Cuando era muy joven leí el libro de Max Weber (1864-1920) “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. De aquella lectura aprendí que la ética protestante surgió durante los inicios del capitalismo y aportó a esta nueva forma de producción, una ética religiosa que conectó con el espíritu económico de la época, alentando el desarrollo del capitalismo.
La nueva ética impulsó un racionalismo económico que presentaba el dinero como un fin, no como un medio. El trabajo emerge como la manera más adecuada para lograr la máxima obtención de riqueza. Trabajo, austeridad y ahorro, pasarán a ser, sobre todo en el calvinismo, la base desde la cual se valora el enriquecimiento como señal de predestinación a la salvación eterna. Focalizo mi reflexión en el calvinismo de raíz puritana, pero sería extensible al metodismo, el pietismo y el baptismo.
Por su parte, en su libro “El Dios falsificado” el jesuita valenciano José Ignacio González Faus, valora que el capitalismo es una religión exclusiva de culto incondicional del dinero. Pero el capitalismo “no ofrece ninguna cosmovisión que responda a las cuestiones fundamentales de la vida humana”. Esta crítica más o menos velada de un protestantismo ascético se completa con la idea de que la miseria y las catástrofes humanas quedan transformadas en castigos de Dios. Al criticar el capitalismo que es pura idolatría, González Faus critica implícitamente la ética protestante que le dio sustento ideológico. Esa frase tan manida del norteamericano hecho a sí mismo, de la nada, representa una cara de la ética que empapa a esa sociedad; la otra cara dice que quien fracasa es culpable y lleva consigo esta culpa a dondequiera que vaya.
El sueño americano tiene mucho de fábula. El perfil de sociedad de la ética protestante, estaría basado en la proyección del individualismo, la propiedad privada, el libre mercado, la insolidaridad social solamente corregida por el asistencialismo limitado, y todo cuanto estimula el desarrollo capitalista. El sálvese quien pueda va de la mano de la no aceptación de que los ricos tienen alguna responsabilidad que los obliga a distribuir parte de su riqueza entre el conjunto de la sociedad.
Siguiendo a González Faus yo diría, además, que el neoliberalismo rechaza el concepto de comunidad con toda la fuerza, institucional si hace falta.
Lo cierto es que, en las últimas décadas, el capitalismo se ha consolidado y ya no necesita de la autoridad ética de la religión. El capitalismo se ha consolidado, lo que es evidente incluso para el mundo católico. Y si para la ética protestante era y es esencial el trabajo duro, el ascetismo mundano, el ahorro y la efectividad, el catolicismo tuvo que espabilar, alejado como estaba de estos principios. Era necesaria una nueva ética católica que sustentara la adaptación, primero al capitalismo y luego al neoliberalismo.
La Rerum Novarum
Para esta adaptación la Doctrina Social de la Iglesia Católica era un problema. La Rerum Novarum (encíclica de 1891) no era una herramienta suficiente para la nueva época que necesitaba una ética económica moderna que otorgara entera libertad para los negocios.
Hay que reconocer que la Iglesia Católica supo superar a la Rerum Novarum con la encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II que renovó la opción por los pobres y, a la vez, condena el capitalismo salvaje, obviando al mismo tiempo la condena del culto al dinero. Dio un paso adelante en la aceptación del capitalismo, lo que fue facilitado por la caída del Muro de Berlín y de la URSS. “El socialismo distribuidor” ya no era competencia, y la opción por el libre mercado y el adelgazamiento social del estado era más fácil. Ahora bien, no hay una lectura única de la Centesiumus Annus dentro de la Iglesia. Creo que en ella cohabitan dos posiciones principales.
La Rerum Novarum no era ni de lejos socialdemocracia, pero hay pocas dudas de que fue la palanca para la creación de la Democracia Cristiana y de la Doctrina Social de la Iglesia. Una doctrina que sostenía que la propiedad privada era un derecho natural, dentro de los límites de la justicia. Las influencias del liberalismo sobre la encíclica eran notables, pero defendía que cada trabajador debe recibir un salario digno que le permita tener una vida “razonablemente cómoda” y que “si aceptaba malas condiciones laborales debido a la necesidad o al temor”, el trabajador era una víctima de la injusticia. La Rerum Novarum impulsada por el Papa León XIII, recordaba a los empresarios que va contra la fe católica un salario injusto, la deshumanización del trabajo, considerar al obrero como un esclavo. A cambio la encíclica consagraba la propiedad privada y condenaba el colectivismo socialista. Ahora bien, la función central de la Rerum Novarum no era otra que ser muro de contención del comunismo y el socialismo. Frente a la descristianización de las clases trabajadoras la Iglesia Católica ofrece sindicatos católicos y un gran partido político confesional.
