La multinacional estadounidense prepara su desembarco en la vieja Babcock & Wilcox de Trapagaran con un modelo que bajo el pretexto de la creación de puestos de trabajo altera el consumo local además de las numerosas críticas sobre sus condiciones laborales
Puede contemplarse una imagen espectral del siglo XXI desde el funicular de la Reineta. Es aquella que muestra los restos de las naves de la margen izquierda -emblemas tecnológicos de lo que fuera la industria pesada vasca- coexistir pacíficamente con la frontera comercial del llamado «nuevo Bilbao», el Megapark. En una nueva vuelta de tuerca al proceso de mercantilización de los espacios urbanos, favorecido por las tecnologías de la información, la empresa estadounidense Amazon prepara su desembarco en los 90.000 metros cuadrados de la vieja Babcock & Wilcox, situada en Trapagaran. El gigante del comercio electrónico ha iniciado los trámites necesarios para establecer un centro logístico en la antigua calderería, a modo de enclave estratégico, y así conectar económicamente al resto de pueblos a través de su infraestructura. Toda esa riqueza que antaño se quedaba en el ecosistema de comercio local podrá ser extraída con mayor facilidad para desplazarse hacia las manos del hombre más rico del planeta, Jeff Bezos, cuya fortuna asciende a 131.000 millones de dólares.
Un mito presente
Aún no ha pasado una década desde su cierre, pero basta con pronunciar La Balco en un bar de los aledaños para averiguar que dicho mito industrial aún está presente en el imaginario colectivo. Una declaración de insolvencia y 800.000 euros adeudados al Ayuntamiento de Sestao por el Impuesto de Bienes Inmuebles son los culpables. Tampoco sería extraño toparse con algunos de los trabajadores que antaño engrosaban la plantilla de la fábrica cuyo sueldo o indemnización no ha sido satisfecho a la fecha presente. En ambos casos, la sensación es la de una época que ha desaparecido sin pagar su tributo. Sus restos se apilan de la misma forma en que lo hace la chatarra que nadie quiere en ese solar abandonado. Lejos de querer elevar esta antigua joya arquitectónica a la categoría de Bien de Interés Cultural, donde se encuentran las 20 toneladas de hierro forjado de la escultura Hombro con hombro de Agustín Ibarrola, el Gobierno vasco rechazó el pasado año concederle el salvavidas legal que hubiera permitido expropiarla. De manera simbólica, el Ejecutivo también dio la última estocada al Estado del bienestar establecido durante la posguerra, aquel que conjugaba los intereses del capital con los del trabajo.
Recientemente, el administrador concursal de La Balco afirmó a El Correo que la venta del terreno a Amazon no se ha formalizado aún, pero una promotora privada ha iniciado los trámites necesarios para facilitar su llegada y ha realizado la petición pertinente con el objetivo de recalificar el suelo. Al mismo tiempo, según las fuentes de este periódico, el proceso para borrar todo rastro de la antigua metalúrgica sigue su curso con la modificación del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) y su presentación ante Medio Ambiente del Gobierno vasco y el consistorio sestaotarra. También la existencia de estudios para la descontaminación del solar hablan de que la zona prepara el aterrizaje de la empresa norteamericana.
Aunque la inexistencia de componentes tóxicos en el subsuelo quede probada, nada impedirá que las perforaciones en el ecosistema social de la margen izquierda sigan su curso. «Cuando uno de mis clientes compra en esa plataforma saca riqueza del barrio para depositarla en los bolsillos de una empresario estadounidense», dice un modesto comerciante de las inmediaciones tras ser preguntado por la llegada del gigante de la compra online, que solo en 2017 facturó en el Estado español más de 4.100 millones de euros, más de un tercio de los Presupuestos Generales de la CAV. «A diario realizamos una labor de asesoría con el cliente. Se trata de un intercambio asentado en la fidelidad y en la confianza, no en un servicio por el que alguien paga una suscripción premium para que después un algoritmo le diga qué comprar. Cada día que pasa noto cómo este gremio se convierte en un mero escaparate de las grandes cadenas que rodean nuestros pueblos».
