Se nos nota en la sonrisa. Se nos ve en los ojos. Lo que estamos viviendo es un cambio social del que cada vez más personas queremos participar y del que, de una forma u otra, cada vez más personas nos sentimos parte. Y la alternativa que estamos construyendo está siendo todo un éxito: en […]
Se nos nota en la sonrisa. Se nos ve en los ojos. Lo que estamos viviendo es un cambio social del que cada vez más personas queremos participar y del que, de una forma u otra, cada vez más personas nos sentimos parte. Y la alternativa que estamos construyendo está siendo todo un éxito: en la economía o en la política, a través de tantas y tan diversas iniciativas y redes que se han ido consolidando en los últimos años, pero también por lo que supone para nuestro imaginario colectivo, en el que se va abriendo una brecha y se comienzan a contemplar muchas nuevas posibilidades.
Por eso, aunque en las próximas elecciones volvieran a ganar, incomprensiblemente, el PP o el PSOE, la alternativa que estamos construyendo no podría deshacerse. Eso sí, como planteaba Miki, compañero de Decrece Madrid, en el debate «El Decrecimiento ante las Urnas», si las instituciones políticas quieren contribuir a allanar el camino hacia nuestra alternativa, bienvenidas sean, pero si no, que al menos no nos estorben a quienes estamos trabajando por este otro mundo posible.
Ahora que el foco está puesto en las próximas elecciones generales de noviembre, vale la pena rescatar una de las claves de las recientes elecciones municipales: cada vez somos más conscientes de la necesidad de que todo vuelva a ser un poco más local, tanto la toma de decisiones políticas, como la producción y el consumo. Porque lo contrario ya se ha demostrado fallido: cuando la política vuela a niveles estratosféricos, no se la ve, y cuando no se la ve, no la hacemos. Entonces, nos la hacen otros. Y con la economía, igual.
El 24-M arrojó algo de luz sobre cuál es parte del camino para la transformación social que necesitamos. Solo sobre una parte, reitero: esa que apunta a la necesidad de desbordarse y confiar en la gente para entrar en los ayuntamientos y parlamentos autonómicos. Fueron elecciones municipales y autonómicas. Lo que ahora tenemos que plantearnos es cómo afrontar esa «ley del embudo» que conlleva intentar acceder al poder estatal, y que puede llegar a ser tan altamente dañina para los movimientos sociales. Pues el estado, por su lógica representativa, necesita dejar fuera de sí a eso a lo que representa: al pueblo.
Esto tiene que conducirnos directamente a la siguiente conclusión: si para algo necesitamos el poder estatal, así como todo poder supranacional, es fundamentalmente para «garantizar y coordinar lo local», espacio donde sí que puede estar presente la gente y decidir sobre lo que le afecta. Y ese, y no otro, tiene que ser el auténtico reto: garantizar que la política deje de volar a niveles estratosféricos y comience a bajar a la tierra.
En este sentido, nos vamos a encontrar con unas elecciones antes de las elecciones, esto es, con una primera prueba democrática para quienes dicen querer llegar al poder para devolverlo a la gente: ¿escucharán o no escucharán a esa gente a la que dicen querer empoderar? Esa gente que está reclamando unidad popular de cara a las generales, que se ha dado cuenta de que el reto es ese al que apuntaba, el de recuperar la política, que se ha percatado de que las circunstancias no son las mismas que las de la Asamblea de Vistalegre, y que ahora señala la sensatez de la propuesta de Javier Gallego en el recomendadísimo programa «Confluencia o muerte», de Carne Cruda: la propuesta de «Ahora En Común».
Es comprensible que IU, Equo y otros, no quieran ir bajo el «paraguas» diseñado por Pablo Iglesias. Por eso, tenemos que entender cada cosa en su contexto, y aceptar que si bien Podemos ha sido un elemento determinante para que estemos donde estamos, quizás sea hora de replantear el «consenso de Vistalegre», tener amplitud de miras, dejar de lado egos, y estar a la altura del momento. Esto supone asumir que Podemos va a necesitar sumar la ilusión de mucha más gente a lo largo de los meses que quedan, algo que no logrará solo con un lavado de imagen, al estilo de PP y PSOE .
«Ahora En Común» sería un posible nombre para una posible candidatura de unidad popular a las generales que integre tanto a Podemos, IU, Equo, Frente Cívico, representantes de movimientos sociales… Una candidatura que hoy es reclamo indiscutible de la ciudadanía y que, si Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Alberto Garzón y demás figuras mediáticas no comienzan a considerar seriamente desde ya, por más que repitan eso de que «no importan las siglas» o de que «han creado la mejor maquinaria de guerra electoral», la realidad será que lo que parecía remedio, se habrá convertido en parte del problema: unos «expertos» que pretenden decidir por nosotros qué es lo que más nos conviene.
Hay quien piensa que el poder corrompe. Yo creo que, más bien, desenmascara. Y antes de las elecciones de noviembre, estoy convencido de que podremos saber quiénes, de los que dicen querer llegar al poder para devolverlo a la gente, lo dicen con honestidad, y quienes, a la hora de la verdad, van a priorizar su liderazgo por encima del liderazgo colectivo.
La pelota está, en gran medida, en el tejado de Pablo Iglesias. Podemos puede anquilosarse antes de tiempo y hacerse el harakiri, o puede hacer una relectura de los tiempos, y entender que una suerte de «Ahora En Común» sería esa señal de que realmente no importan las siglas, ni los nombres, sino el proceso de transformación en marcha.
Las elecciones antes de las elecciones despejarán dudas. Pero si ni siquiera se tuviera la humildad de renunciar a una marca para compartir el camino hacia el poder, ¿por qué pensar que una vez en el poder iban a devolverlo a la gente?
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