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Algunas notas sobre Trotsky y el cine

Fuentes: EncontrArte

Haciendo un somero repaso sobre el apartado más tangencial sobre algunas de las más singulares conexiones de Trotsky con el cine, podemos comenzar por referirnos, a modo de anécdota, a la existencia de una lejana noticia de prensa (servidor recuerda una plana del diario barcelonés La Vanguardia por la mitad de los años sesenta) que […]

Haciendo un somero repaso sobre el apartado más tangencial sobre algunas de las más singulares conexiones de Trotsky con el cine, podemos comenzar por referirnos, a modo de anécdota, a la existencia de una lejana noticia de prensa (servidor recuerda una plana del diario barcelonés La Vanguardia por la mitad de los años sesenta) que el propio Trotsky se creyó obligado a desmentir en su día, y según la cual trabajó en alguna película como extra durante su pasaje por los EE.UU. Como ilustración se ofrecía un fotograma en el un ignoto actor «podía ser» el famoso revolucionario, un detalle que simplemente podía sustentarse en la mera coincidencia de una semejanza física, pero para la que no existió ocasión ya que en su breve pasaje por los Estados Unidos. Previamente, Trotsky había sido expulsado por la policía francesa en la frontera española, inicio de una breve experiencia sobre la que escribió un pequeño opúsculo, Mis peripecias en España.

Cortado el camino francés en su tentativa de volver a Rusia, Trotsky tuvo que coger un barco hacia los Estados Unidos. En este barco coincidió con, Arthur Cravan, uno de los «padres» del surrealismo, personaje que ha servido como base para un documental, Cravan versus Cravan (Isaki Lacuesta, España, 2002). En los Estados Unidos se implicó inmediatamente en la vida política del socialismo norteamericano sobre el que escribiría páginas memorables, y tomó parte en las actividades del sector ruso exiliado. El caso puede archivarse como un mero ejemplo de «amarillismo» periodístico cuya consecuencia más obvia era la trivialización del personaje.

Sin embargo, esta estancia en los Estados unidos no pasó enteramente desapercibida para el cine como lo demuestra su singular presencia en una escena clave de un lejano «thriller» con fondo edulcorado e edificante del que apenas si se salva el buen hacer de los actores. Se trata de Manhattan melodrama (USA, 1934), dirigido sin demasiada convicción por W.S. Van Dyke, y que aquí se emitió por TV con el título de El enemigo publico numero 1. La trama enfrenta a dos grandes amigos, uno (Clark Gable) que escoge convertirse en gángster, el otro (Willian Powell), en abogado al favor de la ley. El factor que provoca que el personaje representado por Gable opte por el mal camino viene determinado por un incidente en su niñez, en una especie de prólogo en que el papel es interpretado por un todavía bisoño Mickey Rooney. La tragedia tiene lugar en un parque público de Manhattan, a continuación de un tumulto ocasionado por un mitin cuyo orador se dice que es Trotsky, un nombre que es maldecido por el muchacho que se queda huérfano. De esta manera queda clara que la responsabilidad de dicha orfandad recae sobre Trotsky, fabricante de huérfanos, y desde luego, no sobre la policía de la que se podía suponer autora directa del infortunado disparo. Todo un dardo que por más que carezca de la menor verosimilitud no por ello dejaría de ofrecer a parte del público una connotación fatídica sobre el personaje.

Todavía más disparatada, aunque más benévola es la ocurrencia del gran Ernest Lubitsch en Lo que piensan las mujeres (That Uncertain eeling). USA, 1941), una de las comedias menos celebradas y desde luego a años luz de Ser o no ser (To be or no to be, USA, 1942), una de las mayores y más corrosivas sátiras que se ha hecho contra el nazismo desde el cine. Lo que piensan… fue una suerte de (auto) «remake» de Divorciémonos (Kiss me again, 1925). Su trama, propia de un enredo de vodevil con sus clásicas escenas de puertas que se cierran y se abren, resulta ser difusamente feminista y está sazonada con un grupo de personajes más o menos extravagantes entre los que se cuenta Harry Davenport, un secundario larguirucho que en este caso interpreta a un vago nihilista cuya divisa provocadora –y no se nos dice porqué- es «!Viva Trotsky¡».

