El agua planetaria da la impresión de ser inagotable por la magnificencia de los mares o por los torrenciales aguaceros veraniegos. Nada menos cierto, pues por lo menos el agua potable para consumo humano se nos agota. Aunque tres cuartas partes del planeta están cubiertas de agua, el 97 % es salada. Del 3 % […]
El agua planetaria da la impresión de ser inagotable por la magnificencia de los mares o por los torrenciales aguaceros veraniegos. Nada menos cierto, pues por lo menos el agua potable para consumo humano se nos agota.
Aunque tres cuartas partes del planeta están cubiertas de agua, el 97 % es salada. Del 3 % restante, dos terceras partes se hallan en los casquetes polares y en las cimas de las montañas como hielo y nieves perpetuas; únicamente un 1 % del total del agua existente en el mundo es para el consumo humano y está distribuida de forma muy desigual: las regiones y países que la poseen no cejan en contaminarla y desperdiciarla siguiendo las pautas globalizadoras de desarrollo industrial y consumista. Estos países y élites sociales provocan –directa o indirectamente– la acelerada destrucción de los bosques, alterando gravemente el ciclo hidrológico en que se basa la captación y filtración del agua pura.
En los últimos setenta años, la población mundial incrementó seis veces su consumo de agua, mientras el volumen disponible es el mismo. En cambio, el agua potable no contaminada ha disminuido en un 15 %.
La disponibilidad de agua por habitante disminuye, en promedio, en un tercio cada veinte años.
Hay en el mundo 12 mil km3 de agua contaminada, más que la de las diez cuencas fluviales más importantes del mundo.
Diariamente se vierten en ríos, lagos y arroyos 2 millones de toneladas de deshechos tóxicos (un solo litro de agua residual basta para contaminar 8 litros de agua dulce).
Estados Unidos y otros países industriales producen el 80 % de todos los desechos peligrosos, vertiendo en el agua, diario, 500 millones de toneladas de desechos peligrosos (metales pesados, solventes, sedimentos tóxicos y pesticidas).
Mientras 900 millones de personas de los países pobres no tienen acceso a agua no contaminada, y mueren por esa causa 25 mil personas al día, en los países industriales el 75 % del agua de que disponen la utilizan con fines industriales. Un habitante estadunidense promedio utiliza –y desperdicia– de 350 a 400 litros por día.
Las cuencas más grandes del mundo, ubicadas en países industriales o en los llamados «polos de desarrollo» de los países pobres, están altamente contaminadas y no son aptas para consumo humano.
Hace ya algunos años, Alvin Tolffer señaló que en el siglo XXI las guerras ocurrirían no sólo por el control del petróleo, sino por apoderarse de las fuentes y caudales de agua dulce, lo cual es una realidad inmediata.
Las corporaciones multinacionales que controlan el embotellamiento y la distribución del agua –CocaCola, Pepsi, Mitsubishi, Evián, Price Water House, y otras–, se posicionan en los territorios que poseen los últimos caudales superficiales o mantos subterráneos de agua dulce no contaminada, e intentan forzar a los países subdesarrollados poseedores de estas fuentes –a través del Banco Mundial, el FMI, el G8, la ocde, la OMC–, a que privaticen la extracción, el aprovechamiento y la distribución del vital líquido, amén de las presiones que ejercen las corporaciones dedicadas a la generación y distribución de electricidad, ávidas de que se sigan construyendo gigantescas centrales hidroeléctricas y de que se hagan reformas que privaticen la generación y venta del fluido eléctrico.
Aunque en México la presión por el agua es todavía moderada (su precipitación promedio es de 772 mm/año y su disposición natural media nacional de escurrimiento superficial virgen y recarga de acuíferos es de 472 km3, de los cuales en el año 2000 se extraían sólo 72 kms3 para distintos usos y consumos), el agua tampoco está equitativamente distribuida, ni se utiliza racionalmente.
El sureste de México concentra el 68 % de los escurrimientos y el 23 % de la población, mientras que el norte, noroeste y centro concentra el 77 % de la población y y el 32 % del escurrimiento.
