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Alejo

Fuentes: Cubadebate

Todo el que ha pasado la secundaria en Cuba lleva su propio Carpentier a cuestas. Como miles de criaturas, llevo el mío, a galope entre la Sofía de El Siglo de las Luces, y la Rosario de Los pasos perdidos. Más de una vez he leído estos libros suyos, y otros, siempre redescubriendo al autor […]

Todo el que ha pasado la secundaria en Cuba lleva su propio Carpentier a cuestas. Como miles de criaturas, llevo el mío, a galope entre la Sofía de El Siglo de las Luces, y la Rosario de Los pasos perdidos. Más de una vez he leído estos libros suyos, y otros, siempre redescubriendo al autor y redescubriéndome.

Mientras escuchaba este sábado, en el Palacio del Segundo Cabo, la presentación de varios textos de Alejo Carpentier, me he preguntado cuánto se habrá perdido en el trasiego de los signos originales del pensamiento de Alejo a los recios vocablos españoles, cuántos matices, alusiones, perfumes, referencias, mensajes subliminales desaparecerían en el viaje lingüístico de su vida y sus historias que, además de tiernas y excitantes y terribles, están cargadas de simbolismo y misterio como un texto de alquimia.

Es así, porque una no logra aprehenderlo de una sola vez. Hay todavía mucho que encontrar en su literatura, en sus ensayos musicales, en su periodismo. Quien bucee en las densas aguas de la ficción de Alejo Carpentier debe hacerlo con el ánimo preparado para vivir una experiencia extraordinaria: la de una fábula extraña y seductora que documenta como pocas esa región profunda donde los deseos liberadores del ser humano y las pulsaciones de destrucción y de muerte se confunden a veces, en conjura inseparable.

En este último Sábado del Libro la profesora Ana Cairo recordaba que Carpentier era el Colón de la cultura occidental. Aludía al modo en que nuestro escritor logró fundir en una sola -incluso en un solo concepto, lo real-maravilloso-, la cultura mediterránea y el llamado mediterráneo americano. Esbozaba esa «pasión del imposible» que fue el destino de la generación carpenteriana, un sino que acarreó muchos sufrimientos, pero también extraordinarias hazañas del espíritu humano, obras maestras del arte y del pensamiento, grandes descubrimientos científicos y -lo más importante- la noción y la práctica de la libertad.

Carpentier nos enseña que «amar lo imposible» forma parte de la naturaleza del hombre, ser trágico a quien han sido dados el deseo y la imaginación, que lo inducirán siempre a querer romper los límites y alcanzar aquello que no es y que no tiene.

Con una oración de El arpa y la sombra, la última novela publicada de quien es, junto a Martí, el más universal de nuestros escritores, cierro esta carta de hoy. El narrador de este pasaje es el Carpentier-Colón que, extasiado, renombra parte del archipiélago de Cuba, en el segundo viaje a las Américas. Si no hubiera escrito tanto texto imprescindible, solo por este habría que amar a Alejo para siempre:
Islas, islas, islas… De las grandes, de las mínimas, de las ariscas y de las blandas; isla calva, isla hirsuta, isla de arena gris y líquenes muertos; isla de las graves rodadas, subidas, bajadas, al ritmo de cada ola; isla quebrada -perfil de sierra-, isla ventruda -como preñada-, isla puntiaguda, del volcán dormido; isla puesta en arco iris de peces-loros; isla del espolón adusto, del bigarro en dienteperro, del manglar de mil garfios; isla montada en espuma, como infanta haldada de encajes; isla con música de castañuelas e isla de bramantes fauces; isla para encallar, isla para vararse, isla sin nombre ni historia; isla donde canta el viento en la oquedad de enormes caracolas; isla del coral a flor de agua, isla del volcán dormido; Isla Verdemusgo, Isla Grisgreda, Isla Blancasal; islas en tan apretada y soleada constelación -he contado hasta ciento cuatro- que, pensando en quien pienso, he llamado Jardín de la Reina… Islas, islas, islas.