Mayor calado tiene la referencia explicitada en El grupo (The group) USA, 1966, irregular título del notable Sidney Lumet uno de los directores más comprometidos con un cine de denuncias desde que realizó Doce hombres sin piedad. Aunque sus mejores títulos apuntan contra la corrupción policial, cuenta también con una obra, Daniel (USA, 1983), que aborda una de las «páginas negras» de la historia política norteamericano: el caso del matrimonio Rosenberg, asesinados por «espiar» a favor de la URSS. Volviendo a El grupo, digamos que se trata de una –muy sintética– adaptación de la extensa novela autobiográfica de Mary Mac Carthy, novelista izquierdista norteamericana que en los años treinta estuvo ligada a la célebre revista Partisan Review, afín al SWP. Uno de los personajes secundarios de la trama resulta ser un lúcido y bondadoso sastre judío que habla con entusiasmo de Trotsky, lo que no supone más que un apunte de una referencia que naturalmente, queda muchísimo más precisada en la obra original.

Algo no muy diferente ocurre en Enemigo, A Love story (Enemies, a love story, USA, 1989), adaptación de la novela del prestigioso Nobel hebreo Isaac B. Singer que puede contarse entre lo mejor del muy irregular Paul Mazursky, una melodramática historia de un polígamo cuya primera esposa (Anjelica Huston) reaparece en la vida del protagonista (Ron Silver) en los Estados Unidos reclamando sus derechos, a lo que éste le responde, «¿Pero, tú no eras antes trotskysta?», insinuando tanto una historia de luchas sociales en Europa del Este como para puntualizar que con desde esta ideología no es propio efectuar una reclamación de derechos conyugales. El concepto también aparece en algunas de las películas de Woody Allen como en El dormilón.

Considerando las grandes dificultades de distribución del cine latinoamericano por estos lares, resulta mucho más arduo «catalogar» las películas que, de una manera u otra, hacen referencias a tal o cual expresión del «trotskysmo» en la pantalla, pero aunque sea muy someramente cabría llamar la atención de algunos títulos como Memorias de la cárcel (Memorias do cárcere, Brasil, 1984), una de las películas más reputadas de Nelson Pereira dos Santos (Sao Paolo, 1928), responsable de algunos de los títulos más destacados del cine brasileño, entre los que se cuenta esta adaptación de la novela homónima de Graciliano Ramos que evoca, también en clave autobiográfica, los años pasado en prisión por un inquieto intelectual izquierdista bajo la dictadura de Getulio Vargas. Uno de los temas que se debaten entre los barrotes oponen al «trotskysmo» y al estalinismo, eco evidente del existente dentro de la izquierda brasileña, algunos de cuyos problemas básicos resultan analizados con detenimiento a lo largo de la película.

En Europa la representación -y el conocimiento- es mucho más amplia, y así de entrada podemos recordar que en una de las constantes bromas de cariz surrealista que Buñuel inserta en El discreto encanto de la burguesía (Le charme discret de la bourgeoise, Francia, 1972), aparecen unos «flics» leyendo el -entonces- diario de la LCR francesa, Rouge, lo cual se puede interpretar del derecho o al revés. Por la misma época, el cine italiano ofrece también algunas pinceladas, como la presente en Un ciudadano fuera de toda sospecha (Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto), un alegato contra la impunidad de la policía italiana que fue distinguido con el Oscar a la Mejor Película de Lengua en 1970, Elio Petri anota algún que otro «¡Viva Trotsky!» en los muros pintados por las manifestaciones estudiantiles que el retorcido comisario interpretado por Gian Mª Volonté se esfuerza por reprimir lo más duramente posible. En clave jocosa también se emplea en Mimi metalúrgico herido en su honor (Italia, 1972), exitosa película de Lina Westmüller en la que un pícaro proletario, Mimi (Giancarlo Giannini), pone cara de asombro cuando su amiguita estudiante (Mariangela Melato) la habla de «los trotskystas», a los que define como la izquierda de la izquierda, un lugar de difícil comprensión para Mimi que apenas si acababa de enterar que existía la izquierda, un estupor por cierto muy habitual en nuestros lares, sobre todo en provincias donde lo de ser «comunista» ya aparecía como el colmo…