A muchos pequeños comerciantes de la zona, el laissez faire les suena a estafa, ya que afirman que la última revisión catastral en los pueblos cercanos asfixia al tejido comercial. Mientras, las controversias fiscales de Amazon nos muestran que a través de la jurisdicción de Luxemburgo pagó solo 16,5 millones de euros en impuestos sobre sus ingresos en todo Europa, que en 2016 ascendieron a 21.600 millones. Al mismo tiempo, los ciudadanos estadounidenses financian la creación de un monopolio del comercio electrónico como Amazon de distintas formas. Primero, con exenciones tributarias, subsidios y ayudas destinadas a atraer centros logísticos a las ciudades; y luego, con transferencias federales para pagar la comida de los trabajadores. Como señalaba un artículo publicado en The Intercept, aun cuando los generosos subsidios gubernamentales ayudan a sus almacenes a obtener ganancias, sus empleados aún deben recurrir a una red de ayudas para comer. Todo ello para facilitar que después aterrice en pequeños pueblos de todo el mundo para eliminar la competencia local y establecer una suerte de colonialismo digital en el que cada vecina es dependiente de los servicios privados de una empresa estadounidense.
La entrada de capital extranjero en las ciudades a través de grandes centros comerciales durante los últimos años no solo ha alterado radicalmente el ecosistema urbano, obligando a «trabajar mucho más para ganar menos», como se lamentaba el vendedor, sino que ahora todo ello ocurre mediante algoritmos, compras con un click y entregas inmediatas. Esta compañía cada vez ofrece un abanico más amplio de productos: libros, muebles, dispositivos electrónicos, artículos de limpieza, electrodomésticos, ropa e incluso todo tipo de alimentos. «Las tradiciones desaparecen cuando las generaciones que antaño compraban en el barrio dejan de hacerlo», afirma con cierta melancolía un vendedor de fruta que se jubila este año, pues prevé que cuando deje su tienda alguien succionará el capital que generaba. O tal vez, como ha ocurrido en otras tiendas locales, su establecimiento se convierta en punto de recogida gratuito. De los 1.200 que tiene Amazon en España, de momento cerca de una veintena están Bizkaia.
Alterar el consumo
Ahora bien, el desembarco en Trapagaran únicamente constituye un estadio intermedio dentro de un proceso mucho más ambicioso para alterar el consumo global. Entre los planes de futuro de Amazon, cuyas acciones se han revalorizado un 51155% desde su salida a bolsa en 1997, y en pocos años puede pasar a ser la compañía más rentable de Estados Unidos, se encuentra el de convertir sus almacenes en zepelines desde los que gestionar el reparto de pedidos mediante drones, para lo que ya cuenta con una flota de aviones.
Por otro lado, cuatro meses después de que abriera una tienda gestionada mediante sensores y cámaras de vigilancia para pagar sin pasar por caja en su ciudad natal, Seattle, se conoció que estos comercios futuristas se expandirían a San Francisco y Chicago. Este empeño por monopolizar el negocio de la alimentación en tiendas físicas también llevó a Amazon en junio del pasado año a realizar un operación menos sutil en el mercado: adquirir la cadena de supermercados estadounidense Whole Foods, valorada en 13.700 millones de dólares. Todo ello sucede de la mano del impulso a Amazon Fresh, un servicio de entrega de comestibles disponible en algunos lugares de Estados Unidos y en ciudades europeas como Londres o Berlín.
Aquel tendero afirmaba que mantenía a salvo su tienda porque, pese a que vender los productos de una multinacional como Coca-Cola, siempre saca algo de rentabilidad. Pero si todo el mundo hace la compra en el mismo sitio, todo ese margen va a parar a quien tenga la propiedad de la plataforma de comercio electrónico. Esto nos dice que, lejos de estar en crisis, al capital aún le quedan formas del todo creativas para que sus planes de acumulación no se detengan. ‘Mercantilizar’ y ‘monopolizar’ parecen ser las únicas palabras de ese nuevo lenguaje.
Buena parte de estas cuestiones, lejos de ser un tema recurrente en la prensa local que ha hecho pública la noticia sobre la inminente llegada de Amazon, quedan galvanizadas por la supuesta creación de empleos que esta compañía acarreará en la zona. En Toledo, un centro con un espacio más reducido que el de Trapagaran, el gigante del comercio electrónico afirmó que contrataría a 900 empleados en los tres años posteriores a su inauguración en otoño de 2018, una cantinela que ha comenzado a calar en los círculos de opinión bizkainos. Una ciudadana de Mungia, impaciente por ofrecerse como trabajadora, expresa sobre la explotación industrial que en otro tiempo empleara a 5.250 personas: «Mejor que esas fábricas estén vacías es que nos den trabajo al resto». Pero esta realidad no parece tan probable a largo plazo. Y menos cuando la renovación de los planes de acumulación de la clase dominante corre a cargo de las empresas de Silicon Valley, que han conseguido acaparar los beneficios del desarrollo tecnológico.