Centesimus Annus
Ciertamente, algunas estas premisas dejaron de ser funcionales incluso para el empresariado católico. La encíclica Centesimus Annus (1991), bajo el papado de Juan Pablo II, rompió radicalmente con las ideas económicas todavía vigentes de la Iglesia Católica, dando satisfacción y entera libertad al nuevo espíritu neoliberal de los nuevos líderes empresariales. A diferencia de la Rerum Novarum que pretendía sr un muro contra el comunismo y por eso mismo cuidaba de la comunidad, la Centesimus Annus tenía la vía libre para modular una opción pro capitalista sin renunciar a la denuncia universal de la pobreza y la esclavitud. Juan Pablo II dijo ante la Asamblea de las Naciones Unidas: “Nunca antes la Tierra ha producido tanta riqueza, pero nunca en el mundo ha habido tanta pobreza, tantos hambrientos. Nunca han existido tantas desigualdades, nunca los frutos del progreso han sido distribuidos de manera tan injusta”. El lado sospechoso de Juan Pablo II es que mientras decía verdades como puños acerca de la riqueza y la pobreza, desmantelaba la Teología de la Liberación y castigaba a sus portavoces. Que se lo pregunten al poeta del universo, el monje nicaragüense Ernesto Cardenal.
Abundando en la Centesimus Annus, proporciona los principios necesarios para que los empresarios católicos puedan desenvolverse cómodamente en los negocios. Ya no se condena a Mammón (al dinero). En esta línea, la Centesimus Annus sintoniza con las virtudes de la ética protestante, el trabajo duro conlleva mayores ingresos y un alto ahorro. Yo diría que el acercamiento entre ambas corrientes religiosas es progresivo. Diversos pasajes de la Centesimus Annus irradian el mismo espíritu que la ética protestante, como por ejemplo la ganancia y el trabajo disciplinado.
Hago aquí una aseveración atrevida. Si de la mano de la Rerum Novarum, la doctrina social de la Iglesia -por su paternalismo probablemente-, constituía un obstáculo para la ideología capitalista con la Centesimus Annus los nuevos empresarios encuentran entera libertad para su praxis neoliberal.
Dos tendencias en la Iglesia
¿Qué quiero señalar entonces con la idea de cohabitación ya antes citada? Señalo que dos tendencias conviven y se hacen la competencia: una la que encarna el Papa Francisco, que rescata de las dos encíclicas citadas, sus vertientes más sociales. Afortunadamente el Papa Francisco sigue encarnando, con mucha oposición interna, la doctrina social que sitúa en el centro de la ética a la justicia social, lo que trasladado al mapa de las ideologías lo coloca como simpatizante de la socialdemocracia en cuestiones sociales. No hablo para nada de sus ideas teológicas, ni de sus opiniones acerca de los problemas de la Iglesia que pertenecen a otro ámbito. Y no es que Francisco proponga un modelo nuevo o alternativo, no es su misión. En cambio, se opone al utilitarismo y a quienes desconsideran los retos de la justicia social, dejándolo todo en manos de la nueva religión que es el mercado.
Según la Teología de la Liberación, las tendencias, cada vez más visibles en el capitalismo contemporáneo, neoliberal, constituyen un desafío a los cristianos católicos. El neoliberalismo está en contradicción abierta y evidente con el modelo de comunidad humana ofrecida en el Nuevo Testamento. Pablo Richard, defensor apasionado de la Teología de la Liberación, chileno, invitado a uno de los Congresos de Teología en Madrid, formulaba la lógica del neoliberalismo: “Esta ideología neoliberal es cada día más fascista, racista, patriarcal, nacionalista y xenofóbica. Es una ideología agresiva y violenta. El otro empieza a ser considerado como el enemigo, especialmente si ese otro se organiza en función de la vida y tiene dignidad, conciencia y esperanza. Se desarrollan políticas de exterminio. Nadie duerme: los excluidos no duermen porque tienen hambre. Los incluidos no duermen porque tienen miedo”.