En Abril 1998, unos brillantes «apuntes» sobre la vida italiana efectuado por el inquieto Nanni Moretti después de Caro diario. En lo que puede considerarse como un indignado alegato contra el «Olivo» contra la blandura de la izquierda transformada (Moretti se muestra indignado porque D´ Alema no contesta a Berlusconi), Moretti nos ofrece entre sus personajes más ricos y entrañables un inolvidable pastelero «trotskysta», especialmente cascarrabias y lúcido… La lista de referencias cuenta con otro caso bastante singular: podría ampliarse con otras conexiones en general bastante periféricas, como lo puede ser la inspiración que Trotsky (junto con el escritor judío italiano Primo Levi), facilitó al director y actor Roberto Benigni a la hora de idear el guión de La vida es bella, Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1998, y que se refiere a una frase del «Testamento» en la que Trotsky afirma que a pesar de todo «la vida es bella», escrita justamente cuando el cerco de Stalin, después de acabar con sus hijos, familiares y amigos, se va cerniendo sobre él. Naturalmente, la idea de adecuar este planteamiento de optimismo cuando el abismo ya es una realidad al caso del «holocausto» resulta bastante controvertida.

En esto último, obviamente nada tiene que ver Trotsky, aunque ya que estamos en ello no estaría de más recordar que la Cuarta Internacional fue una de las escasas excepciones de denuncia y de actividad solidaria con los hebreos perseguidos, no en vano tanto Trotsky como una parte importante de la militancia cuartista era de origen judío. Tampoco tiene nada que ver Trotsky con la campaña de la que se hizo eco la prensa internacional orquestada por una Fundación anticomunista –animada por Stephen Schwartz, un trotskomunista «arrepentido»– contra la candidatura al Oscar de película El cartero y Pablo Neruda (Michael Radford, Italia-Gran Bretaña, 1997), arguyendo que, entre otras acciones ensuciadas por el estalinismo, Neruda firmó –lo cual es cierto– un manifiesto por la libertad del muralista David Alfaro Siqueiros, responsable directo del atentado contra Trotsky que precedió la acción criminal de Ramón Mercader.

También se puede hablar de connotaciones «trotskyanas» en La broma (Zert) Checoslovaquia, 1968), una notable adaptación de la primera novela de Milan Kundera efectuada por Jaron Jires, uno de los cineastas más representativo del gran cine checoslovaco que precedió y acompañó la «primavera de Praga», en cuyo contexto fue posible esta película, muy habitual en las actividades cineclubista en pasadas centurias, fuera de Checoslovaquia por supuesto. Es considerada «como una obra madura, densa y corrosiva que narra las peripecias de un joven comunista, expulsado y de la Universidad por una pequeña falta…» (Diccionario del cine, Ed. Rialp, Madrid, 1991). Esta pequeña falta no es otra que haber enviado a su novia comunista una postal con un «¡Viva Trotsky!». Un detalle nada banal considerando que en agosto de 1968, las tropas soviéticas invadían Checoslovaquia, y ponía punto final a la última experiencia de instaurar las libertades en el seno de una economía social planificada. Por cierto, dicha invasión sería justificada por el siniestra Leonidas Breznev como una medida preventiva contra una hipotética «conspiración trotskysta»

Fuente: http://encontrarte.aporrea.org/misc/136/a17655.html