El 78 % del agua nacional extraída de montes, ríos, arroyos y lagos, tiene destino agrícola; el 2 % tiene uso pecuario, el 8 % va a la industria y el 12 % al uso público urbano.
Un 94.6 % de la población urbana –concentrada en las zonas centro y noreste del país– dispone de agua potable, mientras que de la población rural –ubicada mayoritariamente en el sur-sureste– sólo alcanzan su beneficio el 68 % de las familias.
De las seis principales cuencas de México, tres de ellas tienen un nivel muy alto de contaminación por desechos industriales, petroleros, urbanos y pesticidas, que las hacen no aptas para consumo humano (el Lerma-Santiago, el Alto Balsas y el Coatzacoalcos); otras dos alcanzan ya un nivel medio (el Papaloapan y el Grijalva) y sólo en una de ellas sus aguas tienen todavía un nivel aceptable de pureza: la cuenca del río Usumacinta, la más caudalosa del país y cuya desembocadura en el Golfo de México –unido ya al Grijalva– se encuentra frente a frente con la desembocadura del río Mississipi, la cuenca de agua dulce más contaminada del mundo, pues arrastra en su caudal los desechos tóxicos de la zona más industrializada y «desarrollada» del planeta: la costa este de Estados Unidos.
En su recorrido, el Usumacinta envuelve la Reserva de la Biosfera Montes Azules (en el centro y sur de la Selva Lacandona) alimentado por muchos ríos: el Tzaconejá, el Jataté, el Perlas, el Santo Domingo, el Revancha, el Dolores, el Euseba, el Reales, el Azul (nacido en la laguna de Miramar), el Ixcan y el Chajul –procedentes de Guatemala– formando el río Lacantún que recibe al Negro, al Tzendales, al Bravo y al Salado, para luego juntarse con las aguas guatemaltecas del Chixoy y el Pasión y conformar así el Usumacinta, que al virar al noroeste recibe al Agua Verde y el Chancalá y se encajona en el Cañón de Boca del Cerro para salir a las llanuras tabasqueñas (formando los Pantanos de Centla) donde más abajo se junta con el Grijalva y desemboca finalmente en el océano Atlántico.
Gran parte de su caudal depende de la precipitación y escurrimientos que capta la cubierta forestal de la selva de Montes Azules (otras de sus aguas sustantivas provienen de las selvas del Petén y el Ixcán guatemalteco).
En estos momentos hay una intensa y desigual pugna por el control de Montes Azules y sus estratégicos recursos naturales (agua y biodiversidad, principalmente), que enfrenta a tseltales, tsotsiles, ch’oles y tojolabales, organizados en la resistencia zapatista o cercanos a ella, con gigantescas corporaciones multinacionales –embotelladoras, agroalimentarias, farmacéuticas, constructoras y generadoras de energía– cuyos intereses son defendidos por supuestas ong, filiales algunas de corporaciones conservacionistas estadunidenses, vinculadas financiera y programáticamente a empresas multinacionales. Entre ellas están Conservación Internacional, The Nature Conservancy y World Wildlife Fund. Otras de origen nacional operan, unas como maquiladoras científicas (Espacios Naturales y Desarrollo Sustentable, fundada por el exdirector general de Áreas Naturales Protegidas de Semarnap) o como agentes de provocación social (Meralek, AC, presidida por un exconsultor del Banco Mundial).
Tras el disfraz de una «filantropía verde», que manipula y desinforma en los medios de comunicación con el discurso de la conservación ecológica en «beneficio de la humanidad» (basta ver la campaña de tv Azteca), estos poderosos intereses presionan para lograr el desalojo –violento incluso– de más de 40 poblados indígenas asentados en la Reserva Montes Azules como desplazados de guerra, a causa de la violencia militar o paramilitar ejercida en distintas regiones de Chiapas a partir de 1994, o expulsados de sus lugares de origen por carecer de tierras y de oportunidades de vida.
En Montes Azules se oponen dos propuestas diametralmente opuestas: una que propugna la conservación ecológica sin los pueblos y contra los pueblos, para beneficio y lucro privado de intereses corporativos multinacionales, y el trabajo ecológico de los pueblos, por los pueblos y para los pueblos.