Pero la otra tendencia, a pesar del papa Francisco y de Pablo Richard, abraza el neoliberalismo de facto, aunque retóricamente nos hable de la opción de los pobres. La Conferencia Episcopal Española encarna muy bien esta tendencia de la que me preocupa su acercamiento progresivo al calvinismo como expresión religiosa de una cultura neoliberal norteamericana que se extiende por el mundo, individualismo y dejación de la comunidad.
La sociedad tradicional, se ha ido extinguiendo, incluyendo a la Democracia Cristiana, y hace ya un tiempo que fue sustituida por otra, cargada de la promesa de nuevas libertades, pero con los peligros reales de nuevas formas de injusticia y de esclavitud. La traducción jurídica, política y moral, de este cambio, consiste en que la marginalidad y la indigencia, la pobreza y los pobres, son realidades que ya no se abordan desde el enfoque de los derechos sino de la limosna o ayuda que no obliga, que es unilateral y temporal.
Por eso, lo que me preocupa de la posición de la Conferencia Episcopal española sobre el ingreso mínimo vital es que su apoyo es condicional a que sea temporal, como si el ejército de parados estructurales no fuera ya algo crónico con tendencia a crecer debido a la incorporación de nuevas tecnologías en la producción. La dignidad humana de la que nos habla la Declaración Universal de los DDHH, no puede quedarse en la asistencia temporal, puntual, a millones de personas, al estilo de la sociedad neoliberal protestante que hegemoniza el estilo de vida americano. Por eso la Renta Básica Universal es una vía a explorar.
Cuando el arzobispo Cañizares afirma que “el Mínimo Vital es una dádiva propia de regímenes totalitarios” está condenando y negando la solidaridad social, la idea de comunidad con un mismo destino en un planeta vulnerable. Y más allá del personaje, me preocupa que en la Iglesia Católica este enfoque se abra camino pues significa ir hacia una sociedad definitivamente dual, sin cohesión, con grandes bolsas de condenados ya en la tierra. Tal vez porque es consciente del problema la Conferencia Episcopal defiende un ingreso familiar que iría destinado al cabeza de familia. La idea, inicialmente, es de tener en cuenta, pero huele mal, a patriarcado, que el titular de esa ayuda sea, generalmente, el que es marido y padre. Más bien parece una apuesta por apuntalar la familia como célula principal de nuestra sociedad y hacer que la unidad familiar obligada, descarte separaciones y divorcios.
La Conferencia Episcopal alejada de Francisco
Para entendernos, este sector de la Iglesia Católica, no verbaliza públicamente una denuncia de las muertes del Mediterráneo, no sale en defensa de los desahuciados, de los parados, de las mujeres violentadas, no denuncia el trabajo en semi-esclavitud de las y los temporeros, los abusos sobre las mujeres migrantes en los campos de recolección… La Iglesia de la Conferencia Episcopal, del Opus, de los Kikos, de los Legionarios de Cristo (se han pasado a VOX) , de los opositores al papa Francisco, ha optado por el neoliberalismo. Eso es muy grave en una sociedad en la que el aumento de la pobreza es imparable.
La ética protestante, sobre todo la de raíz calvinista, ensalza la predestinación y la idea de que cada cual tiene lo que se merece. El pobre lo es por su culpa. En el caso de la parte de la Iglesia Católica retrograda no es que oficialmente haya abandonado las exigencias que plantea la existencia de pueblos enteros sumidos en condiciones de marginalidad e indigencia, pero ahora ya no se trata de derechos de los pobres sino de “ayudarles” a sobrevivir si son merecedores de tal ayuda.
Por otra parte, es significativo que la Conferencia Episcopal financiara el año pasado (2019), a Trece TV con 82 millones de euros. Un canal tomado por la extrema derecha que se distingue por emitir diariamente provocaciones sectarias, con frecuencia antidemocráticas, y divulgar una idolatría del neoliberalismo.