Segre.
El proyecto Rius, que aglutina a estos grupos y que cuenta con el apoyo de todas las administraciones y de entidades sociales, ha crecido como la espuma. Cuando nació, en 1999, había apenas 93 grupos, formados básicamente por universitarios de carreras relacionadas con la naturaleza. Hoy hay de todo. «Yo soy geólogo, pero cuando los del proyecto nos reunimos me encanta tener al lado a un pescador o un ama de casa», dice Carles Crespo, miembro de otro grupo de voluntarios que vela por el Mogent, afluente del Besòs, cerca de La Roca del Vallès. Porque los grupos son variopintos: particulares, escuelas, asociaciones, ecologistas y empresas, entre otros.
Dos veces al año (primavera y otoño), los grupos hacen un informe del estado de su tramo del río. Inspeccionan el agua y el bosque de ribera y buscan diferentes indicadores previamente fijados por el Departamento de Ecología de la Universitat de Barcelona: dureza, salinidad, transparencia, velocidad y caudal del agua y presencia de nitritos o nitratos y de macroinvertebrados (larvas de mosquito y libélula o gasterópodos, entre otros). En el bosque se buscan posibles alteraciones de la biodiversidad endémica.
Los resultados este año no son muy optimistas. «La sequía primero y las tormentas después han hecho disminuir la población de macroinvertebrados», explica Sílvia Gili, coordinadora del proyecto.
Cauces mejores y peores
El balance indica que la cuenca con mejor salud es la del Ter, donde 152 grupos analizan 24,5 kilómetros. En lo que al agua se refiere, el 41% del cauce está sano y el 7% se encuentra en situación grave; en cuanto al bosque de ribera, el 61% está bien conservado.
El Llobregat y el Besòs son otra historia. En el primero, 138 grupos controlan 34 kilómetros de un cauce que sólo tiene un 17% de caudal sano y un 32% de bosque bien conservado. En el Besòs, con 111 grupos que operan en 31,5 kilómetros, el 22% de los tramos tiene el agua en situación grave, mientras que el 31% del bosque de ribera está muy degradado y otro 48% muestra alteraciones importantes.
Pero no hay que desanimarse. Aunque la calidad de los cauces fluviales ha bajado este año por la sequía, «los ríos han mejorado desde que empezamos a hacer los informes», advierte Silvia Gili.
El trabajo de los grupos de voluntarios no acaba con el diagnóstico de su tramo fluvial. «Cuando se convive tanto con un río, al final tú misma acabas convirtiéndote en un componente más del ecosistema», opina Gili. Tras ese fervor llegan las propuestas: plantaciones de especies autóctonas, limpiezas o recuperación de caminos. El proyecto Rius ayuda a los grupos en la búsqueda de recursos y en los trámites administrativos.
Y, además, busca voluntarios para cumplir un objetivo: acercar la población al entorno natural. Faltan muchas vocaciones para cubrir un poco más de los cerca de 2.000 kilómetros de cuencas fluviales de Catalunya. Los que se animen pueden encontrar más información en internet (www.projecterius.org) o en el teléfono 93.421.32.16.