¿Cómo se explica que la sede en Seattle de Amazon no solo sea un referente en computación en la nube, sino también en logística? La empresa ha experimentado durante años con robótica hasta lograr un éxito notable a la hora de automatizar sus almacenes. Este es el caso del centro de El Prat, donde 3.500 robots campan a sus anchas por los 100.000 metros cuadrados de la superficie. En total, Amazon emplea decenas de miles de pequeños robots para mover paquetes, así como el citado reparto mediante drones con el fin de reducir los costes en la distribución. De hecho, un informe del Institute of Local Self-Reliance calculó que, en total, estos procesos han eliminado 148.774 empleos más en ventas minoristas de los que ha creado en sus almacenes. Entendida en términos capitalistas, la automatización destruye más empleos de los que crea, al tiempo que precariza los restantes.
Algunos años atrás, la prensa internacional publicó que la compañía había estado realizando experimentos para saber hasta qué punto podía presionar a los trabajadores con el fin de que lograran adaptarse más rápidamente a sus objetivos, siempre en constante expansión. Los perdedores eran despedidos en el sacrificio anual de personal. «Darwinismo», lo llegó a llamar un exdirector de recursos humanos de Amazon en presencia de un reportero del New York Times. Dicho periódico entrevistó a 100 exempleados de la compañía, describiendo las condiciones de trabajo que les empujaban hacia sus límites humanos en nombre de la productividad. Una muestra son las patentes adquiridas hace algunos meses por la corporación estadounidense para implementar accesorios para el trabajo: pulseras y brazaletes que indican la posición del empleado en la fábrica o emiten vibraciones para alertar a este sobre la necesidad de cumplir una determinada tarea. Estas innovaciones laborales que tratan de establecerse en EE UU guardan escasa relación con aquellos derechos adquiridos por los trabajadores durante la posguerra y se parecen más a «una vuelta a la esclavitud pero en el siglo XXI,» como afirma el delegado sindical de Amazon por la CGT, José Julio Bernal.
Huelga masiva
A finales de mayo, los trabajadores de Amazon en la Comunidad de Madrid secundaron una masiva huelga de dos días para protestar contra el convenio laboral que trata de «imponer» esta compañía. Denuncian que la empresa no contempla algunos derechos laborales mínimos y ponen como ejemplo que proponga que el trabajador pague de su bolsillo 14 días de baja y, a partir de entonces, la empresa le ofrezca un 60%. «¿Qué quieren?, ¿que hagamos una colecta para darles dinero?», se pregunta Bernal. «No somos máquinas que podamos trabajar sin descansar. Somos seres humanos que muchas veces necesitamos operaciones de rodilla, tratamiento por fascitis o, qué se yo, sueldos dignos».
Otro titular, esta vez de The Guardian, afirmaba lo siguiente: «El trabajador de Amazon cobra 18.000 libras al año para trasladar 250 artículos por hora». A medida que los beneficios derivados del desarrollo de las fuerzas productivas son mayores, menores son los salarios o mayores son los recortes en los derechos laborales. Decía Bernal que «las cosas no tienen por qué ser así», y que «hemos de tomar conciencia de clase, sobre todo los jóvenes, antes de que sea tarde».
En las ruinas de La Balco, sede de ladrones de chatarra y destino habitual de pirómanos, el capital global se manifiesta con más hondura que en los letreros de Fashion Outlet vislumbrados en el horizonte. El centro logístico que planea Amazon en Trapagaran, un proyecto que ya está tomando forma, aparece como una instantánea que nos permite vislumbrar la agitada transformación del sistema capitalista. Aquel donde los avances de la máquina desembocan en que una empresa estadounidense se introduzca en los lugares más recónditos del planeta Tierra, alterando formas autóctonas de vivir en los barrios para poder seguir extrayendo valor y así acumular el capital suficiente como para competir con su homónimo chino, Alibaba. Ante esta distopía corporativa, uno puede imaginarse al presidente del PNV, Andoni Ortuzar, quien recientemente posara con pintas de viejo rockero y un trofeo en la mano que acredita a Bilbao como la sede de la 25ª gala de los MTV-Awards, dándole la bienvenida al propietario de Amazon con ese tono tan globalista que caracteriza a sus políticas: «Ongi etorri, Mr Bezos».