En uno de mis viajes a Cuba conocí en la sede de la UNEAC al poeta Ángel Augier y después de una larga charla sobre Cuba, Fidel, Nicolás Guillén, Rafael Alberti y de sus raíces gallegas, dado que su abuelo nació en la ciudad de Tui, en los mismos límites de Galicia con Portugal. En […]
En uno de mis viajes a Cuba conocí en la sede de la UNEAC al poeta Ángel Augier y después de una larga charla sobre Cuba, Fidel, Nicolás Guillén, Rafael Alberti y de sus raíces gallegas, dado que su abuelo nació en la ciudad de Tui, en los mismos límites de Galicia con Portugal. En aquella ocasión, me regaló toda su obra y al pasar el charco me puse a leer todas sus creaciones que durante mucho tiempo fueron lectura obligada y de cabecera. No voy a hablar de toda su obra pero si de una muy concreta, titulada: «Isla en el tacto», publicada en 1965. En esta obra, el poeta se convierte en una especie de cronista o de guía necesario que nos adentra en una isla llamada Cuba. Solo cuatro letras nos bastan para identificarla globalmente, o situarnos en el mapa para asegurarnos de su localización física. Pero a la medida que devoramos y asimilamos sus versos nos damos cuenta que Cuba es mayor a lo que esas dos sílabas nos pueden indicar y sugerir. Y es mayor porque Ángel Augier nos descubre una serie de espacios que son los que verdaderamente fomentan la identidad cubana y la idiosincrasia de todo un pueblo. La geografía cubana se sustenta de todos esos microespacios que Augier resalta en toda esa relación toponímica. El hace que captemos no la Cuba generalizada sino la Cuba concreta que emana de espacios diversos y que todos ellos convergen entre si y dinamizan la totalidad de ese formato telúrico que distinguimos de otros con el nombre, Cuba.
Ángel Augier sabe muy bien que la poesía sin espacios y sin referencias espaciales es una poesía bastante inútil al carecer de definiciones y al no concretarse en un determinado espacio que sustenta a seres y a cosas. Por tanto, leemos en uno de los poemas de «Isla en el tacto»:
«Lengua lejana marcada en el polvo,
lengua viva en el agua,
aquí gritando aún en cada trozo de la tierra
la misma cadenciosa resonancia:
Guáimaro, Baracoa, Bariay, Camagüey,
Bamburanao, Maisí, Caney, Ariguanabo…
Puntos sonoros de la geografía
que tocamos así con la misma ternura
de quienes los sembraron en la primera parcela:
Habana, Yariguá, Majagua, Jagüey…»
Augier revela los espacios y los codifica en el tiempo. Para él, tiempo y espacio es la medida de todas las cosas en las cuales tiene un protagonismo el hombre. Y es aquí donde el poeta cubano nos suplanta en esa relación evolutiva donde la cubanidad se ha perfilado a través de ciclos históricos donde el tiempo y el espacio definen al hombre dentro de sus necesidades y apetencias concretas. En este sentido, Augier es fiel a la tradición de la poesía cubana al ocuparse constantemente de los espacios, ya no en un contexto bucólico o lúdico sino social, tal como el lo ha tratado. Ya, Fray Alonso de Escobedo en 1598, en los albores de la Cuba colonial, se registra de este autor un poema, que para Lezama Lima es el primer poema cubano o que hace referencia a los espacios de la isla, como este:
«A Manasi, una punta así nombrada,
nuestro veloz navío fue llegando
por dar felice fin a su jornada
de entrar en Baracoa procurando;
ésta se llama, hermanos, La Dorada,
dijo nuestro cristiano y fuerte bando,
que encierra dentro de si cierto tesoro
que, aunque pobre de gente, no lo es de oro».
Vemos pues la utilidad de los espacios poéticos que además de describirlos también diseñan acciones y aspiraciones por parte de quién los habita. Los espacios cubanos de Augier están llenos de reseñas y de vivencias del propio nativo y siempre en el contexto de la lucha de clases. Veamos en este poema testimonial:
«La ciega voz de látigo
sobre la espalda del hombre original
donde el sudor ponía un resplandor de oro
que enardecía la furia de la búsqueda inútil.
La dura, férrea voz
que trituró la cándida sangre fundadora
hasta exprimir la última gota».
