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Ambientalismo cualificado y sus desafíos

Fuentes: Rebelión

Cada 5 de junio, desde 1972, la ONU promueve diferentes actividades de sensibilización e información, mediante diversas actividades, sobre la situación ambiental del planeta, en múltiples lugares. Casi medio siglo después del establecimiento de esta conmemorativa fecha mundial, la percepción sobre la situación crítica del medio ambiente ha cambiado. En la década de los 60 […]

Cada 5 de junio, desde 1972, la ONU promueve diferentes actividades de sensibilización e información, mediante diversas actividades, sobre la situación ambiental del planeta, en múltiples lugares.

Casi medio siglo después del establecimiento de esta conmemorativa fecha mundial, la percepción sobre la situación crítica del medio ambiente ha cambiado.

En la década de los 60 del pasado siglo toda persona (científica o no) que «alertase» sobre las calamitosas situaciones de algunos aspectos del medio ambiente (en especial la capa de ozono) era calificada de «catastrofista», «apocalíptica» y «radical».

Ahora la situación crítica y sus consecuencias del sistema Tierra (y del medio ambiente en particular) es una verdad científica incuestionable. Y la autodefinición de ambientalista o emprender acciones de cuidado con el medio ambiente son motivos de valoración y admiración por parte del resto de la comunidad.

La herejía o el radicalismo de hace sólo 50 años atrás ahora se ha convertido en una verdad universal, por encima de las diversidades culturales o civilizatorias, porque la Madre Tierra es una y los signos y síntomas de su malestar no conocen ninguna frontera.

Teóricamente sabemos lo mal que está «Mamá». Pero, los dispositivos sociales y culturales instalados en nuestro espíritu nos impiden que el conocimiento cerebral baje al corazón y cambie nuestras aptitudes, actitudes y conductas.

Tenemos información necesaria de las causas de los múltiples malestares de nuestra Madre Tierra, pero aún no tenemos voluntad (individual y colectiva) para hacer cambios significativos y así quizás postergar lo inevitable que se viene a velocidades cada vez más rápidas.

¿Cuáles son los mayores retos de los ambientalistas?

Sanarnos de la «consumopatía». Urge abandonar progresivamente el consumismo material y espiritual y transitar hacia la sobriedad existencial. No necesitamos mucho ni muchos bienes para ser felices.

Resistencia económica. Ya no deberíamos comprar y consumir productos que hacen demasiado daño a la Tierra, mucho más si son de corporaciones «ecocidas». Casi el 50 % de los productos que nos ofrecen en los supermercado son innecesarios y/o basura que compramos para tirar. Si dejamos de comprarlos dejarán de producirlos.

Los consumidores actuales y potenciales demográficamente somos la gran mayoría. Eso nos da un poder inimaginable.

Si dejamos de consumir ciertos productos ellos ya no tendrán el poder para dañarnos porque ya no los seguiremos fortaleciendo con cada compra que hacemos.

Si a esto sumamos nuestra apuesta progresiva a abandonar el dinero como único medio de intercambio de bienes y servicios, estaremos activando una cultural contrahegemónica de resistencia económica.

Resistencia cultural. La resistencia cultural consiste en dudar de todas las verdades «absolutas» que nos ha instalado o afianzando el sistema mundo occidental moderno.

No podemos ser ambientalistas y seguir asumiéndonos los humanos como los únicos sujetos con derechos en el planeta. Predilectos de algún dios desconocido «sulbalternizando» al resto de las especies.

Aceptar que los humanos somos un grupo más dentro de la comunidad cósmica y reconocer la dignidad y los derechos a los otros seres vivos y «no vivos», es una tarea teórica y práctica inmediata. El antropocentrismo acelera el viaje a nuestro final como especie.

Superar el individualismo. Reconstruir los entramados comunitarios y superar el individualismo como método y como estilo de vida es otro de los desafíos ambientales actuales.

Hemos destruido nuestra única casa y hemos dañado el tejido vital de nuestra Madre Tierra por estar compitiendo entre nosotros, jugando a ser «mejores que el resto».

El sistema Tierra no tiene capacidad para que todos satisfagamos nuestros infinitos deseos de ser «el mejor» con sus finitos y ya deficitarios bienes disponibles con los que cuenta. El individualismo metodológico es tan letal e insostenible como el mito del desarrollo infinito.

Abandonar las ciudades. Abandonar paulatinamente las «megaurbes» y retornar al campo es una necesidad y un reto urgente. Si «Mamá» ya no tiene capacidad para alimentar la voracidad creciente actual, mucho menos tiene energías para hacer llegar comida y agua a las megaciudades desde lugares cada vez más alejados. La ciudad, como ilusión de la modernidad, no es amigable con la Tierra. Peor aún en situaciones catastróficas cada vez más recurrentes.

Transitar hacia la ecopolítica. Tampoco podemos decir que somos ambientalistas (sólo por recoger residuos sólidos o protestar cada 5 de junio) si seguimos creyendo en el sistema político vigente que nos ha llevado al caos ambiental planetario.

Es urgente trabajar, organizar, construir poder, ya no únicamente para la búsqueda del bienestar humano (derechos humanos), sino por el bienestar integral de la Madre Tierra, donde vamos incluidos los humanos. Estos tiempos son tiempos de derechos de nuestra Madre Tierra.

Organizaciones como las ONG o las iglesias no pueden ser ambientalistas si siguen entrampadas en el eufimismo de lo apolítico. Votar por la derecha y por los ricos ecocidas en cada rito electoral nos hace tan cómplices o más que los «ecotiranos» que gobiernan.

Construir el poder integral desde lo local, de manera ascendente y horizontal, para que todos los hijos de la Madre Tierra nos reorganicemos para defender y promover la vida en sus diferentes formas es un imperativo político impostergable. Los ricos son ambientalistas en la medida en que no afecta a sus intereses económicos.

Hacia una ecoespiritualidad. El reto mayor es el reto espiritual. La sobriedad económica, la conciencia ecopolítica, el cosmocentrismo y el retorno a la comunidad son posibles si acaso emprendemos la transición de la fase religiosa a la fase espiritual.

La espiritualidad es ese centro fundador y motivador que hace que la persona, por más que en sus intentos sólo encuentre «derrotas», jamás claudique en sus propósitos. Renunciar a  lo cierto (seguro) por lo incierto, al confort por el sacrificio, a las verdades instaladas por las sospechas… requiere una mística profunda arraigada en la identidad y espiritualidad  de la Tierra.

Estos tiempos no solo necesitan a los ambientalistas, sino a todos los hijos de la Tierra que sientan los dolores catastróficos de su Madre y actúen para mitigar y cambiar progresivamente las causas estructurales de dichos males. Y ello implica cambios de estilos de vida. Una proceso de autoliberación interna individual y colectiva para salir del «sistema mundo ecocida» en el que estamos entrampados.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.