Brasil encara actualmente una difícil polarización entre la necesidad del crecimiento económico y el imperativo de preservar sus recursos naturales, que es particularmente crítica en relación con la Amazonia. La apertura de las nuevas fronteras del desarrollo-crecimiento en el marco del vigente sistema capitalista conlleva el agravamiento de las desigualdades sociales y una tasa elevada […]
Brasil encara actualmente una difícil polarización entre la necesidad del crecimiento económico y el imperativo de preservar sus recursos naturales, que es particularmente crítica en relación con la Amazonia.
La apertura de las nuevas fronteras del desarrollo-crecimiento en el marco del vigente sistema capitalista conlleva el agravamiento de las desigualdades sociales y una tasa elevada de devastación ecológica. En nombre del desarrollo-crecimiento se abandona la sustentabilidad a escala mundial.
Esta opción nos enfrenta a amenazadoras consecuencias: calentamiento global, cambios climáticos, disminución de la diversidad y escasez de agua potable.
En la Amazonia se encuentran los mayores bosques húmedos, las mayores reservas de agua dulce y la más rica biodiversidad del planeta. El futuro ecológico de la Tierra depende en buena parte de cómo sea tratada la Amazonia, región decisiva para el equilibrio del sistema-vida.
Antes de analizar la política amazónica del presente gobierno del presidente Lula da Silva y el futuro de esta región, es preciso esclarecer dos equívocos frecuentes.
El primero es el de considerar a la selva amazónica como el pulmón del mundo. No es nada de eso. Más bien funciona como una esponja que absorbe el dióxido de carbono de la atmósfera y así disminuye el efecto invernadero.
En el proceso de fotosíntesis, grandes cantidades de carbono -que es el principal factor del calentamiento- se transforman en biomasa. Si se deforestase por completo la Amazonia, lanzaría a la atmósfera unos 50.000 millones de toneladas de carbono por año, una cantidad que no pueden soportar los seres vivos y causaría una mortandad masiva.
Por esto, la deuda de la humanidad hacia la selva amazónica brasileña por la absorción del carbono asciende, según la prestigiosa Fundación Getulio Vargas, a unos 35.000 millones de dólares.
El segundo equívoco es el de imaginar que la Amazonia pueda ser el granero del mundo. Es una creencia muy difundida pero es errónea. En realidad, la selva vive de sí misma y en gran parte para sí misma. Es exuberante pero su suelo es pobre de humus, de apenas 30-40 centímetros.
El bosque crece, de hecho, sobre el suelo, no desde el suelo. El suelo es sólo el soporte de una intrincada trama de raíces que se entrelazan y se sostienen mutuamente desde la base. Por esta razón, cuando se derriba un árbol, arrastra varios consigo. Donde no hay árboles, las lluvias torrenciales se llevan el humus y aflora la arena.
Por ello, se dice que la Amazonia puede ser transformada en una sabana o un desierto. Pero jamás podrá ser el granero del mundo.
Hasta 1968, la Amazonia estaba prácticamente intacta. Desde entonces, cuando comenzaron a introducirse los grandes proyectos de industrialización y de hidroelectricidad, los extensivos cultivos de soja y las grandes pasturas para el ganado y la colonización desorganizada, se inició la devastación de la selva.
Hoy en día, han sido deforestados 800.000 kilómetros cuadrados, 16 por ciento de los 3,5 millones de kilómetros cuadrados del territorio amazónico brasileño.
Al asumir el gobierno en enero del 2003, el presidente Lula quiso dar comienzo a una nueva política amazónica. Nombró como ministra del Ambiente a Marina da Silva, ex campesina cauchera y colaboradora de Chico Mendes, mártir de la preservación amazónica.
Su perspectiva básica es una visión transversal de todas las esferas de gobierno, que deben considerar por igual los aspectos ambientales.
Da Silva halló un cuadro desolador. En el período 2000-2001, el área deforestada se extendió a 18.165 kilómetros cuadrados y el año siguiente a 23.143 kilómetros cuadrados.
Para revertir esta situación, el gobierno aprobó en el 2004 el Plan de Acción para la Prevención y el Control de la Deforestación Amazónica, que abarca la actuación de 13 ministerios.
Los resultados han sido positivos. En el período 2004-2005, la tasa de deforestación se redujo en 31 por ciento, y se estima un resultado superior para el 2006.
También se aprobó la Ley de Gestión de Bosques Públicos, que define tres formas para la producción sustentable: la creación de unidades de conservación para uso sustentable de 15 millones de hectáreas; áreas destinadas a empleos comunitarios, como asentamientos forestales y reservas; por último, contratos de concesión forestal para licitaciones públicas para la explotación de productos y servicios forestales bajo una severa vigilancia de los organismos ambientales.
En la actualidad, están certificadas y controladas cerca de 1,4 millones de hectáreas de bosques naturales. La meta consiste en llegar en diez años a cerca de 50 millones de hectáreas protegidas en la Amazonia.
El gobierno de Lula está creando conciencia sobre la importancia estratégica que tiene la Amazonia para Brasil y para el mundo. Esto sucede en medio de muchas contradicciones provenientes de un pasado de abandono, pero el rumbo es claro.
Si se mantiene, se podrá salvar este patrimonio de la Tierra para la humanidad.
* Teólogo y ambientalista, miembro de la Carta de la Tierra y Premio Nobel Alternativo de la Paz