Vemos así como el rol histórico cambia en un mismo espacio y este se ve constantemente modificado. La aniquilación del indio por el blanco la opresión del negro por el blanco es una constante en la perspectiva del discurso de «Isla en el tacto», en la que se significa la lucha de clases sin cuartel en cada uno de los espacios físicos de Cuba que el poeta cerca en sus territorios poéticos. En este sentido apunta Augier:
«Examinar tus capas vegetales
con mirada en que la geología apenas si respira
no es sólo asomarse a la huella del tiempo
en láminas de polvo innumerable
en que se marcan rocas y guijarros y arcilla
más allá de ese silencio que domina
en las uñas de la erosión».
Espacios y tiempos conminados y engrandecidos en el poema para que transpiren en toda esa esencia de lo que muchos no podemos adivinar de su pasado. Ángel Augier supo entrar pacientemente en esa metafísica de las cosas donde el poema recoge frecuencias y vicisitudes portentosas.
En ese tono épico que se desprende de «Isla en el tacto», se respira en su poesía el perfume natural de esos territorios que el poeta nos indica:
«el Bayamo de romántica aureola,
el Yara reluciente de palmeras sonoras,
el Salado de enardecido pulso,
y donde Camagüey abre su historia,
el Máximo con sus barbas fluviales;
hacia tu centro mismo, donde se afina tu cintura,
el Zaza que se arrastra en su turbión de ásperas
piedras».
Ángel Augier no se conforma con la mención de los territorios sino que los define con atributos, y muchas veces con símbolos herméticos que nos invita a reflexionar sobre ellos, como en este caso:
«Con el ímpetu acumulado en la altura,
con el impulso puro de la Sierra Maestra
forjado entre abismos y nubes y relámpagos».
Sierra Maestra, ese espacio heroico en la historia más reciente de Cuba. Ese microcosmos del Oriente cubano como ha transcendido en la conciencia de los cubanos y de todo el mundo. El poeta es consciente del valor estratégico que un espacio ofrece al hombre, en este caso a la insurgencia contra el poder batistiano y, también, como se genera la conciencia revolucionaria. Como los espacios cobijan al hombre, porque uno y otro se interrelacionan. Por eso, en este libro, aparece Martí en su territorio y Mella en el suyo. Fidel, desde su Sierra Maestra, aparece en este poemario conquistando todos esos espacios que confirman la unidad de la patria cubana y la unidad revolucionaria.
Cuando Ángel Augier habla del Comandante en Jefe, lo hace desde la exaltación más épica y centrado en todas las peripecias históricas que le fueron adversas a Cuba y, desde Sierra Maestra, el ímpetu del pueblo cambió las viejas estructuras dominantes. Así es como Augier ve la funcionalidad del espacio y del tiempo donde el hombre revolucionario no interpreta la historia sino que la cambia, principio básico del marxismo. El poeta así lo codifica:
«Delante, Fidel Castro,
el de las tempestades en el pecho,
con su carga de insomnios y relámpagos,
de gritos acumulados en la noche, recogidos
a lo largo de tu tiniebla, recogidos
a lo largo de tus lágrimas, patria:
gritos de terror y de hambre,
de lucha y herida y muerte y renacer».
Más adelante, en otros versos, el poeta dignifica así al espacio y al hombre:
«Hay aquí un pueblo que funde su sangre con la tierra,
y esa fusión de tierra y sangre desafía
a la muerte que acecha».
El discurso poético en «Isla en el tacto» es lineal y no tiene refugios para ocultar o enmascarar algo que no siente el poeta. Ángel Augier es un poeta comunista, revolucionario que ayudó a generar espacios de libertad en tiempos adversos. Sus propuestas tienen un impacto generoso en la lucha cotidiana de cada ser que lucha contra la explotación del hombre por el hombre. La economía poética de Augier se dinamiza en muy diversos aspectos y frecuencias que es la ética de la dignidad, que es lo qué realmente aspira el verdadero poeta revolucionario.
En los tiempos que corren, el neoliberalismo todo lo frivoliza y todo lo individualiza, por ello es necesaria la fuerza de la palabra combativa, como la de Ángel Augier, en su sentido más amplio y, sobre todo, como generadora de conciencia. Por tanto, su poesía se nos hace intemporal y, por ello, tenemos que beber de esa agua fresca y transparente que mana de esos espacios o territorios emblemáticos que Augier supo transmitir de ellos esa fuerza emancipadora con que se concreta su poesía.